Somos un pueblo sin imaginación
Mabel Cuesta
Me detienen en los pasillos de la universidad, en casa de ese amigo a quien vamos a visitar por razones absolutamente desligadas al “acontecimiento” del 19 de abril de 2018; en chats de Facebook o en algún que otro email, en una larga conversación que sostengo, a propósito del mercado laboral, con alguien que vive en Barcelona. Me detienen, me interrumpen, me interrogan… Son ¿felicitaciones?, agasajos de medio tono: ya Cuba tiene otro presidente, dicen; un no Castro, dicen; alguien para articular mejor la transición, dicen; uno elegido por el pueblo, flipo.
Y yo quisiera sentir una emoción otra. Una esperanza, como llama de amor, viva. Un regresar a agosto de 2006 cuando enfermó Fidel y en Miami se comenzaban a hacer, una vez más, las maletas del regreso. Un volver a poner en la primera radio casetera de mi vida soviético-caribeña (ya a punto de morir en 1991) aquella canción del Willy Chirino ya viene llegando, tacatatán tan tan, ya viene llegando…ya todo el mundo lo está esperando, tacatatán…Pero nada, no siento nada. Una nada de naturaleza parecida a la del 25 de noviembre de 2016, cuando quiéntúsabes finalmente desapareció, una nada muy extensa que se reproduce en los rostros y las manos vacías de toda mi gente, allá en la isla, sentados en las aceras, reinventando esa nada que, bien sabemos, nada inspira.
Ya lo ha dicho Rafael Rojas en Motivos de Anteo, si “el habla política de la Revolución cubana se basa en un uso particular de la lengua comunista, el discurso revolucionario […] apela a otros ideologemas como pueblo, patria, nación[…]. Se trata de valores modernos, burgueses, que la Revolución resemantiza desde la práctica del socialismo. Pueblo, patria, nación, sociedad son términos que aluden a una misma esfera de poder, a un mismo andamiaje institucional: el del Estado socialista” (Rojas, 35). De ahí que sea imposible imaginarlos desde el “yo” -esa noción siempre tan subordinada al “nosotros” y quizás por eso mismo, tan carente de sentido para las últimas cinco generaciones de cubanos.
Por otra parte, cuando digo que somos un pueblo sin imaginación no nos culpo del todo. Y claro que esa conversación, la del reparto de responsabilidades, es una muy pendiente en nuestra sociedad civil y de ella no se escapa nadie. El binarismo “cubano de Cuba” vs. “cubano de fuera” se tendrá que ir por el mismísimo retrete el día en que por fin nos llenemos de valor para tenerla. Pero no, no es este momento de emplazar a la víctima; porque eso somos, además de seres despojados de toda imaginación, una panda de 13 ó 14 millones (otra cifra demasiado cautiva para ser exacta) de víctimas.
Se cuentan las expropiaciones, los muertos del estrecho, Angola, los presos políticos, el número de derrumbes, todo ese mundo material y humano que en estos sesenta años hemos visto evaporarse con desgarro, haciéndonos perder el carácter, a veces hasta el sentido del humor… Pero nadie cuenta (no se puede) el número de divorcios, de noviazgos rotos, de proyectos truncos; de cuerpos y mentes enfermas…¿sería posible una contabilidad de la producción y el consumo anual de ansiolíticos y antidepresivos que intentan hacer sobrellevable la existencia de muchos cubanos? ¿Alguien se atreverá, por fin, a dar la cifra exacta de suicidas?¿Aparecerá algún interesado en hablar del dolor físico y perenne de todos nosotros: neuritis, polineuritis, artritis, artrosis, escoliosis, diabetes, hipertensión, obesidad, alcoholismo, cirrosis? Síntomas y metáforas de la enfermedad nacional, de la “vida dañada” de la que hablaba Adorno. Porque, insisto, no estoy hablando de cuerpos abstractos, hablo de nuestros cuerpos. Si no me cree vaya a La Habana y a la vuelta no olvide parar en las farmacias Navarro. Haga sus preguntas.
Y es que un cuerpo enfermo no puede imaginar. No me hagan repetir el axioma latino, por favor. La sinonimia que enlaza el concepto de nación con los de Revolución y Socialismo, ha creado un “contenido único que impide la construcción de nuevos sentidos y facilita el despliegue de una simbología totalitaria” (Rojas 36). Y lo sabemos. Muchos hemos estado alertas desde siempre. Pero no basta.
Tener un país es querer tenerlo. No espero créditos por esa perogrullada mayor. Pero tener un país, más que una voluntad o un ejercicio intelectual, es tener la capacidad de imaginarlo. Todo el éxito del dúo dinámico que constituyen Castro I y Castro II, su legado, radica allí, en su enorme destreza para impedirnos soñar, para que no sepamos contar las pérdidas no materiales. El universo simbólico, el capital imaginario sobre el cual toda nación se construye, ha sido expropiado de manera cotidiana y su poder de restitución es casi imposible.
La filósofa norteamericana Martha Nussbaum detalla en su libro Crear capacidades. Propuestas para el desarrollo humano (Paidós, 2012), cuáles son los verdaderos marcadores del desarrollo social y económico de un país. Son aquellos que lejos de estar basados en los habituales indicadores económicos, como el producto interior bruto o la renta per capita, tienen en cuenta los medios que pone un Estado al alcance de sus nacionales para que desarrollen las capacidades que cada ser humano encierra. Lo que mediría el verdadero desarrollo, por tanto, sería que la gente disfrutara del derecho a la vida, a la salud física, a la integridad física o del derecho a poder usar los sentidos, la imaginación, el pensamiento y el razonamiento de una forma verdaderamente humana.
Al ver la manera en que se ha realizado la transferencia de poderes en la Cuba de 2018, no se puede más que regresar a una reflexión sobre la casi total ausencia, en Cuba, de los indicadores que Nussbaum resume en su libro. Transferencia que, prohibido olvidar, se anunció con nombre y apellidos años atrás. Y es que lo de darle sorpresas al pueblo es una anuencia que el compañero Raúl se permite solo si es que va a parar de emitir licencias a los cuentapropistas o para pactar secretamente con Barack Obama y anunciarlo un día de diciembre.
El movimiento de fichas que supone la entrada, en plan rey interino, al envejecido tablero de ajedrez con el que se juega la política insular, no puede encontrar más que apatía y fatiga entre los agotadísimos y muy escépticos anónimos actores de la sociedad civil. Y ahora sí dejo fuera a los intelectuales, a los comentaristas políticos que vivimos siempre en otra parte, a los resistentes activistas que entre palo y palo siguen reuniéndose, menguadamente manifestándose. No hablo de ellos.
Hablo de otra gente, la que repite mecánicamente en las calles de La Habana, “sí, el compañero Díaz Canel, cómo no, muy bueno, muy bueno…” y si segundos después se les preguntas cuánto saben de la nueva plataforma de gobierno, ya se quedan callados. Nada. Hablo de la señora que en pleno Publix de Hialeah te pone los ojos en blanco y dice: “ay, niña, eso del Canel ese es el mismo perro con distinto collar, ponme diez botes de sazón completa y veinte paquetes de Bustelo que salgo pa’Cuba el viernes”.
Y es que nos han sido recordadas varias cosas este 19 de abril. La primera, que el partido es inmortal y que su primer secretario (surprise, surprise) se llama Raúl Castro. La segunda, que la gerontocracia sigue viva (bueno, es un modo de hablar); a pesar de que el promedio de edad entre Machado Ventura y el propio Canel es de 71.5 años. Y la tercera (vamos a pararla aquí, una tiene un país que ponerse a imaginar) nos la enuncia el propio flamante presidente; elegido, oiga usted, con un 99 por ciento de votos a su favor (¡ay, Grecia! ¿ya pa’qué inventaste la democracia?) cuando al hacer su discurso inaugural, ¿presidencial? arremete: “Raúl Castro encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación”.
Escucho lo anterior mientras alguien otra vez me detiene, pregunta, agasaja a medio tono y ya no necesito más para verificar que es real aquello que nos corroe, esa incapacidad que a tantos nos desvela: no, no podemos imaginar un país y a Díaz Canel con sus 56 años de edad, cuatro menos que el estado que ahora preside, le sucede lo mismo.
Mabel Cuesta: Ensayista, poeta y narradora. Ha publicado In vía, in patria (Literal Publishing, 2016) Nuestro Caribe. Poder, Raza y Postnacionalismos desde los límites del mapa LGBTQ, (Isla Negra, 2016); Bajo el cielo de Dublín (Ediciones Vigía, 2013); Cuba post-soviética: un cuerpo narrado en clave de mujer (Cuarto Propio, 2012); Inscrita bajo sospecha(Betania, 2010); Cuaderno de la fiancée (Ediciones Vigía, 2005) y Confesiones on line(Aldabón, 2003). Es profesora de Lengua y Literatura Hispanocaribeñas en University of Houston. Su Twitter es @luzbinaria
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Posted: April 23, 2018 at 11:13 pm
Acertadísimo este articulo. Gracias!