Más ecuatorianos que nunca
Juan F. Jaramillo
Es una sensación de vacío. Estar lejos de Ecuador en estos días en el que el país ha vivido, acaso, su peor tragedia natural de la historia, es casi como un sentimiento de culpa.
Están allá los muertos, a los que hay que contar por cientos, los heridos, la destrucción y el miedo. Sobre todo, el miedo.
En contraste con ese temor, también hay un ejército de valientes solidarios. El resto del país ha reaccionado con una solidaridad enorme, organizándose a través de las redes sociales para entregar ayuda. No solo botellas de agua y enlatados, también se envían mensajes de apoyo: “Estamos con ustedes”, “Sí se puede”, “Fuerza Manabí”…
Mi sobrino, recién graduado de economía, es uno más de ese grupo de voluntarios jóvenes que le han dado a esta tragedia una cara muy humana.
Uno quisiera estar allá.
También uno siente la solidaridad mundial, con la ayuda que llega de varios países, incluyendo rescatistas.
Hace años, en los tempranos 80, antes de internet y las redes sociales, un tipo en una tienda en Miami nos interrumpió las vacaciones familiares cuando nos dijo, a mi madre y a mí, que había habido un terremoto en Quito y Guayaquil. Fue una sensación de angustia espantosa que se transformó en alivio, al saber, horas más tarde, que el tendero, además de exagerado, estaba mal informado. Se trataba de un temblor menor.
Es algo difícil de concebir en tiempos como éste, en los que uno está conectado y se agradece por ello.
Esta vez, el sismo llegó por medio de vibración telefónica y, ahora sí, era en serio. Nuestras familias nos avisaron antes que Twitter, antes que las agencias de prensa. Y supimos que estaban bien, pero también nos dimos cuenta de la fuerza del embate. Era un terremoto de 7.8, el más fuerte que se haya sentido en Ecuador.
Pero gracias a esas mismas redes sociales, nos pudimos enterar de los detalles de la destrucción: un paso a desnivel caído en Guayaquil, la torre de control del aeropuerto de Manta destruida y, más tarde, las víctimas.
Es probable que incluso hayamos estado más informados que mucha gente en Ecuador. El gobierno tardó más de dos horas en emitir algún mensaje y los medios, coartados por la ley de comunicación (también llamada “Ley mordaza”), no se atrevían a decir nada.
Pienso mucho en Manabí estos días. Es una provincia costera con las playas más bellas del Ecuador. Tres de sus ciudades están muy afectadas: Manta, Portoviejo y Pedernales, este último un pequeño pueblo de pescadores, con una rudimentaria industria turística.
Manabí es la única región en el mundo donde se puede consumir la concha spondylus, el alimento de los dioses, según la tradición inca. No por nada, allá está la mejor comida del Ecuador. Manabí tiene una cocina que le ha dado posibilidades infinitas al plátano verde (plátano macho), desde sopas, empanadas, hasta la menestra y el bolón de verde.
Allí, en Machalilla, uno de los paraísos manabitas, pasamos con mi esposa un viaje inolvidable.
Las imágenes que recibimos son desoladoras y los rostros de las víctimas apenas se empiezan a dibujar. Por lo pronto, las redes sociales se han llenado de imágenes de desaparecidos, evocando las fotos con las que los neoyorquinos llenaban la ciudad cuando ocurrieron los ataques del 9/11.
Es una sensación extraña estar lejos. Recibimos el pésame de nuestros amigos en Estados Unidos. Y, de pronto, nos sentimos más ecuatorianos que nunca.
Juan F. Jaramillo (Quito, 1971) es periodista radicado en Dallas. Desde 2003, es editor en Al Día, una publicación en español de The Dallas Morning News. En Ecuador, trabajó en El Comercio y Diario Hoy.
Posted: April 19, 2016 at 11:38 pm