Alejandro Zambra y la figura del editor
Ricardo López Si
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Reconozco dos momentos fundacionales en torno a mi relación con Alejandro Zambra. El primero se dio cuando me atajó desde el suelo, haciendo alarde de reflejo, un disparo suave y bombeado en un partido amistoso internacional celebrado en una canchita de la San Miguel Chapultepec —hoy certificada como colonia chilena—. El segundo fue la lectura febril de Poeta chileno, novela invencible donde las haya, en los albores del confinamiento.
Desde entonces, evitando a toda cosa que se me cayera el mito por cualquier motivo, procuro aproximarme con cautela a la figura del escritor chileno avecindado en México e hincha radical de Colo-Colo. Dicha cautela fue abruptamente interrumpida por Mauricio Sánchez, editor de Gris Tormenta, quien durante la más reciente edición de La Otra Feria —el backstage independiente de la Feria Internacional del Libro— me sugirió que me embarcara en la que, en su opinión, era una de las mejores entregas de la ya legendaria colección Editor: Un cuento de Navidad, precisamente de Zambra. «Llévatelo», me dijo con la severidad del prescriptor. «Te va a gustar».
Con varias lecturas por delante, hice lo que cualquier persona en situación de emergencia haría en mi lugar: postergué las otras lecturas y devoré el libro, por cierto insólitamente prologado por el periodista y editor literario Andrés Braithwaite. De entrada, la tesis planteada por Gris Tormenta para Zambra resultaba de por sí muy estimulante: ¿Cómo es la relación entre un autor y un editor? ¿Cuál es la influencia que ejerce uno en el otro?
Zambra arranca el texto reparando en esa manía artificiosa e incomprensible que tenemos todos los que nos preciamos de firmar algún texto con más o menos acierto, más o menos lectores y con más o menos periodicidad: referirse a la persona que edita los textos como mi editor. Pero eso, conviene advertir, solo ocurre cuando se ha vencido la primera gran frontera: tomar consciencia de que un editor no es la persona que se limita a la ortografía, sino «una especie de hermano mayor, que nos educa, protege y reprime, o quizás, directamente, un segundo padre, al que nunca dejamos de querer, respetar y temer, aunque luego lo desafiemos, y tarde o temprano, para crecer, o simplemente para sobrevivir, lo neguemos todas las veces que sea necesaria, y hasta terminemos apuñalándolo por la espalda, en sentido psicoanalítico, por supuesto».
El responsable de haberle provocado a Zambra esas y otras revelaciones fue David Tightwad, encargado de la sección cultural de Las últimas noticias, un diario chileno que para entonces, y como muchos otros, «había dado un giro hacia la farándula». Tightwad era una figura mítica en parte por haber convencido a Roberto Bolaño y Enrique Vila-Matas —acaso el epítome de los escritores que no solo coleccionan lectores, sino lectores-escritores— de colaborar en la sección.
No creo, sinceramente, que haya un estado más grande complicidad entre un maestro y un aprendiz, entre un hermano mayor y un hermano menor, entre un padre y un hijo o entre un editor y un autor que desarrollar la capacidad de prestar y devolver los libros buenos, de no perder el tiempo con los malos y de desprenderse de esa «copiosa categoría de los ni buenos ni malos».
Dicho esto, el paso siguiente en la ecuación, que supone hacerte amigo íntimo de tu editor, ya exige otro tipo de códigos y valores: compartir una ronda desigual de cervezas, garabatear servilletas y, fundamentalmente, «ejercer el silencio» mientras se toma agua de la llave con hielo y rodajas de limón.
Si, en efecto, las frases parentéticas son como una droga, si en las bodas los discursos siempre son pronunciados por las personas que han fracasado estrepitosamente en el amor, si la relación de Carla Bruni con Nicolas Sarkozy provocó una derrota colectiva, si la tristeza literaria también merece ser atendida, si el lenguaje de la admiración es limitado, si la bolañitis es incurable, si los mejores textos se emprenden medio a tientas y si los editores son, con el riesgo de pecar de sentimental, una compañía que se borra, que quede asentado en el acta que Alejandro Zambra lo escribió después de alguno pero mejor que nadie.
Imagen de Maritza Ríos / Secretaría de Cultura CDMX
Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi
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Posted: January 15, 2025 at 8:18 pm