La sombra de Miguel es alargada
Andrés Ortiz Moyano
Las cosas en 2020 podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, ocurrieron así.
Permítanme parasitar el comienzo de El camino (1960) para, en los estertores de este funesto año, alzar un último grito recordatorio de su autor: Miguel Delibes (Valladolid, 1920).
Y es que, además de muchas otras cosas, 2020 fue el año Delibes por conmemorar el centenario del nacimiento del genial escritor castellano. Sería una temeridad o una irresponsabilidad pretender siquiera aunar en un mero artículo o columna, no sólo la obra literaria de Delibes, sino también su producción periodística y, sobre todo, su extraordinaria influencia social y académica más allá del papel y la tinta. No es, digo, el objeto de esta acelerada hagiografía, si bien su verdadero fin pasa más por el prurito de ubicar a uno de mayores genios de las letras castellanas con dogmas, como este precisamente, sin menor atisbo de debate o duda.
No en vano, y para los neófitos, la magnitud de Delibes es tan notable que no son pocos los estudiosos y críticos que le llaman el “NO Nobel”, un reconocimiento que bien hubiese estado a la altura de su pluma. Aunque autodenominado “uraño” y poco dado a los reconocimientos, Delibes era consciente de la importancia de la exposición de su trabajo. Buen botón de muestra es la anécdota que cuenta que, anualmente a principio de los 90, todas las sesudas quinielas en las vísperas del prestigioso premio Cervantes, éste o aquél experto colocaba al escritor como flamante galardonado. Dicen que, desde el balcón de su ventana, don Miguel asomaba para anunciar a los periodistas impacientes:
— No ha caído. Se lo han dado a otro.
— ¿A quién esta vez?
— A Dulce María Loynaz.
— ¿Y esa quién es, don Miguel?
— ¿Y yo qué sé?
La biografía de Delibes es difícilmente adaptable a un único estilo, a una idea, a una propuesta. Su propia bibliografía resultaría insondable si nos rigiésemos por ese odioso “imperdible” que recomiendan los redactores perezosos cada vez que la palma un escritor. Sí existe un hilo conductor patético, marcado nítidamente por una tristeza y un determinismo que, sin embargo, nunca supusieron óbice para el marcado carácter de denuncia de la obra de Delibes. La celebérrima Cinco horas con Mario (1966) es estrictamente un soliloquio con un muerto, pero en realidad es el lienzo de dos filosofías, dos maneras de vivir, ensambladas en el matrimonio de Carmen y el difunto Mario. El camino es el forzoso paso de niño a adulto del entrañable Daniel “El Mochuelo”, pero también el inexorable despoblamiento rural que deviene en canto ahogado a esa Castilla empobrecida y vacía. El disputado voto del señor Cayo (1978) es una perfecta radiografía de la política espectáculo, huera de sentido y humanismo, y esclava de efectismos y propaganda; tan vívida y vigente en estos tiempos de posverdades e identidades secuestradas. Quién se lo iba a decir a don Miguel hace más de 40 años.
Delibes, en origen periodista e hijo de su tiempo, utilizó su prosa para denunciar en los libros lo que no podía en los periódicos. Director del prestigioso El Norte de Castilla a finales de los 50, la censura franquista amordazaba la denuncia de una de las obsesiones de Miguel: el empobrecimiento infame del campo castellano. De ahí que se atreviese con valentía a publicar Las ratas (1960)… y el invento funcionó.
De Delibes resulta igualmente atractiva la imposibilidad de encorsetarlo en la ideología bipolar de España. Valga como ejemplo el dolor de muelas constante de su trabajo periodístico para el régimen de la época, pero a la vez afín al bando nacional durante la Guerra Civil. Su figura es de la pocas relacionadas con las artes capaz de sobrevolar el fatigoso e irrelevante debate del genio “de izquierdas o de derechas”. Quizás su atípica Parábola del náufrago (1968), sátira contra la deshumanización del capitalismo y el comunismo, sea curiosamente uno de los lienzos más ilustrativos de su forma de pensar.
Pero debatir sobre la ideología de Delibes es tan fútil como trivial, a la vez que injusto, ya que su literatura ha trascendido otros ámbitos de extraordinaria caladura tanto en su época como en la nuestra. En este sentido, no es descabellado pensar que don Miguel fue uno de los activistas más influyentes por la ecología sin tener que subirse nunca a una zódiac naranja de Greenpeace.
El amor por el campo, por lo agreste y rural impregna toda su biografía con evidente tino. Tanto desde el punto de vista social, como el natural (el mismo autor bautizó a varias especies de pájaros). Delibes, en sus propias palabras, no era un escritor que cazaba, sino un cazador que escribía. Es una de las mayores muestras de que la cinegética es, quizás, una de las mayores muestras de respeto y amor por la naturaleza.
El pesimismo es el barniz de sus palabras, pero entendido de manera que no supone un ancla inmovilista, sino que se transforma en un matiz afectuoso, tierno incluso, a través de historias dramáticas que, a pesar de todo, suponen un peso específico en las humanidades y en la persona, el individuo, único y rico en su diversidad. Este planteamiento se descubre especialmente bien en su última novela El hereje (1998), un relato enternecedor sobre el choque de ideas, intransigencias y valentías en plena contrarreforma española.
Delibes es, por tanto, un coloso literario. Un hito en las letras hispánicas capaz de esgrimir con asombrosa facilidad los cimientos de la lengua y conmover con historias de la tierra y de las personas. Hoy día, su legado, que alcanza con magnas adaptaciones también el cine y el teatro, es eterno. Un mismo legado que se proyecta alargado como la sombra de cierto ciprés…
Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy
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Posted: January 9, 2021 at 7:51 pm