Janis Joplin, la perla que lo sentía todo
David Dorantes
Michael McClure se toma un segundo antes de responder. Cierra los ojos para hurgar en sus recuerdos. El más joven de los poetas de la generación beatnik está en un cuarto del Hotel Sheraton de Guadalajara en México (es 1994) para dar un concierto en la Plaza de Toros Nuevo Progreso junto a Ray Manzarek, tecladista de The Doors. El fotógrafo Marco Aurelio Vargas y el melómano infinito Eduardo Hernández ofician como atentos testigos de honor a la conversación. El cuarto huele bien. Huele a petate quemado y vodka tonic’s. La escultora Amy McClure, su esposa, está sentada en un sillón y, ajena a la charla, ve absorta por la ventana cómo languidece la tarde.
¿Cómo era Janis Joplin? McClure repite la pregunta sin abrir los ojos. Janis Joplin y Michael McClure vivirán por siempre unidos bajo la canción Mercedes Benz de Joplin que está basada en un poema de McClure. El poeta rememora a su amiga con una frase enigmática: “Estaba bendecida, sentía todo, cada risa, cada segundo, cada haz de luz, cada gota de lluvia. Todo lo sentía como nadie más. Sufría más que nadie por lo irrelevante y vibraba de alegría más que nadie con lo insignificante. ¿Me entiendes? Lo sentía todo, todo”.
Janis Lyn Joplin murió el 4 de octubre de 1970 a los 27 años de edad. Ya son 50 años y el mundo del blues-rock todavía no se repone del dolor que causó su muerte espoleada por la depresión, el alcohol, las drogas, la soledad, una vida atormentada. Joplin hizo de su desgarro una forma de arte. Una excedida visceralidad interpretativa a golpes de blues, gospel y rock que nadie puede imitar. Su voz quedó para siempre en un puñado de canciones que arden con una emoción que avanza como un río de lava que funde todo a su paso.
Para sentir a Janis Joplin no hace falta más que escucharla. Para tratar de desentrañar las claves secretas de su arte hay que conocerla un poco. Dicen que infancia es destino. Empecemos por ahí. En Port Arthur, Texas, en donde nació el 19 de enero de 1943 hay un cruce singular de caminos. Más bien, de aguas musicales.
Port Arthur es la última ciudad de la costa de Texas frente al Golfo de México antes de llegar a Louisiana. En las décadas de 1940, 1950 y 1960 el lugar vivía una bonanza petrolera ya que es sede de la refinería más grande de Estados Unidos. La refinería y el puerto son un imán de trabajo. Por ello en la zona conviven mexicanos de segunda y tercera generación, blancos caucásicos de todos los antecedentes europeos, afroamericanos. Todos llegaron con su música de otra parte.
Todavía hoy es normal escuchar entre los bares, fiestas de carne asada y en las iglesias de Port Arthur una vibrante policromía sonora de swamp-blues, swing-country, cajun, zydeco, delta-blues, ragtime, jazz de las brass-bands, gospel, bluegrass, conjunto tejano, vals creole, rockabilly, boogie. A veces la música de fondo, cuando uno maneja por ahí, es una enredada telaraña que mezcla todos esos ritmos y estilos. Joplin bebió las aguas musicales de Port Arthur desde la niñez.
Sin embargo, la zona es también sed de un conservadurismo religioso cristiano, con ribetes bautistas y carismáticos, de viejo cuño. Por ahí la Biblia es El Libro. Revelación y sentencia. Súmenle la devoción machista a las pistolas y el whisky. Una muchacha hipersensible e inquieta como la joven Janis Lyn (decimos los dos nombres) en el Sur profundo, no iba a ser feliz por esos pagos. Apenas terminó la preparatoria, en donde destacó en pintura y literatura, la morra empacó sus tiliches y se fue por la carretera I-10 rumbo al oeste. Primero a Houston.
Sin embargo, Houston se parecía mucho a Port Arthur. Todavía se parece. Pero multiplicado por mil y con una intrincada red de carreteras que van para todos lados sin salir de la ciudad en una banda de Moebius a vuelta de rueda. Tampoco ahí fue feliz. Algunos viejos rockeros de la comarca juran haber visto a Janis Lyn como cantante de folk en la noche de aficionados del algún bar por la Washington Avenue. Pero, la verdad, sepa la bola. No hay registros.
Con certeza se sabe que luego de su breve paso por Houston la muchacha se fue a Austin a estudiar en la University of Texas. Desde la capital del estado le mandaba atribuladas cartas a su madre para contarle que había sido votada como candidato al muchacho más feo del campus. Ser otra vez el patito feo debió marcarla muy duro en un lugar en el que esperaba encontrar abrigo.
En ese entonces Estados Unidos empezaba una de las décadas más convulsa de su historia. Los escritores de la generación beatnik, la generación apaleada, eran la voz de los chavalos. Las protestas por la guerra de Vietnam crecían en intensidad. En Jackson, Mississippi, policías federales tenían que escoltar a los estudiantes afroamericanos en la universidad para que no los lincharan. Los cafés cantantes eran las catedrales de la conspiración. Las drogas eran entonces un camino hacia la espiritualidad y no a la evasión. La respuesta estaba en el huracán y Bob Dylan lo sabía, tiró la guitarra de palo y se pasó a la eléctrica. Janis Lynn entonces se apuntó a la rebambaramba para ejercer de exceso y de símbolo. Apenas tenía 19 años. Al patito feo ya le estaban saliendo las plumas de cisne.
El rock and roll por aquella época todavía era un producto que reflejaba la sociedad machista que lo había engendrado. El rockero era el ídolo que debía ser adorado por las jovencitas de tobilleras. El macho en el escenario guiaba las púberes fantasías femeninas derretidas en las malteadas de fresa. La mujer se limitaba a ser la gritona espectadora.
Janis Lyn no se metió luego luego al mundo del rock and roll. Su salto al escenario lo dio en el bar Threadgill’s. Una vieja gasolinera art-decó reconvertida en sala de conciertos sobre la calle North Lamar en Austin cantando baladas folk , country y folk-blues.
Un miércoles de 1962 dedicado a los cantantes aficionados, Janis Lyn esperó en una mesa su turno de subir al estrado. No se había bañado en días ni llevaba una pizca de maquillaje. Había bebido. A veces la acompañaban cantando en fiestas un par de músicos locales, Powell Sant John y Lanny Wiggins, pero esa noche no estaban con ella. Se veía tímida e indecisa cuando subió al escenario armada de una guitarra de 12 cuerdas. Cantó la balada country Silver Threads and Golden Needles, un éxito de Wanda Jackson de 1956, con una letra de cierta rebeldía a la condición de la mujer sureña.
Cuando la escuálida y pálida chaparrita comenzó a cantar la temperatura se elevó a tal punto que el rumor corrió por toda la ciudad. La muchacha fea cantaba con una furia hermosa. Cada miércoles durante meses proto hippies, pachucos y jainas, hijos de la mano izquierda, vaqueros liberales, estudiantes y revoltosos de todas las consignas se acurrucaban tumbados en el piso de madera del Threadgill’s para escuchar al patito feo que subía al estrado borracha para vencer su timidez pueblerina.
Para 1963 Janis Lyn otra vez tomó la carretera para irse a la soleada California que era en donde se estaba moviendo el mundo. Dejó la Universidad de Texas para ir a graduarse al Flower Power College de San Francisco, en donde las clases estaban en las calles. Carlos Humberto Santana Barragán, un morrito e inmigrante mexicano que tocaba la guitarra, también andaba por ahí y los dos se encontrarían seis años después en el mítico festival de Woodstock.
En 1965 Janis Lyn ya es la cantante de una banda de hirsutos greñudos llamada Big Brother and The Holding Company que transita entre la psicodelia rockera y el blues. La enigmática cantante ya se llama Janis Joplin. Quedan pocos rastros de la inocente sureñita. Cuando no está cantando chambea de cataclismo para sí misma. Su dolor profundo no se consuela ni con la heroína, ni las pastas, ni el alcohol. En el escenario la mujer lleva al paroxismo a miles de almas mientras se desgarra con una rasposa voz de mezzosoprano angustiada cantando desde la hoguera de su alma.
Janis Joplin solo grabó cuatro discos y eso realza aún más la fuerza de su arte. Hizo Big Brother and the Holding Company (1967), Cheap Thrills (1968) con la fantástica portada de Robert Crumb, I Got Dem Ol’ Kozmic Blues Again Mama! (1969) y la obra maestra Pearl (1971) que se editó de forma póstuma. En total son 35 canciones. Nada más. ¿Cómo pudo cambiar el panorama del rock y el rock-blues para siempre con una obra tan breve en apenas cuatro años?
El éxtasis fue la bandera de Janis Joplin. El carpe diem hecho cantante. Como intérprete subía al escenario para expresar en jeribeques violentos su sexualidad, pasión, deseos, miedos, esperanzas, triunfos, derrotas. Todo su cuerpo cantaba y clamaba. Era la psicodelia violenta y liberada haciendo el amor sin tapujos a la vista de todos. Sufriendo a la vista de todos. Representó a las jóvenes de su generación. Les animó a sentir y a desear. Fue una verdadera innovación como artista y como mujer. Resultó que el patito feo era un dragón al que no le gustaba usar sostén.
Como cantante, sin un entrenamiento formal, la riqueza de modulaciones que Joplin lograba hacer es relevante. Siempre usaba la voz de cabeza empujando con mucha fuerza para ir subiendo hasta lograr falsetes que parecían distorsiones instrumentales tensando su laringe con dramatismo. Por momentos parecía que se iba a quebrar, que no llegaba al tono, pero siempre subía y lo ampliaba. Su técnica no tenía técnica. Se basa en la emoción. Hay grabaciones en vivo de la misma canción y se aproxima a las notas, en los mismos momentos del tema, de forma diferente. Su vibrato es un portento cuando alarga las vocales cambiando de tono. Esa voz es el resumen de todos los estilos musicales que conoció en Port Arthur sazonados con el sufrimiento sin final que la carcomía.
En la tarde 3 de octubre de 1970 Janis Joplin había culminado la grabación del que sería su disco Pearl en Los Ángeles. La muchacha se quedaba por esos días en el Lamar Hotel y que hoy se llama Highlands Garden Hotel. Un hotel por el que rondaban varios camellos californianos. Ese día había estado escuchando las pistas de una canción, Buried in the Blues, a la que debía ponerle su voz al día siguiente. Luego de la sesión de grabación ella, los músicos y técnicos de sonido se fueron al Barney’s Beanery en West Hollywood a cenar y tomar. Pasada la media noche ella se subió a su Porsche convertible de colores psicodélicos y volvió al hotel. Supuestamente dormiría junto a su novio y la favorita de sus amigas. Ninguno de los dos llegó. Les llamó con insistencia. A la mañana siguiente uno de los técnicos de sonido, preocupados porque no llegaba a grabar, fue a buscarla a su hotel. La encontraron muerta por una sobredosis de heroína. Su deceso se declaró oficialmente como una sobredosis accidental de drogas.
Michael McClure apura de un trago el vodka del vaso. Sobre la mesa hay varios libros. Unos son regalos de sus visitantes y otros son los suyos. Vuelve a cerrar los ojos. Su voz es un susurro pausado. Revela que escribió su poema Mercedes Benz en 1965 en San Francisco junto a Bob Dylan y Allen Ginsberg. El poema original es diferente al que canta Janis Joplin. En un punto de 1970 Janis le llamó a McClure y le dijo que estaba cantando su poema y se lo cantó por teléfono. El escritor le dijo que ese no era su poema. Ella se río y le dijo que le gustaba más su versión. McClure le dio permiso para que la cantara como ella quisiera. Se dijeron palabras de afecto y luego colgaron. Nunca más volvieron a hablar. McClure abre los ojos, rojos, llorosos. Amy se para y le alcanza un pañuelo. El pasado 4 de mayo del 2020 Michael McClure murió en su casa en Oakland, California, a los 87 años de edad.
De vez en cuando aparece una nueva cantante de rock a la que anuncian como “la nueva Janis…”. No hagan caso, no es cierto.
*Imagen: Rigidity flexibility – Own work, CC BY-SA 4.0
David Dorantes (Guadalajara, México) periodista y escritor. Ha sido reportero de deportes, cultura, crimen e investigaciones especiales para los diarios Siglo 21, Público-Milenio y Houston Chronicle, además de columnista de música en los semanarios Primera Plana y Cambio. Tomó el taller de Crónica Periodística con Gabriel García Márquez invitado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Ibericamericano 2000 y ganó el Premio Emisario de Periodismo de la Universidad de Guadalajara 2000. Uno de sus cuentos apareció en la antología Dime si no has querido. Antología de cuentos desterrados (Literal Publishing, 2018), la primera de autores Latinoamericanos en Houston. Actualmente es periodista free-lance para varias publicaciones en Estados Unidos, México y España. Su Twitter es @HDaviddorantes
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Posted: October 4, 2020 at 9:22 am