Zoé Valdés y la nostalgia
Argentina Rodríguez
En 1967 se publica la antología Aquí once cubanos cuentan (México, 1967), del crítico José Rodríguez Feo, fundador junto a Lezama Lima de la revista Orígenes, y luego, con Virgilio Piñera, de Ciclón. El antologador reclamaba en ese entonces la necesidad de nuevos asuntos en la narrativa cubana, la que hallaba todavía demasiado apegada a exámenes críticos del pasado. Acerca de ello comentó en estos términos:
Sólo en la medida en que esta literatura tiene una intención moral, puede justificar su existencia hoy día. Lo mejor de la literatura que se hace hoy en Cuba tiene como fin no sólo mostrarnos las entrañas de esa sociedad que estamos aboliendo. Tiene también el efecto saludable —quizás sin proponérselo directamente— de templar nuestro espíritu contra el retorno de ese pasado. Por eso gran parte de nuestra literatura se sitúa en el pasado.
Sólo en la medida en que esta literatura tiene una intención moral, puede justificar su existencia hoy día. Lo mejor de la literatura que se hace hoy en Cuba tiene como fin no sólo mostrarnos las entrañas de esa sociedad que estamos aboliendo. Tiene también el efecto saludable —quizás sin proponérselo directamente— de templar nuestro espíritu contra el retorno de ese pasado. Por eso gran parte de nuestra literatura se sitúa en el pasado. Ese exorcismo del pasado que ejecutaba entonces la narrativa cubana, tuvo en un autor como Guillermo Cabrera Infante, nacido en 1929, una realización plena. Tomó de su realidad la frustración diaria, el vacío existencial y también las historias de la lucha contra la dictadura de Batista para convertir este material en su principal sustento literario.
Años más tarde, otros autores se encargarían de dar nuevos rumbos a la narrativa cubana; ellos asumieron directamente la épica de la realidad contemporánea para tratar de expresarla en términos artísticos. Conciben su obra dentro de la Revolución —como época y también como tema— y traen personajes nuevos: luchadores revolucionarios, traidores, milicianos y apátridas. Ambientes nuevos: Girón, Escambray, escuelas de milicias, cañaverales con trabajadores voluntarios, cooperativas. Y un lenguaje nuevo: el idioma de la guerra, la consigna revolucionaria. El referente es inmediato, esencialmente épico.
En los años setenta —“el quinquenio gris” de la narrativa cubana, como lo definió Ambrosio Fornet— la mala apreciación política de los fenómenos artísticos truncó una línea consecuente de la narrativa cubana, la cual abortó en un realismo socialista aburrido y complaciente. Muchos autores, por tanto, se sumieron en el silencio.
Nacidos a partir del año de 1950, los ahora “nuevos” narradores y narradoras cubanos se convierten en la voz dominante de la última década, tal vez debido a una cualidad básica que recorre toda su producción: este grupo, lejos de admirar, alabar o reafirmar la realidad —histórica o actual— la interroga desde una perspectiva esencialmente ética, sólo comprometida con la responsabilidad estética del artista, a su vez comprometida con su realidad. Esta es la generación a la que pertenece Zoé Valdés.
Significativamente, la herencia literaria que recogió esta generación no está directamente emparentada con la obra de sus antecesores literarios sino mucho más cercana a los narradores nacidos en los cuarenta, en especial a un autor que se mantuvo solitario durante muchos años, Reinaldo Arenas, cuya obra alucinada y llena de resonancias fabulatorias permaneció ignorada y olvidada en la narrativa cubana.
Hechos tales como el éxodo masivo hacia Estados Unidos desde el puerto del Mariel en 1980, el regreso temporal al país de los que habían partido después del 59, el llamado “proceso de rectificación de errores y erradicación de tendencias negativas” iniciado en 1985 contra lo que se creían verdades y logros establecidos, entre otros fenómenos, vinieron a demostrar que la realidad cubana no era perfecta, ni definitiva.
La narrativa cubana recibe de esta generación el aporte de un personaje y un ambiente hasta entonces desconocido para la literatura cubana: el joven marginal. El marginalismo no como una fuente de conflictos puramente delictivos sino como los conflictos de un sector de la juventud cubana cuyas existencias bordean la ilegalidad y la alienación.
Zoé Valdés, como Reinaldo Arenas, constituyen una realidad disidente dentro y fuera de Cuba. Ambos encarnan la fuerza y la apertura de la literatura cubana que se da gracias o a pesar de su insularidad. Literatura impregnada de un mundo de vanguardia, cosmopolita, en el que el nacionalismo y el cosmopolitismo no resultan ideas opuestas.
En Zoé Valdés encontramos el deleite de la palabra por la palabra misma; una invitación a disfrutar el lenguaje —el lenguaje de la calle, del solar—; un texto abierto donde las palabras son las depositarias del juego. La autora nos hace una propuesta: jugar con las palabras como objetos manipulables. Y nos recrea situaciones sólo conocidas por los que permanecieron en la isla —los que padecieron los estragos después de despertar del sueño romántico de la Revolución. Así, por ejemplo, en Café nostalgia Ana le dice a Mar, la protagonista, cuando ésta le aconseja matricularse en Medicina o Pedagogía (las únicas carreras que el Ministerio de Educación ha decidido abrir, pues la Revolución no necesita artistas, sólo médicos o maestras: “la vocación no existe —advierte el slogan revolucionario— la vocación es el deber cumplido”):
—¡Ya le dije que no estudio más, que de ahora en adelante me fijaré en los exámenes como una caballa, está bueno de que la estén comprando a una que si el pueblo necesita médicos y maestros! ¡Coño, ni qué fuéramos una nación de fronterizos, once millones de analfabetos y enfermos! ¡El pueblo también necesita artistas, vayan p’al carajo, aquí no cambia el discurso! Dime, ¿quién tiene la culpa? No me lo digas, ya lo sé, el imperialismo. ¡Pues yo quiero ser actriz, gran actriz, y eso no quita que esté contra el imperialismo! ¿O es que querer ser actriz es un concepto pro-imperialista? ¡Voy a terminar encantada con el imperialismo! ¡Le dan tanta importancia que algo bueno debe de tener! (Valdés 1998: 165)
Situación que parece rayar en lo grotesco y lo absurdo y que, sin embargo, resulta la esencia de lo cotidiano en Cuba. “La nada cotidiana” como bien dice Zoé Valdés al titular una de sus novelas esenciales. Leer a Zoé Valdés es adentrarse en un mundo pantagruélico en el cual abundan lo hiperbólico y la comedia —y quizá, por eso mismo, el dolor—. Dolor que comparte con un autor tan significativo como Virgilio Piñera, poeta, crítico, dramaturgo y narrador cubano, que influyó de manera decisiva en la obra de esta autora, particularmente a partir de la lectura de su poema monumental La isla en peso (1943).
La escritura rítmica de Zoé Valdés une lo popular de los boleros con lo culto. Y es en Te dí la vida entera que percibimos la influencia de Cabrera Infante. Los mundos de ambos escritores se acercan, se imbrican. Más que situaciones de hechos dramáticos, estos autores nos brindan situaciones de ambiente (diferentes barrios, diferentes ámbitos). Obras que hablan más a las sensaciones que a las ideas. Mundo visual, de olores, sabores. Representación de un micorocosmos (La Habana), formas de experimentar la sexualidad, lo prohibido. Obras que pintan un mural, que nos dan la representación alegórica de una situación; que brindan la imagen de La Habana, de una forma de sentir, de volver a capturarla.
La literatura de Zoé Valdés es también la expresión de una voz: la de la disidencia. El fenómeno de dos literaturas con una vertiente. Pues el punto de unión de los escritores y escritoras cubanas reside en los orígenes, en compartir un pasado. La literatura de los disidentes, en el exilio, se nutre de un deseo: apropiarse de una tradición para legitimar su exilio, para establecer una memoria cultural. Una memoria que podría permanecer en el silencio dentro de Cuba —en los silenciosos y los silenciados—. Memoria que es necesario volver testimonio, de brindarle una voz.
Los escritores y escritoras cubanas no nos hablan de “la experiencia gozosa”, como decía Reinaldo Arenas. La literatura cubana siempre está permeada por la política y por la nostalgia. En Café nostalgia nos dice su autora: “Cada vez somos más numerosos los desperdigados por el mundo. Estamos invadiendo los continentes; nosotros, típicos isleños que, una vez fuera, a lo único que podemos aspirar es al recuerdo. Aferrados al nombre de las calles apostamos a una geografía del sueño. Dormir es regresar un poco.” (Valdés 1998: 126); “de nuevo me atacó la angustia de no poder recuperar un sitio en el mundo, un espacio en mi isla imaginaria, un lugar donde por fin pudiéramos hallarnos todos reunidos.” (Valdés 1998: 312) Y nos reitera: “Me invadió la desolación, la terrible certeza de que el isleño que se muda a un continente nunca podrá hallar tranquilidad, jamás su esperanza será igual, penderá del sobresalto.” (Valdés 1998: 297)
“Ella viene de una isla que quiso construir el paraíso”. Con estas palabras inicia La nada cotidiana de Zoé Valdés, para continuar: “Ella es como cualquier mujer, salvo que abre los ojos a la manera de las mujeres que habitan las islas: hay una tranquila indiferencia en sus párpados.” (Valdés 1995: 15) La prosa de Zoé Valdés, sus cadencias y ritmos, se hallan muy cercanos a los de la poesía. Como bien sabemos, ella es, ante todo, poeta. Y esta poeta nos trae a la mente a otra gran poeta, quien falleció en 1997 en su casa del Vedado, en la calle E y 19, “La calle de Los Baños” como se le llamaba porque llegaba directo al mar. Me refiero a Dulce María Loynaz, Premio Cervantes 1992, quien en uno de sus poemas dice:
La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una criatura distinta. Más leve, más sutil, más sensitiva.
[…]
La criatura de isla trasciende siempre al mar que la rodea y al que no la rodea. Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos se amansan en su pecho, duermen a su calor como palomas.
[…]
Ella es toda de aire y de agua fina. Un recuerdo de sal, de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola, y una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura, le estremece la yema de las alas…
Tierra Firme llamaban los antiguos a todo lo que no fuera isla. La isla es, pues, lo menos firme, lo menos tierra de la Tierra.
(Loynaz 1993: 162)
Este es también el universo de Zoé Valdés donde habitan mujeres como Patria, quien, por amor, quiso llamarse Yocandra; la Niña Cuca; Mar; todas ellas hechas de recuerdos, nostalgia, música, humor, desparpajo, sensualidad, olores, sabores. Mujeres inasibles que poseen una lógica a toda prueba: “que la vida es corta y uno no se dio el lujo de nacer por hueco tan estrecho para romperse la cabeza con tan extravagante manera de ordenar lo que es redondo y viene en caja cuadrada, lo inexplicable.” (Valdés 1998: 59) Son criaturas de isla, de recuerdos de sal y horizontes perdidos: “Si pudiera elegir…. (nos dice Mar en Café nostalgia ) Evocaría el silencio, empecinada en callar la añoranza.” (Valdés 1998: 177).
Posted: April 3, 2012 at 8:27 am
no se permitan compararla con Dulce Maria Loynaz no le sirve!!! es demasiado pequeña la tal Zoé