Vivir entre cuadros
F.G. Haghenbeck
Cuando la vida aún no me había dejado sin cabello y maltratado lo suficiente para ser un adulto, al preguntarme qué deseaba ser cuando creciera, contestaba que cuidador de zoológico o escritor de Batman. Ante el terror de mis padres de que terminara por esos malos pasos, me pusieron a estudiar hasta la universidad. Al crecer, me di cuenta que mozo de animales no era mi estilo, así que decidí convertirme en narrador y opté hacerlo en el medio que tanto amaba: los cómics. Las historietas han sido compañeros fieles toda la vida. Pasé horas leyendo las aventuras de Batman, el pato Donald o Asterix. Encontraba en ellas un mundo colmado de fantasías que alimentaban mi golosa imaginación. Si hay que culpar a algo de ser como soy, serán los cómics. No hay duda. Aunque se cree que es un medio infantil, se trata realmente de todo un anciano. Los cómics llevan en el mundo más de cien años, más que la radio, cine o televisión. Nacieron incluso antes de la publicación Truth, con la primer tira: “Yellow kid“ (de ahí el nombre de prensa amarillista), pues hay ejemplos del uso de éste medio siglos atrás. Considero a la narración gráfi ca el eslabón perdido entre literatura y cinematografía. Es un medio sencillo de narrar algo: pones una imagen a lado de otra para crear sensación de tiempo. Y así, sucesivamente, hasta crear una historia con imágenes y palabras. No se trata, como algunos dicen, de un “medio arte“. Incluso en Francia le llaman el “noveno arte“. Pero creo que estamos muy alejados de verlo así en estos rumbos. Es un medio de narrar, simplemente.
Así, a los ocho años, con sólo pluma y papel, descubrí que se podía relatar con cuadros. En mi primer historia volqué todas los temas importantes que un niño podía tener: espías, vaqueros, autos voladores, un perro, un villano en una isla con volcán rodeada por tiburones robots y una muchacha millonaria que rescatar. Estaba muy lejos de ganar el Pulitzer, pero me gustaba. Continué elaborando historietas hasta que dejé la infancia. Objetivos más primordiales tomaron su lugar: música, amigos y desde luego, mujeres.
Como les dije, la vida fue dando golpes para moldearme en lo que soy (admitámoslo, la vida no esculpe, sino aporrea como cocinero a la masa de pan), convirtiéndome en lo que deseaba de niño. (Bueno, casi. Nunca publiqué en Batman, aunque estuve a punto de hacerlo). A pesar del dolor de mi familia, terminé como escritor. No llegó de manera sencilla. Fue un parto doloroso y tardado. Pasando por universidad, ofi cinas, horario fijo y corbata con traje. Hasta que un día decidí dedicarme al ofi cio. No había vuelta atrás. Lo hice aun con el hambre que siempre viene incluida con el paquete de ser escritor.
En el principio me reunía con un grupo de jóvenes nerd (con camisetas de super héroes, anteojos y pelo seboso incluido) que deseaban incursionar en el medio. Tratar de vivir del cómic en México es lo más cercano ha aspirar a ser astronauta en Nigeria. Un poco más difícil. Entre nosotros intercambiábamos revistas y platicábamos sobre el posible triunfo de Superman en una pelea mítica contra Spiderman. Un grupo de hombres hablando de eso es el mejor repelente de mujeres. Los dibujantes de historietas son más evitados que los asesinos seriales nazis de Estocolmo. Algunas veces los prefieren a ellos, aun teniendo como mascota a un zorrillo. El caso fue que comenzamos a crear un plan: ir a la catedral del cómic en los Estados Unidos, la gran convención en San Diego, California, y buscar trabajo. Esta convención es el sueño de todo fanático: una semana entre expositores de cómics, películas de géneros, juguetes y video juegos que sirve como escaparate para toda la creciente industria del entretenimiento. Era un plan más alocado que el de Colón en búsqueda de América, pues éste contaba con el apoyo de los reyes. Así lo hicimos, y poco a poco se vieron los resultados. Varios obtuvieron empleos en las grandes compañías como Marvel y DC Cómics.
Otros, comenzaron una guerra de guerrillas editando fanzines para ser distribuidos en un pequeño círculo local hambriento de cómics que reflejaran más nuestra mexicanidad. Ambos tuvieron éxito: hoy en día algunos son famosos artistas internacionales, y los otros, reconocidos artistas alternativos que abrieron el mercado. Publican regularmente, pero lo más sorprendente es que todos consiguieron pareja: eso realmente fue el milagro.
Así comenzó mi labor de escritor de cómics, que terminó opacando mi carrera como arquitecto. Mi primer trabajo fue escribir una fantasía juvenil sobre un grupo de adolescentes elegidos para combatir a una raza alienígena. De nuevo, no era material para el Pulitzer, pero había sufi cientes peleas y chicas en trajes de goma escotados como para ser un pequeño éxito. Después de eso, uno de los dibujantes que poseía mayor éxito en el medio me llamó, igual que a otro amigo, para escribirle su primer historieta. Alejándonos del cliché del súper héroe, retomamos gustos propios por vampiros, leyendas celtas, mitología cristiana y referencias populares para hacer CRIMSON. El cómic se publicó en DC Comics por tres años con un rotundo éxito. Se hicieron juguetes, esculturas, estampas y toda una parafernalia, el sueño de todo fan. Meditándolo a la lejanía, la historia evocaba los intereses de la década de los noventas, con música gótica, ambientes cargados, referencias míticas religiosas y la simple pregunta que se hacían todos los jóvenes: ¿Quién soy yo realmente?
Siguieron otros trabajos para esa compañía, hasta que un día el editor de Superman, un agradable neoyorquino de corazón, guatemalteco de nacimiento, me pidió escribir para lo que muchos creen es el personaje arquetípico por excelencia de los cómics. Mi incursión en las paginas de Superman terminó siendo una difícil labor. Cuando tocas personajes así los editores cuidan la franquicia. Son más importantes las pijamas de Superman, que una buena historia.
Fue entonces que me empecé a sentir como si fuera el músico de jazz Miles Davies tocando con los Beatles. Yo deseaba ser escritor, no dibujante. Los escritores somos raza aparte. Solitarios por naturaleza, conflictivos, y con más telarañas en la cabeza que un desván abandonado. Los dibujantes son todo sol y sonrisas, como si vivieran en ese mundo pletórico de colores que dibujan. El día que mi buen amigo, el escritor y ex espía de JFK, William Reed, me instruyó “dejar de jugar juegos de niños y ponerse a escribir cosas de hombres“, comencé a escribir literatura. Y el resultado fue grandioso, tanto que olvidé mi sueño. Después de cinco libros, varios premios, y algunas criticas favorables, me di cuenta que los cómics era un medio que amaba. Era como descubrir que extrañas la vieja casa campirana que dejaste para vivir en un edificio cosmopolita. La ventaja es que podía regresar a esa casa cuando lo deseara. Y así lo hice. Ahora, salto desde editar y adaptar obras clásicas al cómic como Fausto, La divina comedia o El Cid, a narrar mis propias historias. Quizás un poco más complicadas en contenido, pero no por ello menos divertidas. Les aseguró que ningunas son de Pulitzer, pero son mejores que las anteriores.
Quizás sea una especie en extinción. Hoy en día casi nadie lee cómics. Son un producto caro y elitista. El medio se transmuta de manera veloz pues las nuevas generaciones se aburren de seguir una historia entre páginas cuando se posee un videojuego más veloz que un parpadeo de mosca. Por ello, cada vez que veo un niño hojeando un cómic en la fila del supermercado, sonrío: un dibujante o escritor de historietas ha ganado sus alas para ir al cielo.
¿Y cómo fue que estuve a punto de ser escritor de Batman? Bueno, esa es otra historia. Una para narrarla entre cuadros
F. G. Haghenbeck (Ciudad de México, 1965). Fue coescritor y cocreador, de Crimson (Wildstorm/Time Warner 1999-2001), así como de Alternation (Image Comics, 2004). Es el único mexicano que ha escrito una versión de Superman para DC Comics-Time Warner (2002). Su novela Trago amargo recibió el Premio Nacional de Novela una Vuelta de Tuerca en 2006.
Posted: April 18, 2012 at 10:12 pm