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Argentina: sin botes, hundimos el Titanic otra vez

Argentina: sin botes, hundimos el Titanic otra vez

Clara P. Klimovsky

Jueves treinta de agosto de 2018. Agosto es el mes de los vientos que levantan pasto seco y tierra. Estoy parada frente a uno de los edificios principales de la Universidad Nacional de Córdoba, en la que trabajo. El edificio donde funciona el Rectorado de la Universidad está tomado por estudiantes desde el lunes por la noche, reclaman por los leoninos recortes presupuestarios a las universidades. Estoy junto a un puñado de compañeros de trabajo que hemos venido a expresar nuestro apoyo a la huelga docente, sostenida por más de tres semanas, en reclamo de mejoras salariales dignas, ante un gobierno que se tapa los oídos. Nosotros, los trabajadores no docentes (administrativos, técnicos, encargados de mantenimiento, etc.) perdimos la batalla antes de darla, al aceptar, en marzo, un vergonzoso aumento del quince por ciento a pagar en cuatro cuotas a lo largo del año. Día gris, este invierno parece interminable, tenemos los ojos rojos y masticamos tierra, la que trae el viento y se arremolina en la calle.

Suena mi teléfono móvil. Un amigo escribe en el grupo de WhatsApp: “Che, estoy viendo la tele. No sé si lo que muestran es un cronómetro o la cotización del dólar, pero avanza muy rápido…” Roza los cuarenta y dos pesos. Hace meses que hemos vuelto a estar pendientes del Riesgo País, las corridas cambiarias han pasado a ser parte de las conversaciones cotidianas, esperamos saber el valor del dólar como quien espera el informe médico de un familiar internado en cuidados intensivos. Y cuando vemos la cotización, calculamos cuánto menos vale nuestro salario, cuánto más valen la leche, las verduras, la carne, la electricidad, el gas. El gas, justo en un invierno que está siendo particularmente cruel.

“Lo que pasa es que la historia se repite”, le dice una señora a su compañera de mesa en el café donde estoy almorzando. La historia se repite, pienso. Si midiera la historia en tiempos de la vida de una persona, y me tomara como unidad de medida, ¿cuántas veces habría vivido esta situación? Hago memoria. Cuando tenía once años, el Rodrigazo y una inflación que llegó al 777%; entre los doce y los diecinueve, la dictadura cívico-militar con su devastador plan económico y los miles de desaparecidos y exiliados; con la vuelta a la democracia, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, entre mis veinte y veinticuatro años, la hiperinflación en la que un kilo de azúcar cambiaba de precio cinco o seis veces entre la mañana y la noche –siempre que una encontrara un negocio donde comprarla–; durante los gobiernos de Carlos Menem, entre mis veinticinco y los treinta y cinco, la monstruosa devaluación y lo que llamaron “convertibilidad”, en la que el peso pasó a valer un dólar, y entonces, muchos argentinos creyeron que vivíamos en Nueva York o Miami; mis treinta y seis y treinta y ocho, el gobierno de la Alianza que nos llevó a esa odisea en el espacio que fue el estallido social de diciembre de 2001, los cinco Presidentes en una semana, y se coronó con una abrupta devaluación del peso. Celebré mis cuarenta con una amiga que vino de visita desde Estados Unidos y no podía entender cómo habíamos llegado a esta situación y mucho menos imaginar cómo saldríamos de ella. Sumidos en una recesión infernal, aunque desde el 2003 vivimos años duros, de a poco fuimos viendo que podíamos salir del desastre económico sin dejar de aplicar políticas de claro apoyo a la educación, a la salud, a los sectores históricamente desprotegidos de la sociedad; todos nos beneficiamos con subsidios a los servicios básicos, los salarios fueron mejorando y, a pesar de que el dólar, como el sol, siempre estuvo allí, dejó de ser el centro del universo nacional por unos cuantos años. Pero, como la historia se repite, entre mis cincuenta y cincuenta y uno, es decir 2014-2015, el dólar volvió a “volarse”. Y desde entonces, gracias a feroces campañas de los medios masivos, al cambio de gobierno y de signo político, no ha dejado de ir tomando más y más altura, hasta los niveles desesperantes de hoy. Pasé por cinco cambios de moneda y ya no puedo calcular el valor de la actual con respecto a la vigente cuando nací.

“Va a terminar chocando la calesita”, me repite otro amigo del grupo. La insensatez y el resentimiento reflotados por los odios de clase de quienes no toleraron el bienestar de los más pobres, van a hacer que hundamos de nuevo el Titanic, pienso. El humor. Los argentinos tenemos eso, la capacidad de reírnos de nosotros mismos, como salvavidas, para mantenernos a flote, incluso en los momentos más angustiantes. La expresión de la calesita apareció muy poco tiempo después de haber asumido el actual presidente, a partir de las primeras medidas económicas, a contra pelo de las promesas de campaña, y que una gran parte de los votantes intuíamos, con buen olfato, que tomaría. Vamos a ver la misma película otra vez. La historia se repite, como una espiral que vuelve a llevarnos siempre al mismo infierno. La historia se repite dos veces, primero como una gran tragedia y después como una miserable farsa, escribió Marx, en alguna parte. El humor hace que en Argentimba1 continuemos la frase, y a la tragedia y la farsa, agreguemos la zarzuela, el grotesco, el absurdo, el chiste malo, y ahora los memes…

A comienzos de 1989, hacía casi dos años que había terminado mi Licenciatura en Letras Modernas y trabajaba en la Escuela de Letras. En plena crisis económica, ya no recuerdo en qué mes el gobierno otorgó un aumento salarial tan, pero tan obscena y absurdamente ridículo, que cuando lo encontré depositado en el banco, fui al centro de la ciudad a ver cómo podía gastarlo, para qué me alcanzaba. Mi madre iba conmigo y no podía creer lo que hacía. Después de caminar un buen rato, entramos a una perfumería de medio pelo y pregunté qué podía comprar con esa cantidad de dinero, la empleada me miró sorprendida y, con cierta timidez, me respondió “un lápiz labial”. Pues bien, dije, quiero uno, y salí de allí con mi nueva adquisición en mano. El 31 de agosto de 2018 he recibido la tercera cuota del aumento salarial que el gobierno nos otorgó en marzo, como ya dije. Es un cuatro por ciento con respecto al salario de ese mes, mientras la inflación estimada para este año ya roza el cuarenta por ciento. ¿Para qué alcanzará esa suma hoy? No quiero hacer cuentas, tal vez para un kilo de lechuga.

La historia se repite, me digo, mientras escribo estas palabras. Primero como una gran tragedia, pero después de haber pasado por diversos géneros que no hacen sino agravar la degradación de cada ciclo, siento que esta vez la repetimos como vergüenza ajena y dolor propio, a sabiendas de que en cada instancia la sombra del desastre no deja de oscurecer hasta nuestro más irónico sentido del humor. Estamos viviendo la misma película nuevamente, estamos parados en la cubierta del Titanic, a punto de chocar contra el iceberg, sabiendo bien que sólo hay botes para la Primera Clase.

Hoy no hay viento. Una lluvia mansa cae desde anoche y está aplacando la tierra y bañando los árboles, aunque no alcanza para lavar la realidad. En las sierras de Córdoba, nieva. En la calle hay muchas personas que jamás vieron ni verán un dólar. Son los que de nuevo no tendrán botes; esta vez, quizá nosotros tampoco.

Nota

En lunfardo, jerga originariamente utilizada por delincuentes y las clases baja y media baja, “timba” es la casa de juegos ilegales, y por extensión, los juegos mismos. Desde los años de la dictadura, la expresión “timba financiera” hace referencia a la especulación financiera, realizada por los grandes grupos económicos y las clases altas, que terminó destrozando la economía nacional.

*Imagen de portada de Alex Proimos

Clara P. Klimovsky. Córdoba (Argentina) Licenciada en Letras Modernas, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba. Master of Arts, egresada de la University of Maryland, College Park, donde también cursó el doctorado, pero una de las crisis nacionales la disuadió de terminar la tesis y la llevó a trabajar en la administración universitaria, tarea en la que se especializó y de la que vive en la actualidad. Traductora amateur, realizó trabajos para The Nature Conservancy, y otras organizaciones conservacionistas, además de traducir y desarrollar material didáctico bilingüe para diversas editoriales de Estados Unidos, hasta que la crisis estadounidense la dejó sin ese trabajo. Escritora desordenada, tiene comenzados unos cuantos libros que no termina, aunque está trabajando, con ahínco, en un poemario breve que dará a conocer, tal vez, en el presente año. Voraz lectora. Twitter: @ClaraKlimovsky

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Posted: September 10, 2018 at 10:09 pm

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