Lectora de Corín Tellado
Anadeli Bencomo
• Ana García Bergua,
La bomba de San José,
Era/UNAM,
México, 2012.
Ana García Bergua, uno de los talantes narrativos más originales de su generación, nos hace entrega de su quinta novela, ambientada en el fervor de la cultura sesentera en México. La historia cuenta los avatares de una pareja, Maite y Hugo, representante de esa franja clasemediera y urbana que vive intensamente los embates de la cultura mediática, publicitaria, de destape sexual y excesos típicos de una década deslumbrada por las figuras rutilantes del espectáculo, junto a las promesas de liberación de ciertos modos de la mojigatería burguesa de décadas anteriores que el mundillo artístico se afanaba en clausurar. Hasta cierto punto el lector habituado a las creaciones ficcionales de esta autora puede anticipar el tono y el tenor de las aventuras de esta pareja cuando en las primeras páginas se retrata a una Maite, ama de clase que se aburre y su esposo, Hugo, quien sueña con producir una película protagonizada por la sensual Selma Bordiú, una vedette que llega fortuitamente a la vida de ambos para provocar el trastrocamiento de la cotidianidad de la pareja y de su círculo de amistades.
Sin embargo, el aspecto de la novela que me interesa destacar en esta reseña más que la propuesta del relato por revisitar una época de la vida en la ciudad de México, es un asunto narrativo que me parece característico dentro de las novelas de esta autora. Me refiero a esa insistencia de los personajes de la ficción de García Bergua de presentarse como figuras lectoras. Es precisamente esta imagen del personaje lector la que se manifiesta como una clave dentro de sus construcciones novelescas. Pensemos, por ejemplo, en el Artemio González de Púrpura (1999) que recurre a la lectura de novelas como una manera de agenciarse una educación sentimental y social, o en el Raúl Soulier de Isla de bobos (2007) que se imagina a sí mismo como un romántico Robinson Crusoe en la isla de Clipperton, o el doctor Bonifacio de Rosas negras (2004), lector de tratados esótericos y organizador de furtivas sesiones espiritistas en un pueblo de provincia que no escapaba a los embates del positivismo protagónico de fines del siglo XIX. Son tales inclinaciones lectoras las que terminan por modelar los caracteres de estos personajes novelescos, justificando no sólo sus temperamentos, sino sus acciones. Son todos ellos, además, individuos que se aburren en medio de sus existencias nimias y cotidianas y que canalizan a través de sus lecturas sus deseos por una vida más significativa. En pocas palabras, son todos miembros de esa familia literaria encabezada por esa suerte de matriarca que es Emma Bovary, referente indiscutible a la hora de aproximarnos a las subjetividades creadas por García Bergua en sus páginas más memorables. En La bomba de San José su autora vuelve a entregarnos un pariente de estos caracteres en la figura de Maite, quien recurre a los folletines de Corín Tellado como plausible guión para su nueva vida de mujer emancipada, paradójicamente traducida dentro de los códigos de la heroína melodramática: “yo me encerraba a llorar en el baño de la mercería con la novela de Corín Tellado buscando ver qué haría la protagonista, pues también estaba embarazada, aunque ella sólo tenía un hombre, su primer y único amor. Era una mujer más decente que yo…” (168)
Esta inclinación a la imaginación melodramática convierte a Maite en otro de los protagonistas entrañables del universo narrativo de García Bergua, esos que conducen sus vidas de manera auténticamente novelesca y vicaria. Personajes de ficción, en el sentido más puro del término, sujetos que actúan como si sus vidas encarnaran un guión cinematográfico que les pudiera elevar a una mayor estatura. En el caso de La bomba de San José, es precisamente la vedette aludida en el título la encargada de disparar el dispositivo vicario de la evolución del personaje femenino que intenta remedar a esa Selma que ha cautivado a su esposo al punto de la enajenación. Pero mientras Maite seduce al lector al modo en que lo lograran otros protagonistas garciaberguanos, la personificación de Hugo, el marido infiel y cegado por los encantos de la vedette costarricense, no alcanza el mismo grado de contundencia o eficacia narrativa. Me pregunto, entonces, si la debilidad relativa de la figura de Hugo obedece precisamente a que en su caso no existe un ‘guión’ folletinesco o novelesco que oriente sus acciones. Hugo no es un lector, cuando mucho es un creativo publicitario de segunda cuyos lemas simplones no permiten reconstruirlo intertextualmente. Hugo no logra remontar su condición caricaturesca y en esa falta de simetría se advierte una de las debilidades de la novela, que termina otorgando un claro protagonismo a la historia de Maite, sin un correlato que encuentre en las figuras de Selma o Hugo un contrabalance personificador. Selma se diluye irremediablemente luego del primer tercio del texto, y Hugo termina cayendo en una predictibilidad un tanto decepcionante.
Ana García Bergua ha comentado cuánto se divirtió escribiendo esta novela y creo que el lector disfrutará igualmente estas páginas que contienen una historia hilarante y truculenta contada con ese humor al que nos ha habituado esta autora en sus entregas más recientes.
Posted: April 28, 2013 at 4:05 am