Escritoras al grito de guerra
Martha Bátiz
En enero de 1855, el célebre autor norteamericano Nathaniel Hawthorne le escribió una carta desde Inglaterra a William Ticknor, su editor y amigo, quejándose de que su país había caído en manos de una turba de mujeres garabateadoras, y que él no tendría oportunidad de éxito entre el público lector mientras éste se encontrase ocupado con aquella basura (es decir, la escritura de las mujeres de su época). Es más, tener éxito en semejantes condiciones sería, para él, motivo de vergüenza, porque significaría que su trabajo estaba al mismo nivel del de aquellas escritoras que despreciaba y no, de ninguna manera, su literatura era superior. Nadie cuestiona la alta calidad literaria de Hawthorne, pero la rabia que muestra su carta ha sido compartida por muchos escritores desde entonces y las escritoras, han tenido que luchar muy duramente para abrirse espacio en un firmamento creativo que, salvo rarísimas excepciones, no solo no las ha recibido con los brazos abiertos, sino que las ha rechazado y minimizado tajantemente.
Para las mujeres, el siglo XIX ofreció las primeras oportunidades de alcanzar una cierta libertad. Las opciones de vida ya no se limitaban, como antes, a ser esposa, monja o prostituta. Ahora las mujeres podían sostenerse a sí mismas como maestras de escuela, enfermeras o escritoras (siempre bajo la mirada vigilante y condenatoria de la sociedad, que estaba lista para señalar y castigar cualquier falta de conducta). En la Inglaterra de aquella época, ¿de qué otra cosa podrían escribir las mujeres sino del horror que era serlo? Charlotte Perkins con su fantástico cuento The Yellow Wallpaper (El tapiz amarillo) permite que el lector se asome al “tratamiento” no precisamente hilarante y efectivo que recibía una mujer con depresión postparto. Novelas como Jane Eyre, de Charlotte Brontë, y Wuthering Heigths, de Emily Brontë, también dan cuenta de lo duro que era ser mujer entonces, y eso que les iba mucho mejor que en la Edad Media, por ejemplo. Uno tiende a pensar que Louise May Alcott tuvo una infancia y adolescencia entrañable como la de sus inmortales Mujercitas, pero era precisamente el éxito de alguien como ella lo que irritaba a Hawthorne. Sus libros le parecían meros garabatos.
La prolífica y multipremiada escritora norteamericana Joyce Carol Oates, en su libro (Woman) Writer, publicado en 1989, manifestó enfrentar todavía una problemática similar. El mayor piropo que le habían hecho era decir que sus textos parecían haber sido escritos por un hombre, y que su obra era tan buena como la de John Updike. Si eso le dijeron a una de las mejores escritoras que existen en lengua inglesa desde hace décadas, ¿qué se pueden esperar las demás? Cuando leí este libro de Oates (y muchos otros, pues soy su gran y fiel admiradora) mientras estudiaba mi licenciatura en Letras Inglesas en la UNAM en los noventa, en un país orgullosamente machista y misógino por tradición como México, la respuesta a esta pregunta era descorazonadora.
Al revisitar estas lecturas y recuerdos me doy cuenta de que quizá porque ya había estudiado lo que les pasó a estas grandes figuras literarias femeninas, al obtener una beca en narrativa a nivel nacional y llegar a las sesiones del taller en que yo era la única mujer no me tomó por sorpresa que se comentaran mis textos viéndome a los senos en lugar de a los ojos y que, incluso, un compañero que ya gozaba de fama me espetara, indignado, que “las mujeres no deberían escribir”. Era claro que ahí a nadie le interesaba trabajar, ni mucho menos lo que yo escribía, por eso insistían en ir a tallerear a cantinas de mala muerte y empezar la borrachera a las diez de la mañana. Yo no me ofendí (otras escritoras sí se ofendieron cuando les conté lo que me habían dicho, y obtuvieron para mí —para todas nosotras— una disculpa que yo acepté de buen grado y sin rencores). Aquella vez me fui a trabajar mis textos al taller de los novelistas y sanseacabó, pero en realidad no debió sanseacabarse. Mis compañeras tenían razón en ofenderse y armar revuelo y yo debí hacerles eco (excepto que caí enferma de rubeola y me tuve que regresar a mi casa antes de tiempo). Sin embargo, estaba tan acostumbrada a transitar entre el acoso y el ninguneo, que ni siquiera cuando fui la única becaria de aquel grupo en obtener un premio internacional por un texto escrito durante ese año, pensé que fuera importante hacer olas. Ni me acordé siquiera de que me habían dicho que no debería escribir.
Al llegar a Canadá y preguntar quién era el autor que debía leer inmediatamente, todos me dijeron que a Margaret Atwood, así, al unísono, sin chistar. Alice Munro obtuvo el Premio Nobel, pero Atwood es la estrella y aquí a nadie le causa conflicto que no sea un hombre el campeón. Al vivir en este país he visto que también hay luchas fuertes dentro de la llamada #CanLit, pero son más para atraer a los lectores hacia los libros escritos por las muchas minorías que aquí conviven, que para buscar la igualdad de género; es decir, la lucha es porque la diversidad que se acepta como algo natural en la vida diaria canadiense se acepte también en la literatura. Se dice más fácil de lo que se hace y no, por supuesto que no todo es perfecto, pero hay esfuerzos muy claros e importantes en esta dirección que están teniendo mucho éxito. [1]
Corte a: ciento sesenta y cinco años después de que Hawthorne dijera que las mujeres no escribían, sino garabateaban, y a veinte años de que me fui de México, ¿han cambiado las cosas? ¿Cómo? Me parece que sí que han cambiado las cosas, pero no han cambiado solas: un grupo cada vez mayor de mujeres ha forjado el cambio. Eve Gil, por ejemplo, mantuvo por mucho tiempo un blog titulado La trenza de Sor Juana, en el que desmenuzaba la obra de diversas escritoras (vivas y muertas) con una agudeza y profesionalismo excepcionales. Más recientemente, otros esfuerzos han ido surgiendo y cobrando fuerza y relevancia. El empeño de Cristina Liceaga al frente de Escritoras mexicanas, de Adriana Pacheco con Hablemos escritoras y más recientemente, de Esther M. García con su Mapa de escritoras mexicanas son dignos de aplaudir.
¿Las mujeres no deberían escribir? Pues escriben, y Escritoras mexicanas les ha brindado una plataforma en internet y en redes sociales que ha pasado de ser meramente virtual a efectuar cambios contundentes, como la creación de la Casa de las escritoras mexicanas, un espacio cultural donde, hasta antes de la pandemia, se llevaban a cabo talleres, presentaciones de libros, conferencias y venta de libros de escritoras que ahora, a pesar de las circunstancias, se venden por internet y se mandan por correo. Y digo “se” pero este trabajo no es impersonal en absoluto: lo realiza Cristina Liceaga con una enorme dosis de generosidad, porque hasta fundó un concurso nacional que ya va en su tercera edición y brinda un valioso escaparate —con presentación en la FIL de Guadalajara incluida— para todas las autoras que aparecen en sus páginas.
¿Las mujeres no deberían escribir? Pues escriben, y Hablemos escritoras ha armado una incomparable y creciente fonoteca al capturar sus voces en los podcasts que produce y dirige Adriana Pacheco, quien además se empapa de la obra de la entrevistada antes de abordarla. Sus entrevistas están hechas a conciencia, con un conocimiento profundo de los temas que se tocan, y su plataforma de internet ahora incluye no solo las grabaciones de los programas sino una enciclopedia de escritoras, reseñas, biblioteca, en fin, un mar de información al alcance de un click.
¿Las mujeres no deberían escribir? No, ni dar clases tampoco, o al menos eso parecía pensar la brigada “Para leer en libertad” cuando invitó a unos cursos virtuales a finales de mayo y en su planilla de profesores solo había varones. Al ser increpados en redes por esto, su defensa salió peor que el primer agravio: es que habían invitado a tres y ninguna de las tres había podido aceptar, porque estaban todas muy ocupadas (¿barriendo?). Luego resultó que los “cursos” en realidad eran sesiones que habían sido grabadas hacía tiempo y que, ante la emergencia sanitaria, “generosamente” estaban reciclando. Eso, para mí, y para muchas otras, fue the nail on the coffin, como dicen. En todo el tiempo que tuvieron entre manos antes de la pandemia, ¿no invitaron a ninguna mujer a dar un curso? No lo sé, pero ante el revuelo que se armó en redes sociales (#SinMujeresNoHayLibertad), los “cursos” se cancelaron (en realidad, algunos autores pidieron que se retirara su grabación para cederle el espacio a alguna escritora, pero en vez de organizar eso, aunque se tomara más tiempo, ofrecieron una tibia disculpa y cancelaron todo, frustrando a quienes estaban interesados en los cursos, por supuesto, que para colmo se enojaron con las “feminazis” en lugar de enojarse con los organizadores, tan olvidadizos o tan poco familiarizados con el panorama literario femenino del país en el que viven). Yo no conozco a nadie en esta brigada, no puedo juzgar su trayectoria ni labor más allá de este tropiezo, pero el episodio rindió un fruto positivo para las escritoras porque, para ayudarles a organizaciones “despistadas” a encontrar a más de tres autoras fácilmente, Esther M. García creó el Mapa de escritoras mexicanas, donde ha ido incluyendo la ubicación y semblanzas de escritoras en activo, estén donde estén en el planeta. Ya no hay excusas. Hay escritoras mexicanas no solo en México sino en muchos otros países.
Si no nos siguieran matando al ritmo que lo hacen, no solo en México sino en otros países latinoamericanos, podría asegurar que el siglo XXI se adivina poderosamente femenino en muchísimas áreas, pero muy en particular en la literaria. Al coro de voces y plumas magníficas que tenemos en México, que van desde Margo Glantz, Guadalupe Nettel, Liliana Blum, Socorro Venegas, Sandra Lorenzano, Mónica Lavín, Adriana Díaz Enciso y Cristina Rivera Garza —por mencionar solo a algunas de mis muy favoritas— hasta Fernanda Melchor y Sara Uribe, se unen desde Argentina y Ecuador las fabulosísimas Mariana Enríquez y María Fernanda Ampuero, pero hay muchas, muchas más esperando ser puestas o resaltadas en el mapa, ser entrevistadas y leídas, sobre todo leídas, porque para eso se escribe.
¿Las mujeres no deberían escribir? Escriben, y de qué forma: con el hígado, con el alma, con colmillos y uñas, con caricias y navajas. Pareciera que las escritoras están al grito de guerra pero no porque se busque pelear, no. Lo que se busca es el reconocimiento al trabajo, a las trayectorias, a la seriedad de sus obras, a no pensar que aplaudirle a una o dos o tres es suficiente. Sí, lo que se busca todavía es la igualdad, algo que en otros países ya no parece un tema tan urgente como en los nuestros. Porque las mujeres deben escribir, y su obra debe tomarse en serio, publicarse, abordarse no como la excepción o como algo “exclusivamente para mujeres”. Yo me tardé muchos años en alzar la voz como parte de este coro pero ahora lo hago con garra y convicción, porque esas voces me dan voz a mí también, me permiten mantenerme conectada con el país que me vio nacer y crecer, con mi lengua madre, y tener el privilegio de compartir con estas mujeres admirables el mismo mapa, literal y metafóricamente.
¿Las mujeres no deberían escribir? Invito a quien haya leído hasta aquí a que se asome a las páginas de internet aquí mencionadas, a que se familiarice con la obra literaria que las mujeres están pariendo y juzgue por sí mismo su importancia y valor. ¿Las mujeres no deberían escribir? Las mujeres no solo deben escribir sino que escriben bien. Escriben bien y trabajan bien y gobiernan bien, es más: son las mejores gobernantes del mundo, como lo demuestran los resultados obtenidos en las administraciones de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda y Angela Merkel en Alemania.
Quizá a México y el resto de América Latina el progreso no nos llegue a través de la política, tan limitada siempre, tan de hombres pequeños con egos grandes. Pero quizá el progreso nos pueda pisar los pasos en forma de igualdad en la literatura, para de ahí irse esparciendo hacia otras áreas y lograr que las preocupaciones que nos roben el sueño ya no tengan que ver con algo tan básico, tan inevitable, tan normal y tan superficial como nuestro sexo. ¿Las mujeres no deberían escribir? No, más bien los misóginos y los machos deberían de transformarse y, si no pueden, entonces acostumbrarse a convivir con nosotras (sin matarnos, sin minimizarnos, sin ningunear). Porque a esta ola de escritoras no hay quien la frene. No hay quien la pare. Y yo, desde mi humilde trinchera al norte del norte, les doy las gracias y les aplaudo a todas de pie.
Nota
[1] El festival anual The Fold que realiza la escritora Jael Richardson en las afueras de Toronto, por ejemplo, está destinado exclusivamente a autores de las minorías o con discapacidades, y Vivek Shraya, una autora transgénero que ha publicado libros como I’m Afraid of Men (cuya lectura recomiendo ampliamente), abrió su propia editorial precisamente para impulsar a autores cuyo origen, inclinación sexual y color de piel les dificultan el acceso al mundo editorial canadiense.
Martha Bátiz es escritora y ha ganado varios premios internacionales, entre ellos el Miguel de Unamuno de Salamanca, España, por su cuento La primera taza de café. Su primera colección de cuentos se titula A todos los voy a matar (Ed. Castillo, 2000); ha publicado la novela Boca de lobo, que fue premiada en el certamen internacional Casa de Teatro de Santo Domingo, y publicada bajo el sello de León Jimenes. Posteriormente fue publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura (2008) junto con una versión al inglés bajo el sello de Exile Editions (2009). Martha es doctora el literatura latinoamericana, traductora profesional y fundadora del programa de escritura creativa en español que se ofrece en la Universidad de Toronto. Su Twitter @mbatiz
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Posted: August 12, 2020 at 10:01 pm
No sé quién sea ésta dama. Advierto que no leí, ni se me antoja leer el artículo, por una simple y sencilla razón; qualquier producto literario de calidad te invita por el título y te seduce en el primer párrafo, y las breves líneas que anuncian este material en definitiva son tendenciosas, subjetivas, y descaradamente cargadas de ideología de género ( me refiero al abstracs, no al artículo ni mucho menos a la obra que alude; reitero, no las he leído ni se me antoja leerlos). El encabezado sugiere que hace 20 años no se fomentaba la producción literaria femenina o que ésta fue infravalorada y que fuera de México la autora en referencia pudo escribir y su labor fue estimulada, fomentada y reconocida. Un escritor, lo hace aún en medio de un campo de guerra, no está esperando a que el mundo le de permiso de escribir; la edición y publicación de lo que se escribe, en definitiva, sí depende de el momento histórico. Hoy, por ejemplo, se edita y se publica mucha basura de ideología de género que distan de ser productos literarios de calidad. No sé que leía el editor de este portal hace 20 o la dama a la que le atribuyen la frase – ha 20 años de haberme ido de México las cosas han cambiado- ; hace 20 años, yo leí a Ángeles Mastreta, a Rosario Castellanos, a Gabriela Mistral a Isabel Allende ,a Sor Juana Inés de la cruz y ninguna de ellas garrapateaba encabezados como este “A 175 años después de que Hawthorne dijera que las mujeres no escribían, sino garabateaban, y a 20 de haberme ido de México, las cosas han cambiado” Martha Bátiz – para empezar el entre comillado alude a qué se pone en duda lo que está entre comillas, regla básica de una redacción pulcra.
También leí en aquellos años La Letra Escarlata, la cuál dejó una profunda huella en mi mente y mi corazón*.
Por cierto que ni hace 20, años ni haora, se podría confiar en que los premios, las becas y los galardones sean garantía de calidad; pues mucho de esto responde más a los intereses económicos de las grande editoriales que a la preservación del arte del bien escribir.
Por cierto, también; que pesar de la desgana y la pereza que me provoca el cliché feminista con el que anuncian este material; me tomé la molestia de leerlo hasta el final, sólo para comprobar que perdí mi tiempo y descubrir que no solo es el encabezado, es también el contenido.
No me Interesa leer ningún material que afirmé, que en un momento histórico determinado una mujer solo puede escribir de “lo horrible que es ser mujer “; en todo caso habrá querido decir que algunas mujeres de finales del siglo XIX igual que algunas mujeres de hoy, hablaban de su insatisfacción con los roles asignados a su género, pero no de un desprecio a su identidad y mucho menos a su naturaleza femenina.