Essay
La dieta pitagórica
COLUMN/COLUMNA

La dieta pitagórica

Alba Lara Granero

Entrar en la hermandad filosófica que Pitágoras fundó en Crotona en el siglo VI a. C. no era fácil. Había que poseer un espíritu puro y buenas capacidades intelectuales y ponerlas a prueba durante años. Las enseñanzas de los matemáticos, que así se llamaban los más cercanos a Pitágoras, se consideraban divinas e indignas de ser compartidas con cualquiera. Pero una vez los aspirantes, mujeres y hombres, eran aceptados en la comunidad, se les empezaban a revelar los secretos de la sabiduría pitagórica.

Es probable que ese sigilo, guardado con tanto celo, sea en parte responsable de la heterogeneidad de prácticas, explicaciones y anécdotas que encontramos en las fuentes pitagóricas, muchas veces contradictorias y escritas “a lo divino”. Por si eso fuera poco, las biografías más extensas de Pitágoras que se conservan (las de Diógenes Laercio, Porfirio y Jámblico) fueron escritas unos ocho siglos después de su muerte. Sin embargo, una de las afirmaciones más recurrentes es la referencia a un estilo de vida pitagórico, austero y muy ordenado, que incluía una dieta frugal y mayoritariamente comehierbas.

El herbivorismo pitagórico se funda en la creencia de la metempsicosis, que sostiene que el alma inmortal puede migrar a otro cuerpo, humano o animal, después de la muerte. De esa teoría, se desprendía naturalmente el mandato moral de tratar a todos los seres animados con respeto e igualdad, pues en cualquier animal podía encontrarse un alma familiar. Según Diógenes Laercio, Pitágoras mismo, al ver a un hombre apaleando a un perro, intervino con las siguientes palabras: «Deja de golpearlo, que es el alma de un amigo mío, a la que he reconocido al oírla lamentarse». Si maltratar a un animal era considerado un acto insensato, matarlo o comérselo era aún más necio y bien podía ser considerado un acto de canibalismo.

Esquivar la antropofagia no era la única ventaja del vegetarianismo pitagórico; también, en su opinión, acostumbraba a los seres humanos a no matar, un buen hábito que recomendaba sobre todo a los gobernantes, pues entendía que, al abstenerse del consumo de carne, desarrollarían una actitud antibeligerante y podrían obrar con justicia. Comer animales, por el contrario, quitaría toda legitimación moral a los gobernantes, pues evidenciaría su falta de respeto hacia sus semejantes (el homo homini lupus que luego ha triunfado en nuestra sociedad como una máxima inapelable).

Las fuentes discrepan sobre el nivel de vegetarianismo entre los seguidores y el propio maestro. Hoy entendemos que la flexibilidad de la dieta vegetariana estaba determinada por el mayor o menor grado de virtud de los practicantes. Los más “impuros” podían comer carne de vez en cuando, pero en ningún caso ciertas partes del animal. Porfirio nos da algunos ejemplos: ni riñones, ni genitales, ni médula, ni patas, ni cabeza. En general, se desaconsejaba el consumo de cualquier órgano que fuera responsable de una función rectora. Muchos carnívoros de hoy en día, pitagóricos sin saberlo, siguen siendo enemigos de la casquería y preferirían comerse una buena ensalada de endibias a tener que oler siquiera unas gallinejas, unos callos o unos entresijos.

El desayuno pitagórico consistía en panal de colmena o miel; la comida principal, en pan de mijo o torta de cebada y verdura hervida o cruda. Si preveían un largo ayuno, se preparaban con un superalimento: un compuesto a base de semilla de adormidera, sésamo, corteza de cebolla, tallos de asfódelo, hojas de malva, harina, cebada, garbanzos y miel del Himeto. Nada que envidiar a los batidos energéticos que toman los deportistas antes de entrenar hoy en día. Para paliar la sed extrema, se recurría a un preparado de semillas de pepinos y pasas pegajosas, flor de cilantro, semillas de malva, verdolaga, queso rallado, flor de harina de trigo y requesón. Como consecuencia de la regularidad de la dieta, el cuerpo de Pitágoras (y así debía ser con sus seguidores) no variaba, no estaba a veces más flaco y a veces más gordo, sino que siempre mantenía una forma física estable. La misma dieta, nos cuenta Porfirio, había seguido Heracles, el fuerte de los fuertes de la mitología griega.

El vegetarianismo pitagórico se extendía también a los sacrificios. Recomendaba que, en lugar de honrar a los dioses con matanzas, les ofrecieran tortas, pasteles o miel. Según Porfirio, Pitágoras aceptaba que otros hicieran, puntualmente, sacrificios de lechones y pollos, aunque él se limitaba a las ofrendas no animales. Cuenta la leyenda, sin embargo, que cuando Pitágoras demostró el famoso teorema que lleva su nombre (que ya se utilizaba en Babilonia al menos mil años antes), se puso tan contento que inmoló a cien bueyes en honor de los dioses, una historia que Cicerón no se creía. Aunque es cierto que en una ocasión Pitágoras sí llegó a sacrificar a un buey. Eso sí, precisa Jámblico, un buey hecho de masa de harina.

Además de ser considerado por muchos el padre del vegetarianismo ético, a Pitágoras a veces se le presenta como a un San Francisco de Asís pagano con la capacidad de amansar animales y comunicarse con ellos. Se le atribuyen varios milagros zoológicos, como la supervivencia de peces ya pescados mientras él los contaba, o la domesticación de la osa de Daunia, que atemorizaba a los habitantes de la ladera del Etna y a quien hizo prometer, después de conversar con ella y darle una torta de cebada y frutos secos, que no volvería a dañar a ningún ser vivo.

Pero quizá el episodio prodigioso más famoso de entre todos sus supuestos milagros sea el de un buey, esta vez sí de carne y hueso, al que convenció de no engullir unas matas de habas que ya tenía en la boca. Y es que la dieta pitagórica, aunque comehierbas, prohibía el consumo de dicha legumbre. Porfirio dice que Pitágoras aconsejaba abstenerse de las habas “como si de carnes humanas se tratara”, una objeción que se basaba en la proximidad evolutiva entre animales y habas, que surgieron “de la misma podredumbre”. Para probar esta teoría, no había más que observar que “si se mastica un haba; después de haberla triturado con los dientes, se expone por un momento al calor de los rayos del sol, y, a continuación, se retira uno y regresa al cabo de poco tiempo, se encontrará con que exhala el olor del semen humano”. Y esa misma haba, al florecer, si se ponía en una vasija de barro tapada y se enterraba, al cabo de noventa días germinaba en una “cabeza bien formada de niño” o en “un sexo de mujer”. Pueden proponérselo como reto de verano y sacar sus propias conclusiones.

Foto de Юлия Медведева en Unsplash

La cualidad casi humana de las habas no es la única teoría sobre el tabú que recae sobre este alimento. Jámblico argüía que los pitagóricos hacían la guerra a las habas porque con ellas se sorteaban los cargos públicos. Abstenerse de ellas era, por tanto, un modo simbólico de rechazar el corrupto sistema político. Diógenes Laercio achacaba el veto a las habas a que producen muchos gases y desordenan el estómago, un grandísimo problema que disminuiría la claridad en las artes adivinatorias que los pitagóricos practicaban. Las habas también podrían haber estado proscritas porque están en las Puertas del Hades. Existe incluso la posibilidad, como defienden algunos científicos contemporáneos, de que Pitágoras fuera consciente avant la lettre del favismo, una deficiencia de glucosa-6-fosfato deshidrogenasa, donde la ingesta de habas puede ser letal. No deja de ser una teoría verosímil, pues en el Mediterráneo, la prevalencia de esta alergia alimentaria es altísima y en lo que fue la Magna Grecia, donde Pitágoras pasó la mayor parte de su vida, se manifiesta hoy hasta en un 30% de la población.

Ya fuera por cuestiones médicas, mágicas, diabólicas, políticas o de parentesco con los seres humanos (la tradición órfica, muy vinculada al pitagorismo, tenía el dicho de que “comer habas es como comerse la cabeza de los padres”), los pitagóricos de los que nos ha llegado noticia seguían esta prohibición a rajatabla. Aunque no se sabe con certeza cómo murió Pitágoras, existe una teoría que vincula su fin con el imperativo favístico. Cuenta Diógenes Laercio que la casa donde se encontraban el maestro y sus allegados fue incendiada por envidia. Huyeron todos, pero Pitágoras se detuvo ante un campo de habas, pues prefería ser capturado (y degollado) que pisotearlo y pasar por un charlatán. El compromiso con las habas fue la sentencia de muerte de otros muchos pitagóricos, según Jámblico, cuando el tirano Dionisio, tras haber sido considerado indigno de unirse a la hermandad, envió a un batallón para que espiara a los filósofos y capturara a alguno para iniciarle en el conocimiento secreto que se le negaba. Después de masacrar a todo el grupo, solo se consiguió secuestrar a Timica de Lacedemonia, embarazada, y Milias de Crotona, que la acompañaba. Cuando ya en su palacio Dionosio les ofreció la libertad a cambio de conocer el motivo por el que sus compañeros habían preferido morir a pisar las habas, Milias contestó: “Ellos decidieron morir para no pisar las habas; yo, en cambio, prefiero pisar las habas, para no decirte el motivo de ello”. Timica, por su parte, fue torturada, y se mordió la lengua hasta cortársela para no revelar información. El secreto pitagórico sigue a salvo veintisiete siglos después.

Aunque algunos estudiosos actuales, como Leonid Zhmud, ponen en duda el vegetarianismo de la dieta pitagórica, existe un amplio acuerdo entre historiadores y filósofos sobre el comehierbismo de Pitágoras. Quizás la prueba más fehaciente la hallemos en los comediantes griegos que se burlan de la figura del pitagórico. Antífanes describe a alguien que no comía “nada animado, como si pitagorizara”. Aristófanes sugiere que la vida ascética de los pitagóricos tenía más que ver con la pobreza que con la moral y que, si se pusiera carne y pescado a su alcance, lo engullirían con presteza. En otras comedias se cuenta que los pitagóricos se alimentan de razones sutiles y pensamientos agudos, o se satiriza sobre su dieta llamándola “festín carcelario”. Qué más prueba se necesita para demostrar el vegetarianismo de Pitágoras y sus seguidores: entonces, como ahora, eran blanco del humor desinformado de algunos fieros comilones.

Para seguir pitagorizando:

  • Diógenes Laercio. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Gredos, 2022.
  • Vida de Pitágoras. Argonáuticas órficas. Himnos órficos. Gredos, 2002.
  • Jámblico. Vida pitagórica. Protréptico. Gredos, 2003.
  • “Pythagoreanism”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy

 

 

Alba Lara Granero (El Pedernoso, 1988) es escritora y filóloga. Graduada del MFA en escritura creativa de la Universidad de Iowa, sus ensayos han sido publicados en Iowa LiterariaEl PaísEl Estado Mental y Literal entre otras revistas. Actualmente es candidata a doctora por Brown University. Su Twitter: @a_laragranero

 

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Posted: July 12, 2023 at 8:34 pm

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