La literatura como centauro
Wendolyn Lozano Tovar
Alberto Ruy Sánchez
La mano del fuego
Alfaguara, 2007.
La vida es lo que tú tocas.
– Pedro Salinas
“Espiral” es la trayectoria con rumbo desconocido en la que viajan las narraciones de Alberto Ruy Sánchez. El autor ha denominado así la ruta de un género nomádico que salta del relato o la fábula al ensayo, sin perder la orientación de “los puntos cardinales de la poesía”. La mano del fuego completa el ciclo de asombros ruyianos que no se sabe si asciende o desciende por esa elipse narrativa, que más que un libro, el autor asegura, es un amuleto: una jamsa con memoria de fuego. Una manolibélula que busca la flama, ya no para arder, sino para confirmar que está viva. Mano invisible que ausculta el amor con los dedos que le falta y que detecta la búsqueda amorosa de hombres y mujeres. Pero también a las orquídeas puede adivinarles sus deseos y ha reconocido que hasta los elementos químicos se fusionan para amarse.
El “contador” se funde y se confunde con las historias de los otros, transformándose en un amalgama verbal que quiere saber —y tocar— de qué está hecho el amor. Para ello ha de ir más allá de los sentidos tradicionales, explorando tactos imposibles y roces metasensoriales. “El narrador nunca es el autor”, dice Ruy Sánchez, pero siempre es el autor y quizá las primeras manos que lo tocaron fueron las de un ciclón en el desierto sonorense. El autor-narrador-alfarero es también el Gran Halaiquí de la plaza de Mogador, el hijo de los insectos, el jaguar al asecho, la mano del fuego desde donde escribe. La perspectiva de la narración, desde ángulos inauditos, adquiere una sola voz mimetizada: la voz del poeta. Desde su sueño ambulatorio y memoria imaginativa, el poeta narra su experiencia viva y sensorial, metiéndose en la piel de los otros como esa larva que transforma y rasga los dogmas de la realidad. Escribe “piel adentro” con un tacto frutal: “La fruta que uno ha tenido en la mano nunca se va del todo”. Porque su imaginación amorosa va más allá de las formas convencionales, el autor entra al horno junto con el barro y encuentra el aliento de la vida en los estertores de la muerte. Los poderes del imaginario de Ruy Sánchez son a los que se refi ere Octavio Paz en La búsqueda del comienzo. Son poderes que “…constituyen nuestra manera propia de ser y se llaman: imaginación y deseo. El hombre es un ser que imagina y su razón misma no es sino una de las formas de ese continuo imaginar. Ser que imagina porque desea, el hombre es el ser capaz de transformar el universo entero en imagen de su deseo.”
La obra se dobla y se desdobla como un origami infinito. No se sabe dónde comienza ni dónde termina. Lo mismo ocurre con el deseo. En Los nombres del aire lo llamó “presencia obscura”. Ahora es “revelación de lo invisible” que descubre en el cuerpo amado una expresión sagrada. La mano y la llama se seducen mutuamente y el placer erotizado de su pavana tiene el rostro de la deidad Shiva que danza en un círculo de fuego. Las narraciones de Ruy Sánchez son también una danza y sus “sonámbulos” personajes no sólo aspiran al goce amoroso de frotar sus cuerpos como maderos o piritas para encontrarse con el fuego. Quieren dejar de ser cuerpos y volver a arder desde su fuente. “No tengo palabras. No tengo boca, no tengo ojos, no tengo cuerpo, no tengo lengua, ni sudor, ni movimiento. Todo está dentro de ti”.
También los deseos de los fantasmas son escuchados por Ruy Sánchez. Su dedo meñique destapa su oído para aguzarlo: “Es el dedo en el que prefi eren pensar quienes desarrollan el placer de contar y escuchar historias en público”. Heredero de una abuela que mediaba la voz de los muertos, “el gran entrometido” desarrolló ese hipersentido desde la infancia. Tal vez, la escalera de piedra de granito sin barandales en la casa de sus abuelos, desde donde escuchaba las historias familiares, cultivó en él su poder imaginativo. Quizá el barón de la Castaña tuvo algo que ver con el deseo desmedido de contar y, desde entonces, su imaginación itinerante se alimenta del fuego vivo de un volcán. Pero su memoria ha quedado tatuada en otra parte. En algún desierto, para asombro del fuego solar, arde todavía la huella de una palma en la arena.
Posted: April 13, 2012 at 9:16 pm