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La broma perpetua

La broma perpetua

Christina Soto van der Plas

Evelio Rosero,
La carroza de Bolívar
Tusquets, Barcelona, 2012

 

El inicio de La carroza de Bolívar es prometedor: clamando a una musa sin nombre, con la misma fórmula épica de la Odisea, el narrador invoca la memoria del doctor Justo Pastor Proceso y los acontecimientos de los ocho días que siguen a la escena inicial del 28 de diciembre de 1966. El día de los inocentes, disfrazado de simio, el doctor asusta a Primavera, su escurridiza y seductora mujer. Este primer engaño establece la tesitura de la novela, que será la de “una sola broma perpetua”, una representación en forma de farsa. La ciudad de Pasto en Colombia es el escenario de la historia que, en tres partes, hila escenarios en donde la impostura es la actitud central: la patética vida privada y social del doctor Justo, una cátedra sobre las penosas batallas de Bolívar y, finalmente, el intento de un grupo revolucionario de salvar el nombre de la patria. En los tres casos se trata de imposturas risibles que, sin embargo, acaban por tener efectos verdaderos y concretos tanto dentro de la narrativa como en la realidad política de América Latina.

La narración se repliega sobre sí misma y establece su tesitura cuando el doctor encuentra su razón de vida al descubrir una carroza alegórica, cuya figura guarda un extraño parecido con Bolívar. Escribir una verdadera biografía del “libertador de América”, Simón Bolívar, es el único proyecto que aún le ilusiona y la carroza servirá esta función a mayor escala. El doctor y sus amigos de la infancia se reúnen durante una noche para hacer un largo “proceso a Bolívar” en miras de los problemas que podría traerle concretar su obra. “No van a permitir que baile Simón Bolívar el baile que usted quiere, Justo Pastor, y que lo baile subido en una carroza de carnaval”, le dicen al doctor, presagiando el desenlace de la novela. Y es que esta novela es un intento de quitar los fundamentos de la nación en el doble sentido de la palabra: eliminar de tajo los cimientos y principios de la heroicidad colombiana por un lado y, por otro, tergiversar la seriedad y formalidad de un hombre “respetable” como el ginecólogo Justo Pastor.

Si la nación se constituye y legitima con el acto de un padre fundacional, la apuesta de Rosero es desfundarla y revelar la impostura y farsa que yace en la base. Para ello, La carroza de Bolívar se vale principalmente de la obra del historiador José Rafael Sañudo y el único escrito que Carlos Marx dedica a América Latina, una biografía de Bolívar en donde le confiere el epíteto de “Napoleón de las huidas”. La novela logra, de este modo, invertir la sentencia de Marx sobre Hegel, pues la historia, en este caso, sucede primero como farsa y se repite como tragedia.

La prosa del escritor colombiano Evelio Rosero está trabajada de manera sencilla, coloquial y en momentos está cargada de ironía, erotismo y frustración. No obstante, lejos de ofrecer al lector el tan meticuloso lenguaje cascado que caracterizó su obra anterior, Los ejércitos (Tusquets, 2004), La carroza de Bolívar acaba por no tener un estilo concreto ni contundencia a nivel de trama. Las tres partes de la novela parecen inserciones azarosas que no llegan a cobrar sentido y el lenguaje no logra, más que en ciertos fragmentos, llamar la atención sobre su propia constitución. Con todo y ello, la más reciente novela de Rosero es una obra que vale la pena desenfundar.


Posted: June 30, 2012 at 4:09 am

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