Flashback
La historia en el espejo: el espejo en la literatura

La historia en el espejo: el espejo en la literatura

David Miklos

Para mi amigo Jean

Uno: este lugar es histórico

En la calle donde vivo aún se conservan los puentes que se tendían entre una y otra orillas de un río, el cauce ahora entubado, subterráneo, escondido de la vista y del oído, no tanto del olfato; dicen, además, que hay gente que vive allí abajo. En lugar de agua hay un camellón sobre el que se alzan árboles y plantas, además de un césped descuidado sobre el que el paso de la gente ha terminado por trazar un par de senderos. A un costado del puente más grande han colgado un cartel cuya leyenda reza, en altivas mayúsculas bicolores, rojas y negras, pero sin tilde ni signos de puntuación, si bien en franco tuteo:

ESTE LUGAR ES HISTORICO

NO TIRES BASURA

Como suele ocurrir en México, al pie del cartel, sobre la hierba amarilla, descansan un par de bolsas de plástico, negras y de lazos amarillos, rellenas de desperdicios, si bien no es este el punto de mi reflexión o mi discurso, aunque, pensándolo un poco mejor, tal vez sí.

El río que corre debajo del camellón es el Magdalena, cuya fuente se encuentra hacia el poniente de la ciudad, casi llegando al Estado de México y no muy lejos del lugar en el que trabajo desde hace 11 años. Si uno avanza de norte a sur y sobre el segundo piso del Periférico, podrá observar las imponentes cañadas entre las que el río aún corre, allí donde se encuentran los dinamos de la delegación Magdalena Contreras. De hecho, el segundo piso del Periférico, en su tramo gratuito, desciende hasta llegar al Eje 10, trazado en parte sobre el río Magdalena y que, en un día muy lluvioso, ve el agua reclamar su cauce oculto y a veces lo inunda todo, gracias a la basura acumulada y el desagüe bloqueado.

Más allá del camellón que separa mi calle en el par de riberas del río invisible, el agua sale de nuevo a la superficie convertida en hediondo riachuelo debajo de un pequeño puente, para luego ocultarse de nuevo hasta desembocar en el gran tubo que contiene el igualmente escondido Río Churubusco. Allí, pues, acaba el río que comienza una veintena de kilómetros arriba, en la Sierra del Monte de las Cruces que, como ya dije, se encuentra a tiro de piedra de mi oficina.

Antes de proseguir con el río, regresemos con el cartel de mayúsculas bicolores colocado contra uno de sus puentes y hagámonos una pregunta. ¿Por qué es “histórico” el lugar donde vivo, la calle bautizada Paseo del Río, pavimentada con grandes y romos guijarros, y que lleva el nombre de Chimalistac, por un lado, y de Copilco el Bajo, por el otro, frontera natural entre las delegaciones Álvaro Obregón y Coyoacán, no muy lejos del pedregal formado por la lava que expulsó el volcán Xitle en su estallido? La respuesta es doble y abunda en el meollo real de este flujo de ideas, cuyos ejes son tanto la historia como la literatura.

Chimalistac, combinación de “chimalli” e “iztac”, palabras que en náhuatl quieren decir “escudo” y “blanco”, significa “el lugar del escudo blanco”, barrio dependiente del señorío de Coyoacán en el prehispánico siglo XIII. Después de la Conquista y de su establecimiento en Coyoacán, Hernán Cortés cede dichas tierras a Juan de Guzmán Ixtolinque, que pasan por las manos de sus sucesores hasta ser donadas a la Orden de los Carmelitas Descalzos, que convierten los terrenos de Chimalistac en su colegio de teología y artes hacia finales del siglo XVI y principios del XVII. Ya entrados en el siglo XX y durante el Porfiriato, Chimalistac se convierte en el escenario inicial de Santa, la novela naturalista de Federico Gamboa. Luego de la Revolución y a escasos pasos del Río Magdalena, el lugar atestiguó el asesinato de Álvaro Obregón en La Bombilla, lugar en el que ahora se alza un monumento a su nombre y en cuyo interior se preservaba un contenedor relleno de formol en el cual descansaban su mano y antebrazo –desechos humanos–, perdidos en la batalla de Celaya.

Hoy, varias de las calles de Chimalistac llevan nombres tomados de la novela de Gamboa, lo mismo que una de las estaciones de la línea 1 del Metrobús ha sido bautizada La Bombilla. Y no sólo eso: en la antigua casona del escritor y diplomático porfiriano descansa el archivo del Centro de Estudios de Historia de México Carso, cuya entrada se encuentra en la calle Federico Gamboa.

En Chimalistac, pues, se funden la historia –nuestro evidente patrimonio; tanto así que el sitio es protegido por el INAH– y la literatura, por lo cual me gustaría pedirle a los vecinos de mi barrio que cuelguen un cartel en el otro extremo del puente y cuya leyenda diga, en bicolores mayúsculas, pero sin tuteo y con puntuación evidente:

ESTE LUGAR ES LITERARIO:

NO TIRAR BASURA.

asunto que me lleva, como el agua del río entubado, al segundo apartado de esta intervención.

Dos: la Historia siempre se encuentra más cerca de lo que aparenta

De acuerdo con la Wikipedia, que luego sirve para esta clase de menesteres, “La frase ‘los objetos en el espejo se encuentran más cerca de lo que aparentan’ [objects in (the) mirror are closer than they appear] es una advertencia de seguridad que debe inscribirse en los espejos del lado del pasajero en los automóviles de los Estados Unidos, Canadá e India. Aparece allí pues mientras que la convexidad de dichos espejos les da un campo visual amplio, también hace que los objetos se vean más pequeños de lo que en realidad son. Ya que los objetos más pequeños aparentan encontrarse a mayor distancia de la real, un conductor podría hacer una maniobra tal como un cambio de carril en el entendido de que un vehículo adyacente se encuentra a una distancia segura más atrás, cuando de hecho está un poco más cerca. La advertencia sirve al conductor como recordatorio de este problema potencial.”

Pienso en ese espejo retrovisor convexo, situado del lado del copiloto, y la labor del historiador, conducido por el tiempo en su devenir y oficio, me viene a la mente. Allí está todo el pasado, detrás de nosotros, reflejado en gran amplitud y, pese a la distancia que nos separa de los eventos ocurridos, siempre se encuentran más cerca de lo que aparentan.

Luego pienso en Stendhal y su idea de novela, vertida en voz de uno de los personajes de Le Rouge et le Noir, que bien podría aplicarse a Gamboa y tantos otros: “[U]n espejo que se pasea por un ancho camino. Tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino.” [Un roman est un miroir qui se promène sur une grande route. Tantôt il reflète à vos yeux l’azur des cieux, tantôt la fange des bourbiers de la route. ] En su camino hacia adelante, es decir, en su andanza narrativa, el escritor, de acuerdo con Stendhal, recurre al reflejo que lo acompaña en el camino y que le permite verse reflejado no sólo a sí mismo, sino a su entorno, tanto de manera panorámica como a detalle.

Finalmente, y de nueva cuenta, pienso en mi calle que antes era un río y en lo que me muestra el espejo retrovisor del costado del pasajero cuando avanzo hacia adelante, con la cañada detrás mío, en el amplio reflejo de mi memoria. Además de Santa y sus personajes, los Carmelitas descalzos, Cortés y los mexicas, todos presentes en mi Chimalistac de todos los tiempos, alcanzO a ver al cura Hidalgo allá arriba donde nace el río Magdalena, en la Sierra del Monte de las Cruces, lidiando su batalla insurgente contra los realistas el 30 de octubre de 1810. Pese a que Hidalgo, Abasolo y Allende vencieron, ya se sabe, el cura decidió darse la media vuelta y encaminarse al Bajío, a una primera derrota antes de la definitiva, en vez de bajar a la ciudad de México y reclamarla.

Me detengo en mi andar y bajo la vista al suelo, imagino el río que corre más allá de los guijarros, subterráneo, su cauce prisionero de un tubo, mi muy personal Danubio, el agua en la que ningún Heráclito se bañara dos veces. Pienso en la gente que, dicen, vive allá abajo, ajena a lo que ocurre aquí arriba, en donde se tiende la línea de la historia que he aprendido y la literatura que, en su escritura, no termino de aprender. Alzo la vista y miro lo que me ofrece el espejo que me acompaña en mi paseo por la avenida ensanchada por un camellón. Allí aparecen Jean y su sonrisa –alcanzó a ver también a su gato Platanito, favorito de Anna–, señala con la mano hacia arriba, a tiro de piedra de nuestras oficina, y me descubre el sitio en el que Hidalgo, protagonista de su Camino a Baján, se dio la media vuelta y no miró atrás, aunque allí, hoy, se encuentra aún convertido en estatua de sólida memoria.

Guadalajara, Jalisco, 1 de diciembre de 2015.

Miklos1David Miklos es autor de La piel muertaLa hermana falsa y La gente extraña, entre otras novelas. Actualmente es jefe de redacción de la revista de historia internacional Istor. Es columnista de Literal. Su twitter es @dmiklos.


Posted: January 4, 2016 at 10:36 pm