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In vitro: ciencia, negligencia y experiencia

In vitro: ciencia, negligencia y experiencia

Jesús Ramírez-Bermúdez

Empecé a leer In vitro, de Isabel Zapata, durante los momentos de descanso en la consulta externa. El hospital ha recuperado su nivel de actividad mientras nos alejamos de la tercera ola de la pandemia. Pero llegan cada vez más personas en estado de duelo. Doctor, perdí a mi hijo, dicen. Perdí a mis padres. O bien se encuentran con secuelas neurológicas y psiquiátricas como consecuencia de la infección viral. Problemas de memoria, estados de ansiedad y depresión, trastornos respiratorios, del sueño y del olfato: cada día es una confirmación de los efectos a largo plazo que produce el coronavirus-19 en nuestro organismo. En ese sentido, la lectura de In vitro me ha sacado del abatimiento cotidiano, pero a veces, también, lo ha hecho a costa de llevarme hacia los paisajes inquietantes de la introspección. La narración de Isabel Zapata nos conduce a través del tiempo, mediante reminiscencias a la primera infancia, o nos presenta escenas de su transcurso por los paisajes obstétricos de la gestación y el parto. ¿Se trata de un ensayo autobiográfico, o de una novela testimonial? Ante todo, es el relato de la fecundación in vitro que le permitió ser madre. Y es una meditación acerca de las dificultades de procrear en una era tecnológica y entre la turbulencia de nuestro mundo social.

La obra se inscribe entre dos tradiciones: forma parte de un tejido narrativo sobre la corporalidad y la maternidad explorado por escritoras contemporáneas, como sucede en Línea nigra, de Jazmina Barrera (Almadía, 2021), o en La hija única, de Guadalupe Nettel (Editorial Anagrama, 2021). Pero el transcurso de la historia en los espacios hospitalarios, poblados de conceptos biomédicos, nos permite observar también el lugar de In vitro en el género de la narrativa clínica. En ese sentido, encuentro un parentesco con obras recientes que exploran los límites de la salud, como La mujer temblorosa (2009), de Siri Hustvedt (que usa la autobiografía para investigar los misterios de la incertidumbre médica), o la novela testimonial Yoga (2021), de Emmanuel Carrère (calificada por él mismo como el “autorretrato de la depresión”). En otro sentido, vienen a mi mente las ficciones de Michel Houellebecq (Serotonina, 2019) y Enrique Serna (La sangre erguida,2010) sobre la dimensión clínica, farmacológica, de la sexualidad masculina.

Cuando llega el aviso de una nueva consulta, guardo el libro de Isabel Zapata en una bolsa de la bata: tiene el tamaño ideal para albergar un ejemplar pequeño. La edición, a cargo de Almadía (2021), se distingue por el diseño cuidadoso que caracteriza a los trabajos de Alejandro Magallanes. Además hay ilustraciones de Magallanes a lo largo de las páginas: imágenes que establecen un puente entre la dimensión artística y el nivel científico de la narración, pero que establecen, también, una colaboración estética entre los signos lingüísticos y las imágenes visuales. Esto contribuye a la experiencia del lector. Es como si mirara, de alguna manera, uno de los libros infantiles en los cuales no se ha roto el nexo primordial entre el dibujo y la palabra, pero la temática y la trama nos regresan pronto a la realidad: somos adultos (asombrados y asustados) que contemplan el terreno de la infancia con nostalgia y ansiedad. Las ilustraciones no tienen una función decorativa: son parte del discurso estético de la obra, recrean realidades celulares o embrionarias, y nos ofrecen una fusión de los motivos científicos y plásticos del relato. De igual forma, Isabel Zapata usa la terminología médica con un doble efecto: por una parte, nos hace sentir la precisión y la exactitud de su relato, de su mirada: es una manera de atender a los detalles a partir de la descripción científica que nos permite conceptualizarlos. De hecho, el léxico biológico de la obra contribuye a generar un espíritu realista. Isabel nos habla de la morfogénesis, del saco vitelino, de la inyección intracitoplasmática: hay una ambición realista en el relato, que toma por momentos la forma de un realismo científico. Pero a diferencia de un manual obstétrico, o de un reporte científico, In vitro incorpora la terminología de la medicina como un recurso para construir un mundo más amplio, poblado por recuerdos, estados de ánimo, proyecciones imaginarias, interacciones con los otros y con el mundo: en fin, el realismo científico es tan solo uno de los ejes vertebrales de una narración en primera persona que funciona como un texto fenomenológico. En contraste con la precisión científica que aparece en el libro como un valor lingüístico y literario, Isabel Zapata nos muestra también el pobre uso que hacen algunos médicos de la biotecnología (y de la parafernalia) médica. La arrogancia de un médico puede lograr que los mejores recursos de la medicina contemporánea se desperdicien a cambio de nada: a cambio de unos mediocres prejuicios sexistas que desgastan la vida de pareja y el tiempo de quienes buscan los poderosos remedios de la fertilización in vitro.

La arquitectura del libro está formada por bloques breves. Son párrafos reflexivos o narrativos que funcionan como estampas fenomenológicas: cada estampa nos permite evocar escenas cargadas de afecto. Como sucede cuando estamos frente a una fotografía, frente a una pintura o un dibujo, cada estampa nos muestra un fragmento de sentido vital y nos permite intuir, imaginar o reconstruir las extensas ramificaciones biográficas. La estructura del relato es fragmentaria: es como si hubiera un rompecabezas terminado y la autora lo hubiera arrojado al piso, donde el lector debe contemplar cada fragmento para construir por sí mismo el sentido vital. Uno de los aciertos conseguidos con ese método es la síntesis, en unas cuantas líneas, de las complejas redes de significados que definen una biografía. Algunos fragmentos son prácticamente aforismos. Aquí se hace notar el oficio de la autora como poeta y ensayista. Algunos autores usan muchas palabras para comunicar unas cuantas ideas. Isabel Zapata hace lo contrario: aunque la obra trata acerca de la expansión inherente a la gestación y el parto, el método literario consiste, a mi juicio, es cifrar con la menor cantidad posible de palabras el universo vital de la autora. Cada fragmento nos presenta una microhistoria del deseo y de la pérdida. El guion emocional de la obra transcurre entre estos polos. Las estampas traslucen, por una parte, el deseo de vivir, de concebir y reproducirse; y por otra parte, nos remiten a la añoranza de los seres que nutrieron nuestra vida afectiva. La autora nos comparte la nostalgia de una perra; hay unas cuantas anécdotas al respecto, pero se trata más bien de mostrar al lector esa cualidad casi fantasmagórica de los recuerdos, que aparecen con todo su poder en la consciencia, y se desvanecen en seguida para dar paso a las contingencias de la operación cotidiana. La madre de Isabel Zapata, quien falleció en forma prematura como resultado del cáncer, es una figura recurrente. El trabajo psicológico del duelo es un contrapunto narrativo y un trasfondo motivacional para el resurgimiento del deseo. Al referirse a In vitro, Margo Glantz habló de un sentido de resurrección: la muerte de la madre se redime mediante el nacimiento de la hija, Aurelia. In vitro reflexiona sobre el peligro y la dificultad de concebir un ser vivo en el presente, para traerlo a un mundo problemático. Y nos muestra escenas íntimas de la concepción en una era tecnológica.

 

© foto de Isabel Zapata: Manuel Sánchez Castro

 

Jesús Ramírez-Bermúdez. Médico especialista en neuropsiquiatría. Es Doctor en Ciencias por la UNAM. Pertenece al SNI CONACyT. Ha publicado más de 100 trabajos científicos en el campo de las neurociencias clínicas, con reconocimientos en Australia (International Neuropsychiatric Association, 2006) y Estados Unidos (International Conference on Bipolar Disorders, 2011). Es autor del tratado Principios de Neuropsiquiatría (Asociación Psiquiátrica Mexicana, 2019) de la novela Paramnesia (Penguin-Random House, 2006) y de los libros Breve diccionario clínico del alma (Penguin-Random House, 2010), Un diccionario sin palabras (Almadía, 2016), y Depresión: la noche más oscura (Penguin-Random House, 2020) que exploran las fronteras entre la narración clínica y el ensayo científico. En 2009 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario del Instituto de Bellas Artes de México.

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Posted: November 5, 2021 at 8:37 pm

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