“What if”. Lo que ha sido, lo que pudo haber sido
Roberto Salinas León
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Los contra-factuales son divertidos, pero también ilustrativos, de lo que pudo haber sido si se diesen o se hubiesen dado ciertas circunstancias. En el caso mexicano, en la antesala del fin de la deconstrucción institucional instrumentada en la administración de la 4T, destacan varios contra-factuales hipotéticos de los diferentes rumbos que se pudiesen haber dado, más allá de las evidentes catástrofes en áreas como seguridad, educación o el sistema de salud.
El semanario The Economist tiene una sección muy ilustrativa sobre “escenarios imaginables” que se podrían dar en el futuro, o no, llamada “The World if.” Son casos improbables, en el límite máximo de la imaginación humana, que invitan al lector a pensar fuera de la caja. Por ejemplo, dos escenarios improbables pero relevantes al cambio climático: “what if Republicans pivoted on climate change?” o “what if climate activists turn to terrorism?”. Otro contra-factual más futurista nos propone “what if antibiotics stop working?” mientras que uno más contempla “what if blockchains ran the world?”
Estos y varios otros contra-factuales son fuente de entretenimiento informado, pero quizás los mismos “what if”’s se pueden aplicar a casos locales. En el caso mexicano, una serie de “what if”’s obligados permiten dimensionar los altos costos de oportunidad ocasionados por el marco de políticas públicas de la Cuarta Transformación, justo en un momento donde se contempla cimentar un segundo piso con consecuencias potencialmente fulminantes para la economía, y para el ciudadano de pie.
El caso más dramático de “what if” durante el obradorato es, a nuestro parecer, la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La pregunta relevante es: ¿“what if” si no se hubiese cancelado el NAIM? En este contra-factual, la capital mexicana hoy tendría uno de los diez aeropuertos más importantes del mundo, equiparable a los aeropuertos de Miami o Chicago en materia de conectividad, un “hub” más estratégico que el aeropuerto de Panamá. No se hubiera tirado a la basura el inmenso recurso financiero ya invertido, ni el monto adicional necesario para cumplir con las obligaciones pactadas, lo que equivale a la estratosférica suma de alrededor de 232 mil millones de pesos. Hoy la zona de Texcoco tendría una cadena productiva robusta, de comercios, hotelería y otros servicios. Y los recursos por concepto de la tarifa aeroportuaria, que en una ocasión se calculó en 325 mil millones de dólares a valor presente neto durante los próximos 25 años, hubiese sido suficiente para financiar una cantidad designada para las familias que viven en Texcoco mediante subsidios directos, e incluso ¡la propia construcción del aeropuerto Felipe Ángeles!
El aeropuerto Benito Juárez se hubiera convertido en una zona para desarrollos residenciales, y hoy no tendríamos un aeropuerto con un deterioro significativo en mantenimiento, con pésimo servicio y con un gran problema de saturación. No hubiese existido la necesidad de aumentar las tarifas del actual aeropuerto, así como los del AIFA y Toluca, para completar las obligaciones requeridas para financiar la cancelación del NAIM.
Todos estos, y más representan los altísimos costos de oportunidad derivado del capricho de cancelar la obra de infraestructura más importante de la capital del país en su época moderna. Pero el costo de oportunidad más alto, sin embargo, es que hoy carecemos de un aeropuerto con alto valor agregado en términos de conectividad, en pleno auge del “near-shoring.” Visto así, la cancelación del NAIM pasará a la historia como un digno “case study” en escuelas de negocio como una de las peores decisiones en la historia moderna. Asimismo, deja entrever el trasfondo en la matriz de decisiones del obradorato: una mezcla tóxica de ignorancia, intolerancia y resentimiento. Si había corrupción, asunto que queda por comprobarse, se pudo haber castigado a los responsables; y si era una obra faraónica y “fifi”, se pudiesen haber hecho las modificaciones para que el nuevo aeropuerto fuese más austero, más sencillo, más representativo de la (mítica) austeridad republicana.
Un caso similar se observa con otra de las obras insignia de la 4T—el Tren Maya. Aquí vale la pena recordar la premisa de Friedrich Bastiat: está lo que se ve, pero también está lo que no se ve. En la región sureste, hoy se observa un tren regional (muy) mal hecho, con recurrentes “desplazamientos” hacia abajo, con retrasos insoportables, una obra de infraestructura setentera montada a la fuerza sobre una de las reservas ecológicas más importantes del mundo. Lo que no se ve es justo lo que nos permite aprecia la interrogante: ¿“what if” si no se hubiese construido el Tren Maya? De entrada, no se hubiese invertido una suma de 500 mil millones de pesos, casi cinco veces más de la proyección original, en un proyecto que está destinado a ser un hoyo negro financiera permanente para las finanzas públicas—léase, para el bolsillo del contribuyente mexicano.
La tesis de que con el tren regional podrán surgir polos de desarrollo en las comunidades del sureste es un ejemplo de ideología superada, de los años 50s, una nostalgia que nos obliga imponer el pasado sobre el presente, y a la vez condenar a los ciudadanos a un futuro con menores oportunidades de crecimiento. ¿”What if” si esa formidable cantidad de recursos de hubiese utilizado para consolidar una amplia red de gaseoductos requerida para alimentar las necesidades de gas y electricidad en la región sursureste, facilitando así la transportación de gas natural, bueno y baratísimo, directamente desde Texas? El resultado habría sido un impulso fundamental al desarrollo de las plantas industriales en la región Maya, en pleno “boom” de “near-shoring,” con acceso competitivo a insumos como gas natural y electricidad; y, al igual, para desarrollos turísticos y el amplio comercio que acompaña esa cadena productiva; y, por último, fuentes de electricidad confiable, sin constantes apagones, a precios competitivos, sin necesidad de subsidios de parte de la CFE, para hogares domésticos en toda la región.
Eso es lo que no se ve. Sin duda, hay otros escenarios: ¿“what if” si esos recursos se hubiesen destinado a convertir el puerto de Progreso en una instalación de primer mundo, con la gran inversión en calado que requiere, tanto para transportación de mercancías e insumos, como para multiplicar las visitas de cruceros? La trasportación marítima es la más costo-eficiente de todas, y por ello fuente de competitividad. Otra opción podría haber sido limitar la inversión a un bullet train de Tulum a Cancún.
Otro caso más, igual o más penoso, es: “what if” si no se hubiesen cancelado todos os farm-outs y las rondas de subastas contempladas en la reforma energética, y con ello no se hubiese invertido la escandalosa cantidad de recursos en la refinería Dos Bocas—un monumento al ego mesiánico que hoy alcanza un costos superior a los 20 mil millones de dólares, y que no ha refinado una sola gota de gasolina. La falsa promesa de “rescatar la soberanía nacional” y de regresar a un régimen de autarquía petrolera (autosuficiencia, gasolina para consumo único de los mexicanos) ha arrojado resultados que merecen un sólo calificativo: un absoluto desastre. La división de transformación industrial de Pemex acaba de reportar un pérdida neta de 260 mil millones de pesos ¡en el primer trimestre de este año! Se perfila a registrar una pérdida acumulada sexenal de 1 billón de pesos, mientras que la producción ha caído a sus niveles más bajos en medio siglo—1.4 millones de barriles diarios, versus la meta de 2.5 a principios del sexenio. Es un “what if” con dimensiones criminales: no hubiese sido más soberano, más patriótico, y mucho más costo eficiente, invertir toda esa monumental cantidad de recursos, ya esfumados en el basurero de la pobreza franciscana, en salud y educación?
Hay, sin duda, varios otros contra-factuales que podemos imaginar, negativos como positivos. Estos “what if’s”, sin embargo, son ejercicios reveladores que exhiben los monstruosos costos de oportunidad que la ciudadanía mexicana ha pagado por esa tóxica trinidad que determina las decisiones en política pública y el modus operandi de la 4T: ignorancia, intolerancia y resentimiento.
Ojalá que el “segundo piso” venidero se informe por sentido común, y deje atrás el desperdicio de recursos, y de oportunidades.
Roberto Salinas León (Ph.D. en Filosofía y Teoría Política, Universidad de Purdue) es director ejecutivo del Centro Latinoamericano de Atlas Network. Es presidente de Alamos Alliance, uno de los coloquios económicos más importantes en América Latina. Ha publicado en medios como El Economista, Forbes, Nexos, The Wall Street Journal, Investor’s Business Daily, y varios otros. Twitter: @rsalinasleon
Posted: July 31, 2024 at 7:16 am