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Reseña de Hambre, novela de Elise Blackwell

Reseña de Hambre, novela de Elise Blackwell

Erika Said

Un botánico ruso se propone reunir la colección más grande de semillas del mundo mientras un pseudocientífico, seguidor de las ideas de Stalin, declara “enemigo de clase” al instituto que resguarda estos granos. Poco después estalla la guerra con Alemania, las tropas nazis sitian la ciudad, provocan más muertes por inanición que por bombardeos. El libro Hunger, traducido al español como Hambre, es una novela corta publicada en 2003 por la escritora norteamericana Elise Blackwell quien, en 139 páginas lleva al lector a la Rusia de los años 1940, a través de la que es considerada la hambruna más terrible que se ha vivido en la historia moderna.

Se trata de una pieza fragmentaria, con capítulos cortos o viñetas que no siguen una temporalidad cronológica sino una “intersección de diferentes escalas de tiempo en el momento presente,” (Dünnen) estrategia de la narratología contemporánea que replica el concepto geológico de “tiempo profundo,” con el fin de visibilizar cómo los seres humanos están acabando con el planeta en esta que a recientes fechas ha dado por llamarse la era del Antropoceno.  Hambre también evoca conceptos de las llamadas “escrituras geológicas,” como el de la “agencia” de seres no humanos, por ejemplo, las semillas; o el de “larga duración,” por ejemplo, el pasado ancestral y el caminar histórico hacia el presente.

La voz del narrador-protagonista irrumpe en la página 5, desde el presente en “su apartamento en Nueva York,” durante algún momento “cercano a la muerte.” Alguien está por compartir una serie de acontecimientos que (sobre)vivió en el pasado. Pero antes de que de estas memorias comiencen a correr, una nota en la página que abre la novela, advierte de la existencia real, histórica, de Nikolai Vavilov, reconociendo que la narración presentada es “un recuento ficticio de tal tiempo (1941) y lugar (Leningrado)” y que los personajes “son invenciones … de ninguna manera basados en las valientes personas que trabajaron en lo que hoy es el Instituto Vavilov.” (4)

Una novela sobre la Segunda Guerra Mundial contiene en sí un hecho de innegable componente político, que ha sido revisitado antes que Blackwell por historiadores y escritores, pero la autora se enfrenta al reto de alterar la perspectiva, creando una ficción donde las relaciones de poder no se enuncian de manera contundente sino como ecos detrás de otros relatos cuyos actores son agencias humanas y no humanas que se enfrentan a la guerra, sus causas y sus consecuencias. Más específicamente, trata de los hombres y mujeres de ciencia que trabajaron en el Instituto, así como del sufrimiento general de la población de Leningrado a causa de la hambruna. De esta manera, el duelo individual que vive Vavilov, refleja a la vez el proceso de duelo colectivo de todo un pueblo. También las semillas son personajes afectados por la catástrofe, los granos, esos gérmenes precursores a las plantas de donde nace todo lo comestible/vegetal. En Leningrado, tanto personas, como animales, como plantas, debieron dejar atrás la vida como se conocía antes del sitio que duró de 1941 a 1944.

Un sitio, como se sabe, es una estrategia de guerra en la que las tropas enemigas intentan apoderarse del control político de un lugar, por medio de bloquear el flujo humano y el intercambio comercial. Los ciudadanos se van atrapados en un territorio que, tarde o temprano, agota sus reservas de energía y alimentos para ir muriendo de inanición. La pieza realista que Blackwell presenta, discurre sobre la manera como fue escaseando lo necesario para vivir, la sensación de decadencia intensificada a la par con la falta de alimento y la llegada del invierno. La miseria se apodera de las calles, de los edificios, evacuados o abandonados por las muertes, por la huida. Se percibe la ropa sucia de quienes siguen vivos, la desnutrición, los huesos marcados donde antes hubo carne. Los animales —incluso los rastreros— se extinguen, el agua sucia del río Neva es todo lo que tienen para hidratarse. Dicho proceso de esplendor a decadencia, como muestra la novela misma al comparar Leningrado con Babilonia, ha sucedido repetidas veces en las grandes civilizaciones de la historia. Una caída que en veces toma siglos, en veces es repentina. Es así como, a través de una sedimentación en las capas temporales de la historia, la autora contrapone ambientes, colores, temperaturas: para enunciar los tiempos de hambre se ha de enunciar también la saciedad, para enunciar la desolación, se enuncian las pasiones, la opulencia para intensificar la idea de carencia.

Hay al menos cinco temporalidades identificables en la pieza. Una, el presente en Nueva York, desde donde Vavilov narra en primera persona tras haber sobrevivido. Otra, los días/años/meses anteriores al sitio. Otra más, los días de la hambruna. Una cuarta es el pasado remoto del protagonista, cuando la guerra no se veía venir. Finalmente, una quinta en la que desde la individual historia de la mítica Babilonia, se representa la generalidad de las primeras civilizaciones agricultoras, las primeras tensiones políticas que llevarían a la caída de un gran imperio. Esta capa narrativa es a su vez una capa geológica la cual “excava”, a la manera de Samuel Becket, el pasado más remoto de la humanidad, “desplegando figuras de ruinación” donde “vastos sistemas de vida se acatan, escondidos a la vista, complicando aún más la relación con lo inorgánico.” (Byron)

De las mencionadas temporalidades, ninguna parece tener mayor importancia que otra dentro de la novela, salvo por las decisiones narrativas de la autora, al presentar alguna antes, alguna después. Se podría hablar, por tanto, de un despliegue democrático de todas ellas. Primero, el presente desde donde el narrador rememora su pasado.

Luego se le presenta al lector con la temporalidad de los días/años/meses anteriores al sitio, momentos de una intensidad intermedia en cuanto a que los personajes todavía todavía viven una vida normal. Vavilov disfruta de la buena comida, sale al teatro, lleva una relación cordial con su esposa. Asimismo se relatan las fricciones entre el gobierno de Stalin, se menciona a Lysenko —considerado por la ciencia moderna, hoy, como “pseudocientífico”— y se suceden las primeras represiones políticas, pinceladas apenas, de lo que viene después: “En 1927 todavía nos reíamos de la descripción que Fedorovich hizo de Lysenko en Pravda, quemé el recorte un año y medio después, aunque lo hice a cambio de calor y no por resentimiento, ni siquiera por diversión.” (24) El mismo articulo periodístico del que habla el personaje, Blackwell lo incluye a manera de cita. Se trata de una publicación proveniente de archivos históricos reales. Un “reciclaje” que funciona como práctica (des)apropiativa, pues incluye materiales ajenos a su propia escritura, cuestionando con ello la idea de una sola autora que escribe en solitario y brindando al texto, más allá de la evidente apariencia de realismo, un sentido de comunalidad o pluralidad en el proceso creativo. (Rivera Garza)

La temporalidad de los años remotos, anteriores al sitio, se narra desde el recuerdo nostálgico de Vavilov. Aquí, cuenta su labor recolectando semillas, los viajes por el mundo en compañía de biólogas celulares, genetistas, patólogos, especialistas en distintas áreas de la botánica, incluyendo al Gran Director, su colega, jefe y amigo. Su propia esposa, Alena, botánica también, forma parte de estos episodios. Aquí se crea una atmósfera cálida, que contrasta con el frío, el hambre y la decadencia de los días venideros. Está la inocencia de las primeras veces, la cotidianidad con Alena y, paralamente, la compañía sensual de los romances extra-matrimoniales. Están también los sabores de la comida que llegó a probar, mangos dulcísimos, melones gigantes, manjares ofrecidos por jeques árabes. Sin caer en el exoticismo, el protagonista relata sus aventuras por el norte de la India, Nicaragua, México, Etiopía, Malta, Moscú en el verano, lugares tropicales que él visitó en calidad de turista, siempre con el ojo clínico de quien busca nuevos granos y semillas para su colección.

La siguiente temporalidad corresponde a la de los días del sitio, en ella narra la manera en la que él y el resto de los sobrevivientes lograron no morir. Las semillas y granos, que tienen un papel preponderante a lo largo de la obra, se convierten en joyas preciosas que hay que proteger en un lugar donde escasea el alimento. Esa colección de granos, que en otro tiempo estuvo destinada a la preservación de las especies vegetales para su futura investigación, a manera de arca de Noé, es ahora una tentación para un hombre hambriento que debe pasar horas resguardándola de otras personas tan hambrientas como él. Situaciones críticas que se plantean como cruciales en la decisión que tomará más adelante el personaje, de dedicar el resto de su vida a buscar métodos para combatir el hambre en el mundo. Sin que él se considere un héreo, sino, por el contrario, la heroicidad de Vavilov se enuncia en varios momentos de la novela, proveyendo al lector de los elementos para que éste saque sus propias conclusiones. Blackwell narra que en un primer momento de la hambruna los “botánicos se movieron hacia la defensa de la ciudad. Analizaron el camuflaje del suelo … Cultivaron injertos de hongos, desarrollaron métodos de recolección y procesamiento para extraer antisépticos del esfagno. Se dieron a la caza de nuevas fuentes de vitaminas y medicina. A través de su trabajo, expandieron la misma definición de lo comestible.” (15)

Las semillas son, por otra parte, también heroínas en Hambre. Esto se logra, no a través de una humanización, sino a través de contar su historia como especie compañera del botánico, quien siempre se expresa con fascinación sobre ellas, hablando de su longevidad y capacidad para sobrevivir a ambientes hostiles. Un ejemplo es el cactus de su esposa Alena, el cual sobrevive a la falta de sol y agua, con tan sólo la saliva de su cuidadora como fuente de hidratación. Las plantas, demuestra Vavilov a través del recuento histórico de los días de la grande Babilonia —quinta y última temporalidad—, han acompañado a los humanos desde temprano en la Historia. Tal como los antiguos utilizaban la cebada como moneda de intercambio (30) en épocas anteriores a la civilización industrial, durante el sitio algunos botánicos lograron salvar ciertos granos preciados, por medio de disfrazarse de mendigos soviéticos que vendían semillas a los soldados de Hitler. (16) La similitud del valor de las semillas en ambos tiempos históricos resulta en una capa que la autora desedimenta. Otro ejemplo de desedimentación del tiempo que hay en el libro, sucede en la página 88, cuando se muestran tres capas temporales superpuestas la Plaza Sennaya. Vavilov recuerda que dicho lugar estuvo sumergido en agua durante la inundación de 1924. En 1914, hubo alimento sobre ella, “cuando la nueva policía de economía se adjudicó la propiedad de los sembradíos de col, verduras y raíces que había ahí”. Mientras que “ahora,” —explica el narrador desde su realidad en los 1940—, hay en ella ataúdes sumergidos.

La relación entre la remota Babilonia de 1595 a.C. y la época de los años 40 en que vivió Vavilov, más allá del parecido entre las palabras Vavilov-Babylon, más allá de equipar el aporte a la humanidad que representaron los Jardines Colgantes con el proyecto de colectar semillas que inició Vavilov, resulta un espejeo entre la continuidad que han tenido desde entonces los conflictos bélicos, luchas de poder y conquista: “Los asirios —notorios por su brutalidad y redistribución de la población— trajeran más sufrimiento a Babilonia. Sus largas y sangrientas batallas con los egipcios conllevaron al sitio de la ciudad, que duró casi precisamente lo mismo que duraría el sitio a Leningrado muchos años después.” (109)

Lo que hace la autora es “apropiarse” del pasado profundo y utilizar el presente geológico, con el fin de cuestionar los momentos históricos fundacionales de ciertas dinámicas de poder, en otras palabras: aporta más técnicas de desedimentación literaria, al extraer capa por capa varios niveles del pasado geológico sobre los que se erigen las actuales civilizaciones. Estrategias narratológicas (desapropiación, excavación) utilizadas por el ecocriticismo y la teoría descolonial, así que no sorprende que la novela haya sido evaluada como una “ecocrítica poscolonial,” (Manggong) por priorizar las semillas y no la vida humana.

Finalmente, se nos presenta una pieza tan alejada del romanticismo como los escritores naturalistas hubiesen exigido, pero también alejada del determinismo y el objetivismo científico propio de esa tradición. El protagonista es dual, de ética profesional íntegra pero se enfrenta a diatribas morales propias de su condición humana. Un ejemplo es cuando siente el mismo nivel de culpa cuando sucumbe a los arrebatos sensuales que lo llevan a serle infiel a su mujer, que cuando mastica unos cuantos granos de arroz con el miedo de estar extinguiendo algo único en su especie.

Los capítulos no favorecen ningún tiempo histórico sobre otro, la autora muestra abiertamente que se está apropiando de una historia, por ello utiliza materiales bibliográficos que le comparte al lector al final, en la sección de “Reconocimientos”, aceptando que “esta novela no fue escrita sin ayuda.” Al trascender formas antes vistas de narrar, al presentar cierto (nuevo) materialismo, Elise Blackwell se posiciona dentro de una tradición que para el momento en que escribió la novela aún era muy nueva, a la fecha, el neomaterialismo aún sigue en construcción y en discusión sobre los sistemas disfuncionales antropocénicos.

Se trata de una tendencia narratológica que procura hacerle justicia al medio ambiente, a la vez que honrar a quienes anteriormente han buscado la misma justicia para el planeta o la humanidad, por lo que reflexionan cómo puede nuestra raza implementar nuevos sistemas sociales que no amenacen la continuidad de la vida animada y no animada de nuestro mundo.

BIBLIOGRAFÍA

Blackwell, Elise. Hunger, (Boston: Little, Brown and Company, 2003)

Coole, Diana, and Samantha Frost. “Introducing the New Materialisms.” En New Materialisms: Ontology, Agency, and Politics. (Durham, NC: Duke University Press, 2010a), 1-43.

Dünnen, Jörg. “Escribiendo el ‘tiempo profundo’: Ficciones fundacionales y el Antropoceno.” Orbis Tertius, vol XXV, no. 31, e146, mayo-octubre 2020.

Rivera Garza, Cristina. “Desapropiación Para Principiantes.” En https://literalmagazine.com/desapropiacion-para-principiantes/


Posted: December 2, 2021 at 11:21 pm

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