Essay
Recado de la galera

Recado de la galera

Carlos Labbé

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1.

Me entreno para escribir el Grand Experiment mientras duermo escuchando football

El entrenamiento diario de quienes no somos deportistas de alto rendimiento no es muscular ni aeróbico ni mediático. Pero es igualmente espiritual. Tal como la Aitana Bonmatí o la Simone Biles, nuestra resistencia se pone a prueba, pero contra la jornada que no acaba cuando el resto del equipo sigue ahí, conectado al jefe en público, enviando mensajes sobre el avance del producto cuya venta solamente depende de que uno le preste ojo y oído. Quien tiene oídos, que oiga. Mi admiración por el futbolista profesional, por ejemplo, tiene que ver más con un sueño no solamente material de abundancia porque excede lo financiero ––bueno ya, dame su sueldo–– para llegar a imaginar qué sería de mí como escritor si sostuviera cada jornada un riguroso entrenamiento doble de mis capacidades innatas, contaría acaso historias en la mañana a un grupo de colegas con el objetivo de comprobar reacciones, enmendar estrategias, redoblar intensidades, así como en la tarde pondría en prácticas distintas herramientas estéticas de diferente origen ante un taller ampliado, digo ante el plantel, para escuchar no solo qué dice la maestra poeta, el profe, el entrenador con su cuerpo técnico. A las seis de la tarde la práctica de fortalecimiento está completa y la coreografía espiritual me ha ayudado a flexibilizar esta fraseología que usted lee en mi recado aquí, a endurecerme el uso de adjetivos, a bajar el nivel de enumeraciones y que el salto de mi imaginación crítica suba sus índices después de entrenar la lectura en profundidad suya, mi múltiple compañía solitaria sobre el campo de juego.    

Así estaba soñando yo cuando me dormí una siesta el martes, un poco triste por razones afectivas que no viene al caso descifrar aquí porque se entienden en la quietud social y no en la publicación a la bandada. Se trataba de una siesta triste, de esas que el cuerpo pide pero la mente verbal no quiere permitir, ándate a trabajar trabajar trabajar mas escríbele a no sé quién porque te puede ayudar con no sé qué, si no esa llamada pendiente no tendrá nada que ver con nada y por eso ha de ser tu prioridad ahora mismo el hecho de que se te haya ido la fuerza tras demasiada la práctica retórica con que has fantaseado escribir en tu estadio mental. Tal vez lo mejor en esos casos es lo que hice, enchufarme unos audífonos y que otras voces ya grabadas o en vivo ––la vieja radio–– irrumpan en el flujo de las notificaciones. Mientras me dormía, el relato deportivo a las tres de la tarde desde Santiago de Chile me lleva a un flujo intermedio, ni siesta ni ansiedad ni atención, acunado por Ernesto Díaz Correa que narraba el segundo partido del año de Colo Colo en Copa Chile, esta vez contra el recién ascendido Deportes Limache, y el partido interrumpido es una lágrima como dicen los comentaristas hasta que el solitario gol visitante del Popín Castro es suficiente para que el partido lo gane el Tomate Mecánico, que así le dicen al Limache, con la desazón apenas de los que nos creemos colocolinos porque el año está comenzando y el club más popular de la franja andina del Pacífico ha gastado una decena de millones de dólares en refuerzos como nunca ––es el año de su centenario––, pero está jugando como siempre. Lo importante en esta siesta es que ha ocurrido finalmente el milagro del entrenamiento, la mejora física cuando el cansancio de uno hace que no se la espere, aun si no quedan ganas de ir a correr rodeándose de pares diversos en la polvareda algo en el propio cuerpo aprende el movimiento que parecía mecánico: mi desasosiego se ha transferido desde la anécdota biográfica que me tiró a la cama en medio del trabajo semanal hasta la leve frustración del seguidor porque su equipo cada semana lo ilusiona, sin embargo cada partido es mediocre y el resultado de todo esta puesta en escena corporal, lejana y arcaica se vuelve más triste que cualquier carencia emotiva. La transferencia ha sido realizada. Viva el fútbol sudamericano.

Que viva. Será por las mismas causas por las cuales se jodió el proyecto de fútbol espectacular de la NASL hace décadas en los Estados Unidos, el lugar donde duermo ahora, esa fantasía de una liga cuya delantera y conducción era el Cosmos de Pelé, sólo rivalizada en la época por las piruetas de la creciente NBA. Pero esas causas ya no importan. Nunca importaron. Porque no han ocurrido. La prueba es el Inter Miami y la Major League Soccer de Lionel Messi. Yo estaba en Santiago cuando junto a la fanaticada virtual del Colo Colo se armó buena discusión porque al Inter Miami quería irse el Maxi Peluca Falcón, baluarte de la defensa colocolina durante el último lustro —desde que el equipo más masivo del proyecto nacional andino sureño estuvo a punto de descender a la segunda división hasta ganar la primera división y llegar a cuartos de final en Copa Libertadores el año pasado—; el Peluca se declaró en rebeldía y dejó de entrenar porque no lo querían vender al fútbol de Messi. Su ausencia en la zaga chilena tendría que ver más con un sueño no solamente material de abundancia, porque excedía lo financiero y apelaba a la fantasía del casi infinito potencial de negocios abstractos, corporales, experimentales que la vida de Florida ofrece a un pelotero que comenzó en el Club Atlético Rentistas de Montevideo. ¿No es la promesa de ser un Messi del barrio ––para quien cada día se perfecciona aplicadamente en el gimnasio de las propias imaginaciones hasta el agotamiento–– más importante que la realidad del Cacique meridional, con su centenar de fieles seguidores que te entregan su energía gratuita a las puertas del estadio Monumental, pero que te quitan cualquier generosidad cuando no juegas bien el domingo, no es esa presión diaria lo que este defensor afrouruguayo sacrifica cuando decide irse a jugar en un club cuya infraestructura es directamente proporcional a la ausencia de cualquier tipo de fanatismo?

Tal vez sea más importante porque, a diferencia de Pelé, que se iba solito con sus guardaespaldas a los cócteles de las organizaciones de elite negra en Harlem y en el Bronx, como también a los mítines de la inteligencia militar panamericana en District Columbia, Messi es un émbolo del más puro silencio testimonial para la masa sin voz de ahora, para quienes nos es prioritario usar ojos y oídos antes que hacer uso de la voz. Quien tiene ojos, que vea. Tal vez sea mejor ser pulga en cola de león que rey en cabeza de ratón, debe pensar el Peluca Falcón, así que Messi para serlo se viste de sencilla camiseta blanca y se sienta sin afeitarse, todo desguañangado, en su galera preferencial con los asientos más caros a presenciar el espectáculo apantallado del mundo: ahora al sueño llega el estadio Superdome de New Orleans en pleno invierno septentrional, durante esta finalísima del football estadounidense llamada Superbowl LIX. El resultado debe ser obvio; porque el año pasado ganaron los de Kansas City y la cantidad de dinero de apuestas y la verosimilitud de la deportividad, ecuanimidad y competencia de la franquicia siempre está en juego, sabemos que ganarán los de Philadelphia. El morbo, entonces, eso que le importa a la pulga en el estadio es que en tribuna principal aparece quien hoy quiere vestirse con el traje nuevo del emperador del espectáculo: ahí está Trump, el primer presidente que va al estadio a ver el Superbowl. Por el tamaño de la pulga bien sabemos que estamos frente al show más ideológico del mundo porque es el más televisado, el que utiliza más energía y el que tiene mayores cantidades de publicidad hasta ahora, en términos de tiempo y de espacio. El espectáculo musical del intermedio deportivo se llama Grand National Experiment (GNX) y lo anima Kendrick Lamar, multipremiado rapero de Los Angeles, a quien anuncia un hombre vestido de Uncle Sam afroestadounidense, el actor Samuel L. Jackson, y a quien rodean docenas de bailarines en colores blanco, old-glory red y old-glory blue, colores que se aglomeran cuando deben formar la Star Spangled Banner y se difuminan cuando el Kendrick confirma:They not like us, they not like us, they not like us”. La pulga aplaude, el líder democráticamente electo aplaude. De sueño reparador, poco. Después de tanto ejercicio, es tarde en la noche y sin embargo el entrenamiento se hace durísimo a mis ojos y oídos. Pero tengo que ponerme fuerte, firme y flexible ante lo que puede venir: el Gran Experimento Nacional. Ese es el nombre de un automóvil modelo 1987 de la General Motors, el Grand National Experiment, el GNX, un muscle car del cual las fábricas de Detroit sólo pudieron producir poco más de 500 ejemplares por su alto costo, porque ocupan más petróleo que nunca y por eso se han vuelto bandera de cierta masculinidad tóxica que viene a exigir todo el poder, de aquella autoridad suprema que se refocila en su capacidad absoluta de entrenar y entrenar para demostrar el domingo frente a su público, de aquel proyecto de subjetividad expansiva que quiere avanzar a toda costa en entender su ambición y si lo llamas capitalismo del espectáculo ––encantado de conocerte una vez más––, y si lo llamas deporte de demolición ––por qué no me sonríes, te ves mejor así––, y si lo llamas imperialismo colonial, y lo llamas sedentarismo, y lo llamas modernidad, occidente, guerra, patriarcado, devastación ambiental, refundación ––bingo!––, y si como quieras lo llamas, los llamas y así te llamas; emergen llamas del automóvil legendario y de entre los bailarines uno levanta una bandera que exige justicia ante los genocidios de Sudán y de Palestina. Cuando todo es parte del espectáculo, ¿a quién llamas después de ejercitarte tanto para ese espectáculo? ¿Ya te pudiste dormir? ¿A cuáles pastizales de altura se escapará corriendo ese séquito de llamas andinas ahora que finalmente te dormiste, esas que no vienen corriendo cuando las llamas?

 

*Foto de Joshua Hoehne en Unsplash

 

 

Carlos Labbé (Santiago de Chile, 1977) es escritor, músico, guionista, crítico y editor. Tiene el título de magíster en Letras con una tesis sobre Roberto Bolaño. Su primera novela Libro de plumas (Ediciones B, 2004) lo convirtió en uno de los nuevos referentes de la literatura chilena. Sus obras Navidad y Matanza (Periférica, 2007), Locuela (Periférica, 2009), Caracteres blancos (Periférica, 2011), Piezas secretas contra el mundo (Periférica, 2014) y Coreografías espirituales (Periférica, 2017) lo han consagrado como uno de los autores más relevantes de la literatura latinoamericana, por lo que fue considerado por la revista Granta, en 2010, como uno de «los mejores narradores jóvenes en español». En 2008, fue uno de los fundadores de Sangría Editora en Chile, de la que es coeditor.

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Posted: February 13, 2025 at 10:54 pm

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