RAÍCES, ENREDOS, ENCUENTROS. El libro secreto de Francisco I. Madero
C.M. Mayo
Traducción de Agustín Cadena
Cuando el cometa Halley, esa estrella de la cola de quetzal, atravesó con su resplandor los cielos mexicanos, en 1910, auguraba no sólo el centenario de la independencia, sino también un episodio profundamente transformador: la Revolución iniciada por Francisco I. Madero el 20 de noviembre, que Javier Garciadiego llama “el más verosímil inicio de un proceso, el nacimiento del Estado mexicano contemporáneo”. El gran cúmulo de los historiadores mexicanos está de acuerdo. Y sin embargo, casi desconocida y curiosa como puede parecer, una de las raíces más vitales de esta revolución yace en el Burned-Over District del estado de Nueva York.
Escritora de ficción tanto como de no ficción, he aprendido que un hecho puede resultar más extraño de lo que uno pudiera imaginar. Antes de volver al Burned-Over District, unas palabras sobre Francisco I. Madero y cómo vine a dar con su Manual espírita, este libro hasta ahora casi desconocido y no obstante profundamente iluminador, por lo menos en cuanto se refiere a comprender a Madero y por qué y cómo condujo la Revolución de 1910, así como el hirviente desprecio de aquellos que estuvieron tras el derrocamiento de su gobierno y su asesinato.
Madero era un ranchero y hombre de negocios de Coahuila sin cuya audacia y pasión la Revolución podría no haber empezado cuando empezó, y sin quien el México contemporáneo podría no ser capaz de llamarse propiamente una república. Francisco I. Madero no fue otro que “el Apóstol de la democracia”; rechazó unas elecciones robadas y se levantó en armas para derribar a Porfirio Díaz, el hombre fuerte del Ejército que había gobernado México directa e indirectamente durante más de tres décadas. Cuando Díaz huyó a París, en 1911, Madero no se sentó en el trono presidencial; dejando un gobierno interino, volvió a hacer su campaña en todo el país para convertirse en el presidente democráticamente electo de México y, sólo después de que ganara esas elecciones de manera inequívoca, tomó posesión del cargo, ese mismo año. En 1913, habiendo cumplido sólo 15 meses de su mandato, fue derrocado con un golpe de estado que fraguó una camarilla de conservadores—con la influencia de un entrometido embajador de los Estados Unidos— y, luego, con pasmosa informalidad, fue ejecutado. La Revolución evolucionó entonces hacia una fase nueva y más violenta, incendiando todo a su paso hasta que terminó en 1920 con la presidencia de Álvaro Obregón o, como alegan algunos historiadores, hasta el final de la revuelta cristera, en 1929.
La imaginería popular de la Revolución Mexicana pinta generalmente personajes de carrilleras y sombreros del tamaño de una tina, como Emiliano Zapata con su fuego en los ojos, sus bigotazos y sus pantalones ceñidos; o Pancho Villa, que siempre tiene cara de que acabara de zamparse una cerveza —aunque era abstemio, así que ha de haber sido refresco de fresa—. Con menor frecuencia se nos muestra a don Francisco, bien vestido vástago de una de las familias más pudientes de México, por lo común mostrando las entradas de su cabello y a veces portando un sombrero de copa. Se le muestra menos tal vez porque fue y sigue siendo una figura difícil de descifrar. Era espiritista, ¿y qué demonios es eso? Yo no tenía idea y, hasta 2008, no se me ocurrió hacerme la pregunta.
Acababa de concluir El último príncipe del Imperio Mexicano, novela basada en varios años de investigación sobre un episodio que tuvo lugar durante la intervención francesa en México, en la década de 1860: el llamado Segundo Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Digo, pasándome una tarde de rebuscar en un archivo me siento más feliz que un gato cazando un ratón. En aquella época, mi esposo se encontraba en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de México, la cual posee cierto número de archivos, entre ellos el de Francisco I. Madero. Este archivo está abierto al público, pero, gracias a la invitación de mi marido, tuve el inmenso privilegio de verlo en privado junto con la curadora, Martha López Castillo.
Cuando llegamos, ella ya había arreglado una selección de los elementos más sobresalientes en una mesa que abarcaba casi todo lo ancho del salón: los ornamentos masónicos de Madero, fotografías, documentos. Fuimos recorriendo la mesa, explicando ella la importancia de cada pieza.
Años antes, durante una visita al Palacio Nacional, en uno de esos salones profusamente decorados—no podría decir cuál—, ví el buró con un disparo de la balacera que tuvo lugar entre los hombres de Victoriano Huerta y la guardia presidencial, que culminó con la captura del presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez. Si algo sabía yo sobre Madero era porque había estado viviendo en México, yendo y viniendo durante dos décadas, y, en México, la estatura de Madero es comparable con la de Abraham Lincoln; en el sentido histórico-político, no en el físico, porque Madero era chaparrito, con entradas de calvicie y barba de candado impecablemente recortada. En sus retratos, se ve amable y al mismo tiempo digno. Uno podría imaginarle fácilmente administrando un próspero complejo de granjas y fábricas, como de hecho lo hizo. Las pocas grabaciones en celuloide que hay de él revelan una energía teatral, abarcadora. Por otra parte, era un pariente lejano de la familia de mi marido: uno de los tíos paternos se casó con una sobrina nieta de Madero. En resumen, lo que sabía de él se limitaba a poco más que la embarrada de información que los niños mexicanos reciben en las escuelas, pero en definitiva estaba muy consciente del trascendente y respetado papel que desempeñara en la historia de México.
Todavía no llegábamos ni a la mitad de la presentación cuando mi vista se detuvo en un librito: Manual espírita, de “Bhîma”.
—¿Quién era Bhîma? —pregunté.
—El mismo Madero —respondió la curadora.
Yo ya lo había levantado y estaba hojéandolo: Los invisibles, Chrishná, Moisés, La doctrina secreta… Parecía un fárrago de la Biblia, Madame Blavatsky y quién sabe qué cosa hindú.
—¿De veras? —pregunté— ¿Bhîma era Francisco I. Madero?
—Sí.
Supe, instantánea y absolutamente, que tenía que traducir este libro al inglés.
—¿Está traducido?
—No.
—¿Está segura? —eso también me parecía increíble.
—Completamente. Nunca lo han traducido.
En el transcurso de una semana recibí una fotocopia del extraño librito y empecé mi autoasignada tarea, que se convertiría en un Everest mucho más alto de lo que pensé.
***
C.M. Mayo es novelista, ensayista y traductora literaria, Es la autora de la novela El último príncipe del Imperio Mexicano y Odisea metafísica hacia la Revolución Mexicana:Francisco I. Madero y su libro secreto, Manual espírita, ambos traducidos del inglés por Agustín Cadena. Entre sus otros libros se encuentra Miraculous Air: Journey of a Thousand Miles through Baja California, the Other Mexico (Milkweed Editions, 2007 y University of Utah Press, 2002)
Posted: August 11, 2015 at 11:29 pm