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Los exploradores de los polos
COLUMN/COLUMNA

Los exploradores de los polos

Ricardo López Si

Después de coquetear durante mucho tiempo con su catálogo por recomendación de la librera Tamara Crespo, consagré mi fin de semana a la lectura de mis dos primeros títulos de Interfolio: Diario del Polo Sur, de Robert Falcon Scott, y La batalla por el Polo Norte, protagonizada por Frederick Cook y Robert Peary. Ambos están incluidos en su colección Leer y Viajar Clásico, bajo el lema: «Los testimonios de quienes han estado allí».

Capitaneada por Teresa García y Ángel Sanz, la editorial española surgió de la obsesión de ambos por recuperar y reeditar el libro de culto Los viajes de Júpiter. Cuatro años alrededor del mundo en una Triumph, del periodista británico Ted Simon. Dentro de su gran oferta de literatura de no ficción, se erigen precisamente las grandes aventuras de los exploradores de los polos, narradas por los propios viajeros, circunstancia que los convierte en una casa editora única en su especie.

Pero vayamos a los hechos. Probablemente no haya existido una controversia más apasionante durante la primera mitad del siglo XX que la protagonizada por los estadounidenses Frederick Cook y Robert Peary. Ambos, habiendo comandado expediciones distintas, se autoproclamaron como los primeros hombres en haber pisado el Polo Norte. Cook aseguró haber fijado su posición a 90 grados norte el 21 de abril de 1908, un año antes que Peary. Con el paso del tiempo, comenzaron a encontrarse cada vez más inconsistencias en las narraciones y hojas de ruta de uno y otro, provocando un gran conmoción dentro de la prensa de le época. De hecho, la propia prensa neoyorquina, polarizada entre cookistas y pearystas, se encargó de inmortalizar a los personajes en cuestión con una sentencia inolvidable: «Cook es un caballero y un mentiroso, Peary ninguna de las dos cosas».

A Cook, encantador de serpientes, le jugó en contra que la supuesta conquista del Polo Norte no se haya tratado de su primer gran montaje, puesto que ya haba sido descubierto utilizando una fotografía falsa que lo situaba en la cumbre del monte McKinley, la cima más alta de América del Norte. Y no solo eso, el testimonio de los dos esquimales que lo acompañaron durante la expedición daba lugar a un gran número de sospechas. Peary, un hombre más bien despreciable, tampoco logró salir indemne. La teoría que abrazó en torno a que recorrió 45 kilómetros por día de ida y 95 de vuelta resultaba absolutamente inverosímil.

Mientras Cook describió su conquista como «una región desolada sin tierra» y «una inmensidad de nieve blanquísima con un cielo azul y 38 grados bajo cero», Peary lo definió como el premio de tres siglos de lucha: «mi sueño de veinte años, es finalmente mío». No olvidemos que el antagonismo de Cook y Peary comenzó tiempo atrás, cuando el primero comandó una misión de rescate para sacar a Peary de la isla Ellesmere, tras haber fracasado en su primer intento de cruzar el Polo. Peary se sintió humillado por su antiguo médico y antropólogo, a quien consideraba un explorador menor.

Años después, las teorías de ambos fueron desmontadas por la ciencia y la academia, por lo que el trono quedó vacío para el ruso Alexander Kutznetsov, quien impelido por Stalin se convirtió, sin saberlo, en el primer hombre en poner un pie en el Polo Norte. No quiero hacer menos la gesta de Roald Amundsen, que sobrevoló el Polo Norte en dirigible—también hay un libro de Interfolio al respecto—, pero las huellas sobre la nieve dotan la aventura de una épica insuperable.

De camino al otro extremo del planeta, me embarqué en el desolador diario de viaje del capitán Robert Falcon Scott, al que Stefan Zweig calificó como la más grande tragedia de todos los tiempos. Es difícil no sensibilizarse con el desencanto de Scott tras haber alcanzado el Polo Sur y darse cuenta de que los noruegos, comandados por Amundsen, se le habían adelantado: «Hallamos un montículo noruego y nuestras propias huellas; las seguimos hasta la siniestra insignia negra que nos anunciará la victoria de Amundsen».

Pero lo que convirtió a Scott y al resto de la expedición Terra Nova en leyendas de la cultura popular fue lo que sucedió a su regreso. Extenuados y desmoralizados por haber sido derrotados por los escandinavos, Scott y sus hombres emprendieron el camino de regreso: «El aspecto del hielo no inspira confianza. ¿Se descompondrá el tiempo? ¡Qué Dios nos ampare, si fuera así, en esta temible meseta y con provisiones tan exiguas! Wilson y Bowers son mis apoyos. La facilidad con que Oates y Evans han sido “mordidos” por el hielo no me anuncia nada bueno».

Scott, otrora oficial de la Marina Real Británica y explorador polar converso, intuía la tragedia que se avecinaba, especialmente con la situación del capitán Lawrence Oates, que no solo se había resentido de una herida de guerra, sino que muy probablemente tenía escorbuto y había perdido la sensibilidad en pies y manos. Consciente de que comenzaba a ser un lastre para las posibilidades de supervivencia del resto, pidió que lo dejarán a la deriva envuelto en su saco para dormir. Ante el rechazo de la expedición, Oates consiguió seguir avanzando milagrosamente. Luego, antes de abandonar una de las tiendas de descanso para perderse entre los torbellinos de nieve, se despidió para siempre con una frase que bien podía simbolizar el punto culminante del género del diario de viaje: «Salgo y estaré, quizá, algún tiempo afuera».

Dos semanas después, Scott escribiría el último de los capítulos de su diario de viaje: «Ya toda esperanza debe ser abandonada. Esperaremos hasta el fin, pero nos debilitamos gradualmente; la muerte no puede estar lejos. Es espantoso; no puedo escribir más». Al final, Robert Falcon Scott, Edward A. Wilson, H. R. Bowers y Edgar Evans corrieron la misma suerte que Lawrence Oates: murieron congelados. Tal como lo profetizó el propio Scott, la historia fue contada por sus frustradas notas de viaje y cadáveres.

No queda más que decir: diario y literatura de viaje en voz de sus protagonistas. Dicho lo anterior, la gesta de Interfolio como casa editorial independiente no le pide nada a las de los exploradores polares.

 

Ricardo López Si es autor de El viaje romántico (UOC / Cuadernos Livingstone, 2021) y coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo (Agora, 2019)el libro de relatos Viaje a la madre tierra (UOC / Cuadernos Livingstone, 2019) y de la antología Puentes (Gato Blanco, 2020). Columnista en Literal Magazine y Revista Panenka. Editor en revista Purgante. Su twitter es @Ricardo_LoSi

 

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Posted: April 3, 2022 at 10:37 pm

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