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¿Se acabó la democracia?

¿Se acabó la democracia?

José Antonio Aguilar Rivera

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A unos días de lo que será una elección definitoria del futuro político de México algunos observadores se preguntan si el país ha mudado ya de régimen. Durante la primera mitad del sexenio de López Obrador la idea de que estaba en curso una regresión autoritaria no era popular entre los analistas; resultaba alarmista o catastrofista, incluso para los críticos. La inercia democrática nubló el juicio.  Por un tiempo pareció que el lopezobradorismo sería un capítulo de carácter autoritario en una serie eminentemente democrática. Desde el comienzo del sexenio estuve en contra de esa opinión. En los últimos meses de 2019 era ya evidente que el país estaba en una coyuntura crítica. El gobierno que llegó al poder un año antes no era uno más de los que la joven democracia mexicana había visto. Era algo intrínsecamente distinto: la oposición desleal en el poder. Así lo escribí en un ensayo que hacía un recuento de las desventuras de la democracia mexicana: “sin considerar los hitos políticos de los últimos nueve años es imposible entender por qué al final de 2019 nos encontramos a las puertas, abiertas en par en par, de una restauración del régimen autoritario en México”.[1] Al final el discurso de la normalidad democrática del lopezobradorismo cedió ante los hechos.

La incapacidad inicial de comprender la naturaleza del gobierno que llegó al poder en 2018 se debe, en parte, a nuestros referentes históricos. En 2018 creí que López Obrador era la continuación de la tradición populista de los setenta. El político tabasqueño tenía un estilo personal de gobernar —como señaló Daniel Cosío Villegas— muy similar al de Luis Echeverría.[2] Creo que el error de equiparar a López Obrador con Echeverría fue no entender que el inventor de la 4T era, en realidad, un Nuevo Príncipe, como lo entendía Maquiavelo. Ahora resulta evidente que no tenía sentido hablar del “estilo personal de gobernar” de López Obrador porque Echeverría, a diferencia del tabasqueño, no subvirtió el régimen político que lo entronizó. El echeverrismo fue un episodio de continuismo en la historia familiar de un régimen que no terminaría sino hasta un cuarto de siglo más tarde. En contraste, el sexenio 2018-2024 representó, muy probablemente, un quiebre: una retroversión al autoritarismo.

Eso es lo que propone Jesús Silva-Herzog Márquez en un reciente ensayo, “¿Nuevo régimen?”.[3] Para Silva-Herzog “hay signos de que los cambios en este gobierno han logrado modificar la naturaleza del régimen”. Hemos dejado de ser una democracia. El entramado institucional democrático ha sido minado a tal punto que la regresión se consumó. En partes enteras del país la competencia electoral ha sido suprimida de facto por los grupos criminales. El contrapeso crítico que representa la Suprema Corte pende literalmente de un voto y podría desaparecer en la segunda mitad de este año cuando la próxima presidenta designe al reemplazo del ministro Aguilar. El INE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación han sido tocados e impedidos de ejercer el debido control sobre las elecciones. El INE “se ha convertido en espectador de un juego en el que los jugadores violan abierta y descaradamente las reglas”. Su autoridad ha sido anulada.   Lo que López Obrador hizo en el poder, y desde el poder, no fue gobernar con un “estilo” populista: su obra constituyó una activa subversión del régimen democrático. La manida “transformación”, en efecto, representó una ruptura. La prédica del Nuevo Príncipe desde el púlpito matinal fue, desde el primer día, una pedagogía de la tiranía. Creo que Silva-Herzog tiene razón en su caracterización del sexenio que termina. Sin embargo, pienso que si bien la democracia mexicana agoniza no expira aún. En una visita al país en 2023 Adam Przeworski resumió el saldo del lopezobradorismo así: “el daño está hecho”. Y no se equivocaba. La tarea de demolición de la institucionalidad democrática ha sido brutal y, después de 2021, acelerada y abierta.

Creo que la definición de la democracia del propio Przeworski es útil para responder a la pregunta ¿hay ya un nuevo régimen? Una democracia, propone el politólogo, es un sistema en el cual los partidos pierden elecciones. Esta es una definición, mínima, procedimental y por eso es extremadamente útil. Deja atrás numerosos atributos normativos, pero a cambio ofrece claridad conceptual. Nos ayuda a enfocar cuestiones vitales en la supervivencia democrática. Se trata de una variable dicotómica. Es decir, la respuesta sólo puede ser sí o no. Cuando el sistema político hace imposible que quienes están en el poder pierdan las elecciones y dejen el poder simplemente no hay democracia. Esto ocurre de diversas formas, algunas formales y otras informales. Sólo es necesario recordar cómo por décadas en México el ejercicio autocrático, junto con un diseño institucional específico, impidieron que la oposición pudiera derrotar a los candidatos gobiernistas. Gasto público faccioso, cooptación, control de la organización de las elecciones, intimidación, colusión con medios de comunicación y empresarios, etc.

¿Puede el nuevo partido hegemónico en México perder todavía? La institucionalidad electoral existente ¿permitiría una derrota de la candidata oficialista a la presidencia y sus candidatos? “Perder” aquí no simplemente significa obtener menos votos; es que quienes pierdan se vayan pacíficamente a su casa sin intentar subvertir el proceso. Si la candidata de la oposición ganase por pocos puntos, ¿le entregaría la banda presidencial López Obrador como lo hizo Zedillo con Fox en el 2000? Esta es la cuestión crítica. La democracia puede estar muy maltrecha, pero si aún puede crear las condiciones mínimas —establecer los incentivos— para que esto ocurra entonces no ha muerto.

¿Qué significaría una restauración autoritaria en México? Sería un error creer que las formas del siglo XX pueden ser restauradas sin más en el XXI. Hoy probablemente no se requeriría una política de carro completo, como en el pasado. Es necesario recordar que el autoritarismo mexicano siempre fue un régimen de pluralismo “limitado”. Algún grado de pluralismo competitivo local se mantendría, aunque la mayoría de las gobernaturas estaría bajo control del partido hegemónico. Hoy controlan 21 de 32 es decir, el 65%. Este número podría aumentar a los niveles pre transición. El pluralismo limitado también podría tolerarse en el Congreso, siempre y cuando el partido dominante conservara la mayoría calificada en ambas cámaras. Reconstituir el congreso para facilitar la sobrerrepresentación, eliminando los diputados plurinominales, aseguraría el control.  La pinza se cerraría con una mayoría de ministros en la Corte, de preferencia electos. Así se desactivaría también este contrapeso al ejecutivo. El control del congreso y el poder judicial es fundamental para asegurar que el partido hegemónico no pierda en elecciones futuras. Para hacer imposible, o muy difícil, que la oposición gane es necesaria, como el gobierno ya se ha dado cuenta, una ingeniería mayor que desparezca los frenos al poder y haga imposible el control constitucional: el plan C. Esto sólo puede lograrse con una mayoría calificada del partido autocrático o con la colaboración de una parte de la oposición después de las elecciones. Si se instauran estas condiciones como resultado de las elecciones de 2024 la democracia sencillamente terminó. Hoy, es evidente que los términos de la contienda han sido trastocadas para favorecer al partido gobernante, pero no es evidente que sea imposible que pierda. Eso lo veremos muy pronto. La lección es clara: el voto de los ciudadanos puede aún impedir que se sienten las condiciones que hagan imposible que el partido en el poder pierda elecciones en el futuro. La democracia mexicana está en articulo mortis, es cierto,  pero no ha muerto aún. Y lo que hagamos el 2 de junio podría evitar su deceso.  Esto no es optimismo, es  realismo político. Como afirmó el famoso coach Yogi Berra: esto no se acaba hasta que se acaba.

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1

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NOTAS:

[1] José Antonio Aguilar Rivera, “De la democracia a la Restauración”, Nexos , enero 2020.

De la Democracia a la Restauración

[2] José Antonio Aguilar, “La hora del profeta Daniel”, Nexos, julio 2018.

La hora del profeta Daniel

[3] Jesús Silva-Herzog Márquez, “¿Nuevo régimen?”, Nexos, mayo 2024.

¿Nuevo régimen?


Posted: May 9, 2024 at 3:47 pm

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