Essay
Transportación

Transportación

Daniela Tarazona

Hace casi seis meses que vivo en otro sitio. La transportación fue aérea. No puedo eludir el alucine derivado de viajar en una cabina metálica, que cruza el aire a 800 kilómetros por hora, y haber aparecido de pie en este lugar lejano. Hay que otorgar relevancia a los asuntos necesarios cuando nos hemos ido.

Habitar otro espacio, vivir en otro clima, dejar el alma lejos y esperar a que encarne el cuerpo de vuelta son cosas serias. Hace meses, conversé con mi sobrino acerca de la teletransportación. Pienso que existe hace miles de años, pero en un futuro no muy lejano tendrá otro formato, probablemente será vinculada a una aplicación descargable. Sucederá cuando imaginar el pasado resulte del todo inútil.

Los viajes suelen ocurrir en el tiempo, si observamos con atención. Atraviesan los días: nos trasladamos de manera supersónica hacia nuestra propia historia. Las células envejecen a la misma velocidad, pero acabamos siendo los que éramos, mientras somos los que viven en otro lugar. La autobiografía tiene botones de fastforward y rewind, es cosa de apretarlos con determinación.

Ocurre que he estado viajando. Invoco la historia que escribo y viajo. Miro por la ventana y viajo de regreso. No sé hacia dónde irá la nave, pero sí que me trasladé lejos. Moverse de lugar tiene serias implicaciones, decía. Porque no seremos los cuerpos que abandonamos y dejamos en otra localización geográfica, sino las marcas de nuestros pasos en un nuevo mapa. Desde aquí huelo cada día mi desorientación. Rita pasea por las calles del centro de Madrid como si fuera de aquí. Ella supo reconocer a otros de su especie a tiempo, sin demora. Yo me tardé algunos días más, y aún escucho conversaciones en las que no consigo hacerme partícipe. El idioma es el mismo, aunque no sus cifras. Se esconde el sentido de lo dicho en las expresiones y los códigos.

Cuando me voy a dormir presiento la recuperación porque el territorio de los sueños es mi más íntima morada. Desde allí recompongo, de manera instintiva -como Rita cuando huele a otros perros- el olor de las calles y de la escalera del edificio en el que vivimos sin saber en dónde están los puntos que ya hemos marcado sobre el mapa. Me mareo.

Mientras escribo vuelvo a triturar la comida para que esté balanceada, mientras las papas se cuecen observo pasar los aviones en el cielo azul, sin nubes, que se prolonga por encima de los edificios viejos. Las palabras me ayudan a invocar el tiempo que no existe: el que perdí cuando viajé, las horas ahorcadas que nadie devuelve. Y es en la teletransportación que he vivido estos meses, donde puedo encontrar que no soy la misma que hizo las maletas para venir y que el destino del viaje queda tan lejos como su punto de partida. Parece que los meses son años luz, parece que el Sol está más lejos de la Tierra, parece que la amiga que tuve agarró camino y decidió dejarme porque me fui y no la llamé por su nombre, parece que las fauces de la vejez se aproximan, y parece que estoy a bordo de una nave con los pies arriba de la cabeza. El Norte ya no es el mismo que el Sur, ni el Sur corresponde al Norte.

Encontré mi imagen en espejos deformes y me vi más pequeña, más ancha, más romboidal y me diferencié de mí misma. Los abismos del reflejo suelen ser implacables. Por eso camino y giro la cabeza en las vidrieras, a ver si de casualidad me encuentro con la pista que me traiga de regreso hacia alguna parte.

Nunca estuve tan lejos del centro. Pero la palabra “nunca” no existe porque la borra la palabra “siempre” que es ambigua e incapaz. Por ejemplo, ahora mismo, han transcurrido dos horas y cuarto y estoy cerca de convertirme en estudiante de teatro. Las mejores experiencias suceden enmarcadas en el silencio. Escapan de las frases porque están vivas, como Rita mientras duerme y bufa su sueño madrileño.

Hace casi seis meses que vivo en otro sitio. Las personas que estaban cerca de mí antes de tomar el vuelo hasta acá, siguen en la distancia; la diferencia horaria me hace pensar que el día comienza dos veces: a las siete de la mañana y a las tres de la tarde cuando mis seres queridos se despiertan del otro lado del mar y desayunan. En este viaje he atravesado el tiempo, me parece que lo sucedido hace meses ocurrió ayer y mi alma no lo entiende todavía.

 

 

Daniela Tarazona es narradora y ensayista. En 2022 obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.  Fue jefa de redacción del suplemento Hoja por hoja del periódico Reforma y ha sido colaboradora de las revistas LuvinaLetras LibresCrítica y Renacimiento (Sevilla, España) y de los suplementos Laberinto del periódico Milenio Diario y El Ángel de Reforma. Es autora de dos novelas: El animal sobre la piedra (Almadía, 2008) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2013) e Isla partida (Almadía, 2022) entre otros.  Su Twitter es @dtarazonav

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Posted: February 5, 2023 at 10:23 pm

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