Reflection
La ciencia-ficción ante los “males” de la tecnología El sueño de la razón engendra monstruos eléctricos

La ciencia-ficción ante los “males” de la tecnología El sueño de la razón engendra monstruos eléctricos

Sergio Missana

Hace algunos años asistí, en Barcelona, a una conferencia de Brian Aldiss. En su charla, el gran autor inglés abordó una apasionada defensa del estatus literario de la ciencia-ficción (CF), resaltando sus dimensiones oníricas y aseverando, en definitiva, que no sería otra cosa que una variante del surrealismo. El argumento o justificación de Aldiss, en mi opinión equivocado (¿por qué no abordar el ejercicio opuesto: una apología del surrealismo a partir de sus simpatías, si las hay, con la CF?), reflejaba cierta impaciencia o ansiedad en uno de los máximos cultores de la ciencia ficción del siglo pasado ante el lugar marginal que ésta ocupa en los cánones literarios.

La contraparte de ese complejo de inferioridad —el menosprecio altanero de los sumos sacerdotes de la Alta Literatura hacia la CF—, tuvo una causa célebre en el duro castigo inflingido por la crítica a Doris Lessing a causa de sus incursiones en ese género y en la literatura fantástica, incluyendo Memorias de una sobreviviente (1974), El quinto hijo (1988) y la monumental serie Canopus en Argos (1979-83), que narra la historia de la Tierra a partir de una matriz bíblica y contiene una de las obras maestras de su autora: The Making of the Representative for Planet 8 (1982), que reelabora el Libro de Job y fuera transformada en ópera (en un cross-over de regreso a la Alta Cultura) por Philip Glass. Esos ataques han recrudecido incluso después del Nobel (que le llegó con décadas de retraso precisamente por su “caída” en la ciencia ficción); algunos críticos vuelven a insistir en que sólo tienen valor literario sus obras que siguen el registro de El cuaderno dorado (1962).

El esfuerzo de Aldiss por trasponer la barrera de los prejuicios contra la CF, no esbozaba crítica alguna contra el endiosamiento secular de la Alta Literatura, heredado del romanticismo y que llegó a su cenit en la época de las vanguardias históricas, como el surrealismo. El sentido común indica que los cultores de cualquier disciplina tienden a sobrevalorarla y, lo que es más importante, a ser entrenados –o entrenarse a sí mismos– para pensar dentro de sus confines y de acuerdo con su lógica. En el caso de la Alta Literatura se observa, en virtud de su mismo prestigio, una ostensible fetichización (en “Del culto de los libros”, 1941, Borges trazó una genealogía de la transformación de la escritura de mero instrumento a un fin en sí misma) y burocratización. El antropólogo norteamericano Edward T. Hall llamó “transferencia de extensiones” al proceso por medio del cual los productos culturales (las instituciones, las ideologías, la tecnología, la educación, las artes) se transforman en entidades autopreservantes, alienadas del objetivo con que fueron concebidas, es decir, extender y potenciar facultades humanas. Los sistemas extensionales, según Hall, tienden a perder flexibilidad con el tiempo, las extensiones terminan por confundirse con, u ocupar el lugar de, los procesos extendidos y a transformarse en sus propios objetivos.

Lo notable de la CF es que no sólo constituye un ejemplo de este fenómeno (en su exilio del paraíso de la Alta Literatura) sino que además lo examina. Uno de sus temas centrales ha sido la advertencia sobre los monstruos engendrados por los sueños de la razón, los productos del genio humano prometeico que adquieren vida propia y se vuelven contra sus creadores. Cito al azar ejemplos cinematográficos, algunos con ilustres antecedentes literarios (Arthur C. Clarke, Philip K.Dick): 2001: Odisea del espacio (1968), Blade Runner (1982), Terminator (1984), The Matrix (1999), Minority Report (2002) y la menos conocida Frankenstein desencadenado (1990) de Roger Corman, que revisita en clave de CF la historia del monstruo y de Mary Shelley (cuyo libro llevaba por subtítulo “El moderno Prometeo”), basada en la novela Frankenstein Unbound (1973) de Brian Aldiss.

Esta dimensión “conservadora” de la CF, de cuestionamiento y advertencia sobre los alcances posibles de la ciencia y la tecnología —lejos de constituir la reacción automática contra las innovaciones que emplazó McLuhan— es un ejemplo de su libertad para indagar en zonas ciegas para otros géneros o disciplinas. Nadamos en la tecnología como peces en el agua. Ocupa un lugar en la sociedad occidental similar al que tuvo la Razón en la era de la Ilustración y, antes, la Religión.

El cuestionamiento de las innovaciones tecnológicas no ha sido, por lo demás, prerrogativa de la CF. Platón, en el Fedro, se muestra receloso ante la principal innovación tecnológica de su tiempo, la escritura alfabética, y sus posibles efectos sobre el ejercicio de la memoria, la transmisión de conocimiento y el hábito mismo de pensar. (Hall señala que los productos culturales, al extender facultades humanas, siempre dejan algo fuera, no son capaces de reproducir todas las funciones del órgano o actividad que amplifican). La pregunta de Heidegger por la técnica —abstrusa y en la que se ha visto cierta nostalgia chekoviana por un ruralismo edénico— incluye una reflexión sobre los peligros concretos que entraña la unilateralidad del pensamiento técnico. Paul Feyerabend, por su parte, considera a la ciencia como una ideología que transitó de ser una fuerza liberadora, contribuyendo en los siglos XVII y XVIII a erosionar un sistema de pensamiento comprensivo, a declararse poseedora de la verdad absoluta, deviniendo en una religión que “inhibe la libertad de pensamiento”. Feyerabend emplaza la posición privilegiada de la ciencia en la sociedad y aboga por una separación formal de ésta con el Estado, cuestionando tanto su infalibilidad metodológica como su supuesta capacidad de producir resultados, señalando (en “Cómo defender a la sociedad de la ciencia”, 1975) que los “grandes avances científicos se deben a interferencias exteriores que prevalecen en contra de las más básicas y ‘racionales’ reglas metodológicas”. En The Axemaker’s Gift: Technology’s Capture and Control of Our Minds and Culture (1995) James Burke y Robert Ornstein postulan que las grandes innovaciones científi- cas han sido utilizadas por una minoría de especialistas como un instrumento no sólo de “progreso” y manipulación del mundo, sino también de control social, de poder, promoviendo e imponiendo a su vez una modalidad de pensamiento específica (secuencial, funcional a las innovaciones técnicas) a costa de excluir otras. Su análisis del pacto fáustico con aquellos que “nos dieron el mundo a cambio de nuestras mentes” arranca con las primeras hachas de piedra en el paleolítico y recorre los grandes hitos de la innovación técnica: la agricultura, la escritura, la ley, el alfabeto, la imprenta, los sistemas educativos estandarizados y el mismo método científico. Los autores propugnan una modalidad de pensamiento más flexible y holística, y, al igual que Feyerabend, una toma de decisiones que abarque horizontes temporales amplios y no quede en manos de “expertos”.

Aparte de su aspecto “conservador”, la CF incluye una dimensión visionaria, anticipándose a la ciencia para delinear caminos posibles y amortiguar lo que Alvin Toffl er llamó, en su best-seller de 1970, El shock del futuro. Las premoniciones de la CF y la ficción fantástica han llegado a bordear lo uncanny, como anota el historiador E. Scott: “En Journey to Laputa, Swift da las distancias y periodos de rotación de dos satélites de Marte desconocidos en la época. Cuando el astrónomo norteamericano Asaph Hall los descubrió en 1877 y notó que sus cálculos correspondían a lo indicado por Swift, fue dominado por una suerte de pánico y los nombró Phobos y Deimos: Miedo y Terror”. El papel indagatorio, prospectivo de la CF respecto los avances de la ciencia ilustra su íntima cercanía, no determinada sólo por los temas de la CF (como ha señalado Ian Gibson, nada envejece más rápido que las proyecciones sobre el futuro), sino ante todo por su modus operandi. Ambas proceden de la misma manera. Al igual, para Feyerabend, las grandes innovaciones científicas no son alcanzadas por medio de procedimientos científicos, Umberto Eco señala, en “Los mundos de la ciencia-ficción”, que “la ciencia-ficción buena es científicamente interesante no porque hable de prodigios tecnológicos —y podría incluso no hablar de ellos—, sino porque se propone como juego narrativo sobre la propia esencia de toda ciencia, es decir, su conjeturalidad”.

La libertad imaginativa que permite la CF parece haberle sido negada a quienes se rigen por los inflexibles estándares de la Alta Literatura. Doris Lessing, en el segundo volumen de sus memorias, describe sus primeras lecturas de CF en los años 50: “Me entusiasmó la escala, la amplitud de horizontes, las ideas, la posibilidad de crítica social… y me decepcionó en nivel de caracterización y la falta de sutileza”. Esto se debería, en parte, a que la profundidad psicológica requiere ser contrastada con un sustrato cultural reconocible por los lectores, lo que se hace difícil en un contexto de mundos inventados. Lessing sugiere que se debiera escribir CF con personajes más densos, a la Henry James, lo cual tendría un potencial cómico. Señala asimismo que la CF contiene “algunas de las mejores historias de nuestro tiempo”.

(PD: En la actualidad, se vive en Chile un pequeño boom de CF, que incluye a autore(a)s jóvenes como Jorge Baradit, Francisco Ortega, Francisca Solar, Álvaro Bisama, Tito Matamala, Sergio Meier y Sergio Amira, entre otros. De momento, destaca en ese panorama Jorge Baradit, autor de Ygdrasil (2005) y Trinidad (2007). Ygdrasil se ha transformado, en poco tiempo, en una referencia de la CF escrita en español. Baradit urde una historia sencilla, basada en el argumento arquetípico del viaje del héroe —en este caso, una anti heroína memorable: Mariana—, y la recubre con la abigarrada complejidad, prolijamente imaginada, de un mundo regido por rituales chamánicos, codicia corporativa y una atmósfera de opresiva crueldad.)


Posted: April 12, 2012 at 8:49 pm

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