Sandra Lorenzano y el universo de la creación
Anca Koczkas
Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) se doctoró en letras por la UNAM. Es vicerrectora académica de la Universidad del Claustro de Sor Juana y ha impartido cursos y conferencias en universidades mexicanas y del extranjero. Creó en el Instituto Mexicano de la Radio el programa semanal «En busca del cuento perdido», del que fue conductora. Coordinó el libro La literatura es una película. Revisiones sobre Manuel Puig (1997) y es autora de Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura (2001), libro que recibió la Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas. También ha editado Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), Lo escrito mañana. Narradores mexicanos nacidos en los 60 (2010). Es autora de las novelas Saudades (2007), Fuga en mi menor (2012) y del poemario Vestigios (2010). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal. Actualmente dirige el programa de entrevistas “Pasiones y obsesiones: Secretos del oficio de escribir” en Rompeviento, televisión por internet. Esta entrevista se realizó en la Universidad del Claustro de Sor Juana a raíz del lanzamiento de “Pasiones y Obsesiones”.
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Querida Sandra, yo vine aquí armada de preguntas sobre tu actividad como crítica, sobre Saudades, Vestigios, o Fuga en mi menor, sobre tu programa de radio “En busca del cuento perdido.” Y luego me topé con “Pasiones y obsesiones.” Es algo así como Netflix, como lo que en inglés llamamos “binge watching.” ¿Cómo se convierte una en entrevistadora?
Es interesante esa pregunta. En realidad, a mí lo que me interesa mucho, lo que me da mucha curiosidad, es el propio proceso creativo. De ahí surge mi gusto por preguntarles a los escritores —los que tengo a mano claro; si pudiera llegar a Paul Auster o a John Banville los entrevistaría también— qué hace que alguien parta de “no sabemos qué” y llegue a una obra creativa. ¿Cómo se convierte eso, una idea, una sensación, un sentimiento, en algo que te va a desencadenar internamente un proceso que terminará en una obra? ¿De dónde viene esta curiosidad? En gran medida, no sólo porque soy una metiche profesional, sino porque además es una manera de entender lo que me pasa a mí cuando escribo. Encontrar semejanzas y diferencias con otros procesos de creación. Así es que nació un encuentro de escritores y editamos un libro llamado Pasiones y obsesiones. Secretos del oficio de escribir. Cuando me invitaron a hacer el programa, pensé que lo que a mí me gustaría era justamente eso de poder platicar directamente con los escritores. Ahora bien, la división y las características de este programa televisivo tiene mucho que ver con el público mexicano. Aquí un programa de esta índole tiene que ser muy dinámico, ágil, debe tener diversos núcleos que los espectadores puedan identificar. Creo que un programa como “Apostrophes” de Bernard Pivot en Francia, no se sostendría en la televisión mexicana. Tampoco quería hacer un programa similar al programa de Skármeta, que está hecho con mucho dinero y mucha producción, mucho juego. Me interesa que haya tiempo para la reflexión, el análisis, un cierto grado de profundización. Lo que yo buscaba con este programa era generar un espacio de reflexión sobre el ejercicio literario.
¿Alguna vez has pensado en organizar un taller para quienes quieren ser entrevistadores?
No te creas que yo había hecho mucho en este sentido. Lo que pasa es que me gusta lo que hago en la vida y entre las cosas que hago, está leer entrevistas a escritores, pensadores, creadores. Por lo tanto puedo imaginar lo que un espectador, un lector o un radioescucha quieren saber. Ésta es mi primera experiencia real, más allá de algunas entrevistas muy puntuales que he hecho, muy enfocadas al trabajo crítico. Este tipo de entrevista pensada para un público más largo me gusta porque soy curiosa. Creo que si tienes claras un par de cosas no es tan complicado. Para mí, hay dos modelos básicos de entrevista: o permites que tu entrevistado hable y desarrolle su idea, o estás interrumpiéndolo y provocándolo permanentemente. A mí no me interesa la provocación, me interesa escuchar. Al igual como me pasa en mi oficio de crítica literaria, no me interesa ni hacer reseñas, ni comentarios, ni entrevistar a un escritor que no me gusta. Cuando entrevisto a alguien, es porque hay algo en su obra, en su forma de situarse en el mundo creativo que me atrae. Creo que esto es algo fundamental, lo que yo quiero es aprender de la persona que está hablando y creo que eso hace una gran diferencia.
A Jorge Ricardo, del diario Reforma le confiesas que tu propósito es que tus invitados “hagan confesiones sin darse cuenta,” y esto es maravilloso, conseguirlo es todo un arte. ¿Vale más algo que se confiesa sin que el entrevistado se dé cuenta?
Depende mucho de qué estés hablando. Cuando tiene que ver con el proceso creativo, donde el punto liminar entre lo consciente y lo inconsciente es tan lábil y tan poroso, decir cosas sin pensarlas demasiado puede ser muy revelador. Pero si yo te estoy preguntando cuál es tu posición sobre el conflicto en Ghaza, por ejemplo, me gustaría que sí me dieras una respuesta pensada. Sobre todo en la parte del reto creativo, o en el segmento de mi programa que tiene que ver con el pasado, me parece que el poder lograr que alguien hable sin demasiado filtro mental nos revela cosas del autor que de otra manera sería difícil tener.
¿Qué más aprendiste al dialogar de una forma más íntima con Margo Glantz, Francisco Hinojosa o Sabina Berman? Pensando en esas conversaciones ¿qué podrías aplicar a tu propia forma de hacer literatura?
Fíjate que aprendí muchísimo. Para empezar, yo creo que no hay nadie que esté tan convencido del valor de lo que hace y eso creo que a todos nos tranquiliza. Todos los que escribimos, pensamos que para los demás es fácil, que los demás están muy seguros, que tienen muy claro lo que van a hacer. Al respeto, tuve una experiencia muy linda. Este verano, yo quería releer toda la obra de Marguerite Yourcenar. Logré leer algunas de sus obras cortas y cuando estuve en Brasil releí Las memorias de Adriano. Cuando yo había leído esta obra primero a los dieciocho años y después a los veinticinco, todavía no estaban en esa edición unas páginas en las que ella incluye una parte sobre el proceso de escritura de este libro. Justamente reforzó esto que te estoy diciendo. Ni siquiera Marguerite Yourcenar estaba segura de lo que estaba haciendo; lo escribió una vez todo completo, en tercera persona y luego lo tiró. En fin, yo creo que esto es muy importante, esta especie de “cofradía de inseguridades” que de alguna manera nos da seguridad a todos. De que a pesar de todo, no estás solo, aunque el trabajo de escritura sea muy solitario. Siempre he pensado que si yo estuviera sola en mi casa escribiendo, llegaría un momento en que estaría absolutamente rayada, porque eso, lo que estás haciendo, se vuelve lo más importante en tu vida. Por eso fue muy grato sentir que los invitados de mi programa se sentían tan cómodos como para hablar sobre este tipo de asuntos. Yo también quería que ellos me contaran la cantidad de manías que tenemos y cómo algunas de ellas también se van transformando. Me acuerdo muy bien que una de las cosas que me dijo Rosa Beltrán —ella, Ana Clavel, junto con Enrique Serna son de mi generación— fue: “hace unos años yo pensaba que las horas de escritura son sagradas, que todos las necesitamos, pero con todas las cosas que tengo que hacer en cualquier momento libre que tengo me siento y escribo.” Creo que ese tipo de confesiones del taller, de la cocina de la escritura, fueron para mí las más reveladoras. Además, como se ve bien en el programa, todos los entrevistados son unos autores muy honestos No hay nadie que venga como un personaje pre-construido. Quizás lo más difícil fue con Margo (Glantz), porque a ella no le gusta que la entrevisten. A diferencia de todos los otros, quienes vinieron al estudio de producción que tenemos aquí, la entrevista con ella fue en su casa. Es decir que había que romper otra resistencia.
Saudades, tu primera novela, explora todo tipo de fronteras. Sin embargo, me frustró bastante. Cada vez que no entendía los versos en portugués quería tirarla por la ventana. Me dije “heme aquí con una escritora que lingüísticamente se posiciona en contra mía.” ¿Lo viste alguna vez de esta forma? ¿De que podrías hacernos revivir el trauma no del silencio, sino de la palabra no entendida, que a la vez es una forma de silencio?
No. Es que mi idea era que tuvieran traducción y fue una decisión de la editorial no incluirla. Siempre me pareció que era muy violento para un lector que te pongan citas en una lengua que no es la lengua dominante en la novela, y entonces yo quería que los versos aparecieran traducidos en notas al pie. Y el Fondo de Cultura Económica no lo aceptó. Ya bastante difícil es la estructura de la novela como para agregarle otra dificultad. Supongo que el día que la reedite les voy a pelear para que me dejen poner la traducción, pero no fue una elección mía. Lo pensé mucho, porque me parecía muy elitista y por eso peleé para que hicieran este cambio. Más aun, el original de esa novela tenía muchas notas al pie, con muchos referentes y ellos me pidieron que los quitara y pusiera agradecimientos al final.
¿Te dijeron por qué?
Sí, argumentaban que una novela no lleva notas al pie. Pero si tú lees a Sebald, por ejemplo, te das cuenta de que sí es posible. Se trata de un criterio editorial y como era mi primera novela, yo podía pelearlo desde muchos lugares, pero no desde el lugar de autora. Pude haber puesto las citas en español, pero perdía parte del encanto de la vida portuguesa. Sí, así fue.
Esta es una pregunta que contestas tanto es tus dos novelas, como también en tu poemario Vestigios, pero vale la pena hablar del tema fuera de ese espacio también. Se trata de algo indisoluble de la memoria. ¿A qué sabe, de qué color y de qué textura es tu exilio?
Muy buena pregunta. Primero, no creo que sea unívoco, no hay una sola respuesta y creo que a lo largo de los años esos sabores, esos colores, esas texturas han ido cambiando. Además, hay algo que a mí siempre me gusta decir y es que mi exilio como tal se terminó en al año 1983. Claro, tú y yo sabemos que una sigue viviendo el exilio. Pero se vuelve una elección y eso lo hace diferente. No lo hace menos doloroso, pero no lo hace menos enriquecedor tampoco. Si yo no estuviera contenta y no me sintiera plena con la vida que hago en México, tendría la opción de regresar a la Argentina o irme a vivir a otro lado. Si estoy acá es porque quiero estar acá. Y eso es algo que no me pasaba a los dieciséis años. Me trajeron y no había más opciones. Pero muy rápidamente yo adopté México porque yo quería ser una adolescente como todas, mexicana. Y también porque este ambiente me resultó muy acogedor.
¡Ah! ¿Qué significaba ser una adolescente mexicana en aquellos tiempos?
Significaba una de las cosas que te va a parecer más tonta, pero para mí era muy importante: la lengua. Yo no quería que se me notara, apenas abría la boca, que era de otro lado. Rápidamente adopté el acento mexicano y ese es todo un tema. La próxima vez que nos veamos podemos hablar de eso también.
¿Qué tal si lo haces ahora?
A mí me pasó vivir con una dicotomía muy complicada, especialmente cuando hablas la misma lengua, pero con otra variación. Ese doble registro del habla, mexicano y argentino, sobre todo cuando me puse a escribir poesía, me pareció que era forzado. Intenté que fueran cada vez más complementarios. En cambio en el aula, como profesora, no quería que se me saliera alguna “argentinada.” Hasta que un día dije ¡punto! ¡Esta soy yo! A partir de ahí me di una libertad para el habla cotidiana que fue también la libertad que pude explorar en la escritura. Pero tuvieron que pasar muchos años de rigor académico además. Es una libertad como la que traté de describir en Saudades: de lenguaje, vida privada, pero también del proceso creativo. Como un… no te digo descubrimiento, porque no es así. Yo ya sabía que todo eso estaba ahí. Era como un permiso. Y esta es otra cosa que aprendí mucho de mis entrevistas: es increíble lo que tardamos los escritores en darnos permiso. Dudamos tanto de lo que hacemos, que no nos damos permiso del todo.
La historia de Leo, en tu segunda novela, Fuga en mi menor, tiene soundtrack! ¿Y el soundtrack de tu vida? ¿Cuál sería?
Evidentemente, por esa novela, entran Mahler y todo lo que tiene que ver con el chelo, un instrumento con el que tengo una relación muy cercana y entrañable, porque mi abuelo era chelista. Bach y el chelo. Y luego, como mi vida tiene idas y vueltas, siempre agregaría un tango, algo de música mexicana y evidentemente, fado. Con el fado me pasó una cosa increíble. Yo los conocía, pero tampoco sabía tanto sobre este tipo de música. En realidad, me fui a Portugal y me dije yo quiero saber de esto, lo que en torno coincidió con la necesidad de aprender más debido a Saudades. ¡Y luego descubrí que el fado es más triste que el tango! ¡Yo no pensaba que había alguna música más triste que el tango! Me pasa mucho con los fados, según mi estado de ánimo, de ponerlos y no poderlos escuchar. También el rock argentino es muy importante para mí, lo que allá se llama el rock nacional. Es un género que cumplió un rol muy importante durante la dictadura. Es algo muy extraño, porque empezó como un género reprimido. Pero en 1982 los militares le declaran la guerra a Inglaterra por las Islas Malvinas y deciden prohibir toda la música en inglés en los radios. Y entonces no les quedó más remedio que aceptar que se transmitiera el rock nacional. De repente, una música que hasta ese punto fue reprimida, de repente tiene todos los medios a su alcance para ser difundida. Y ya que la música es un espacio de complicidad, de afecto, de creación de memoria, pondría en esa lista algunas canciones que escuchaba con mi hija cuando era chica.
Se nota en ti un acercamiento novedoso al conocimiento, con base en la literatura, claro: programa de radio, entrevistas en un canal por internet, novelas musicales. ¿Para cuándo una película? ¿Un libro de chocolate? ¿Qué sigue?
Pues estoy escribiendo varias cosas. Mi campo es la palabra, dentro de la palabra he trabajado y espero seguir haciéndolo por diversos caminos. La palabra como instancia a la vez de creación y comunicación. Yo siempre digo que es fundamental transmitir la pasión por la palabra literaria. Si en algún momento salgo vestida de mujer sándwich porque es la manera de que la gente pueda leer un poema de Sor Juana lo voy a hacer. De hecho, aquí en el Claustro he hecho espectáculos donde he leído vestida de Sor Juana. ¿Se ve que cada vez me vuelvo más descarada también, no? Todo lo que haga para que la gente se pueda acercar y descubrir lo que es la literatura, me parece que vale la pena. También estoy escribiendo un libro de historias para un público púber digamos, chicos entre diez y doce años. La protagonista se llama Rita “la punk” que tiene un amigo de Oaxaca cuyo hermano es inmigrante en Chicago. Gracias al hermano, esos niños, en una colonia popular de la Ciudad de México, descubren muchas cosas: desde el rock hasta la poesía de los poetas malditos. Estamos también lanzando el canal de televisión Claustro TV, que básicamente trata de recuperar todo el material audiovisual producido aquí: entrevistas, conferencias, etc. Queremos que todo eso esté visible en un sólo sitio web. Película no creo. Pero después de que publique mi siguiente novela, me gustaría mucho volver algunos fragmentos de ahí en obra de teatro. Se trata de una historia sobre la violencia y las mujeres de Tijuana en los años treinta.
Tengo también una pregunta que me mandó un compañero mío, Thomas Phillips, quien escribió su tesis de maestría sobre Saudades. Le gustaría que comentaras un poco sobre el rol que tiene el exilio en tu formación identitaria como escritora, pero también como crítica.
Es fundamental. Lo llamemos exilio, nomadismo, nomadismo teórico… a mí me parece que esta libertad a la que yo me di permiso en el momento en el que me senté a escribir Saudades, fue una libertad que permeó todo lo demás que hago. El primer libro de crítica literaria que yo escribí fue mi tesis de doctorado y es un libro muy sui generis también. No sabes lo que tuve que pelear, en La Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, para que consideraran que en verdad era una tesis. Porque tiene partes creativas. Yo creo que todo lo que tiene que ver con etiquetas genéricas, en lo que a mí me corresponde, también de género, de profesión o los roles sociales, en realidad todo esto nos constriñe. Quiero creer ahora, que la desterritorialización geográfica que implicó el exilio trajo consigo una desterritorialización en muchos otros sentidos. Si lo geográfico no era lo determinante, nada de lo demás tenía por qué serlo. Sin duda, para mí, el exilio fue una forma de liberarme de etiquetas, y la primera que me tuve que quitar fue la de la identidad nacional. Cuando me dicen que soy una escritora de origen argentino, acuérdate de que yo en la Argentina sólo viví dieciséis años. ¡Y en México llevo treinta y ocho! ¿Qué hace falta para que me llamen escritora mexicana?
Para terminar, quiero hacer un experimento contigo. En Estados Unidos, los jóvenes inventaron un juego que se llama “Siete minutos en el paraíso.” En las fiestas se meten en un lugar oscuro y se dan permiso de hacer cualquier cosa. Yo quiero transponer eso a mis entrevistas. En otras palabras, te pregunto cualquier cosa y me tienes que contestar muy rápido.
Ok. Venga…
¿Cuál obra literaria argentina te habría gustado escribir?
La poesía de Alejandra Pizarnik.
Tu parte favorita del cuerpo de una mujer es…
¿De una mujer o de la mía? Todo, completo… de las otras no sé, no me importa, sólo me importa esta.
Algo que odias.
Muchas cosas, las injusticias, la impunidad, la falta de solidaridad, los prejuicios, todo eso lo odio.
Puedes conceder una sola entrevista más en tu vida, ¿Aristegui o Poniatowska? ¿A quién se la concedes?
A las dos quisiera entrevistarlas yo.
Posted: September 29, 2014 at 4:26 pm