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La túnica de Neso

La túnica de Neso

Mayco Osiris Ruiz

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Rafael Cadenas: A Rilke, variaciones.

Galaxia Gutenberg, 2024, 71 pp.

Decir —a estas alturas de su poesía y del siglo— que Rafael Cadenas ocupa en nuestra lírica un sitio de excepción supone, francamente, una obviedad. A caballo entre el mito y los laureles del poeta mayor, representa un momento casi atípico dentro del panorama latinoamericano. Salvo por Los cuadernos del destierro, donde el lenguaje absorbe (aunque no sin marcar su diferencia respecto de esa estirpe) la voluptuosidad de un mundo predispuesto a “enloquecer de amor”, su obra me parece una suerte de túnica de Neso por cuanto va arrancando la piel de las palabras, despojando el decir hasta expurgarlo de “esa demasía” que nos aleja de la “insospechada profundidad”.

Por supuesto, ante la exuberancia y profusión que a menudo reviste nuestra literatura, encontrar un poeta que corta y se recorta, o bien, que sabe desandar a lo esencial, es casi tan heroico como inusitado. Curiosamente, no concibo el decurso de su labor poética como una expedición que encuentra su lugar al tiempo que sondea un complejo horizonte de posibilidades. Me parece, antes bien, que su cruzada ha seguido la ruta de un destino tan claro como manifiesto: el de esa levedad que ya es patente en los versos tempranos de Falsas maniobras:

Ese peso que crece sin uno darse cuenta ya no está.

Solamente llevo lo que me he quitado.

Soy un hueco florido.

Dicho carácter, más austero a medida que es más vasta su obra, es también una herencia enclavada en la mística y en el mejor espíritu romántico. Cadenas —quien además de versos dedica sendas páginas al estudio de Wordsworth o San Juan de la Cruz—, se ha propuesto asumir ese legado del que deja constancia en su mirar paciente y en su preocupación por expresar, como si fueran uno, lo real y lo sagrado. Pero también (como un nexo que estrecha aún más la relación entre su oficio y sus disquisiciones sobre el mismo), en la noble agudeza y el fervor con que sabe ya no sólo leer a otros poetas, sino hacerlos hablar, inventarlos de nuevo en el poema.

En este sentido, A Rilke, variaciones, es, primero, una adenda o un colofón poético a una charla iniciada tiempo atrás, en dos libros distintos y hermanos entre sí: Anotaciones, de 1983 y Gestiones, de 1992. Es, también, una suerte de deuda paradójica que atañe, en la misma medida, al hombre y al poeta, puesto que se celebra entre los dos extremos de experiencias idénticas, pero siempre encontradas: arte y vida, instinto y razón, poesía y pensamiento…  Esos polos, de imantación naturalmente problemática, no resultan ajenos a un poeta que resiste y desdeña “dividir la realidad” y no acierta a entender por qué hay quienes lo hacen. Pero, tampoco, a un hombre cuya vida ha ocurrido a trasmano y, por tales razones, halla en Rilke un modelo tan perfecto como contradictorio:

Festejo

tu fruición

de ser

ese tu vivir

tan uno con tu rededor,

tan reencantado,

tan sintiendo.

***

Rehusabas amar

—lo decías—, no obstante

anduviste prendido

de las venas terrestres

tan innegables.

Esa dualidad, que más que un elemento literario sería el acicate de una obra (la de Rilke) cuya grandeza y largo aprendizaje consiste, justamente, en integrar un tiempo y un espacio en donde “la poesía es también una forma del pensamiento”, trasmina de tal modo la escritura del libro que acaba por crear algo que excede al diálogo y al homenaje: una extraña poética o poesía en el espejo, esto es, brevísimos apuntes de palabras hurtadas al silencio que se miran y ensalzan, en la escritura ajena, virtudes y principios arraigados tanto en su contextura como en su aspiración de régimen estético:

Recibiste el hondo encargo

de hacer patente

como esculpido

el misterio

omnipresente

al que se lo anexa

un ruidoso

olvido.

Preparaste tu idioma

para esa diligencia.

***

Dijiste

para mostrar el pasmo

de estar aquí.

Igual de sintomática —como bien lo señala el poeta Jordi Doce en el prólogo que acompaña a la edición— es la proclividad con que Cadenas “invoca a sus maestros”. Se trata, como dice, de un doble movimiento que oscila entre la gratitud y la restitución. En ese sentido, lejos de comulgar con la idea de la influencia como un peso heredado y agobiante, se adhiere a la intención de compensar palabras con palabras, o bien, de devolver algo de gratitud por el aprendizaje de materias que atañen “al espíritu y a las vicisitudes de nuestra existencia interior”:

Tu poesía nos alecciona

para dar con un ver desnudo

que nos devuelve lo que es.

***

De tus laboriosas letras

nos incumbe

ver

con exactitud.

No menos importante, puesto que reconcentra una actitud vital de la obra de Cadenas y de la idea que rige la estructura del libro, es la necesidad de resarcir “de manera más o menos deliberada la tendencia de nuestra época al adanismo y a la ignorancia miope de sus fuentes”. Nada sorprende más que el desinteresado ejercicio de honestidad con que el autor sabe recuperar la figura de Rilke o, más encomiable aún, porfiar con sutileza y naturalidad en la ambición de una palabra austera, despojada no sólo de retórica, sino de la irrisoria presencia de ese yo que enturbia la experiencia del poema:   

Cuánto trashumar por rutas solas

a la busca

de tu entonación,

abolido

como quien mira

con ojos desocupados.

***

Andabas sin apropiarte

de nada

y aunado

a fuerza de omitirte

como los pobres.

Acaso ese mirar de “ojos desocupados”, ese meticuloso apego a la omisión “en pos de la totalidad”, sea también una crítica a un siglo que antepone la figuración a la búsqueda del misterio, la escritura “literaria” o “profesional” a aquella que despunta “urgida, penetrante, pero sin ‘designio’ claro”. No creo que exista mayor prueba del facilismo y la imbecilidad que arrasa en nuestra época, que la experticia de quienes se procuran un estilo ávido de aventuras y teorías con el único afán de ser leídos en el estrecho círculo de afinidades en que suelen datar tanto el inicio como el fin de la literatura. Cadenas (que en una entrada de Anotaciones abominaba ya los espejismos que suele producir el “pequeño ouroboros de los poetas condenados a escribir para poetas”) no duda en deplorar esa fascinación de avenirse al presente y a todas sus demandas; lo suyo, sin embargo, no es una reprimenda como una exaltación de lo poético, es decir, de un espíritu o una vía que comienza en el ideal rilkeano de una modernidad sin ataduras ni capitulaciones. Dicho en otras palabras: de una poesía “capaz de conversar con su tiempo histórico sin someterse a él” y dada, por lo mismo, a desoír “los reclamos de la actualidad voluble para afianzarse en la roca de un presente propio”:

Un día

te residenciaste

en el momento

que no cesa de fluir.

***

Tu poesía

se erige en medio

de la inatención

que nos reduce.

***

En tu boca

fulgura

el ahora

eterno.

Antes, al comentar el modo que tiene de entregarse esta poesía, quise ver el milagro de su iluminación como un ardor que arranca la piel de las palabras o desnuda el lenguaje hasta mostrar sus huesos quemados en la pira de “exactitudes aterradoras”. Sin embargo, yendo un poco más lejos en la escala de esa correspondencia, importa rescatar la semejanza que también instituye con el que, me parece, pudiera ser el logro más íntimo del libro: me refiero a la hondura con la que nos desuella de nuestro conformismo y con la que desgarra nuestra frivolidad, nuestra escasez de hambre y de absoluto. Una escritura —un manto envenenado— de palabras calladas que son, para nosotros, como “un leve llevar de la mano /a donde ser sin más y vivir se conciertan”.

 

Mayco Osiris Ruiz (Xalapa, Veracruz, 1988). Poeta y crítico. Ha publicado en revistas como Sibila, Palimpsesto, Literal. Latin American Voices y Letras Libres. Es autor de El revés de esta luz (Taller Ditoria, 2015). Twitter: @MaycoOsirisRuiz

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Posted: January 8, 2025 at 10:35 pm

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