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El fantasma del neoliberalismo
COLUMN/COLUMNA

El fantasma del neoliberalismo

José Antonio Aguilar Rivera

Un fantasma recorre el mundo: el espectro del neoliberalismo. Los historiadores de las ideas, entendiblemente, se sienten incómodos con esta categoría. El mote es un término cargado más propio del combate ideológico y propagandístico que una categoría analítica rigurosa. Hace tiempo que es empleado con liberalidad por críticos de variopinta índole. Ha acabado por designar todo, o casi todo, lo que el observador encuentra criticable en una sociedad: el capitalismo, el individualismo, la economía de mercado, el egoísmo, la meritocracia y un larguísimo etcétera. Sin embargo, hasta hace poco más de una década pocos observadores se tomaban en serio el uso de la palabra. Fue probablemente la crisis del 2008 la que le dio al “neoliberalismo” una respetabilidad semántica que no había tenido. Su uso y abuso, sin embargo, es de lamentarse porque con frecuencia oscurece en lugar de explicar.

Como concepto “neoliberalismo” es vago y confuso. Es un comodín que a menudo evita pensar de manera rigurosa los problemas sociales, pues ofrece respuestas hechas. Un cartabón de dogmas y lugares comunes.  Para muchos el “neoliberalismo” es un tic que emboza la pereza intelectual y que evita distinguir, comprender y ponderar la realidad social. El daño que Foucault ha hecho en este sentido es mayúsculo. Retóricamente la vulgata anti-neoliberal es irrefutable y constituye un discurso cerrado y teleológico que no puede ser desmentido, o falsado, como querría Karl Popper. Ese discurso descansa en una falacia, una petición de principio. Poner en duda la existencia del neoliberalismo es, para los críticos, la viva prueba de que éste existe. “Si no existiera no lo negarían”. Así, se supone, el neoliberalismo se emboza y se esconde en nuestras propias narices. También, por supuesto, se puede ser neoliberal sin saberlo. Es como el plomo de las ollas de barro: se lo come uno con el mole sin saberlo.

Es posible, con todo, identificar un uso limitado del término “neoliberal”. Podemos llamar así a una escuela de pensamiento económico, identificada con pensadores como Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, partidarios acérrimos de una versión particular de la economía. Abrazan ideas como el orden espontáneo y el carácter axiomático del mercado. Ellos mismos, al comienzo de su movimiento intelectual, se auto identificaron como neo-liberales para distinguirse de los liberales clásicos y la doctrina del laissez faire. Algunos creen que sus ideas (que en los años treinta y cuarenta eran marginales) acabaron por volverse hegemónicas a partir de la penúltima década del siglo pasado. Sin embargo, una buena parte de su legado filosófico –y económico– jamás ha sido parte del mainstream del pensamiento económico. Muy pocas universidades –incluidas las “neoliberales”– enseñan sus ideas a sus estudiantes de economía.

También podríamos llamar con propiedad neoliberales a las reformas de mercado inspiradas por el consenso de Washington en los ochenta. Eso fue lo que vio Adam Przeworski en un famoso ensayo de 1992, “La falacia neoliberal”. La crítica era que los reformadores de mercado mostraban una confianza teórica infundada. La idea de que el gobierno no tenía absolutamente ningún papel que desempeñar en la economía era una creencia, un dogma, no un hallazgo de la ciencia económica. Y, ojo, Przeworski se refería a la economía neoclásica. El celo ideológico estaba disfrazado de ciencia. Los neoliberales ofrecían con la desregulación, las privatizaciones y los equilibrios fiscales, un elixir mágico para curar todos los males económicos. Esa creencia no estaba justificada por el conocimiento disponible en áreas como el crecimiento económico. Ese “modelo” económico no era en realidad sino “una mezcla de evidencia, derivaciones de principios normativos, autointerés e ilusiones”. Entendida así, la crítica al “neoliberalismo” –un ente concreto e identificable de políticas y creencias ideológicas–  no solo es bienvenida, sino que es necesaria.

No es el caso de los modernos críticos. Algunos no critican un programa concreto e identificable de recomendaciones de política económica sino un ente filosófico amorfo e inasible, omnipresente, en el cual se mezclan cosas distintas y que no guardan conexión entre sí salvo una supuesta racionalidad económica. Otros críticos, más rigurosos, le han dado nuevo aire la vieja crítica de Marx a los derechos. Un ejemplo fascinante es el intento de vincular a los economistas austriacos con los derechos humanos. Una vulnerabilidad filosófica y política del marxismo fue su desprecio de los derechos individuales. Eran, pensaba Marx, derechos para individuos egoístas. El descrédito filosófico y político del marxismo le debe mucho a este desdén por los derechos. Sin embargo, algunos académicos como Jessica Whyte han argumentado recientemente que “los derechos humanos desempeñaron un papel significativo, pasado por alto, en los esfuerzos de los neoliberales de mediados del siglo XX por desafiar al socialismo, la socialdemocracia y la planeación estatal. Los pensadores neoliberales contribuyeron más de lo que se reconoce a la concepción de los derechos humanos que se volvió prominente décadas más tarde” (Jessica Whyte, The Morals of the Market, Londres, Verso, 2019). Los derechos humanos son, se supone, una creación –al menos parcialmente– del neoliberalismo. Esta crítica tiene la virtud de ser formulada de manera clara. Puede ser debatida y refutada. Uno podría decir que la empresa de Whyte recupera el desprecio fundacional del marxismo por los derechos de las personas. La descalificación se hace ahora por asociación. Los derechos humanos no son sino la cubierta de las ideas económicas de Hayek y Mises, las cuales no son sino patentes de corso para la explotación del hombre por el hombre.

Sin embargo, mucha de la crítica al “neoliberalismo” no parte de este rigor conceptual. En realidad, más que una crítica ideológica es un amorfo malestar con el estado de la sociedad, la economía y la cultura. La imprecisión analítica hace difícil confrontarla fuera de su universo discursivo cerrado. Ahí se toca en más de una manera con las teorías de la conspiración. Los Protocolos de los Sabios Anti neoliberales.  Si el “neoliberalismo” es “una amplia, dispersa constelación de discursos, prácticas y aparatos”, y si aspira a “reorganizar todos los órdenes de la existencia”, en realidad es, y puede ser todo; cualquier cosa y ninguna. Su presencia puede intuirse, descubrirse, descifrarse o afirmarse en cualquier gesto, artefacto o manifestación cultural. Es, sin duda, una espléndida cubierta para la denuncia y la conjura. No requiere de evidencia, ¿para qué? Temas concretos, e importantes como, por ejemplo, la relación de los intelectuales y el poder, quedan subsumidos en una categoría omnicomprensiva. La culpa toda es del neoliberalismo. Estos enfoques no explican nada: en cambio refuerzan prejuicios o ideas preconcebidas que el mismo discurso autorreferencial valida indefectiblemente. Es una clave interpretativa, una coartada, perfecta para el pensamiento autocomplaciente. No es necesario probar las hipótesis que propone, por ejemplo, que la “lógica empresarial” y la competencia económica están en todas y cada una de las relaciones sociales, o contemplar la posibilidad de que esta idea sea falsa. Su verdad es auto evidente.  No extraña, así, que muchos críticos del “neoliberalismo” vean espectros por doquier. Que existan es lo de menos. Lo importante es que el fantasma del neoliberalismo recorra el mundo. Y hay que cargar, Sancho.

 

Foto: David Shankbone: Occupy Wall Street Group Discussion, 2011. Licencia Wikimedia Commons

 

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal . Twitter: @jaaguila1

 

 

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Posted: July 6, 2021 at 9:22 pm

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