Sobre “Mitos clásicos y sueños públicos”
Ariel Ruiz Mondragón
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Una entrevista con Juan Eduardo Martínez Leyva
Muchas de las conductas y prácticas políticas de los líderes del mundo de la tercera década del siglo XXI parecen tener raíces muy profundas, arcaicas, algunas de las cuales ya parecían sólo polvos de aquellos tiempos.
Sin embargo, a manera de atavismos las historias milenarias contenidas en antiguas mitologías parecen recobrar vigor en las últimas décadas, en las que muchos líderes políticos han decidido, apoyados por buena parte de sus sociedades, darle vuelta a la modernidad y volver al poder unipersonal, emprender la destrucción indiscriminada de lo que se identifica con el pasado y de esa manera pretenden fundar un presunto nuevo orden, para cuya construcción es incluso necesaria la violación de las reglas, entre muchos otros aspectos.
De esa forma, en su libro Mitos clásicos y sueños públicos (Ediciones Cal y arena, 2024) Juan Eduardo Martínez Leyva presenta una treintena de textos en los que extrae enseñanzas políticas de la mitología antigua, principalmente de la griega, que nos pueden servir para comprender, interpretar y sobrevivir en el mundo actual.
“¿Tienen los protagonistas de la vida pública actual actitudes y comportamientos que podamos identificar en los personajes icónicos de la mitología? La ira de Aquiles, la soberbia de Belerofonte, la locura de Heracles, la imprudencia de Faetone, la traición de Jasón, la codicia del rey Minos, escuchar el canto de las sirenas y tantas otras conductas arquetípicas son evidentes entre muchos líderes políticos de todos los tiempos, incluyendo a los actuales”, escribe el autor, con quien charlamos acerca del libro.
Martínez Leyva (Sinaloa,1959) estudió Economía en la UNAM y fue miembro del Consejo Universitario de esa institución. Laboró tanto en el servicio público como en instituciones financieras. Ha colaborado en medios como La Crónica de hoy, Economía informa y Configuraciones.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo, una revisión de antiguos mitos, especialmente griegos, y de las enseñanzas que todavía nos pueden dar?
Juan Eduardo Martínez Leyva (JEML): Yo siempre he tenido inquietud por la mitología porque mi formación familiar fue, básicamente, en el catolicismo. Mi primer contacto con estas narraciones fantásticas fue a través de los relatos de esa religión, que se me hacían, la verdad, inverosímiles. Después, en el bachillerato, empecé a tener conocimiento de la mitología griega; sobre todo, me di cuenta de que algunos temas bíblicos estaban en los mitos griegos, en narraciones más antiguas, lo que me intrigó.
Siempre tuve ese interés por descubrir de dónde venían esos relatos, y después, ya cuando me retiré (soy economista y trabajé muchos años en bancos e instituciones gubernamentales), tomé un curso en la Escuela de Escritores de la Sogem, donde tuve un maestro, Jorge Hernández, que nos daba Mitología. También otro profesor sensacional que se llamaba Gerardo de la Torres (quien ya falleció), y ambos me motivaron a seguir en el tema.
El primero me hizo ver que los primeros relatos literarios que la humanidad creó fueron mitológicos; así, tenemos el poema de Gilgamesh, que fue el primer relato literario, con una antigüedad de 3 mil años antes de Cristo, y que fue escrito en tablillas, con escritura cuneiforme. Ese y otros textos fueron descubiertos en la biblioteca de Arsubanipal, un rey acadio, y que ahora están en el Museo de Londres.
A través de la literatura fue como me interese más en la lectura de los mitos griegos, de los que salté a los babilónicos, egipcios, indios y nórdicos, y descubrí que hay una gran cantidad de similitudes en muchos temas. El tratamiento puede ser un tanto diferente, pero el fondo de las narrativas es similar, lo que me impresionó mucho, y también, de alguna manera, me liberó de los dogmas católicos. Me di cuenta de que los relatos bíblicos tenían un ancla más profunda en pensamientos arcaicos más antiguos.
Después me apasioné con el tema, conseguí mucha bibliografía de los principales escritores y estudiosos de la mitología, y me clavé estudiándolos, por lo que poco a poco fui adquiriendo un bagaje. No me acerqué a ellos por un afán teórico o académico, sino simplemente por el placer de meterme en ese mundo. Luego me di cuenta que de muchas actitudes o formas de ser de los grandes héroes, de las conductas de los dioses o situaciones que se narran en los mitos se puede hacer una traslación de ellas al mundo actual. Si uno observa a muchos personajes públicos en su actuar, en su forma de pensar y de asumir ciertos problemas, uno encuentra que hay grandes parecidos con las conductas mitológicas.
Entonces empecé a escribir sobre el mito para traerlo a la realidad actual, a tratar de identificar conductas de la actualidad con las de los héroes icónicos de la mitología.
Esa fue la idea que me hizo escribir; al principio lo hacía y compartía los relatos con un grupo de amigos, que me decían: “¿Por qué no los publicas? Están muy bien”. Gracias a la generosidad del periódico La Crónica de hoy y de Francisco Báez, que era su director editorial, empecé a publicarlos hace casi tres años.
Después, cuando ya tenía varios artículos publicados, Rafael Pérez Gay, de Cal y arena, me dijo: “Están muy bien estos relatos. Vamos a hacer un libro”. Entonces me pidió todos los textos que había publicado, y Delia Juárez, la editora, hizo una selección de ellos y así surgió este libro.
AR: El libro está dedicado a la crítica política, aunque se mencionan, por ejemplo, la psicología, la medicina, la tauromaquia. ¿Cuáles fueron las posibilidades y las dificultades que se le abrieron para extraer lecciones políticas de la mitología?
JEML: Si uno observa la realidad actual, está llena de relatos basados en un pensamiento mágico religioso o mitológico hasta arcaico, como la teoría del complot, la idea de que el universo conspira constantemente contra nuestros buenos deseos, o la de que el mundo se renueva periódicamente mediante la entronización del rey, la actitud de que cuando alguien llega a ser presidente todo cambia, el mundo da la vuelta y se genera una especie de momento iniciático de la vida pública. En algunas culturas, cuando llegaba un nuevo gobernante o emperador comenzaba un nuevo calendario y se empezaban a contar los días desde entonces. Esa idea de que el mundo se renueva con la llegada al poder de un personaje o un grupo político estuvo muy arraigada en la mentalidad de las revoluciones rusa, china y francesa, que crearon sus propios calendarios, en el caso francés con uno inspirado en la razón y eliminando las referencias religiosas del calendario gregoriano.
Esa actitud la vemos ahora mismo: llega al poder un nuevo partido y la vida debe iniciar de cero. La idea de que la política se debate entre buenos y malos, y nosotros somos los buenos, generalmente asociados con el pueblo, y los enemigos de este son los malos. Esa idea de la lucha política tiene una gran raíz mitológica; por ejemplo, en el zoroastrismo, tal vez la primera religión que incorporó la idea de que el mundo se debate en una lucha cósmica entre el bien y el mal, entre Ahura Mazda, dios de la luz, y Ahriman, entidad de la oscuridad, y al final de los tiempos había un mesías que se llamaba Saoshyant, a través del cual Ahura Mazda iba a traer la renovación del mundo, y los buenos se iban a ir al mundo de la luz y los malos a una especie de infierno.
Esas ideas están presentes en la vida pública, en el pensamiento de muchos líderes políticos, porque tiene un gran arraigo en el pensamiento mitológico. Cuando uno lee la literatura, se pregunta: ¿acaso no es evidente que muchas de los asuntos que nos vende la ideología política son cuestiones fantásticas, fantasiosas?
AR: En el texto “La muerte de los héroes” usted habla de cómo la democracia griega, la polis, “dejaba ya poco espacio para la épica personal en la vida real. Las decisiones que tomaban las comunidades eran resultado del concurso público de muchos individuos y no dependían tanto de la fortuna de un solo individuo”. Si lo vemos así, ¿qué ha pasado con la polis mexicana?
JEML: La sociedad moderna ha avanzado mucho hacia la diversidad; en el mundo moderno las sociedades se gestionan, básicamente, a través de instituciones que ellas mismas han ido creando para atender problemas y aspectos de la vida social.
La idea de que la historia la hacen los héroes es algo que en la vida política mexicana ha resurgido con fuerza. Hay una actitud de pensar que los problemas se van a resolver por la voluntad iluminada de un personaje que tiene las soluciones para todos los problemas.
En la cultura griega la época heroica fue quedando atrás, precisamente con la llegada de la democracia, cuando los ciudadanos empezaron a participar en asambleas en la solución de los problemas. Allí empezó el declive del papel de los héroes como los hacedores de la historia, pero la persistencia del heroísmo en la sociedad, como vemos hoy, no ha sido derrotada por la idea contraria de que los problemas deben abordarse con reglas, con instituciones, con el acuerdo de todos.
Lo que ha pasado en la vida política mexicana en los últimos años es que un personaje se ha asumido como el que tiene la solución para todos los problemas. El heroísmo, en el fondo, tiene esta idea arcaica de que la lucha política es entre buenos y malos: el héroe siempre desarrolla una lucha contra el monstruo, contra la adversidad, contra la maldad que afecta a la sociedad.
Esa idea es muy difícil de derrotar porque venimos de la tradición católica del Salvador, que no es otra cosa que un personaje que da su vida por la humanidad y está en una lucha permanente contra lo que se considera lo malo, lo diabólico.
Si hay algo que tenemos que hacer en estos días es tratar de sobreponer el espíritu institucional sobre la voluntad de un solo personaje.
AR: En el texto dedicado a la creación y a la destrucción dice que en la cosmovisión del héroe, del líder carismático, está la idea de que al pasado hay que aniquilarlo. ¿Cómo afecta esto a la democracia?
JEML: La idea de la creación mediante la destrucción es mitológica y prevalece, desafortunadamente, en la vida moderna. Tiene que ver mucho con la idea de que llega un momento en que la humanidad se corrompe, y hay que destruir esa corrupción para crear a un hombre nuevo.
Esa mitología está presente desde el primer diluvio mesopotámico: el poema de Gilgamesh es la primera vez que nos enfrentamos a un diluvio, cuando los dioses se ponen de acuerdo, dicen que la humanidad ya se corrompió y ya no les hace ofrendas ni tributos, lo que no pueden aceptar. Hay que destruir a esa humanidad para crear otra que sea más buena y más fiel a las deidades.
Ese mito mesopotámico lo tenemos también en los griegos con el diluvio de Deucalión y Pirra: Zeus baja a la tierra y se da cuenta de que la humanidad está llena de crímenes, de robos, de maldad, y decide destruirla. Los únicos seres puros que había eran Deucalión y Pirra, que se salvan en una barca que se postra en el monte Parnaso, pero la humanidad desaparece por haberse corrompido.
Luego tenemos el mito bíblico de la gran inundación de Noé, historia en la que Yahvé hace lo mismo que los dioses mesopotámicos y que Zeus.
Entonces esa idea de que hay que crear una nueva humanidad porque la anterior se corrompió es una pulsión que existe en los líderes que tienen arraigado ese pensamiento religioso de que ellos son los líderes mesiánicos y pretenden destruir todo el pasado porque en éste no hay nada rescatable.
Eso es contrario a la idea del reformismo, de que la humanidad se va cambiando constantemente y que, en lugar de destruir, hay que mejorar lo que ya existe.
La idea mesiánica de crear mediante la destrucción es una idea mitológica que viene de muchos cientos de años. Soy de la idea de que hay aspectos en la vida social, en la vida pública que hay que mejorar, y que hay que hacerlo a través de un constante espíritu reformista que vaya mejorando lo existente, y no intentar crear cosas nuevas mediante la destrucción de lo que hemos levantado en el pasado.
AR: En otro texto, “La castración de Urano y la lucha por el poder”, usted habla de que en el Olimpo el gobierno de los dioses fue dividido “con el fin de mantener un equilibrio en los dominios del mundo”. Parece muy a propósito del México de hoy.
JEML: Fue una ocurrencia. Efectivamente, la idea que trato de abordar en ese texto es que Urano era el patriarca de los dioses y dominaba el universo de manera unipersonal. Fue enfrentado por su hijo Crono, quien lo derrotó, lo mató y se convirtió en el nuevo jerarca del panteón olímpico, y gobernó, igual que su padre, de una manera absoluta: era el dios más poderoso y cometía excesos.
Crono después fue derrotado por su hijo Zeus, que adquirió preeminencia sobre el resto de las deidades olímpicas, pero quien decidió repartir el mundo y no gobernar todo él solo. Dijo: “Que los mares estén bajo el dominio de Poseidón, y el inframundo bajo el de Hades, mientras que yo gobernaré la Tierra y los aires”.
Allí hubo una primera división tripartita del dominio del mundo. Además, surgieron otras divinidades: Hera, la diosa de la administración y de la economía; Afrodita, del amor; Dionisio, del vino; Hestia, del hogar; Hermes, del comercio; Atenea, de la sabiduría; Ares, de la guerra, etcétera.
Cada aspecto de la vida humana tenía a una deidad que la regía; a diferencia de Urano y de Crono, que gobernaban de manera unipersonal, el mundo fue dividido en parcelas de poder, y los dioses se reunían en la asamblea del Olimpo para deliberar sobre diferentes aspectos de la vida en general. Originalmente, esa asamblea estaba dividida entre seis diosas y seis dioses, por lo que había paridad de género en ese gobierno.
Después, con la llegada de Dionisio, Hestia, la diosa más antigua, fue eliminada de esa asamblea y, con el advenedizo Dionisio, quedaron siete dioses y cinco diosas, lo que acabó con la paridad de género en esa asamblea. Para muchos, esa recomposición del gobierno olímpico marca el inicio del dominio del patriarcado, pero son sólo interpretaciones.
Así, aun en la mitología griega hubo un momento en el que se hizo necesario, por la complejidad que representaba la vida, dividir los poderes y sentarse a deliberar para atender algunos conflictos y problemas.
Parece que en la actualidad a esa idea de la democracia olímpica la hemos abandonado para regresar a la idea del predominio de Urano y de Crono: hay un solo personaje que dice cómo se va a hacer todo, y desdeñamos la división y el equilibrio de poderes, con lo que favorecemos el gobierno unipersonal, que incluso en la mitología se había superado.
AR: Usted recupera en un texto que hay que cumplir los contratos, lo que ejemplifica con el rey Minos cuando quiso engañar a Poseidón. Hay otro muy interesante sobre la disputa que hay entre Antígona e Ismene por la rebeldía y la sumisión ante la ley. ¿Qué enseñanza nos dejan para hoy?
JEML: También hay un mito nórdico y otros que hacen referencia a que los reyes están obligados a cumplir una serie de rituales que la religión les establece. En el caso del rey Minos, tenía una disputa con sus hermanos por el poder, y se asoció con Poseidón, quien le ayudó en esa lucha a cambio de que sacrificara a un toro blanco, divino. Pero Minos, en lugar de cumplir, trató de engañar al dios al sacrificar a un toro parecido y se quedó con el verdadero. Pero vino una maldición sobre él porque ese toro divino que estaba en sus establos fue seducido por Pasífae, su esposa, y por ese incumplimiento a los rituales establecidos se generó el monstruo Minotauro. Así, cuando no se cumplen las reglas se crean monstruosidades.
En el caso de Antígona es un mito muy interesante porque ella decide desafiar al rey Creonte porque este había ordenado que su hermano Polinices no fuera enterrado de acuerdo con los rituales de la religión griega, porque si no se hacía así el alma del muerto se convertía en un ánima maligna que rondaba por el mundo. Los encargados del entierro eran los miembros de la familia.
Entonces, cuando Creonte, violando las reglas religiosas de la comunidad, ordenó que no se le diera sepultura al hermano de Antígona, ella decidió desafiar esas reglas que había dictado el tirano. Su hermana, Ismene, se plegó a los dictados del tirano, pero ella los desafió, lo que provocó una tragedia: el hijo de Creonte, amado de Antígona, al ver que la habían detenido, la habían encerrado y que ella había colgado en la celda, también se suicidó. Al saber esto, su madre, la esposa de Creonte, hizo lo mismo.
El incumplimiento de las reglas siempre genera tragedias: esa es la idea.
AR: Al inicio del libro habla usted de cómo en las primeras mitologías la mujer era preponderante. En estos días hemos tenido una presidenta de la República, una ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y, hasta hace unos días, una presidenta de la Cámara de Diputados. En ese sentido, ¿qué podemos aprender de aquellos mitos hoy?
JEML: El avance de las mujeres en la política ha sido impresionante. Para mí, el reconocimiento que se le da a la mujer en la vida pública ha caminado muy bien, no sin tropiezos y sin que persistan el machismo y la discriminación, pero creo que el avance es innegable.
Se dice que las mujeres tienen una mayor sensibilidad para la gobernanza, para la administración. La diosa Hera era la diosa de la administración, de la economía: de ahí viene esa idea. Pero el hecho de que las mujeres asuman cada día más asuntos de responsabilidad pública, por un lado, nos da un panorama optimista de que las cosas pueden mejorar, pero, a veces y no necesariamente, el ejercicio de una mujer no es para bien. Tenemos, por ejemplo, los casos de Indira Gandhi, de Margaret Thatcher y algunas mujeres que han gobernado con “mano de hierro”, y que no siempre han respondido a esa expectativa de que la mujer es mejor administradora.
Entonces, con la llegada de la nueva presidenta esperemos que haya más honor a la idea de la divinidad Hera, y menos a personajes femeninos que han sido realmente malas gobernantes, como esos dos ejemplos que mencioné.
Ariel Ruiz Mondragón. Estudió Historia en la UNAM. Ha colaborado en diversas publicaciones políticas y culturales. En 2017 obtuvo el tercer lugar del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter.
Posted: November 24, 2024 at 10:49 am