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El paraíso invertido

El paraíso invertido

Esteban Miranda

Al final del poema épico más importante del idioma inglés, El paraíso perdido, el gran Milton, con ayuda divina, decide consolar a sus protagonistas que sufren el primer destierro como humanos siendo expulsados del Edén. Después de contemplar su antigua morada, Adán y Eva emprenden un nuevo camino habitados por la esperanza. Mientras se alejan del prodigioso jardín, la tristeza mitiga su resonar para darle paso a una ignota expectación.

La novela Andor, de Raquel Abend Van Dalen (Caracas, 1989) y publicada en su segunda edición por Suburbano Ediciones (2023), transforma la idea del escritor inglés para entregarnos la visión de un paraíso invertido, existente, pero degenerado.

La narración está plagada de preguntas, casi todas sin respuesta y con la única misión de confrontar tanto al protagonista como a los lectores. El recorrido de nuestro héroe es un trecho sinuoso infestado de cuestionamientos inabarcables que son un abstruso recordatorio: la vida no es una acumulación de experiencias sino una prolongada contemplación de nuestro interior. Nada mal para una novela que está ambientada en el más allá.

Edgar, el cual parece no sentirse satisfecho con su nombre, intenta suicidarse en su casa de Venezuela, pero no logra el cometido y su cuerpo yace en estado de coma en un Hospital de Caracas; por lo tanto, debe definir su situación en la otra vida para determinar su desenlace. Así las cosas, es enviado a Andor donde una invisible regencia le da diez días para que haga una elección: retornar a la vida, morirse de una vez por todas o permanecer para siempre en su nuevo hogar.

Andor es un inmenso complejo vacacional para las personas que se encuentran en la misma situación de Edgar. Al inicio, nuestro protagonista es recibido en un lujoso hotel donde no existen las carencias. En su habitación hay una biblioteca repleta de libros, una cocina abastecida con más de lo necesario y hasta una bañera. Esa atmósfera de ostentación es permanentemente conjugada con el sentimiento de extrañeza crónica que experimenta Edgar. Sentimiento que no se fundamenta, durante ningún momento, en lo absurdo que implica estar en un limbo posmoderno, ya que su atención está centrada en el deseo de hacer lo que se le venga en gana como, por ejemplo, echarse a dormir de forma indefinida, beber cantidades ingentes de fino alcohol o preguntarse si de verdad está muerto.

La paisajística del texto se debate entre la burocracia Kafkiana y la opulencia futurista. Las descripciones de Raquel Abend Van Dalen son poderosas y trasmiten una incomodidad adictiva. Los excesos y las restricciones se combinan para no saciarnos; solo se nos proporciona lo suficiente para volvernos lectores dependientes, necesitados de palabras que calmen el frenetismo que nos habita.

Así como los que están vivos cuestionan las leyes que gobiernan la realidad, llegando al punto de dudar de su existencia, Edgar plantea una colección de incertidumbres frente a todo lo que le sucede. Es, de esta manera, como se nos avisa que en ningún escenario podemos poseer certezas absolutas y que ni la razón ni los sentidos son suficientes para abarcar en plenitud eso que llamamos conocimiento.

A su alrededor hay una serie de personajes que parecen sentirse más cómodos con la situación. Edgar, entonces, debe soportar el peso de una soledad auspiciada por la presencia de individuos con una mentalidad opuesta y arrolladora; en ocasiones se deja arrastrar por la poderosa corriente y en otras instancias lucha con todas sus fuerzas para prevalecer. En medio de ese discurrir logra mantenerse a flote, no exento de esfuerzo y sin asomarse mucho hacia el futuro, pues tanto el porvenir como sus días en la tierra parecen difusos espejismos. Nada es importante y el impulso vital que conserva es propulsado por algo ajeno a su esencia.

A través de las peripecias de Edgar, que son muchas y variopintas, conocemos sus pensamientos, los motivos para querer suicidarse y, sobre todo, las razones de una inmensa tristeza. Gracias a sus acciones, y también a sus no-acciones, compadecemos el hastío que soporta y que se ha trasladado desde la vida para acompañarlo en la muerte. Comprendemos que la negación total es una posibilidad real, la cual podemos abrazar sin remordimientos para afrontar la existencia individual.

¿A quién no le gustaría una segunda oportunidad? ¿Quién no estaría dispuesto a verse involucrado en una secuencia de experiencias sin consecuencia alguna? A primera vista estas son las premisas de Andor, pero a medida que vamos andando junto a Edgar y sus compañeros de aventuras, voluptuosos, delirantes, agudos y perturbados seres, comenzamos a sentir que nada, aun después de la vida, es tan simple.

La idea del paraíso es la quimera definitiva, cuando aquella dicha es arrebatada se transforma en la tristeza producida por el desarraigo y al momento en que este idílico lugar se desvía de sus intenciones la imagen es amenazante e incluso grotesca.

Jamás se tratará de un nuevo comienzo, tampoco es cuestión de hacer lo que se venga en gana. Las cosas que se hallan adentro están adheridas a nosotros. Aun siendo cenizas, comida de gusanos, polvo estelar o espectros intoxicados de vodka, no podemos deshacernos de ellas. Esas cosas no son más que pesares, deseos y angustias.

 

Esteban Miranda: Medellín, 1993. Escritor y lector. Trabajador Social. Ha publicado relatos en la revista La Sirena Varada (México, 2018) y gAZeta (Guatemala, 2020). Participante del XIX encuentro de poetas Comfenalco, Antioquia (2018). Finalista del I certamen literario Agustín Sánchez Rodrigo (España, 2020) en la modalidad de poesía, así como finalista del I premio de novela sub-35 Germán Espinosa con la novela No hay ciudad para el silencio la cual fue publicada por Escarabajo Editorial (2021). Colaborador en Suburbano Ediciones desde el 2023.

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Posted: April 30, 2023 at 7:57 pm

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