Octavio Paz y Carlos Fuentes: un mayo oscuro
Malva Flores
• Presentamos un fragmento del libro Octavio Paz y Carlos Fuentes: Historia de una amistad, de próxima aparición.
Tiene razón Enrique Krauze cuando señala que 1968 fue la hora mejor del poeta, en relación con el conflicto estudiantil de ese año en México y su postura diplomática. El tema de su renuncia o su “puesta en disposición”, ha sido ya analizado y develado. La investigación que al respecto realizó Ángel Gilberto Adame en Octavio Paz. El misterio de la vocación (2015), es incontestable. El capítulo de las “Perspectivas históricas y jurídicas” del caso nos revela que Paz no renunció a la embajada de la India en sentido estricto, a pesar de que sí existía esa figura legal. “Formalmente –nos dice el autor después de una exhaustiva revisión de los archivos y la legislación correspondiente– Paz renunció al Servicio Exterior el primero de septiembre de 1971”, es decir, tres años después. Adame muestra las posibles razones de Paz para solicitar su disponibilidad, mediante la cita de su correspondencia con Charles Tomlinson y Carlos Fuentes en esa época y en la que se hace evidente que ya deseaba jubilarse y hacía trámites para ello. La circunstancia de su separación del cargo, ¿demerita en algo el gesto político de Paz? Ya Christopher Domínguez Michael apunta en el prólogo al libro de Adame que, si bien es necesario investigar aún más sobre el asunto, la postura de Paz revestía, y reviste aún, un carácter moral de difícil parangón, dadas las implicaciones políticas y sociales que ello tuvo para el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. El gesto de Paz —un gesto que, por cierto, quiso repetir Fuentes años más tarde sin obtener un resultado similar—, es un hito en la historia de la diplomacia mexicana y el renacimiento pleno del crítico que el 4 de octubre de ese año le escribía a su superior, Antonio Carrillo Flores: “Basta leer a la prensa diaria y semanal de México en estos días para sentir rubor: en ningún país con instituciones democráticas puede encontrarse ese elogio casi totalmente unánime al Gobierno y esa condenación también unánime a sus críticos.”
Fue también la hora mejor de la amistad entre Fuentes y Paz, como lo comprueban las más de treinta largas cartas que se escribieron ese año y que se encuentran en Princeton (si bien ese archivo está incompleto, según se deduce de las propias misivas). En México, recuerda Jorge Volpi, al inicio del año apareció en Excélsior un cartón de Abel Quezada donde “dibuja sus propios pronósticos: ‘Regresarán a México cuando menos dos intelectuales en el exilio [Octavio Paz y Carlos Fuentes]. Las Olimpiadas serán un éxito y tendremos campeón propio…” Sí tuvimos un campeón, el inolvidable Tibio Muñoz, pero Paz no volvió a México ese año. No obstante, 1968 había empezado bien para el poeta que se encontraba en uno de sus más altos momentos creativos. Despojado de la sombra que sus relaciones amorosas habían posado sobre él en el pasado, la presencia de Marie José Tramini había transformado su vida de tal modo que su reflejo era evidente en su concepción poética y también política. Blanco, el poema que había escrito en 1966, y cuyos primeros ejemplares recibió a finales de enero de 1968, son la mejor muestra de esa revolución interior que, cada día más, le obligaba a independizarse del Estado mexicano. Si el arte y la literatura deberían estar libres del “‘benévolo’ paternalismo oficial”, le comentaba a Fuentes el 11 de febrero, ¿por qué él no habría de estarlo también?
A partir de la escritura y publicación de Blanco, la cabeza le bullía y estaba obsesionado con “las relaciones entre sonido, plástica y palabra”, le escribió a Vicente Rojo el 6 de marzo. Deseaba realizar con él y José Luis Ibáñez una película que concebía “como una proyección del libro (y del acto de leerlo) en la pantalla.” Tenía otro proyecto en mente que muestra el interés vanguardista de Paz en aquel momento en que la “poesía visual” no era cosa de todos los días, como ahora. Blanco había sido diseñado por Paz. Ahora necesitaba de Rojo para llevar a cabo los Discos visuales, una “variante del poema-objeto de los surrealistas.” Su interés primordial era la intervención directa del lector a través de un “juguete”, que se le había ocurrido al ver un anuncio de la TWA. Junto con la explicación y la carta, le envió el modelo dibujado y los cuatro poemas que integrarían ese “álbum”.
Su entusiasmo artístico pronto fue de la mano con su entusiasmo político. El 23 de mayo le escribió a James Laughlin sobre su duda, ya resuelta gracias a Tomlinson, de cómo debía llamarse Blanco en inglés (“I think that Tomlinson is right: the title must be: The White Centre”.) Al final de la misiva, con grandes letras le escribió “¡Francia, Francia, Francia!” y a muchos de sus amigos les relató el entusiasmo que le provocaba la movilización estudiantil, como recupera Sheridan en “My dear Charles: las cartas a Tomlinson” o en las cartas a Lambert. Los sucesos conocidos como “el mayo francés”, habían iniciado a finales de abril con el movimiento estudiantil en Nanterre, pero la noticia que recorrió el mundo ocurrió en la llamada “Noche de las barricadas”, cuando miles de estudiantes salieron el 10 de mayo al Barrio Latino y para el 13, la movilización había alcanzado a los obreros que convocaron a una huelga general. Los estudiantes tomaron La Sorbona, dando inicio a una de las crisis más extraordinarias del país galo, donde Mitterrand exigió a De Gaulle que dimitiera y se postuló como candidato a la presidencia.
Dice Domínguez Michael que “el reportaje más impactante o delirante” sobre los sucesos en Francia, fue el que escribió Fuentes y apareció en La Cultura en México el 31 de julio de 1968 (y apenas unos días después, en Era). La cabeza del artículo daba por cierto que el novelista había sido “testigo y actor de la rebelión de los jóvenes en París”. En ese mismo número, Carlos Monsiváis celebraba el “gran reportaje” del novelista cuya crónica representaba “la primera visión latinoamericana sobre el formidable movimiento que se ha querido ver como “rebelión de los jóvenes” para otorgarle ese carácter pueril que oculte su esencia real de “revolución en los no-automatizados”. No era tan cierto que fuera la “primera visión latinoamericana”, pues desde varias semanas atrás, José Emilio Pacheco había estado escribiendo reportajes y artículos al respecto en su columna “Calendario”, o traduciendo y resumiendo los artículos publicados por The Times a propósito de las revueltas estudiantiles, escritos por Richard Davy (“Students in Revolt).
No sólo el suplemento nos hizo imaginar a Fuentes batiéndose al lado de los jóvenes. Años después, también Volpi consideró al narrador “Testigo privilegiado de lo que había sucedido en las calles de París”, un testigo que había construido su propia leyenda “en medio del campo de batalla, entre las barricadas”. Pero Domínguez Michael, quien lo cita, apunta que “hay quien duda, inclusive, que Fuentes haya estado allí en los días álgidos de mayo, varado en Londres, desde donde era imposible cruzar hacia Francia”.
Efectivamente, Fuentes estaba en su departamento en Londres y llegó a París hasta el 31 de mayo, 21 días después de la “Noche de las barricadas”. Su reportaje fue escrito, muy probablemente, con base en las noticias que aparecían en los diarios que llegaban a la capital británica y en la información que le daban sus amigos. Pocos días antes, el 22, Paz le escribía: “Ya te imaginarás mi estado de ánimo —como yo imagino el tuyo— ante los sucesos de Francia. Por desgracia, mi información es escasa. Hasta hace unos ocho días, recibía Le Monde; ahora, cada tarde, debo hacer una peregrinación al centro para conseguir ejemplares de periódicos ingleses y norteamericanos.” En su carta, Paz hizo un análisis de la situación francesa muy extenso, que puede condensarse en estas líneas:
“¿Qué pasa? ¿Estamos realmente frente a lo increíble: una resurrección espontánea de la clase obrera francesa, preludio del renacimiento del socialismo revolucionario europeo? Si es así, es maravilloso. La otra posibilidad es desastrosa: una mediocre y vacía combinación. La situación —al menos vista desde aquí— es revolucionaria y sería criminal venderla por un plato de lentejas: ganancias económicas y sociales de los trabajadores (que no tendrán más consecuencias que castrarlos y acelerar su integración dentro del sistema neocapitalista) y un gobierno compuesto por una coalición de la izquierda tradicional y profundamente conservadora —los viejos socialistas y los burócratas que dirigen la C. G. T. y el P. C. de Francia”.
La emoción de Paz era genuina al día siguiente cuando terminó la carta, una vez que supo el resultado del voto sobre la moción de censura de la Asamblea Nacional al gobierno francés. Después de analizar el asunto, reanudó su misiva: “En todo caso, nuestra suerte —como escritores y como mexicanos— está ligada a todo esto. Inclusive la orientación futura de la revista depende, en buena parte, de los acontecimientos europeos. El fracaso de la revolución en Francia nos enfrentará a una perspectiva distinta —a no ser que adoptemos las tesis maoístas y castristas, por las que yo tengo (me refiero a Castro) inmensa simpatía y admiración pero que no puedo aprobar como ‘teoría general’…”
Fuentes le contestó el 29 de mayo, aún desde Londres. Le avisó que al día siguiente partiría para París pues “lo que está ocurriendo es algo demasiado exaltante para no participar, así sea mínimamente.” Creía que muchas de las ideas compartidas entre Paz y él se estaban haciendo realidad: “ideas que tú nos comunicaste al principio de nuestra amistad, ideas que fueron la base de la Revista Mexicana de Literatura, ideas de tus libros y de los míos, ideas de nuestros últimos encuentros.” Por fin habían “caído todas las máscaras, la ruina hipócrita de nuestro mundo se ha hecho evidente.” Todos los días se comunicaba con los amigos que estaban en París, arrebatados como él, aprendiendo de los estudiantes y los obreros. Sabía que Cortázar estaba en La Cité, junto a los estudiantes; igual que Buñuel y Goytisolo, reunidos alrededor de los anarquistas españoles en París.
Fuentes no se fue a París sino hasta el 31, pues un día antes, todavía en Londres, le escribió a Paz que su carta previa, “era, sin saberlo, un comentario a tu brillante y apasionado examen de la Revolución (creo que ahora sí podemos llamarla así: todos los incidentes se revelan como tales)” y que esa circunstancia hacía imperiosa la aparición de la revista que planeaban. Le avisó que al día siguiente haría “el salto del Pimpinela Escarlata” —personaje favorito de Fuentes, Percy Blakeney, aquel héroe de la baronesa Emma Orczy, que llevaba una vida doble y de quien se murmuraba que era un fatuo pues su único y verdadero interés era la vestimenta pero que —Chucho el Roto de la nobleza—, en realidad defendía a los aristócratas y a los inocentes en tiempos de Robespierre.
El año se volvía turbio, revuelto. El 6 de junio el senador Robert F. Kennedy, había sido asesinado. En el “Calendario” de José Emilio Pacheco leíamos que 1968 sería el año que cambiaría la historia y sería el principio del fin del imperialismo. El punto de inflexión era la Guerra de Vietnam, que había logrado que la ideología de la guerrilla pasara a las metrópolis. Todavía faltaban muchos años para que terminara aquel conflicto, pero para Pacheco lo realmente notable era que con la guerra había “ocurrido algo sin precedentes: la revolución socialista en un país pobre de Asia ha liberado la dialéctica de su opresor”.
De viaje por los Himalayas, en Kasauli, Paz se desesperaba pues su única fuente de información era la BBC. El fervor que inicialmente le había arrebatado empezaba a desvanecerse. ¿No había sido él mismo quien firmó (y acaso también redactó) aquel desplegado surrealista de 1951—“Haute Frecuence”— donde se hablaba de la unidad de los jóvenes en oposición permanente a la estupidez y contra el utilitarismo ciego? ¿No había analizado en Corriente alterna los términos revuelta, rebelión, revolución y había concluido que lo que México necesitaba en realidad era una reforma democrática? Ahora, desde las montañas, le escribía a Fuentes: “‘Et bien’, nuestra revolución (la llamo nuestra porque la he seguido con pasión y cólera) está a punto de convertirse en una costosa fiesta de fuegos de artificio. […] Se cumple lo que temía: un compromiso tácito entre el Gobierno y la izquierda oficial.” Le apesadumbraba que los estudiantes, los intelectuales y los obreros no hubieran podido hacer una verdadera alianza. Se lo explicaba así. “Una de dos: o los obreros fueron, una vez más, víctimas de sus líderes y del aparato sindical y político —o efectivamente, históricamente, la clase obrera no es una clase revolucionaria (quiero decir: no tiene una misión especial, un destino revolucionario. Lo segundo no significa que los obreros no sean revolucionarios sino que no lo son constitucionalmente.”
No existía un partido verdaderamente revolucionario en el mundo. “El tema del partido revolucionario —su programa, su organización y los peligros de dictadura que encierra toda formación de este tipo— es gemelo del segundo tema: el Estado moderno. El partido, hasta ahora, se presenta como la negación del Estado pero es, en sí mismo, ya otro Estado. Por su parte, el Estado, aunque pretende estar sobre los partidos, es asimismo un partido —y actúa como tal en los momentos de crisis. ¿Cómo romper el círculo?” Aunque sabía que el problema francés aún no había terminado, le parecía que la resistencia obrera comenzaba a ceder, igual que los estudiantes. Acabó su análisis considerando que los acontecimientos franceses hacía prever “el fin de muchas ideas, actitudes y pseudoverdades de la izquierda (el caso de Sartre —¡siempre a destiempo!— es un índice)”. Creía que comenzaría una nueva “filosofía política revolucionaria” y eso lo animaba un poco, pero sospechaba que era un proceso largo y que la mecha podía encenderse pronto en cualquier parte de Europa.
No le había comentado antes sobre la muerte de Robert Kennedy, amigo de Fuentes, pero ahora le escribió: “Atroz, horrible—y estúpido”. También a James Laughlin —quien el 25 de junio le había comentado a Paz que lo ocurrido tenía todos los visos de “a terrible curse on the Kennedy family, as if they had some horrible Karma from another life”—, le respondió, ya en Dehli el 4 de julio, que el destino trágico de la familia Kennedy, lo era en el sentido griego de esas palabras y que “After the development in France and the spreed of violence all over the world, I’m pessimistic about the near future and I see a new rigthest wave coming and this, sooner or later, will provoke despair, revolt and violence.”
No imaginaba, quizá, la ola que tres meses más tarde arrasaría México y cuyos estragos todos conocemos. En esos momentos, su interés mayor era concretar, por fin, la anhelada, urgente revista. El 3 de julio le escribió a Segovia, con copia a Fuentes, que le causaban inquietud las noticias que Segovia le transmitía sobre Orfila y la revista, en el sentido de que el director de Siglo XXI se negaba a la fusión de Diálogos, de Xirau. “Me parece —les dijo— que concibe la revista como un órgano ligado exclusivamente a Siglo XXI”. Habían pensado, Fuentes y él, que quizá no podrían sostener una publicación de “carácter periódico” y tendrían quizá que conformarse con una revista trimestral en la que privara “la crítica sobre la información y la publicidad —y la crítica necesita tiempo y reflexión”.
Al día siguiente le comentó a Fuentes el resultado de las elecciones en Francia, que habían mostrado un “arrepentimiento colectivo” de los sucesos de mayo. Tenía una hipótesis: “toda profanación es una consagración”. Así, tanto la rebelión como las elecciones eran parte de ese mismo rito. “De la misma manera que los primitivos ‘castigan’ a su dios y después lo colocan de nuevo en el altar, los franceses profanaron la figura paternal de De Gaulle para inmediatamente después, con casi unánime abyección, reinstalarlo en la presidencia.” No había sido posible unir realmente a los obreros, estudiantes e intelectuales y lo que más le admiraba era que no hubiera existido ni un solo movimiento internacional de obreros solidario con los franceses. Lo único que entonces quedaba era la crítica, pero le admiraba la incapacidad de los intelectuales franceses para analizar la situación y proponer programas concretos.
“A un mes de distancia, los sucesos de mayo tienen un carácter a un tiempo maravilloso e ilusorio: teatral. Todo comenzó, le decía yo a otro amigo, como una ópera de Brecht y todo ha terminado como una de Offenbach. El teatro en la calle. Es verdad que la imagen de la historia como teatro vuelve una y otra vez en las páginas de Marx; la historia es una representación, pero es una representación real: es la realidad que se revela y realiza a sí misma por la acción. Temo que en Francia haya sucedido precisamente lo contrario: la realidad que se teatraliza, la realidad que se representa y enmascara y no la representación que se realiza, que encarna en actos. De la guerra de España no quedó nada sino sangre y ruinas (fue horrible). Me pregunto si de las revueltas de mayo no quedarán sino las frases (algo no menos horrible). Pero puede que me equivoque. Atribuye todo esto a mi cólera… y al calor y a la lejanía”.
Con ese tipo de “frases” fue escrito aquel reportaje de Fuentes publicado en La Cultura en México apenas dos semanas después. “La imaginación toma el poder con adoquines y con palabras, primero”, decía Fuentes en aquel texto, y “Debajo de los adoquines están las playas”, “Mientras más hago la Revolución más ganas tengo de hacer el amor; mientras más hago el amor más ganas tengo de hacer la Revolución”, etcétera. No sólo eran frases, por supuesto. También se preguntaba, como el Paz emocionado de su primera carta sobre el asunto: “Pero desde ahora podemos preguntarnos con toda seriedad, si realmente asistimos a la primera revolución del mundo industrial: la primera prefiguración del siglo XXI, la primera revolución que realiza las previsiones de Marx.”
Paz no se había dejado arrebatar tan fácilmente y sus dudas sobre el futuro del movimiento no pasaron a las páginas de su amigo, que con ese reportaje volvió triunfante a los ojos de la izquierda mexicana, después del feo asunto de la CIA, Mundo Nuevo y el Pen Club. El reportaje, que nunca fue escrito sobre los adoquines libertarios de París durante la revuelta, también llamó la atención de la Federal de Seguridad, como comprobaría Fuentes pocos meses después.
Pero ese mes quizá las cartas se cruzaron y Fuentes no leyó a tiempo la última de Paz, donde lamentaba que del movimiento sólo fueran a quedar las frases. El 8 de julio, en Londres, le escribió: “Quedé agotado: escribí 48 cuartillas sobre los acontecimientos franceses, entrevistas, ideas impresiones. El texto saldrá pronto en Siempre y en Marcha.” Muy probablemente fue a través de Cortázar que llegó aquella colaboración a la revista de Carlos Quijano, donde Ángel Rama era figura estelar y a quien el 28 de mayo Cortázar le había enviado una carta donde le comentaba que suponía que “en Marcha sabrán que un grupo de intelectuales y artistas franceses y de otras nacionalidades ha publicado una declaración de solidaridad con el gesto de los estudiantes argentinos” que habían tomado la Casa de Argentina en la ciudad universitaria en París, en solidaridad con los estudiantes franceses. La declaración estaba firmada por Sartre, Simón de Beauvoir, Jean Cassou, Nathalie Sarraute, Mandiargues, Goytisolo, Fuentes y Cortázar mismo, entre otros.
Es extraño que Fuentes quisiera publicar en Marcha, después de la polémica con Casa de las Américas y la participación de Rama en ello. Quizá pensaba que publicarlo ahí era una manera de congraciarse con la izquierda latinoamericana o tal vez el propio Cortázar lo convenció de hacerlo. No apareció el reportaje, aunque sí el texto de Cortázar “Homenaje a una torre de fuego”, donde se solidarizaba con los estudiantes argentinos en París. De Fuentes, sin embargo, sí habían publicado en mayo su misiva al profesor Robert G. Mead, de la Modern Language Association of América, donde comunicaba que no acudiría al Foro de Escritores Latinoamericanos previsto para diciembre en Nueva York. Las razones de tal rechazo eran las siguientes: nunca había pertenecido al Partido Comunista, como lo acusaba el Departamento de Estado, pero pertenecía a una “militancia mucho más vasta, independiente y, hoy por hoy, también más eficaz: la oposición casi universal de las clases intelectuales, dentro y fuera de los Estados Unidos, a la política imperialista del gobierno de Washington”. Nada de esto le comentó a Paz, pero sí que proseguía con la escritura de una novela “que para efectos de trabajo se llama ‘Tántalo’ (simple autocrítica)”. Se trata de la futura Terra Nostra:
“Tántalo es el nombre del héroe, de todos los héroes que habrán devorado su presente para alcanzar un loco, ambicioso, enamorado, soñado fantasma que no se deja apresar, él liebre, nosotros tortugas, deberán voltear la cara al pasado para recuperar lo más precioso, lo que perdieron, lo que no les acompañó en la vibrante y desolada búsqueda de la pasión prohibida por las heladas leyes y reclamada por las hirvientes sangres: el deseo posee, la posesión desea, no hay salida, heroico Tántalo de frágiles cenizas y vencidos sueños, el héroe es Tántalo y su contrincante es el Tiempo; lucha final, vence el Tiempo, vence al Tiempo”.
Mientras intentaba vencer al tiempo, Fuentes pasaba muchas horas en el Museo Británico preparando un texto sobre Santa Anna para un libro colectivo, del cual José Emilio Pacheco estaba realizando “un Díaz magistral”, le escribió a su amigo. Tanto Pacheco, como Cabrera Infante le mandaban saludos al poeta y Fuentes le avisó su próxima dirección: “James Jones me ha dejado su maravilloso apartamento en la Ile St Louis del 25 de julio al 6 de septiembre, de manera que entre esas fechas estaremos allí: c/o Jones, 10 Quai d’Orléans. Muchos amigos pasarán allí el verano o estarán de paso, como Susan Sontag, los García Márquez, etc.” El mítico departamento del autor de De aquí a la eternidad, fue testigo, efectivamente, de la visita de varios de los amigos latinoamericanos de Fuentes, que quizá desde las ventanas veían el plácido movimiento del Sena, en uno de los barrios elegantes de aquel París.
Mientras, en Delhi, Paz revisaba la publicación de sus Topoemas, y se la envió a su amigo. Tanto Fuentes como Rita Macedo los leyeron y releyeron como una ofrenda. El 12 de julio, todavía en Londres, el novelista le agradeció el regalo: “Nos ha conmovido la CIFRA dedicada: desde ahora, será algo así como nuestro espejo, nos acompañará con su exacto tamaño y Rita se pintará los labios frente a CIFRA y pensará en mí a través de ustedes y yo trataré de verme como otro que son ustedes y CIFRA borrará mis facciones falsas y revelará las verdaderas en su contra espejo. NIEGO NI EGO.”
Los Topoemas habían sido publicados un mes antes en la Revista de la Universidad, ya dirigida entonces por Gastón García Cantú, y en las notas de Paz, firmadas el 20 de marzo de ese año, se incluía, además de la multicitada frase (“Topoema = topos + poemas. Poesía espacial, por oposición a la poesía temporal, discursiva. Recurso contra el discurso”), las dedicatorias vistas como signos y también como sinos: destinos: “Los seis topoemas son signos (sinos) hacia: Marie José, Paloma de viajero; Julio y Aurora Cortázar, Parábola del movimiento; Ramón y Ana Xirau, Nagarjuna; Charles y Brenda Tomlinson, Ideograma de libertad; Antonio y Margarita González de León, Monumento reversible; Carlos y Rita Fuentes, Cifra.”
Ese año mantendría fuertemente unidos a Fuentes y a Paz. “¿Qué te parece el año 68?” —preguntó el novelista al poeta el 3 de agosto—. Lo único que faltaba, realmente, era que “la balsa de aceite de México se incendiara.” La imagen de la manifestación de los estudiantes con el rector al frente había aparecido en Le Monde. “¿Qué información tienes?”
La información obtenida de la prensa sobre el movimiento estudiantil mexicano en 1968 es distinta si se trata de medios mexicanos o extranjeros. Fuentes no podía saber, más que por la prensa extranjera y la comunicación de los amigos, lo que pasaba en México. Tarde le llegaban los suplementos mexicanos como a Paz, quien supuestamente tendría la información oficial, pero en la correspondencia de Relaciones Exteriores no encontraba respuestas y, como Fuentes, observaba la realidad desde la prensa extranjera y los amigos.
“Permanezco al lado de los universitarios en su protesta contra los ataques a nuestra autonomía y en sus manifestaciones pacíficas tendientes a la reivindicación de su personalidad estudiantil ante el pueblo de México”, destacó El Día el 1 de agosto, sobre las declaraciones de Javier Barros Sierra el día previo, cuando el rector izó la bandera nacional a media asta en Ciudad Universitaria porque “estimaba, junto con muchos universitarios, que la Institución estaba de luto como resultado de los atropellos de que había sido víctima”. De allí salió la marcha, encabezada por Barros Sierra, a la que se refería Fuentes en su carta. Fuentes vio en la televisión las imágenes de la represión…, las bazucas, los tanques, la ley marcial… Junto con García Márquez y Buñuel, trataba de encontrar alguna explicación racional a los hechos y no podían creer a la prensa mexicana que repetía “los clisés acostumbrados: puñado de alborotadores manejados por el comunismo internacional —¡por Dios, cuál comunismo internacional, ¿el de los burócratas reaccionarios del Kremlin, que traicionan a Guevara, apoyan a Colombia y Venezuela y chantajean a Dubček?)” Le aterrorizaba que la única manera de poner orden fuera que los norteamericanos, “disfrazados de Fuerza Interamericana”, intervinieran.
Era el día 3 de agosto cuando Fuentes describía su estado emocional perturbado y recordaba al dirigente checoeslovaco. Apenas en enero de ese año había asumido la dirigencia del Partido Comunista, anunciando una reforma que privilegiaba un “socialismo de rostro humano”. Entre el 20 y el 21 de agosto, la Unión Soviética ya había invadido Checoeslovaquia y se llevaron a Dubček a Moscú.
El 7 de agosto volvió a escribir Fuentes a Delhi. Reseñaba la información de Le Monde, el ultimátum lanzado por los estudiantes para que se destituyeran a los generales Cueto y Mendiolea. También pedía, le dijo, la destitución de “ECHEVERRÍA y CORONA DEL ROSAL!”
Se declaró en absoluta crisis personal frente a su amigo. Volver o no volver era el dilema. No sólo en México ocurrían cosas terribles. Le relató la denuncia que Cabrera Infante había hecho en Primera Plana, de Argentina, donde narraba su regreso a Cuba, al entierro de su madre y se había encontrado de frente con el horror: del país, el propio, y el de otros escritores de la isla, entre ellos Heberto Padilla, que había escrito sobre Tres Tristes Tigres, pese al veto oficial, lo que le había ganado ser “cesanteado de ese diario oficial cuyo nombre recuerda demasiado a Caperucita roja: ‘Granma, what a great big mouth you have!’ ” y posteriormente, cuando Padilla se disponía a viajar a Italia, le habían retirado el pasaporte y el permiso de salida. “Las últimas noticias, dijo Cabrera, presentan a Padilla en la posición de toda persona inteligente y honesta en el mundo comunista: un exiliado interior con sólo tres opciones—el oportunismo, la demagogia en forma de actos de contrición política, la cárcel o el exilio verdadero”. Estas condiciones pronto se harían realidad.
Fuentes le comentó a Paz que más allá de “los elementos de histeria y paranoia” de Cabrera, su denuncia no podía pasar inadvertida. Ya Goytisolo le habían contado la persecución de Cabrera y otros y le avisó que Juan preparaba una carta privada a Fernández Retamar sobre el asunto. “García Márquez está escandalizado y dice que si esto es el socialismo, él lo rechaza: ni el PRI ni la oligarquía colombiana persiguen de esta manera a los escritores. Ojalá nos ayudes con tus luces.” La versión de Cortázar, escrita pocos meses después, se parece pero es distinta. En carta a Vargas Llosa del 14 de octubre y donde le pide absoluta reserva, Cortázar explicó: “Franqui, Fuentes, Goytisolo y yo estamos proyectando una carta privada a Fidel sobre los problemas de los intelectuales en Cuba.” Su propósito era “conectarse mano a mano con Fidel, evitando la publicidad”. Le avisaba también que “Gabo” firmaría. El respaldo de los intelectuales latinoamericanos a Fidel se encontraba en un momento difícil pues el comandante no sólo había apoyado la invasión soviética a Checoeslovaquia, sino que la isla se había convertido en un territorio cada vez más peligroso para los escritores, como lo mostraban las persecuciones a Heberto Padilla y Antón Arrufat.
Paz escribió el 10 de agosto, felicitando a Fuentes por su crónica de París, que acababa de leer, pero evidentemente no había recibido aún las últimas cartas de su amigo. Sobre México le aseguró que tenía poca información y que la huelga de periódicos en Delhi complicaba aún más las cosas. Sólo Orfila le había escrito una línea al respecto y en ese momento, Paz tenía la impresión de que se trataba de un “movimiento exclusivamente estudiantil”. Era difícil que un presidente pudiera deshacerse de su secretario de gobernación, del regente y del jefe de la policía. El gobierno debía concederles algo a los estudiantes pero veía “un enfrentamiento entre dos tendencias dentro del sistema: una de mano fuerte y conservadora y otra más liberal y de izquierda. Es posible que triunfe, parcialmente, la segunda tendencia”. Como sabemos, el pronóstico de Paz no se cumplió, tampoco las repercusiones electorales que aventuraba en ese momento con su amigo. Sí, en cambio, su pronóstico sobre el PRI que aún estaría en el poder cuando él ya había muerto, pero que, efectivamente empezó a corroerse en 1968: “Echeverría y Corona del Rosal, me parece, ya perdieron sus posibilidades… De todos modos: la inquietud juvenil es un síntoma de que es inminente el fin del periodo postrevolucionario ‘institucional’”.
La velocidad de los acontecimientos obligó a la multiplicación de las cartas. Para el 30 de agosto, Paz contestó a las dos últimas de Fuentes. Su estado de ánimo había cambiado: “México, Praga, Chicago: una misma imagen, un mismo Tanque. Ahora sí somos realmente contemporáneos de todos los hombres. Y no sólo, como yo creía, por la quiebra universal de todas las ideologías y sistemas sino por la aparición del Tanque en todas las esquinas.” A la vuelta de la esquina estaría Tlatelolco.
Malva Flores es poeta y ensayista. Sus libros más recientes son La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Ensayo; Literal Publishing/ Conaculta, 2014) y Galápagos (Poesía; Era, 2016). Es columnista de Literal. Twitter: @malvafg
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Notas:
- Ángel Gilberto Adame. Octavio Paz. El misterio de la vocación (2015): 188.
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Guillermo Sheridan revisa también la correspondencia con Tomlinson en “Cartas tlatelolcas”, Habitación con retratos (2015): 166-174.
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Las cartas de Paz a Carrillo Flores pueden consultarse en “Un sueño en libertad. Cartas a la Cancillería”. Vuelta 256 (marzo de 1998): 6-14.
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Paz, Octavio; Box 306 Folder 1, 2, 3, 4; Manuscripts Division, Department of Rare Books and Special Collections, Princeton University Library. Agradezco a Ángel Gilberto Adame por haberme proporcionado copia de esta correspondencia y a Enrique Krauze por permitirme revisar la copia del Archivo de Plural, que también se encuentra en Princeton. En Adelante cito por la fecha de las cartas.
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Guillermo Sheridan ha revisado algunas de estas cartas: “Minutario. Insultantes o exultantes”, Letras Libres. http://www.letraslibres.com/mexico/literatura/insultantes-o-exultantes-otras-cartas-68;“Minutario. Carlos Fuentes: una carta 2 de octubre” Letras Libres, http://www.letraslibres.com/mexico/literatura/carlos-fuentes-una-carta-2-octubre; “Minutario. Instultar presidentes”, Letras Libres http://www.letraslibres.com/mexico-espana/insultar-presidentes, entre otros
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Jorge Volpi, La imaginación y el poder (1998): 23.
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Octavio Paz a Vicente Rojo. 6 de marzo de 1968. Archivo Blanco (1995): 104-105.
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Octavio Paz a Vicente Rojo. 6 de marzo de 1968. Vicente Rojo, Alas de papel (2005): 29. Esta carta es la misma que la anterior, pero en ambas ediciones fue editada.
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De Octavio Paz a James Laughlin. 23 de mayo de 1968. James Laughlin. Paz, Octavio. Correspondence, 1958-1997 The Houghton Library. Folder 2. Agradezco a Luciano Concheiro por haberme proporcionado copia de esta correspondencia.
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Guillermo Sheridan, Habitación con retratos (2015): 151-166.
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Christopher Domínguez Michael, Octavio Paz en su siglo (2014): 298-299. Christopher realiza también un análisis del texto de Fuentes y de los distintos artículos que por aquella fecha aparecieron en el suplemento con ese motivo.
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Carlos Fuentes, “París: la revolución de mayo”, La Cultura en México 337 (31 de julio de 1968): II.
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Carlos Monsiváis, “Los 60 días que conmovieron a la momiza. Notas/ Reseñas”, La Cultura en México 337 (31 de julio de 1968): X.
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Por ejemplo: “Calendario. París: la historia que nadie previó y que muy pocos aciertan a comprender.” La Cultura en México 331 (19 de junio de 1968): VII-IX; o “Raíz y razón del movimiento estudiantil”, La Cultura en México 333 (3 de julio de 1968): X-XII.
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Jorge Volpi, La imaginación y el poder (1998): 208-209.
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José Emilio Pacheco, “La ideología de la guerrilla y la cultura urbana”, La Cultura en México 330 (12 de junio de 1968): VIII.
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Una fotografía del original de esta publicación se encuentra en la página dedicada a Breton (http://www.andrebreton.fr/work/56600100999904#).
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Julio Cortázar, Carta a Ángel Rama, 29 de mayo de 1968. Cartas 1965-1968 (2012): 579.
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Julio Cortázar, “Homenaje a una torre de fuego”, Semanario Marcha 1408 (28 de junio de 1968): 31.
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Carlos Fuentes, “Carlos Fuentes y los Estados Unidos”, Semanario Marcha 1404 (31 de mayo de 1968): 29.
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Octavio Paz, “Topoemas”, Revista de la Universidad de México 10 (junio de 1969): I-VIII.
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Posted: May 13, 2018 at 11:08 pm