Fue durante el vals
Fernanda Reyes Retana
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Este señor sí se ve nervioso. Su mano sudorosa apenas toma mi mano. Francisco, ese es su nombre, que no se me olvide.
—Uno dos tres, uno dos tres — le repito suavemente para guiar el ritmo, pero sus pies no alcanzan, se mueven como interpelándose uno al otro; quizá por eso no levanta la cabeza.
Yo me enderezo para darle el ejemplo, pero él no me mira.
Sandro detiene la música, quiere repetir las instrucciones. Soltando el aire de alivio, él baja los brazos, da un paso atrás.
—Lo siento, lo siento — repite pasándose la mano por el cabello, que no se ha despeinado, y después se alisa la camisa.
—No te preocupes Francisco, para eso estoy aquí, para enseñarte — intento tranquilizarlo, aunque no estoy segura si logrará aprender algún día.
Me pongo en posición, la espalda firme como me enseñaron en la academia, los labios desplegados: “No me importa si están o no felices, pies en punta espalda recta y una sonrisa son parte de la postura perfecta”. Nos gritaba siempre la maestra.
—Ahora sí me va a salir –asegura Francisco con culpa y toma mi mano.
—No mires tus pies, mírame a mi —le recuerdo suave pero firmemente —Volvamos a empezar – propongo valerosa, temiendo por la integridad de las zapatillas que acabo de comprar. Despliego mis labios. Hago el paso para que él lo recuerde — un dos tres, un dos tres ¿ves? Está fácil, escucha la música, ella te guía.
Por sobre los acordes interrumpen los aplausos de Sandro. La música se detiene, todos nos detenemos, nos separamos de nuestra pareja
—Van bien, van bien señores, no olviden que esto es cuestión de práctica. Nadie alcanza la perfección en dos clases — al hablar, sus brazos aletean suavemente, y sus manos delicadas, complementan —. Ahora a cambiar de pareja. Leonora, ven para acá —me llama con autoridad y acompaña la orden con un gesto de sus dedos nerviosos.
Aliviada, voy hacia él, pasitos con pies en punta, el cuello muy largo. Como si estuviera cruzando el escenario, me detengo en donde Sandro indica. Me toca el novio que le quiere dar una sorpresa a su prometida, o eso escuché en la recepción cuando llegó a inscribirse. Que alto es, espero que no me pise. Me enderezo, alíneo los hombros. Estoy lista.
—Mete la barriga — le instruye Sandro fingiendo desesperación, hundiendo su mano en ésa leve protuberancia, palmeando su espalda. Me pregunto qué le gustará más, tocar a los alumnos o gritar cuando alguien se equivoca —Ahora vamos con el vals para que este novio impaciente practique —. Levanta la mano para indicar, al otro lado del salón, que alguien encienda la música —. Recuerda, uno dos tres cuatro. — dice al tiempo que repite el paso.
Él, nervioso quizá de tanta instrucción, se para frente a mi, yo despliego los labios, miro sin mirar y levanto los brazos, esperando que él me tome. Que concentrado está, tan formal. Sandro le vuelve a enderezar la espalda. Él alínea los hombros, estira el cuello, separa los pies, y muy cerca de mi, abre sus pestañas como telones y despliega esos pozos verdes, llenos de maravillas en su interior.
—Soy muy torpe ¿sabes? No me gustaría pisarte — dice como disculpándose, pero toma mi cintura sin dudar. Se detiene en mi mano, la sujeta mal, pero firmemente y a mí los labios se me congelan, y aún así, mantengo la espalda firme, el cuello largo.
—Te va a salir bien — le respondo esquivando su mirada —solo siente la música, no te preocupes, yo te sigo hasta el fin del mundo — que estupidez estoy diciendo.
Él parece no notarlo, mira sus pies, seguro repasa las quinientas instrucciones de Sandro. Al fondo del salón alguien enciende la música y Sandro, ondulando el brazo como si estuviera dirigiendo una orquesta, pide que le suban al volumen, más, más alto. Él levanta la barbilla, cuadrada, sólida, me mira como para entender si estoy lista y yo quisiera lanzarme de picada en esas aguas.
—¿Cómo te llamas? — pregunta confiado.
La música ya empezó, la tenemos que seguir, pero … —Leonora — respondo nerviosa y con la mirada, lo urjo a empezar.
—Bueno Leonora, enséñame, porque si no, me van a divorciar un minuto después de haberme casado.
Entonces yo me caso contigo. Hubiera querido decirle, sí, eso hubiera querido decirle. Por fin da el paso, lo sigo, me lleva sin tropiezos. Por mi parte, intento hasta levitar para que el no se decepcione, para que tome confianza, para ver su sonrisa, sentir ese pecho fuerte, su olor ¿qué es ese olor?
—Excelente, excelente — grita Sandro desde la otra esquina del salón —. Eso es lo que queremos que hagas. Excelente. ¿Ven todos?
Su cara de alivio es tan limpia, su sonrisa franca y a mi se me derriten las piernas. Firme, firme. Cuello de cisne.
La música se detiene, no escucho lo que Sandro le dice, él asiente y me vuelve a enfrentar, ahora no cierra los ojos, solo repasa en su mente, lo sé porque primero endereza los hombros, pestañea un segundo más largo y su mano llega a mi cintura con la confianza de lo conocido, me toma la otra mano cuidadosamente, ahora lo hace bien, cuenta: uno dos tres cuatro y empezamos.
Ligero, fácil, es como si hubiéramos nacido para bailar ¿no lo notas? Mi vestido vuela al compás de un giro largo, otro más, él sonríe, sin esfuerzo, sin pensar, solo las notas musicales atravesándonos y nosotros retozando entre ellas. Sandro aplaude ¿sigues ahí?, el muy iluso se emociona como si no creyera lo que esta viendo, ¿no sabe que el y yo estamos hechos para esto?, para deslizarnos por el espacio en una danza nueva y a la vez, mil veces repetida.
La música se detiene. Sandro está gritando más atiplado que de costumbre.
—Otra vez, otra vez, desde el principio, pero ahora toma toda la pista, imagina que estás en tu fiesta, ante tus invitados. Todos vean, todos vean para que aprendan.
La pista se despeja, él y yo en el centro. Vestido de frac se verá como un rey. Sonríe como si escondiera un secreto, sus ojos de pozo profundo me miran con picardía, no los cierra, no repasa nada, solo me mira y yo le sostengo la mirada, nuestros cuerpos toman su lugar, han nacido para esto. La música comienza, él da el primer paso, yo lo sigo, vamos en las nubes, su pecho, su cuello grueso, ese olor ¿Campo? una vuelta, otra más, justo en el giro dejo caer mi torso hacia atrás, el me sostiene, extiendo la figura viendo a la distancia indiferente, y cuando me incorporo, él está ahí, esperando mi regreso, nos encontramos nuevamente en un instante eterno, inolvidable y yo agradezco tanto cuando él acerca un poco más mi cuerpo al suyo.
Aunque lo haya bailado mil veces, es la primera vez que este vals entra en mis venas. La pista se agranda y se achica a nuestro paso, el me guía, yo lo sigo, el sonríe, yo me derrito, una vuelta y es como si estuviéramos al borde de un precipicio…
La música se detiene, el hechizo se rompe.
Turbado, me suelta, voltea a su alrededor nervioso, como si lo hubieran descubierto en falta, yo me paso la mano por el cabello que no se me ha despeinado, me aliso el vestido, miro hacia el suelo, ¿busco mi corazón?
—Excelente, excelente — grita Sandro revoloteando a nuestro alrededor — verlos bailar así fue un sueño, una poesía — dice, con su palma girada hacia el cielo y el otro dedo como Adán de Miguel Ángel, señalándonos —La semana que entra trae a tu novia, para que no sea ella la que te pise a ti — y después de dar ése golpe mortal, se gira, tomándose la cintura, alejándose de nuestro desamparo.
—Si, sí, claro la voy a traer la próxima semana — dijo mirándome ¿disculpándose?
Yo saco el pecho, estiro el cuello, intento desplegar los labios, pero no puedo, parece que hoy decidieron que ya no quieren engañar a nadie.
Lo único que sé es que la próxima semana no vengo a trabajar.
*Foto de Dan Smedley en Unsplash
Fernanda Reyes Retana es escritora y tejedora. Su novela más reciente es El amor que nos queda (Sudaquia, 2023), Además publicó las novelas Cortar una jacaranda (Planeta, 2013) y Al encuento del norte frío (Versión ebook, 2016). Ha publicado ensayos sobre arte para la revista Arte al Límite. Sus cuentos se encuentran e Spotify y en Tejiendo Historias. Su Facebook es @FernandaReyes
Posted: May 2, 2024 at 10:11 pm
Felicidades, excelente viaje al salón de baile!