Manos de lumbre o la extraña feria de Alberto Chimal
Fedosy Santaella
La lectura de Manos de lumbre (2018) de Alberto Chimal me ha recordado los sideshows de aquellos circos o ferias que a mediados del siglo XIX tuvieron asiento sobre este planeta lleno de perplejidades y sinsentidos. Pienso, por ejemplo, en aquellas famosos paquetes del sideshow denominados «Diez en uno», en el que la persona pagaba una entrada y tenía acceso a un espacio ocupado por diez rarezas de la naturaleza, o eso por lo menos se aseguraba. Aquel era el recinto donde el curioso se maravillaba y al mismo tiempo se horrorizaba con una mujer barbada, un irlandés gigante, un indio tatuado, un gordo inmensamente gordo, un hombre que podía sacar los ojos de sus órbitas a voluntad, un esqueleto humano y así cuente usted hasta diez, que eran diez los llamados fenómenos.
En este caso tenemos como maestro de ceremonia a un hombre con manos de fuego que hace arder las cortinas de la realidad para mostrarnos qué tan extraños, qué tan fenómenos seguimos siendo más allá de la carpa y en pleno siglo XXI. Ese prestidigitador, que no quepa duda, es Alberto Chimal, uno de los autores más particulares de la literatura mexicana actual, y quien, para esta ocasión, nos entrega seis magníficos cuentos bajo la prestigiosa lona de la editorial española Páginas de Espuma.
Este “Seis en uno” que es Manos de lumbre despliega con maestría historias que se adentran en el asombro, la maravilla y el horror del sideshow (no tan sideshow) que nos ha tocado vivir. Cada cuento, narrado en primera persona (a excepción de uno), se adentra en las razones y las sinrazones de sus personajes, que tratan de reflexionar, de explicar(se) su bajada a los abismos. Pero al mismo tiempo, cada cuento cuenta una historia que lo lleva al otro lado de la realidad, a una zona indeterminada donde penden revelaciones pero también nuevos misterios; allí, donde los símbolos se entrecruzan, donde el fuego inteligente, ameno y cargado de humor del autor funde teoría literaria, cultura popular, mitología, rock and roll y más, sin sonar pretencioso o cansar al lector; todo lo contrario.
El palimpsesto literario (o el plagio, entendido como acto deshonesto) y los corridos modernos se juntan en “Los Leones del Norte”. Acá, un escritor de prestigio es descubierto en sus préstamos (o robos) discursivos y recibe la visita, nada más y nada menos, de los Leones del Norte, los meros plagiados. El relato en primera persona brilla por su gracejo afectado que esgrime las consideraciones del escritor para apropiarse de los versos de la banda. Su postín de caradura llegar a ser tan grande que sin vergüenza enarbola pretensiones de superioridad intelectual y de clase en contra de los músicos populares. El cuento hace referencias al plagio y a teorías del palimpsesto. Se nombra, por ejemplo, el ya clásico Contra la originalidad, del norteamericano Jonathan Lethem, libro que teoriza sobre las ventajas del plagio y que está escrito en su integridad con frases sacadas de otros autores. Chimal, con conciencia de equilibrio y sobre todo, con arte narrativo, introduce tales elementos de corte académico o teórico, sin sobrecargar ni perderse por esos meandros.
“Una historia de éxito” nos trae una recreación contemporánea del universo de los oráculos de la Grecia antigua unida a una historia familiar centrada en la voz de una narradora que entrega el cuidado de la hija menor a su madre. Luego de un tiempo, la narradora asistirá, por invitación de una amiga, a un templo (de moda) que no termina de ser evangélico, pero donde hay pastor y gente que vibra poseída por el poder sugestivo de los sermones. Ubaste, como toda pitia digna, soltará una frase en apariencia sencilla pero que puede interpretarse de varias maneras (lo que siempre fue el modo de las profecías en Delfos). La madre relacionará la profecía con la hija, que en manos de la abuela ya tiene trazado un camino seguro a la universidad. El título, como si fuera una reminiscencia de los cuentos de Chéjov o de Saki, termina en un revés tragicómico que nos hace preguntarnos quién es el personaje del éxito, pues no encontramos más que un saldo de equivocaciones y fracasos en esta historia. Víctimas y victimarios son las piezas de este show de la superstición y de la mediocridad que gusta hacerse de una olla de cangrejos que hala hacia abajo a todos aquellos que más o menos intentan asomar la cabeza por encima del montón.
Un juego entre el hipnotismo, el espiritismo, el sexo y los foros de internet teje la ambigüedad de las palabras en “Marina”, uno de los relatos más cortos de Manos de lumbre, y el único narrado en tercera persona. Quizás esa voz en tercera pueda compaginar con el final, a manera de acoplamiento con la idea de que entre Sergio y Luisa hay realmente otra persona, una tercera alma llamada Marina. Internet, la hipnosis, las fantasías sexuales se conjugan para levantar un mundo fantasmal en el que las personas no son más que eso, espectros que entran y salen entre distintos caparazones.
Quizás por su naturaleza espectral con referencias a la tecnología, “Marina” da paso al relato más extenso del libro, y trata otro tema igual de fantasmal pero esta vez enmarcado en el transhumanismo. De Mariana pasamos así a Celeste, a la “Segunda Celeste”, una mente, un fantasma dentro de una máquina. La narración comienza de manera magistral: «”El día de mi muerte llegamos al hospital a las ocho de la mañana.” Y digo magistral porque Chimal utiliza en apariencia un tópico muy gastado (y por lo tanto barato y para nada sorpresivo): el de contar una historia narrada por un personaje muerto. Y en efecto, el personaje está muerto (y esto no es un spoiler), pero el autor ha sabido darle una vuelta de tuerca tal a la historia que ha hecho que el lugar común se convierta en un registro de perspectiva original. Con todo, la filosofía de la mente (entran un poco acá en los comportamientos de Celeste las ideas de Gilbert Ryle), la neurociencia y el transhumanismo terminan girando hacia los espacios de poder corrompido, donde la perpetuidad de la conciencia después de la muerte se convierte en una garantía de continuo dominio o sometimiento de unos hombres sobre otros. Lo anterior va además fundido a una historia de amor con triángulo amoroso, allí de nuevo en ese juego de tres personajes que comenzó con «Marina». La prístina razón de la ciencia como acicate del progreso y del bien del hombre termina convirtiéndose en un show más de ocultamientos perversos.
Otro tramposo del mundo sobrenatural hace su acto de aparición en “Final feliz”, donde el asunto parapsicológico se fusiona con la fantasía sexual en torno a este truhan adiposo y siempre vestido de blanco. Cosme, el Curandero de las Estrellas, percibe el futuro y las enfermedades metiendo sus narices (literalmente) en las partes más íntimas o vergonzosas de sus clientes. “Final feliz” resulta un relato humorístico mucho más evidente en sus intenciones que los anteriores, pero es también uno de los más carnavalescos, incluso, esperpénticos.
“Voy hacia el cielo” cierra el libro con justo mérito. También narrado en primera persona, pero en forma de testigo, el relato encuentra a una chica de nombre Rebeca contando la historia del tío Pablo, un viejo quemado que dice haber sido secuestrado hace años por los extraterrestres en una noche de extravío etílico por los lados de Texcoco. Este, según su propio testimonio, fue sometido a pruebas innombrables que lo dañaron y lo convirtieron en un inútil irreparable. Desde entonces, nos cuenta Rebeca, Pablo no ha hecho más que vivir en su cuarto y escuchar a todo volumen rock de décadas pasadas. Pink Floyd, Café Tacuba, Los Dug Dug´s, Caifanes y David Bowie, entre otros, recorren las páginas de este relato que de alguna manera nos habla de ideales de libertad perdidos o aplastados bajo el signo de la opresión. Pablo fue abducido por extraterrestres, pero también podría entendérsele, desde el correlato simbólico, como un secuestrado de las fuerzas del Estado, un joven (para entonces) que fue sometido a tortura hasta quedar completamente anulado, ahora especie de fenómeno de feria que ya no representa ningún peligro para los poderes.
Libros como Manos de lumbre se agradecen; devuelven la fe en una literatura imaginativa y seria, una literatura que arriesga y no se queda en el simple panfleto o en un realismo llano que no ofrece ese misterio necesario en todo buen cuento. Páginas de Espuma le abre de nuevo las puertas (ya en 2015 le publicó Los atacantes) a este narrador de escritura notable y pulida, de excelente manejo del humor y de arrojo para la experimentación sugerente. Se agradece también la labor de la editorial, que lleva unos buenos años dedicándose a poner en su justo lugar el complejo y poca veces comprendido género del cuento, que muchas otras empresas rechazan por considerarlo nada rentable. A Chimal lo acompañan en este propósito de Páginas de Espuma autores como Edmundo Paz Soldán, Rodrigo Blanco Calderón, Samanta Schweblin y los también mexicanos Antonio Ortuño y Guadalupe Nettel. Con Manos de lumbre, Chimal suma otro acierto, otro salón de rarezas a su obra originalísima, llena de personajes trágicos, entrañables, pobres criaturas de este mundo destornillado y violento.
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Posted: November 14, 2018 at 10:39 pm