Fiction
[ CHICA MUERTA SE TOMA UN  DESCANSO ]

[ CHICA MUERTA SE TOMA UN DESCANSO ]

Helen McClory

Se quita el plástico de encima y sale del agua. Se siente un poquito torpe, pues sus piernas no se mueven bien, y su sangre azul oscura, casi negra, circula a través de ellas como chapopote. Aún no abre los ojos. Llevan cerrados tanto tiempo que necesita forzar los párpados con los dedos pulgares, sostenerlos un rato para que se queden abiertos, practicar sus parpadeos. Sin embargo, su visión es aguda. Si alguien estuviese aquí en este momento, vería unos ojos de resplandor glorioso, claros como si pertenecieran a una criatura alimentada de peces y agua helada. Dios, necesita un cigarro. Pero antes, ropa.

Sale del televisor y está en un salón vacío amueblado con un sofá destartalado, lleno de cojines y una mesita de tele repleta de envolturas de dulces y billetes viejos. Sale de la sala al pasillo, y de ahí al baño en busca de toallas para su cuerpo y su pelo. Probablemente le vendría bien enjuagarse la mugre del lago en la regadera, pero a veces una ya tuvo suficiente contacto con el agua, ¿sabes? En la pequeña habitación encuentra un cajón lleno de camisas de franela a cuadros y otro con pantalones. Se pone la ropa y, aunque en realidad no puede entrar en calor, al menos tiene una sensación nueva, algo que no es ni cadáver, ni muerta, ni chica.

La chica muerta se prepara un café en la cocinita con paneles de madera. Le añade cuatro cucharaditas de azúcar, más crema, es lo más delicioso que ha tomado jamás, y lame la tapa del tarrito de crema antes de volverlo a poner como estaba. Hay una cajetilla de cigarros en la mesa debajo de una factura de tele por cable, pero son de una marca que no le gusta y no hay encendedor. Bueno, qué más da. Lo prende con la estufa y se va de vuelta al sofá con su café y su cigarrito.

¿Qué hay en la tele? Dos detectives en un coche, dos hombres gruñéndose el uno al otro con elocuencia. La campiña los sobrepasa, espesa, húmeda y verde, como un verano muriendo por sobresaturación, o si no, una ciudad inhóspita en febrero. Su muerte siempre es por motivos ajenos a su muerte. La chica muerta inhala su cigarro, sorbe su café. No le queda mucho tiempo. Ahí está el sembradío de cañas de azúcar. Ahí está el callejón. Se quita la ropa. Siempre debe estar desnuda. Se quita el pelo de los ojos y se arregla. Le da una calada al cigarro y aguanta la respiración, la puede aguantar para siempre. Apachurra la colilla contra la mesa. Se vuelve a meter a la tele. Aquí no hay más que un terreno desolado, por un lado verde, empedrado y gris por el otro. Se abre camino, descalza, por el puritito terregal, con las manos atadas por detrás. Tiene un ligero moretón en la garganta. Él ya la mató, así que, al menos, eso ya está. Y ahí está el lugar donde la dejó, apoyada contra ese árbol. Ahí detrás de ese muro. Ahí es donde la encontrarán.

El rugido del coche se escucha en la distancia. Y esos hombres, discutiendo. Nunca se callan. Se acuesta y mira al cielo, exhalando lentamente una última bocanada de humo.

*Este texto es parte del libro En los bordes de la visión recientemente publicado por la editorial Textofilia

 

Helen McClory es una autora nacida en Escocia. Publicó En los bordes de la visión (2021) en Textofilia ediciones, traducida al español por Sofía Ballesteros.

 

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Posted: April 21, 2022 at 9:35 pm

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