Essay
La esperanza organizada
COLUMN/COLUMNA

La esperanza organizada

Socorro Venegas

Hace unos días tuve una emocionante conversación con la escritora Sara Sefchovich, muy en el registro en el que ella escribe y ofrece conferencias: es aguda, profunda, indaga, no pierde un detalle, es clarísima y franca. Todo lo cual se agradece siempre, pero yo en particular lo agradecí porque de lo que hablamos fue de un proyecto en el que puse, quizá un poco temerariamente, toda mi energía mientras trabajé en el Fondo de Cultura Económica hasta hace algunos meses.

En esta misma columna ya he escrito acerca del programa de cultura de paz del FCE, abrazado por un equipo de personas valientes y talentosas. Rebobino brevísimamente: la experiencia fructificó en la creación de un centro cultural en el corazón de la tierra caliente michoacana, en Apatzingán de la Constitución. Desarrollamos un modelo de gestión para una cultura de paz, lo publicamos en un libro que sólo podía ser colectivo: Cultura de paz, palabra y memoria, y lo subimos a la red para su descarga libre y gratuita; también reunimos a un equipo de especialistas con quienes diseñamos un seminario que llegó a realizarse en varios estados de la república como Guerrero, Morelos, San Luis Potosí, entre otros, pero también lo pidieron desde Cali, Colombia.

Algo de esto se lo conté primero a Carlos Martínez Assad. Luego él decidió invitarnos a Sara y a mí a desayunar para seguir la charla. Esta fue una gran oportunidad para mirar a cierta distancia esa experiencia en la que me involucré enterita. Surgieron varias anécdotas, como la ocasión en que se me hizo muy fácil bajarme de la camioneta del Fondo a hablar con los autodefensas que habían bloqueado la carretera en protesta porque habían apresado a algunos de sus compañeros. Dialogué con ellos para que nos dejaran seguir nuestro viaje de regreso a la Ciudad de México. Me interrogaron sobre lo que hacíamos en Apatzingán, les mostré fotos del proyecto que empezaba con la creación de una biblioteca comunitaria y las actividades con niños. Al mismo tiempo mis ojos incrédulos iban registrando las armas que poseían: las llevaban encima tanto adultos como adolescentes. Yo solo había visto ese tipo de armamento en películas. No recuerdo cómo volví caminando al vehículo.

“¿Nunca les pasó nada?”, preguntó Sara. Nunca. Tuvimos mucha suerte. Mucha. Esa suerte fue que planeamos junto con la comunidad su centro cultural. La comunidad decidió cómo se llamaría ese centro y qué necesitaban. Aprendimos juntos, nos miramos trabajar, hablamos, surgió la confianza, nos rifamos juntos. También hubo diferencias, gente que entró y salió del equipo. Pero cuando se trató de avanzar, nadie lo hizo solo. Establecimos una red de comunicación para cuidarnos: si había un clima que anunciaba enfrentamientos o hechos violentos no íbamos y el centro cerraba sus puertas, entonces se activaba una estrategia para realizar actividades en las casas de los talleristas que decidían compartir sus espacios para no arriesgar a nadie.

“Te voy a preguntar algo y si quieres no me contestas”, anunció Sara. “¿Tú crees que un proyecto como ese es la solución a la violencia que vivimos?” Estoy convencida de que sí. Y creo que mi respuesta no se debe a que necesito creer que no perdí cuatro años de mi vida en otra de esas actividades efímeras y aisladas que el Estado mexicano anuncia como parte de una cultura de paz. Escuché testimonios, vi transformaciones, sobre todo vi la necesidad de gente, muy dolida, de encontrar un sentido a sus vidas. ¿Un proyecto cultural puede dar esas respuestas?

Vean cuán maravilloso es esto. El Centro Cultural “La Estación” de Apatzingán sigue muy vivo. No es poco. La inercia de un fin de sexenio y además un cambio de régimen como el que vivimos casi aseguraban que el recinto quedara en el abandono. Así funciona México. El borrón y cuenta nueva por excelencia. Sin embargo, continúa recibiendo el apoyo del FCE y del municipio, y está en manos de la comunidad. Y a esto último se debe en gran medida su permanencia. Es, ya, irreversiblemente, el proyecto de un grupo bien organizado de promotores culturales de la localidad que saben cómo es trabajar entre balaceras, con apoyo y sin apoyo institucional. Gente de una pieza a la que voy a admirar siempre y de quienes me siento honrada de sentirme amiga. Ellos son el germen de la sociedad civil organizada que necesitamos. Un apoyo y una contraparte indispensable para el Estado. La esperanza, leí en alguna parte, se organiza.

Comprendo bien el escepticismo de Sara. Es más, lo comparto. Ella se ha preocupado no sólo por comprender la violencia, además ha propuesto ideas importantes, como apuntalar el papel de las mujeres en la formación de hijos que crezcan en un entorno que cese de perpetuar los modelos violentos que padecemos.

Realmente, no sabemos si un proyecto como el de La Estación funcionará en una escala mayor. Ni siquiera se ha intentado, hasta donde sé. El modelo del FCE ha probado su eficacia y su pertinencia en una ciudad pequeña, aunque nadie minimice la extrema violencia que ahí se ha vivido y el bálsamo que representa para la comunidad el trabajo de los promotores de La Estación. El Estado aún no tiene una política cultural decididamente orientada a la cultura de paz. Tiene actividades. Buenas intenciones. Nos falta un proyecto integral, que forme, que rehabilite, que se vincule, o mejor, se amalgame con el sector educativo, que haga seguimiento, que se evalúe y se corrija… Un camino largo. Sara asiente. “Veinte años”, me dice. “Yo ya no lo voy a ver”.

Apatzingán ha sido considerado como uno de los grandes laboratorios de droga sintética en México. También ha sido el laboratorio de un proyecto cultural que hoy es un fuerte resistiendo.

Gracias por esta conversación que sé que va a prolongarse y a darnos un viaje, querida y admirada Sara Sefchovich.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: October 7, 2019 at 9:11 pm

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