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Beau tiene miedo

Beau tiene miedo

Alejandro Morellon

Beau tiene miedo (Beau is afraid) es la tercera película dirigida por el director estadounidense Ari Aster, después de la excepcional Hereditary, una película de terror con tintes de drama familiar, y Midsommar, una revisitación del género de las horror folk. Antes de sus largometrajes ya nos había ganado con sus cortometrajes, entre los cuales se destaca especialmente Lo extraño de los Johnson (The strange thing about the Johnson) que sorprende por su enfoque arriesgado y pertubardor.

Con solo treinta y seis años, y tres largometrajes sólidos a sus espaldas, Ari Aster se ha convertido en uno de los directores más interesantes del panorama contemporáneo, presentando uno de las estilos más propios de la productora y distribuidora A24.

Ya en la primera escena de Beau tiene miedo, se nos presenta al protagonista (Joaquin Phoenix) en una sesión de terapia con su psiquiatra, momento clave para entender —casi como una declaración de intenciones— la deriva psicoanalítica y el clima de paranoia y trastorno de toda la película. Beau, un adulto bajo medicación, y con un claro complejo materno, recibe una noticia que lo obligará a salir de casa en busca de la figura de su madre. Pero esa búsqueda es una odisea pesadillesca, una consecución de escenas a cada cual más delirante y desasosegante, en la que el protagonista va a ir recorriendo, como estadios del subconsciente, una lectura simbólica de su vida.

A través de su encuentro con los diferentes arquetipos jungianos (están presentes prácticamente todos: el inocente, el amigo, el cuidador, el héroe, el explorador, el rebelde, el amante, el creador, el bufón, el sabio, el gobernante), Beau nos va a ir mostrando la complejidad de la vida adulta y la hostilidad y violencia de un mundo actual que parece rechazar al individuo. Y sobre todo a aquel individuo desprotegido en el que se puede leer el miedo.

Amparándose en las claves arquetípicas del psicoanálisis, Ari Aster nos presenta una cinta de puro terror psicológico en la que cada una de las partes parece generar su propia propuesta. Un poco a la manera de La odisea homérica, las diferentes etapas de Beau hasta llegar a la madre nos introducen sus aliados o sus monstruos, y varían de forma —y a veces hasta de formato—, para potenciar el efecto o la idea de viaje iniciático.

Por poner solo dos ejemplos: en la primera parte, situada en las calle de una Nueva York casi distópica, la violencia en las calles y la invasión de la casa de Beau por una multitud nos recuerdan a aquella otra película en clave de pesadilla que es Mother!, de Darren Aronofsky; en otras de las partes, la vida de un alterego del personaje se nos narra bajo una estética más propia del teatro que del cine, con su puesta escénica, su decorado, sus actores e incluso su público interactivo.

Así, cada recorrido es un mundo propio, casi autoconclusivo en sí mismo, pero interdependiente del resto de episodios/etapas del viaje. Un poco a la manera de Los sueños de Akira Kurosawa, película con la que también comparte la naturaleza onírica, Ari Aster propone un juego visual diferente en todos los segmentos, un retablo de distintos estilos que se vertebran en una sola obra.

Otra de las películas con la que yo creo que dialoga estética y temáticamente es la última de Iñarritu, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, por el pulso de imaginación desbordante y por esa intención totalizadora. Como si el compendio obedeciera a un órden o más que a un órden a una evaluación existencial: from womb to tomb.

La película empieza con el nacimiento del protagonista, desde una perspectiva en primera persona —lo único que se ve son ráfagas de luz y estallidos—, y acaba con el protagonista hundido en un estanque de agua, después de haber sido juzgado por una audiencia.

Podría interpretarse que nace violentamente de la madre, arrojado violentamente al mundo, y acaba subsumido de nuevo por el símbolo del útero materno; en ese espacio intermedio está el amor adolescente, las inseguridades, las paranoias, las neurosis, la hipocondría, los complejos, el miedo al exterior, al autoconocimiento, los traumas, el trastorno, la ternura, la frustación sexual, y todo un entramado intenso y delirante que define la obra.

Pero también, parece querer decirnos el director, la película comienza y termina con nuestra mirada. Es decir, el espectador nace a la vez que la película y muere cuando el personaje deja de existir. Desde nuestras butacas, en medio de la oscuridad, en la pantalla negra aparacen los primeros retazos de luz, y se nos presenta el mundo. Pero después, luego de haber recorrido los pasos de Beau, terminamos frente a ese estanque de agua, rodeándole como audiencia, y solo entonces dejamos de existir.

En un juego de correspondencias, la trama de la película se identifica con la propia experiencia del espectador. La obra se acaba pero aún queda la última imagen: en el medio del estanque de agua, la  barca volcada. Al fondo, la audiencia se levanta poco a poco y sale de escena, del mismo modo que nosotros, los espectadores, también nos levantamos y salimos del cine. El espectáculo ha terminado y abandonamos el mundo de las ilusiones para volver a habitar el nuestro. El fin de una película es la muerte del espectador.

 

Alejandro Morellón (Madrid, 1985). En 2010 fue becado por la Fundación Antonio Gala. Ha publicado el libro de relatos “La noche en que caemos” (2013), con el que resultó ganador del premio Fundación Monteleón, y algunos de sus textos han aparecido en revistas como Quimera, Prosa inmortal, Eñe o Energehia. En 2015 fue finalista del Premio Nadal por su obra “He aquí un caballo blanco”. En 2017 resultó ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, con el libro “El estado natural de las cosas” . Actualmente reside en Madrid.

 

 

 

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Posted: June 11, 2023 at 5:20 pm

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