Imágenes vacías/llenas del mundo
María Paz Amaro
Un futuro anterior
Erick Meyenberg
The highest ecstasy is the attention at its fullest.
Simone Weil
Recuerdo el día que presencié la primera obra de Erick Meyenberg. Fue, precisamente, cuando el MUAC abrió sus puertas al público. Esa pieza, mitad sonora, mitad visual, me cautivó enormemente. La sensación retorna a mí de una manera casi palpable, táctil. Fue quizá, su capacidad de resiliencia al tiempo que de fragilidad, pero sobre todo, su simplicidad y belleza. Era como si el espíritu de Rosa Luxemburgo, a quien iba dedicada la obra y de quien toma su nombre, transmutara en materia y éter para llegar a nosotros en una cálida mañana de sábado, allende 2008.
Hace unos días tuve que confesarle a Meyenberg que ciertos edictos estéticos kantianos retumban en mi cabeza. No puedo evitar sonar a crítico trasnochado, a días de que se inaugure la siguiente edición de Zona MACO en la CDMX y en cuyos pasillos, recomiendo al lector, realice el siguiente ejercicio: ¿cuántas de las obras artísticas allí mostradas lo llegarán a estremecer?
A todo aquel que guste del arte contemporáneo y/o de estar al acecho de piezas que lo conmuevan, lo espera Un futuro anterior, exhibida en el Laboratorio Arte Alameda hasta el cinco de marzo. Svetlana Boym afirma en su libro The future of nostalgia, que ésta es una emoción histórica, una añoranza por ese “espacio de experiencia” venido a menos que ya no encaja más en nuestro horizonte de esperanzas: el pasado vertido en nuestro presente o nuestro futuro. El título de la exposición remite a un juego temporal en el que se basa la cualidad antinarrativa de su corpus general pese a que gran parte de su matriz de inspiración sean los libros que cimbraron al artista en un periodo de total vulnerabilidad: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, seguidos de La Montaña Mágica de Thomas Mann, Moby Dick, de Herman Melville y otros de escritores como Roberto Bolaño o Clarice Lispector, además de referentes no necesariamente literarios como La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos. El mismo Meyenberg sostiene que las once piezas conforman un flujo de eventos cuya apuesta fue la medición afectiva del tiempo, como si de modulaciones, intensidades, sensaciones y texturas se tratara. Existen varias alternativas: hacer un recorrido que parta del principio, del final o a la mitad de las salas del recinto, porque aquí lo que importa es la calidad de una experiencia que puede iniciar en cualquier punto. Algo se abre y se cierra en cada obra, contemplada desde la aproximación de tres ejes: el paisaje, la materia y la naturaleza, de los cuales, la fragilidad del cuerpo humano es su piedra de toque, al provocar una profunda reflexión sobre éste y sobre sus condiciones tanto de flaqueza como de permanencia a partir de dos elementos: la vibración y el destello.
Un futuro anterior puede llegar a considerarse como una exhibición de vida anímica cuya conformación duró tres años. A la calidad visual de las piezas se suma un tratamiento esmerado cuando no exquisito del elemento sonoro. Por desgracia, tuve muchas favoritas para describirlas todas aquí: las que hiciera Meyenberg durante una residencia en una destilería de whisky en Escocia y que agrupa dentro de la segunda sala del recorrido en Breath. Los videos registran el crecimiento de un hongo tan negro como aterciopelado, el cual crece sobre cualquier material que se quede a la intemperie al alimentarse de las partículas invisibles esparcidas en el ambiente, emanadas de las barricas en almacenamiento. Dicha obra sería la mitad de contundente de no ser por el sonido del viento, que es equiparable a la fuerza ambivalente de la naturaleza, pero también de su extenuación: tan creadora como destructora. Breath acaba por dar cuenta de aquella reflexión que nos acompaña desde el siglo XIX: naturaleza e industria son antinomia y fusión paradójicamente ensambladas en este conjunto.
Otra de las piezas es Empty squares, black holes, inspirada en el film ya mencionado de Angelopoulos: un espacio acondicionado con dos butacas de cine en el que Meyenberg se apropia de parte del guion que, a su vez, deviene el metatexto de un pasaje de La Odisea en el que el relato de Ulises a Penélope sobre un futuro anterior, se suma a nuestro inconsciente colectivo –Las mil y una noches, El Bhagavad Gita, La Biblia– representado en la pieza, la película y el libro. Black Slugs conforma un conjunto de pantallas en los que Meyenberg hizo una selección de pequeños encuentros cotidianos con los objetos y los seres que lo sorprenden. Para mí fue como presenciar la traducción de un formato de libro, desglosado en una secuencia contemplativa de imágenes y sonidos. “Todo es un flujo de energía de distintas materias, no importa si se trata de la hoja de un libro, el agua, los movimientos casi imperceptibles de un pájaro o el lento trashumar de una babosa”, menciona Meyenberg al respecto. El común de las obras atestigua lo que Félix Blume, colaborador sonoro de artistas como Melanie Smith, Francis Alÿs y el mismo Meyenberg, intuyó en este último: el padecimiento de un extraño síndrome, mejor conocido como Respuesta sensorial meridiana autónoma. Esta sintomatología provoca en el común de los seres escozor, pero en las personas con ASMR todo aquello insoportable al oído resulta cuasi orgásmico. Lo anterior se constata en esta pieza y también en Das ist kein fleisch! (¡Esto no es carne!). Meyenberg comparte créditos con el compositor Jorge Torres Sáenz y la coreógrafa Marisol Cal y Mayor para montar una primera pieza exhibida en ediciones pasadas del Festival de Música de Morelia, pero que ahora se exhibe en una nueva versión. Aquí, las proporciones de la distancia y las escalas de espacio se suman a un performance de luces que devela la tortura de una anticoreografía en la que el cuerpo es obligado a moverse lo menos posible, pero con el máximo de esfuerzo invertido sin ser capaz siquiera de levantarse del suelo. El proyecto se inspiró en la obra teatral La escuela del dolor humano de Sechuan, de Mario Bellatin, misma que inicia con la aseveración “El teatro no se puede representar”. “Una de sus apuestas es proponer al dolor como un instante y su permanencia en la representación”, agrega Meyenberg. En esta nueva reinterpretación, como si se tratara de música de cámara atestiguada por muy pocos testigos que se mantienen casi al ras del suelo, permanece la sensación de extrañamiento que se vivió cuando fue estrenada. El escenario que, en palabras de Meyenberg, es una máquina que respira.
En una entrevista que Marguerite Duras le hiciera a Francis Bacon y que Meyenberg me envió hace unos días, el pintor británico señala, muy al principio de ésta: “No dibujo, empiezo a hacer todo tipo de manchas. Espero lo que llamo ‘el accidente: la mancha desde la cual saldrá el cuadro. (…) No se puede comprender el accidente. Si se pudiera comprender, se comprendería también el modo en que se va a actuar. Sólo he encontrado estas palabras: imaginación técnica.’” Avanzo hacia la parte final del recorrido y ahí están las dos piezas dedicadas a Rosa Luxemburgo que, como me explicó Meyenberg, son hijas o hermanas menores de aquella que vi por vez primera en el MUAC. Una de las obras se proyecta a un pilar del recinto: palabras y referentes que Meyenberg encontró en su obra escrita sobre el tiempo y su decurso, a veces lastimero, otras esperanzador y nunca más vigentes que ahora, en estos momentos aciagos. Sedimentos del tiempo y su iteración. Le menciono que Rosa Luxemburgo me recuerda a Simone Weil y rememoro algunas de sus portentosas frases, presentes en libros como La levedad y la gracia:
Imagination and fiction make up more than three quarters of our real life.
The future is made of the same stuff as the present.
Es, tal cual, levedad y gracia, destello y brillo lo que se sopesa, se respira en este amplio salón del recinto que, de pronto, se vuelve pequeño e íntimo. A las dos piezas que emanaron de la primigenia de Luxemburgo, las acompaña un video del artista y su decurso por la enfermedad y la recuperación. Los detalles desgastados de las tapas de los libros de Proust aumentados en sendas impresiones de gran formato nos miran, colgados en el muro. Éstos, como la pieza escultórica última, representan el paso del tiempo, el deslucimiento y la fricción, pero también, algo que Meyenberg percibe en las obras de Francis Bacon y de Edouard Manet, en el negro de Pier Paolo Rubens y en la exacta correspondencia natural de los nenúfares en los lienzos de Claude Monet. Fue el paso del sol por los árboles y las sombras que Meyenberg filmó en el piso del tren rumbo al legendario hotel Balbec de Proust; fue el negro impenetrable y avasallador de aquel bosque que Meyenberg visitó en Escocia y que, poco a poco, fue abriéndose hasta que el miedo cedió. Es el lustre de la potencia, al mismo tiempo que de la fragilidad, presentes en esta exposición: el accidente revelador.
*Las imágenes son cortesía de Erick Meyenberg
María Paz Amaro (Santiago de Chile, 1971) madre, profesora, historiadora del arte y escritora (en orden indistinto). Su Twitter es @mariaenpaz
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Posted: February 6, 2017 at 11:05 pm