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Apología de la violencia (emancipatoria)

Apología de la violencia (emancipatoria)

Óscar Constantino Gutiérrez

…en la educación, como en la política exterior, no es válido que la administración en turno imponga su ideología distintiva. No es correcto que un gobierno de derechas haga obligatorios contenidos educativos conservadores, ni que un régimen que se dice de izquierdas haga lo mismo pero en favor de una educación con filiaciones socialistas.

Empecemos con tres puntos incontrovertibles: el primero es que ninguna administración sexenal tiene derecho a modificar la educación pública para adoctrinar a los niños en la ideología que enarbola. No lo tiene porque la Constitución no lo permite.

La segunda cuestión indiscutible es que es un acto criminal utilizar la educación pública para adoctrinar a los niños en la ideología del partido en el poder. Constituye una violación a la confianza de los padres de familia y al interés superior del menor.

El tercer punto es que resulta inadmisible demeritar las críticas a la imposición de propaganda comunista en libros de texto desde una perspectiva necesariamente parcial pero que se quiere hacer pasar verdadera.

Veamos cada una.

 

La orientación de la educación como una política de Estado, permanente, no sexenal

En nuestra Carta Magna hay criterios obligatorios de orientación de la educación impartida por el Estado: deberá basarse en los resultados del progreso científico, luchar contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios, debiendo ser democrática, nacional, contribuir a la mejor convivencia humana, equitativa, inclusiva, intercultural, integral y de excelencia.

La educación es una política de Estado plasmada «en la Constitución, con preceptos claros que trascienden periodos de gestión de gobierno»[1]. Un gobierno no puede cambiarla sin una reforma constitucional.

Una administración ordinaria, electa democráticamente, puede diseñar y poner en marcha políticas de gobierno, que «son acciones cotidianas y permanentes que se instrumentan por ramos y competencias administrativas por parte de las dependencias y entidades públicas y presentan características como: 1) estar en los planes nacionales, estatales y municipales de desarrollo, 2) tener un sello distintivo de la administración en turno y 3) en la práctica administrativa, en algunos casos suelen identificarse como acciones discrecionales en las que no hay un respaldo técnico de la decisión y que no son parte de una estrategia específica de gobierno como actos protocolarios, gastos de representación, construcción de obras con objetivos electorales y programas temporales que se utilizan para promover candidatos, por mencionar algunos»[2].

Debe recalcarse esto: en la educación, como en la política exterior, no es válido que la administración en turno imponga su ideología distintiva. No es correcto que un gobierno de derechas haga obligatorios contenidos educativos conservadores, ni que un régimen que se dice de izquierdas haga lo mismo pero en favor de una educación con filiaciones socialistas. Por ello, Lázaro Cárdenas impulsó una reforma constitucional publicada en el Diario Oficial de la Federación el 13 de diciembre de 1934, donde estableció por decreto que la educación que imparta el Estado sería socialista. Para 1946, durante el gobierno de Miguel Alemán, esa regla fue desechada, pero había sido letra muerta desde en 1940, con la llegada de un presidente católico como Manuel Ávila Camacho. La moraleja es que la inclusión de ideologías en la Constitución es una ocurrencia destinada a uno de dos escenarios igualmente nefastos: la reforma constitucional periódica (que lesiona el carácter superior de la Constitución) o que los gobiernos posteriores actúen en contravención de la norma fundamental, afectando su vigencia.

 

El acto criminal de envenenar conciencias

La ocurrencia de utilizar la educación pública como mecanismo de adoctrinamiento no es nueva. El 20 de julio de 1934 Plutarco Elías Calles pronunció en Guadalajara las siguientes :

La Revolución no ha terminado. Los eternos enemigos la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos. Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución, que yo llamo el periodo revolucionario psicológico; debemos apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud porque son y deben pertenecer a la Revolución.

Es absolutamente necesario sacar al enemigo de esa trinchera donde está la clerecía, donde están los conservadores; me refiero a la escuela. Sería una torpeza muy grave, sería delictuoso para los hombres de la Revolución, que no arrancáramos a la juventud de las garras de la clerecía y de las garras de los conservadores; y desgraciadamente la escuela en muchos Estados de la república y en la misma capital, está dirigida por elementos clericales y reaccionarios[3](las negrillas son nuestras).

Esta declaración de Calles fue una de las causas de la molestia social en el marco de la segunda guerra cristera y está en sintonía con la visión totalitaria y transpersonalista de las ideologías de las primeras cuatro décadas del siglo XX: comunismo, fascismo y autoritarismo autocrático, todas ellas se sentían con el derecho de apoderarse de la mente de los jóvenes y siguió siendo la tónica en el bloque socialista durante la guerra fría. Donde aún hay gobiernos socialistas se sigue practicando el adoctrinamiento escolar.

No existe gran diferencia entre la revolución psicológica de Calles y considerar que las conciencias de la niñez y la juventud deben pertenecer al obradorismo.

En una democracia, las conciencias de los menores pertenecen a ellos y es derecho de sus padres educarlos en su idea del mundo, salvo que esta vulnere su dignidad y derechos. No hay forma democrática respetuosa de los derechos fundamentales que justifique que el gobierno use la educación pagada por los contribuyentes para imponer una opción partidista, mucho menos cuando hace una solapada  y no pocas veces abierta apología del delito y justifica secuestros, asesinatos, asaltos y robos, como puede verse en Un libro sin recetas para la maestra y el maestro. Fase Seis[4], que es parte de los textos editados por el gobierno actual para el modelo educativo obradorista de la Nueva Escuela Mexicana.

La educación impartida por el Estado no es para la formación de militantes. ¿Qué efecto tiene en un niño que, por causas ideológicas, se justifique que un empresario sea secuestrado y, como no se pagó su rescate, se le «ajusticie», según se relata en Un libro sin recetas… al narrar el asesinato de Fernando Aranguren. ¿En verdad queremos que a los niños de primaria y secundaria se les diga que está bien asaltar (hacer pequeñas expropiaciones), secuestrar (retener) y ejecutar a un secuestrado (ajusticiar)?

¿Es admisible que esas conductas delincuenciales se disfracen de épica emancipadora, sobre todo cuando varias de sus víctimas fueron personas de clase baja y media, como cuentahabientes bancarios, ciudadanos que circulaban en las calles, choferes de reparto y pequeños comerciantes?

Educar en la delincuencia es un acto vil. La ideología no vuelve héroes a los asesinos de inocentes.

 

La insoportable y criminal estupidez de disculpar al régimen

Han surgido voces que han condenado que se diga que los libros de texto de la Nueva Escuela Mexicana son comunistas o que propagan el virus comunista. La posición de esos tibios colaboracionistas del obradorato parte de la soberbia idiota (sí, idiota) de creer que el concepto de comunismo es monopolio de los marxistas. De manera neutral, la Real Academia Española define al comunismo como el «movimiento y sistema político, desarrollados desde el siglo XIX, basados en la lucha de clases y en la supresión de la propiedad privada de los medios de producción».

¿De dónde viene el rechazo de la intelligentsia[5] colaboracionista a que se catalogue a estos manuales como comunistas? De un uso tramposo de la terminología marxista, para aducir que el comunismo es un modo de producción que no se ha realizado y que tildar algo de comunista es tonto, cuando lo cierto es que ese argumento es falaz ya que hace uso de una estafa socialista muy común: la de comparar, a capricho, realidades con ideales.

Alternativamente, el comunismo es fase, finalidad, denominación aspiracional del socialismo y etiqueta indistinta para organizaciones socialistas. Por ello la URSS tenía un Partido Comunista, organizaciones, cargos, textos, planes y acciones calificados con ese término. Antes de ello, el Manifiesto del Partido Comunista de Marx estableció un plan de medidas intervención estatal en la sociedad de mercado para fastidiar y eventualmente destruir a los propietarios de los medios de producción[6].

Ese manejo equívoco del término comunismo permite su uso convenenciero, facilitando que el tramposo pueda, ventajosamente, argumentar que lo señalado no es comunista, usando un significado en concreto del término, dependiendo de la mentira que quiera respaldar, de manera que el embaucador puede argüir que a) la realidad es que el comunismo aún no sucede y desacreditar que algo sea calificado como comunista; o, si le resulta más útil, b) hacer abstracción de que una gran cantidad de organizaciones planes y textos del socialismo se denominan comunistas, alegando su carácter de meta; o, si le es adecuado a sus intenciones, c) aceptar que comunismo y socialismo son términos intercambiables, porque los mismos socialistas los usan indistintamente y el comunismo es la finalidad del socialismo, como la justicia es el fin de la aplicación de la ley.

La arrogancia de los colaboracionistas del obradorato al pretender imponer un cierto tipo de glosario marxista-leninista para la discusión pública, así como el manejo falaz de esa misma terminología, los retrata tal y como los etiquetaron Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, como los perfectos idiotas latinoamericanos. Existen otros aparatos conceptuales correctos, como el de Ludwig von Mises, que señala que «el término “comunismo” no significa otra cosa que “socialismo”. Si en la última generación estas palabras cambiaron varias veces de significado, se debió a cuestiones de técnica que separaban a socialistas de comunistas. Unos y otros persiguen la socialización de los medios de producción»[7].

En síntesis, si un libro glorifica la lucha de clases y el ataque a personas para abatir al capitalismo, su narrativa es comunista. Quien niegue este hecho se hace tonto solo.

Y existen evidencias contundentes de que los textos de la SEP honran la lucha armada y hacen apología del delito. El ya referido Un libro sin recetas para la maestra y el maestro. Fase Seis exalta y disculpa a la Liga Comunista 23 de Septiembre, usando eufemismos para justificar los delitos por ella cometida, así como por otros luchadores sociales, también relata en términos positivos que los jóvenes estudiantes mexicanos de la Universidad Patricio Lumumba, en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas «se convencían de ser el motor de la historia y la opción para construir una nueva realidad mexicana»[8] y narra cómo se formaron para la lucha armada:

«Al considerar indispensable que recibieran entrenamiento en algún país del bloque socialista, iniciaron una larga jornada de encuentros con representantes de Cuba, la propia URSS y China. Nadie parecía estar dispuesto a ser partícipe de la inquietud liberadora con sello azteca, hasta que la República Democrática de Corea (Corea del Norte) asumió el compromiso. Y es entonces que 53 jóvenes mexicanos viajaron a esa nación asiática, entre 1969 y 1970, para recibir adiestramiento militar y fundar el grupo armado Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR)»[9].

La inquietud liberadora azteca con asaltos, homicidios, granadas y explosivos. Esta ternura emancipadora del comunismo, con el bondadoso y humanitario uso del secuestro, las ejecuciones y sus abundantes ganancias, se describe en otras páginas del texto publicado por la SEP. El intento de secuestro de Eugenio Garza Sada (el libro lo llama retención), así como los secuestros del cónsul británico, Anthony Duncan y del empresario Fernando Aranguren (este último asesinado por los comunistas), cometidos por la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S), son relatados de la siguiente manera:

«El secuestro como arma político-militar no fue una estrategia en donde la LC23S lograra alguna victoria. El primero de sus descalabros ocurrió el lunes 17 de septiembre de 1973 al intentar retener en Monterrey a Eugenio Garza Sada, ícono y leyenda del empresariado mexicano, en cuya acción perdieron la vida el empresario, su chofer y dos elementos del comando guerrillero. La confrontación entre la iniciativa privada y el gobierno de Luis Echeverría, que ya traía su propia zaga, se vio alimentada con mayor énfasis a partir de este evento. Para el miércoles 10 de octubre del mismo año, se planeó en Guadalajara el doble secuestro del empresario Fernando Aranguren y del cónsul británico, Anthony Duncan, operativos que se realizan sin contratiempos. Sin embargo, en el ánimo del gobierno de Echeverría no podría haber sucedido mayor desgracia que la ausencia de Garza Sada, por lo que su negativa a negociar para liberar a los cautivos fue contundente. Con el argumento de que “el gobierno no pacta con criminales”, se cancelaron todas las opciones. Ante esta disyuntiva, el comando de la Liga liberó sin ningún beneficio al cónsul británico, pero ajustició al empresario como medida radical»[10].

El libro plantea al secuestro como una estrategia de fondeo del comunismo y señala, sin más, que al negarse el gobierno a pactar con la liga comunista, «se cancelaron todas las opciones» y liberaron «sin ningún beneficio» al cónsul británico, Anthony Duncan, pero «se ajustició al empresario» Fernando Aranguren «como medida radical». El uso de eufemismos y un lenguaje que disculpa y excusa a actos criminales es de una bajeza repugnante.

Parte de la falacia de la apología comunista radica en confundir la necesaria condena de la represión estatal, violatoria de los derechos humanos, con la inocencia de los reprimidos. Un estado criminal no vuelve santos a los delincuentes que agredió al margen de la Constitución. Los secuestradores, asesinos, asaltantes y terroristas lo siguen siendo, aunque sean víctimas de un Estado malhechor, cuestión que los textos del obradorismo obvian, a la usanza de la vieja propaganda estalinista, que borra todo aquella realidad que desmiente su mensaje. Esta posición, el ibarrapiedrismo, que reprueba la represión estatal pero guarda silencio sobre los crímenes cometidos por los reprimidos, intentando con ello transmutarlos de víctimas en héroes sociales, no solo implica un doble estándar, sino que es parte de una ideología inmoral, cuya difusión pone en riesgo a toda la sociedad. ¿La SEP pretende que los niños aprendan que está bien asaltar, secuestrar y matar, con el objetivo de emancipar al proletariado? ¿Los ciudadanos queremos que se adoctrine de esa manera a los menores, cuyo interés superior involucra que no los conviertan en carne de guerrilla?

Por tanto, disculpar o disminuir la crítica de esos materiales, con base en un filtro marxista falaz (o ignorante) resulta criminal y merece una condena de la mayor intensidad posible. Señalar al secuestro como arma político-militar y como estrategia para lograr la victoria implica educar en la delincuencia, en la violación del derecho ajeno. Si el obradorato pretende hacer la revolución, que no lo intente desde el gobierno, con cargo a los recursos públicos y con daño a los niños de México: que se baje del templete y luche, con sus propios medios, y afronte las consecuencias de su conducta ilícita. Si el país entra en un conflicto político mayor, habrá que tener presente que fue porque López Obrador quiso emular a Elías Calles en el apoderamiento de algo que no le pertenece: la conciencia de los niños y jóvenes del país.

Mucho se ha hablado de otras deficiencias de las publicaciones elaboradas por el obradorato, baste con puntualizar que la Constitución exige que los planes y programas de estudio incluyan el conocimiento de las ciencias y humanidades, la enseñanza de las matemáticas, la lecto-escritura, la literacidad, la historia, la geografía, el civismo, la filosofía, la tecnología, la innovación, las lenguas indígenas de nuestro país, las lenguas extranjeras, la educación física, el deporte, las artes, en especial la música, la promoción de estilos de vida saludables, la educación sexual y reproductiva y el cuidado al medio ambiente, entre otros aspectos que están tratados de forma deficiente en los libros de texto en cuestión.

Forzar el suministro de libros de texto con contenidos deficientes y adoctrinamiento a los menores violenta el derecho humano al desarrollo, al formar inadecuadamente a las generaciones venideras e imponer un modelo de pensamiento que pretende perpetuar la adhesión a un régimen político y su ideología. Con estas medidas del gobierno federal, la violación del interés superior del menor es flagrante y gravísima.

Bernardo Bertolucci realizó una película sobre tres jóvenes ilusionados en el París de 1968, titulada Los soñadores. La conclusión del filme nos recuerda que no todos los sueños terminan bien. López Obrador no es Bertolucci y su puesta en escena podría titularse Los ilusos, con la participación de operadores y colaboracionistas lamentables como su gobierno, que ni siquiera tuvieron talento para hacer libros de texto de calidad adecuada. A la sociedad le toca no permitir esta charlotada.

NOTAS

[1] Corzo, Julio Franco. Diseño de Políticas Públicas: Una guía práctica para transformar ideas en proyectos viables (Spanish Edition) (p. 95). IEXE Editorial. Edición de Kindle.

[2] Ídem.

[3] Murià, José María et al., Historia de Jalisco, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1982, tomo iv, pp. 534-535. Consultado en “El grito de Guadalajara” de Plutarco Elías Calles (1934), en la dirección electrónica http://enciclopedia.udg.mx/articulos/el-grito-de-guadalajara-de-plutarco-elias-calles-1934

[4] Un libro sin recetas, para la maestra y el maestro. Fase 6. Elaborado y editado por la Dirección General de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública

[5] «La intelligentsia es el ego que se cree id: la población educada que cree interpretar las mejores aspiraciones inconscientes del pueblo, y que acaba suplantándolo como su vanguardia consciente (…) la intelligentsia es más afín al mundo académico y burocrático, a las graduaciones, a los nombramientos, a cobrar en función del calendario transcurrido (…) la intelligentsia sueña con la santidad platónica, mientras acumula capital en la grilla de los ascensos (…) la intelligentsia pasa de los libros al poder».

Zaid, Gabriel. De los libros al poder (p. 85). Penguin Random House Grupo Editorial México. Edición de Kindle.

[6] Marx formula el siguiente plan: «Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas. Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente. Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países. Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos.

 1ª  Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.
2ª  Fuerte impuesto progresivo.
3ª  Abolición del derecho de herencia.
4ª  Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.
5ª  Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio (…)»

[7] Mises, Ludwig Von. El socialismo. Análisis económico y sociológico. Nota 17 del Capítulo II.

[8] Op. Cit. P. 15.

[9] Ídem.

[10] Op. Cit. Pp. 21-22.

 

Óscar Constantino Gutiérrez. Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU (Madrid). Se especializa en Derecho constitucional, Derecho administrativo, Derechos humanos y Políticas públicas. Liberal, minarquista y objetivista. Colabora en Letras Libres y Revista Etcétera. Hace sentencias. Twitter: @TheOCGlobal

 

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Posted: August 10, 2023 at 2:55 pm

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