Visita a Quito
Gabriela Polit
La muchacha del libro que leía era frágil, recién había terminado la universidad y consiguió un trabajo en la farmacia de un pueblo pequeño en Maine. El dueño es quien narra la historia, aunque la autora de libro es una mujer. El farmacéutico es un hombre viejo que describe como empieza su amor platónico por esa muchacha simple, piadosa, fresca y muy inteligente al momento de atender clientes y hacerse cargo de los detalles de la farmacia. Salimos de Austin una calurosa tarde de junio, me despedí de mi perra y la dejé a ella y a mis plantas al cuidado de un estudiante. Aterrizamos en Quito a la media noche de ese mismo martes y el frío seco del verano andino nos devolvió la energía que el ambiente encerrado del avión parecía habérnosla arrebatado. Llegamos al departamento de mamá ya sin fuerzas para otra cosa que no fuera poner la cabeza sobre la almohada.
A la mañana siguiente pensé que los días de verano podrían quemar las hojas de mis plantas si el estudiante no las regaba con frecuencia, pensé en las flores de las magnolias que había visto las tardes anteriores cuando sacaba a pasear a mi perra, blancas, bellísimas y de vida fugaz. De pronto la familia y los amigos volvieron a ser la realidad primera, como si no hubiera yo salido de Quito hace casi treinta años, como si mis visitas anuales hubieran sido suficientes para mantener la normalización de lo cotidiano, el café pasado en la casa de mi mamá, el olor a la papaya recién cortada, la desagradable apariencia de las granadillas y su delicioso sabor. El teléfono sonó como sonaba cuando era chica y las voces de las primas y las tías que quedan vivas, se oyeron con la misma frescura de hace un año y de años anteriores. A la noche abrí mi libro y en las páginas que siguieron, la muchacha despedía a su flamante marido que iba de caza, luego sabemos que él muere en un accidente con su rifle. El narrador se siente responsable por ella y le regala un gato, la visita, la consuela. El amor se le escapa por las rendijas de ese espacio que comparte con su ayudante, se derrite ante sí mismo por el hombre que le permite ser la mirada fresca y necesitada de la joven. Ella está muy lejos de ver en él a una pareja. Más bien parece encontrar la relación con un padre. La historia, como muchas anglosajonas, ofrece desde el principio un vistazo pasajero y suficientemente complejo del pasado de la muchacha. Una madre con una enfermedad mental. Una infancia si no trágica, triste. Un hermano. La soledad. Con la muerte del marido no tiene dónde regresar. No hay otro lugar en el mundo para ella, sino el que tuvo con su pareja.
Empieza el recorrido por los lugares de Quito que se visitan por nostalgia, por reconocer que una se ha vuelto casi una turista y que, en caso de serlo del todo, sería lo que Tripadvisor aconsejaría hacer. Vamos al centro, entramos a la Catedral, subimos a sus cúpulas, paseamos por las calles angostas, tomamos fotos. Miramos ese cielo de azul generoso de la altura ecuatorial y el sol mortal nos hace llorar. Vamos a La Compañía y, una vez más, suspiramos por su imponencia. Recuerdo recorrerla de la mano de mamá, cuando mi paseo era otro. Estaba dentro de esa realidad, escuchaba la misa, veía a mamá confesarse, ahora observaba el lugar con distancia y al mismo tiempo lo transitaba con absoluta familiaridad. Pensé en Austin, en los días de lluvia cuando el verano rompe las nubes y las hace gritar con hondos gemidos, con destellos de luz que asustan a mi perra y dudé si estaría bien con el estudiante que la cuidaba. Quizás decide no salir a caminar con el desconocido. Mi perra tiene algo de pudor en mostrar su miedo a los extraños. A ella le asusta todo. Salimos de La Compañía y tenemos hambre. El convento de San Francisco está cerrado, pero en los zaguanes bajo sus cúpulas y frente a la hermosa plaza donde ahora construyen sobre las ruinas precolombinas una moderna estación de metro, hay un café. Está hecho para el turismo moderno, pedimos los platos típicos, el locro, los choclos con queso, las empanadas de verde, las de morocho y jugos de frutas frescas. Ellos alaban el sabor de las frutas. Lo disfrutan. ¿Es acaso ese mundo suyo, como yo quiero que lo sea? O es más bien algo más parecido a la historia de la muchacha que me espera en la mesita de luz, junto al sofá cama que está arreglado para mí en el departamento de mamá. Comemos, entramos a la tienda del café donde venden artesanías de todas las regiones del país, reproducciones de figuras precolombinas, té, chocolates, café. Lo más interesante es la extensión laberíntica de la tienda que sigue el recorrido de las cuevas bajo el viejo convento. Pienso en las historias que guardan esas paredes y vuelvo a mi vida en Austin. He recibido un mensaje de la universidad diciendo que debo enviar el pedido de los libros para mi clase del semestre entrante y la sola idea de abrir la computadora me produce una suerte de soroche. Soroche es la palabra que se usa en Quito para describir el mal de altura, sueño, mareo, vómito y las extremidades se amortiguan. Salimos de la tienda sin haber comprado nada y caminamos al museo de El Alabado, donde se pueden ver figuras precolombinas, queda a media cuadra de la plaza. Es una construcción antigua de cáñamo y adobe, el patio central es de piedra y en el interior se exhiben las piezas, hay además dispositivos audiovisuales que ayudan al visitante. El museo está bellamente diseñado, el recorrido es divertido e instructivo. Uno de ellos encuentra similitudes entre las figuras de 4000 años AC y las que estudió en Austin y que pertenecían a los Olmecas. Hablamos de que en la época pre-hispánica debió haber existido más de una forma de comercio e intercambio. Nos detenemos en las figuras que muestran la vida sexual y reproductiva de esos antepasados. Sexo entre tres, felatios, partos, mujeres amamantando. En Ecuador había pasado la ley de matrimonio igualitario hacía una semana y las discusiones familiares estaban atravesadas por las discrepancias sobre el tema. Habría que traer algunos miembros de la familia al museo, se me ocurrió, para poner en perspectiva histórica eso de la tolerancia. Pero la modernidad nos ha hecho creer que porque nos sale el agua por un caño de metal y nos bañamos bajo una ducha, somos más civilizados que los antepasados. No entendemos todo lo que quedó en la oscuridad después del descubrimiento de la luz eléctrica. En el libro el narrador es un hombre simple, un ser conforme y hasta agradecido con la rutina de sus días. Su mayor conflicto es que la esposa ha dejado de ir a la iglesia los domingos. Eso también admira de la muchacha. Ella es una ferviente católica y el es protestante. Desde donde leo la historia, no encuentro muchas diferencias entre esas formas religiosas, pero el narrador (por lo tanto, la autora), insiste en hacer notar el catolicismo de la muchacha como parte fundamental de su personalidad. Ir a la iglesia sin su mujer lo mortifica, piensa que la comunidad hablará mal de él, de ella. La esposa argumenta que tiene una vida muy complicada entre la escuela donde enseña, la casa y los problemas con el hijo adolescente, y que el único día libre que puede despertarse y tomar el desayuno en pijamas no lo va a desperdiciar en la iglesia. El asiste solo. Admira la piedad de la muchacha. El museo es privado. ¿De qué colección particular salieron estos objetos? Los imagino dispuestos en la sala de alguien, o guardados en lugares secretos, ¿cómo es que este patrimonio llegó a manos de pocos? Veo el fino tallado de las joyas hechas en oro, en platino y pienso en todo lo que habrá cruzado el Atlántico hace cinco siglos. Salimos del museo y nos dirigimos a la Basílica. La iglesia gótica que, en vez de gárgolas, tiene cabezas de iguanas, de tortugas y de los animales de las Galápagos. La iglesia celebra que Gabriel García Moreno, el tirano ecuatoriano del cambio de siglo, consagró el país al Sagrado Corazón de Jesús para que lo salve de todo, menos de políticos ladrones, y la leyenda dice que una vez que se acabara su construcción se acabaría el mundo. La iglesia se inauguró oficialmente en 1988, según Wikipedia, y las figuras precolombinas siguen impávidas en sus poses inmortales en el museo que está pocas cuadras más abajo.
Ellos suben a las cúpulas, yo los miro desde abajo y me da frío. El viento de verano, cuando se está a la sombra, es helado. Me pongo el suéter y pienso sin nostalgia en las caminatas que doy con la perra. Cuando dejé Austin días atrás, el clima era todavía clemente a la mañana y al atardecer. Cuando regrese, en dos semanas, habrá llegado el calor implacable, ese que no nos deja ni pensar y que nos atrinchera en la parte más oscura de la casa, donde el aire acondicionado respira ese refrescante aliento de muerto. Después de una larga tarde alrededor de la mesa, con los miembros de la familia que aparecen conforme quedan libres de sus trabajos y obligaciones, me refugio en la historia. Avanzo lentamente, el capítulo segundo empieza frente al agua y no reconozco a ningún personaje. Parece Quito desde Austin, o Austin desde Quito, o parece el libro que leo y con el que tengo que establecer una relación íntima desde la confianza de que aquello que sucede me puede parecer, en alguna medida, familiar. Como el Quito que visito, como el Austin donde vivo. Pero hay también una dosis importante de alienación en todos esos lugares, las ciudades de donde soy y donde vivo y los libros. Cuando cierro las páginas de este que leo ahora, y apago la luz de la lámpara que mamá ha trasladado para ponerla en mi mesita de luz en ese dormitorio transitorio que arregló para que yo me sintiera en casa, la perra, la muchacha, el estudiante, las calles de Austin, el farmacéutico, el turismo en Quito, mis clases, ellos que pasean conmigo, el pueblo de Maine, las conversaciones con la familia alrededor de la comida, todo se vuelve un universo pequeño, frágil, de historias que puedo contar sin que nada cambie de lugar, sin trasladarme, sin hacer ruido, hasta quedarme dormida.
Gabriela Polit Dueñas es escritora y la autora del libro de cuentos Amsterdam Avenue (dislocados, 2017) .Como investigadora, publicó por Beatriz Viterbo Editora . Trabajó con María Helena Rueda en un volumen titulado Meanings of Violence in Contemporary Latin America (Palgrave-MacMillan, 2011), y Narrating Narcos, Culiacán and Medellín por la universidad de Pittsburgh. Es profesora de la Universidad de Austin.
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Posted: September 4, 2019 at 9:54 pm