Essay
Alicia García Bergua: poesía e identidad
COLUMN/COLUMNA

Alicia García Bergua: poesía e identidad

Alfredo Núñez Lanz

El ensayo literario es un género que muy pocas veces frecuenta las mesas de novedades. Los libreros lo consideran el invitado incómodo de una fiesta al que hay que tomar en cuenta por mero protocolo; lo acomodan junto a la tía aburrida, o bien, oculto en el estante a ras de piso donde no pueda hacer ningún daño.

A las ideas se las considera incómodas. En nuestros tiempos es casi inconcebible que, tras una copiosa comida, durante la sobremesa, alguien saque a relucir un tema, propicie la discusión exponiendo unas cuántas opiniones y encuentre un contrincante digno que revire argumentos con locuacidad e inteligencia. Antes estaríamos todos con el celular en la mano viendo reels chuscos. El horno no está para bollos: en esta época de cacerías de brujas propiciar la discusión implica correr riesgos tan absurdos como caer en la temida cancelación, así que mejor navegar por aguas mansas. Si a este clima ultrapolitizado donde hay que ir con mucho tiento le sumamos nuestra creciente tendencia a consumir todo en imágenes, me temo que el ensayo –el género que favorece la discusión, el diálogo, la reflexión– continuará relegado en los rincones, como la muñeca fea.

Sin embargo, no todo está perdido, pues aún existe un puñado de editores kamikazes obstinados en llevar al polémico ensayo al banquete de las librerías. Ese es el caso de las editoriales universitarias, que al menos en México han asumido heroicamente el compromiso de seguir publicando libros de ideas como La lucha con la zozobra de la poeta Alicia García Bergua. La Universidad Autónoma de Nuevo León recientemente imprimió esta obra singular que en la misma cuarta de forros anuncia y advierte: «este no es un libro académico, es un libro de una poeta sobre otros poetas». Concretamente, sobre Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, y Octavio Paz. La autora se centra en una premisa interesante: la conformación de la identidad que estos escritores llevaron a cabo a través del ejercicio poético.

¿Qué implicaba vivir en el México postrevolucionario asumiendo un nuevo ideal estético? En este caso, el ideal de la modernidad, que en aquellos años conllevaba una primera lucha: conseguir la libertad individual. Y después, ir en busca de una comunidad donde se compartieran las inquietudes. El título del libro es una elección atinada, pues evocar la zozobra de estos intelectuales invita a imaginar la contienda por romper el anquilosamiento de las formas de expresión dominantes e incluso abrazar un nuevo cosmopolitismo donde pudieran convivir tradición y ruptura.

Alicia García Bergua nos adentra en la soledad que debieron haber experimentado los jóvenes poetas que “huyendo muchas veces de las guerras, las estrecheces morales y económicas de sus entornos, y del hecho de pertenecer a una clase no privilegiada, aspiran a vivir de la creación artística y en la creación artística e intelectual como una esfera paralela”. Muchos de los jóvenes que deseaban convertirse en poetas se veían aislados en sus provincias y buscaron en las ciudades la posibilidad de forjar una comunidad más amplia para compartir ese amor profundo por la literatura. García Bergua ejemplifica muy atinadamente la sensación de aislamiento generacional citando el poema “Chandler Nicholas” de Edgar Lee Masters:

[…] Caminando cada día, respirando hondo

en pro de mi salud,

pero la vitalidad, ¿de qué me sirvió?

Adelantando cada día la mente

con meditación y lectura,

pero nadie con quien canjear sabidurías.

 

Como se sabe, la Spoon River Anthology de Edgar Lee Masters marcó a varias generaciones de lectores que se vieron retratados en los epitafios de aquel cementerio imaginario. Logró un éxito sin precedentes en la poesía norteamericana: durante 1915, el mismo año de su publicación, agotó 15 ediciones. La necesidad de una comunidad no sólo implicó la travesía y la migración a las ciudades. Como lo señala García Bergua, también fue un viaje a través de las experiencias estéticas “provocadas por la lectura de Baudelaire, la pintura de los impresionistas, el cubismo de Pablo Picasso y de George Braque; por la filosofía de Bergson que reivindicaba la memoria y la experiencia sensorial individuales, por el erotismo liberado gracias a la emancipación de algunos hombres en ese aspecto (Wilde, Proust y Gide); por el psicoanálisis que hizo emerger al lenguaje el inconsciente de los sueños […]; por la experimentación con los estados de conciencia que creaban las drogas y por los descubrimientos científicos, médicos y tecnológicos ocasionando incluso formas de guerra nunca vistas”. Toda esa efervescencia y ánimo experimental se encuentra en la obra José Juan Tablada, a quien García Bergua considera la antesala al cosmopolitismo libertario de la generación de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, donde “escribir y discutir en la propia lengua, traducir textos literarios y filosóficos, revisar la tradición propia y la grecolatina, pensar en ella y con ella, y conocer lo que se estaba haciendo en otras latitudes era la manera de formarse”, lejos de las aulas y las doctrinas.

La autora evoca un clima de intercambios, amistades profundas, “lazos de un amor quizás más inusitado que en otras épocas” que propiciaron el papel de la crítica, el intercambio, la discusión y la acción casi socrática promovida por Henríquez Hureña. “La poesía es entonces para Cuesta, Owen y Villaurrutia una vigilia constante, un permanecer consciente o despierto en medio de la oscuridad cultural que era el país en el tiempo que ellos escribían”. Los autores que García Bergua analiza utilizan al lenguaje como un instrumento de autoconocimiento y al mismo tiempo, de libertad. Incluso reflexiona sobre el papel que posteriormente el Estado asumió para construir las instituciones culturales y educativas que, sin los afanes del Ateneo y los Contemporáneos, habría carecido de ideario y enfoque.

La lucha con la zozobra también nos conduce a interpretar la obra de Villaurrutia, Owen, Cuesta y Paz desde dentro, explorando algunos de los temas y obsesiones en sus versos; como el deseo erótico y el miedo a la muerte en Villaurrutia, quien concibe al amor como una forma de morir, donde “la unión amorosa terminará siendo la unión de las muertes de quienes se aman […] las experiencias gozosas no se prolongan en la vida, se vislumbran en la juventud como eternas, pero no duran sino en el lenguaje”.

La aproximación de García Bergua a la obra de Owen marca el debate entre su filiación culterana y “la visión del lenguaje de la poesía como la recreación de un solo mundo interior o de una sucesión de mundos o cárceles, como las llamaba él”, finalmente una división entre su identidad de poeta y de sujeto social que se puede ver en su biografía cuando eligió la militancia política de izquierda. En Jorge Cuesta, en cambio, la autora encuentra que “el lenguaje es para él la red que tejemos y tendemos constantemente para aproximarnos a distintas realidades, a nosotros mismos y en general a la materia. Tiene una visión del lenguaje que se aproxima más a la del científico que también era”. Las lecturas e interpretaciones de García Bergua muestran un amplio conocimiento tanto de la obra poética como de los ensayos y artículos que escribieron los autores que aborda. Sin agotar los temas, alejándose de pretensiones teóricas y con una llaneza expresiva que se agradece, la autora esboza el paisaje intelectual y traza las líneas que hermanan sus poéticas, a veces ofreciendo nuevos ejes interpretativos.

Estos textos muestran a la ensayista cumpliendo con la consigna baudeleriana que exige para el ejercicio de la prosa la misma diligencia y profundidad que se juega en el verso. En este volumen García Bergua presta la voz a la poesía: nos ofrece poemas extensos y completos que además de ilustrar alguna de sus preocupaciones resultan una sugerente invitación a leer a los Contemporáneos. Aquí los versos no solo ejemplifican o apoyan argumentos, también generosamente nos seducen a quedarnos en el banquete donde dos géneros ninguneados por las leyes del mercado –el ensayo y la poesía– propician un diálogo infinito. Claro, mientras haya lectores curiosos que se asoman a los rincones.

 

Alfredo Núñez Lanz. Cofundador de Textofilia Ediciones. Es autor de los libros Soy un dinosaurio (Conaculta, 2013), Veneno de abeja (Secretaría de Cultura, 2016) y El pacto de la hoguera (Ediciones Era, 2017). Becario del Programa Jóvenes Creadores del FONCA 2014 y 2016. En 2018 obtuvo el “Premio nacional de narrativa histórica Ignacio Solares” para obra publicada por El pacto de la hoguera. Su Twiter es @NunezLanz

 

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Posted: August 23, 2022 at 9:50 pm

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