Reviews
El recuerdo de la muerte: Somos luces abismales, de Carolina Sanín

El recuerdo de la muerte: Somos luces abismales, de Carolina Sanín

Alba Lara Granero

*Somos luces abismales, de Carolina Sanín. Literatura Random House, Bogotá, 2018. 192 pp.

Compré el último libro de Carolina Sanín, Somos luces abismales (Literatura Random House, 2018) en marzo de este año en Medellín. Aprovechando el Spring Break de mi universidad, había ido a visitar a una amiga a Colombia. Mientras la esperaba a la salida del trabajo, buscaba en una librería cerca de la Plaza de los Deseos los libros que me traería a Estados Unidos para hacerme compañía en la soledad a veces tan maldecida por mí. El libro venía envuelto en plástico, un forro que yo me figuro que para otros es signo de elegancia y de limpieza, de novedad inmaculada, pero que a mí me parecía un atentado contra el planeta moribundo (siempre siento con desesperación). Me lo traje a Providence sin un solo rasguño en ese filme transparente que lo protegía (¿de qué?). Durante todo el verano se había conservado intonso y muerto, preciosamente embalsamado con polímeros. Pero hace unas semanas, ya de vuelta en la soledad del idioma en el que no sé emocionarme, lo corrompí, quiero decir que lo leí.

A estas alturas de la vida y del escepticismo, ya no necesitamos preguntarnos por el género literario al que pertenece el libro que estamos leyendo. Ya sabemos bien que todo es fluido y que la fluidez no causa confusión sino riqueza: que abre posibilidades, que nos libera de leer con el reglamento en la mano. Pero la costumbre es testaruda y la lectura me reclama su lugar en la norma. ¿Qué es este libro? Haciéndole trampas a toda la filología que traigo a cuestas, si tuviera que decir en qué género literario se inscribe Somos luces abismales, creo que diría que en el de la pregunta. Y si me pusiera arcaica (que es tanto como ser extremadamente moderna), diría que en el del libro de cuentos, el tratado de consolación, las meditaciones y el arte de morir.

Somos luces abismales es una gran pregunta que está preñada de miles de interrogaciones. Esto de que la escritura surge de una duda, de un desconocimiento, puede que no sea nuevo, pero ¿quién puede aferrarse a una certeza? Sanín explora los huecos oscuros del ser (¿todos?), del estar, de las dimensiones en que habitamos, de los desdoblamientos y de las grietas de la realidad. Se trata de una manera entrenada y exquisita de mirar el mundo: posar la mirada sobre las cosas y hacerse preguntas. No dar nada por sentado, no dejar pasar la oportunidad de construir una relación entre las cosas. Aunque sea imaginada, aunque sea real:

“La imaginación es el amor: el vínculo entre lo visible y lo realmente existente” (22)

La pregunta no está por debajo del texto. No está oculta para que la lectora tenga que encontrarla entre líneas; no está escrita en un post-it frente al ordenador de la autora para mirarla de reojo mientras la escritura se conforma como un ensayo convincente, algo que parezca una mole de sentido, una respuesta. La pregunta está. El texto está superpoblado de signos de interrogación, preguntas que siguen a otras preguntas, de intentos de construcción que acaban interrogándose sobre su propia verdad, sobre la posibilidad de la verdad, o de alcanzarla.

Hay varios relatos, o apartados, o títulos, dentro de Somos luces abismales. Podríamos decir que es una recopilación de ideas, una conversación de la autora consigo misma sin olvidar nunca que está, en realidad, hablando con la lectora, y de que nunca se puede ser por más que se intente ser. Hay anécdotas y fábulas, muchos animales (incluidos nosotros) y recuerdos de haber sentido la vida y de haber sentido la muerte.

Es este libro un tratado de consolación porque quien escribe, dice Sanín, lo hace sabiendo que:

“Escribir es negro. Y escribir bien, mejor y más verdaderamente, es negro dentro de negro” (18).

Y también sabiendo que escribir es elevar una plegaria, que la vida es contraria a la escritura y que solo se puede escribir cuando ya se ha muerto, quién sabe si quizá esperando una resurrección. En el libro asoma dios por todas partes, esto es, habita la escritura el mundo unitario y borroso del panteísmo. Y también campa por todas partes el demonio, sin que sea opuesto de nada.

La muerte abunda. Pero la muerte siempre abunda, lo que pasa es que Sanín se fija en ella. La observa, con curiosidad, con ganas de entender qué pasa cuándo algo se muere, si se puede morir. Qué tenemos en común con los muertos y cómo sobrevivimos a nuestra muerte, si es que ocurre. ¿Se puede pronunciar el nombre de un muerto o se desvanece en el aire el sonido de aquello que antes nombraba a alguien? Somos luces abismales no es un libro existencialista. Es un libro que podría haber escrito un astrónomo medieval en la madurez de su vida. Alguien que, aunque teme a la muerte, la invita a café y actúa con compostura. Quizá un renacentista, inventadamente italiano como Girolamo Acquanera, haciendo un ars moriendi fuera de tiempo.

La lectora se va a encontrar también con citas de obras clásicas, traducidas a veces por la misma Sanín, y con reflexiones sobre el significado formal de las palabras, su etimología. Sanín habla de literatura como quien habla de lo sagrado y habla de las palabras constatando la imposibilidad de nombrar, pero también la necesidad de hacerlo. La necesidad de la palabra, de que la palabra diga, de decirse, de que alguien nos diga. Buscando la precisión en la palabra es como Sanín trata de conjurar el doble filo de las palabras, una empresa, que, sin embargo, sabe vana.

Todo es santo, todo es múltiple, todo es uno, todo se mueve en su quietud:

“Trabajo en la Tierra plana. Insisto en la Tierra plana. Viejo por la Tierra redonda. Creo en la Tierra redonda. Creo en la Tierra redonda. Imagino la Tierra redonda. En ese doblez del pensamiento está mi inquietud. Entre esos dos modos de existir, vivo sin descanso” (11)

Este verano fui con una amiga a la Filmoteca de Madrid a ver un documental de Frederick Wiseman. Duraba 200 minutos. Es un cine lentísimo y mucha gente se salió de la sala pasadas las primeras dos horas. Mi amiga y yo nos quedamos hasta el final y las dos coincidimos en que merecía la pena hacer el esfuerzo de ver. Mi amiga dijo algo así como que en una época en la que todo es rápido y frenético y de colores brillantes, el hecho de que un director de cine la obligara a sentarse y parar, a mirar con calma, ya le parecía un hecho revolucionario, un aprendizaje, una entrada para un lugar fascinante que no sabíamos que existía. Me acordé de eso cuando leía Somos luces abismales, porque sí, yo creo que hay que leerlo muy despacio y hay que confiar en que la demora vale la pena. O no hay que confiar. Confiar y no confiar, al mismo tiempo, y en muchos lugares a la vez, con la certeza de que el plástico que envuelve los libros es inútil, de que toda protección es irreal, de que

“Los animales nos hacemos visibles en el desamparo” (27)

 

Alba Lara Granero (El Pedernoso, 1988) es escritora y licenciada en Filología Hispánica y máster en Formación del Profesorado por la Universidad Complutense de Madrid. Es graduada del programa MFA de la Universidad de Iowa y sus ensayos han sido publicados en Iowa Literaria y otras revistas. Su Twitter: @a_laragranero

© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: September 26, 2019 at 10:11 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *