Bienvenida a Angelina Muñiz Huberman
Adolfo Castañón
Respuesta a Angelina Muñiz Huberman con motivo de su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua
Sr. Director Don Gonzalo Celorio
Sra. Directora Adjunta Doña Concepción Company
Querida y apreciada Angelina
Compañeras y compañeros de mi más alta estima
Acabamos de escuchar en voz de doña Angelina Muñiz Huberman un poema anónimo proveniente de la tradición sefardita:
A ti lingua santa,
a ti te adoro,
más ke toda plata,
más ke todo oro.
Tú sos la más linda
de todo lenguaje,
a ti dan las ciencias
todo el avantage.
Kon ti nos rogamos
Al Dio de la altura,
Padrón del universo
y de la natura.
Si mi pueblo santo
él fue kaptiuado
con ti mi kerida
él fue konsolado.
Quisiera pensar que este poema o canción tradicional sefardita tiene para Angelina Muñiz Huberman (nacida en Hyères, Francia en 1936, ya de hecho en el exilio) el valor o función de un salvo-conducto, “carta de credencial” o incluso “carta de creencia” que muestra a quienes la invitan a entrar a su casa.
La última palabra de esta canción de tradición sefardí es la voz “consolado”. Según documenta Joan Corominas en su Diccionario Crítico-Etimológico, la raíz de “consuelo” remite a la voz “solaz” y significa alivio y alegría.
La lengua, la memoria de la lengua es alegría en la medida en que traslada a los tiempos dorados anteriores al destierro y al exilio, al cautiverio y, en cierto modo, más allá a una condición evolutiva anterior y al origen mismo del lenguaje. Toca a las puertas mismas del edén y acaso remite a una legendaria condición pre-adánica. Bajo esa luz, la cita de Franz Kafka espigada de su “Informe para una Academia”: “No creo que pueda aportar nada nuevo a la Academia y temo que me quedaré corto respecto a sus expectativas y en relación a lo que, con la mejor voluntad, no puedo revelar”, cobra inquietante intensidad, pues insinúa la solidaridad originaria del ser humano con otros homínidos y asienta en filigrana la presencia tutelar entre nosotros del Hanuman, el Mono gramático, encarnación mimética del humano misterio.
“Sefardí”, “sefardita” o “sefaradí” es, según el DRAE, un “topónimo del hebreo sefarad que la tradición derivó de la península ibérica. Se dice de los judíos oriundos de España, o de los que sin proceder de España, aceptan las prácticas especiales religiosas que en el rezo mantienen los judío españoles […] Dialecto judeo-español”.
El poema compartido por Angelina se remonta a la edad en que prosperó la lengua hablada por los judíos antes de 1492, año lamentablemente inolvidable en que los Reyes de España, Fernando el Católico e Isabel la Católica, decretaron la expulsión de los hebreos del territorio ibérico. Aquí intercalo un asterisco. Se suele pasar por alto que la dedicatoria de “El Príncipe” de Nicollo Maquiavelo se dirige a Fernando el Católico, pero que en ella va implícita desde luego la silueta de su aliada Isabel la Católica, acaso la subrepticia y entrelineada recipiendaria de ese breviario de la política en el cual, por cierto, no está ausente la reflexión en torno a la conquista y colonización.
Esto me lleva a recordar que Angelina recibió hace nueve años la Orden de Isabel la Católica y que, al comunicar el hecho a Antonio Muñoz Molina, ella le decía que no se le escapaba la ironía histórica que esa circunstancia guardaba en la medida en que la Reina había estado en la raíz del éxodo de los sefardíes por Europa.
Es un secreto a voces que a partir de 1492, fecha que la Guematría reduce a siete, la lengua que hablaban los proscritos y expulsados de la Península, se transformó en un idioma proscrito y marginal que se pudo cultivar sólo en ciertos núcleos aislados como en los Países Bajos, no dominados por el poder imperial español, por ejemplo, en la cosmopolita ciudad de Ámsterdam.[1] En la otra orilla, ese mismo año dieron inicio los viajes de ese otro precursor polémico: Cristóbal Colón, con quien dio inicio el Encuentro de Dos Mundos, como bautizó al conjunto de incursiones militares y religiosas imperiales europeas el historiador y académico mexicano don Miguel León Portilla.
En virtud de un conjunto de afortunadas circunstancias no siempre ponderables y acaso providenciales, Angelina Muñiz Sacristán, mejor conocida como Angelina Muñiz Huberman, viene a ser la décima ocupante de la silla VII que hace dos años dejó vacante el eminente historiador de quien ella, hoy 18 de noviembre de 2021, ha hecho sagaz y sensible evocación.
Hoy, día 18 de noviembre, día 14 del tercer mes judío de Kislev del 5782 del calendario judío, esta señora de las letras en el sentido cabal de la expresión —poeta, ensayista, traductora, novelista, maestra y docente universitaria— ha recordado para abrir el diálogo con la Corporación, que la recibe un libro poco citado de Don Miguel León-Portilla, su antecesor inmediato.
Me refiero a la serie de nueve ensayos reunidos en Culturas en peligro de 1976 en donde el historiador da nuevo sentido a la voz “écosis”, ya empleada por el historiador griego Tucídides para definir “el asentamiento y modo de actuar en relación con el medio circundante de un grupo de colonos que llegan a un sitio determinado. Écosis significa originalmente ‘el proceso de hacer u organizar la casa’. Ampliando su sentido y, haciendo metáfora del concepto casa —como lo apuntó ya Tucídides— écosis pasa a significar el conjunto de transformaciones que, en beneficio propio, realiza una comunidad humana al actuar sobre el ámbito geográfico en que ella se ha establecido para desarrollar allí su existencia”. (MLP, Culturas en peligro, México, alianza Editorial, Biblioteca Iberoamericana, 1976, p. 20) El pasaje citado por León Portilla viene de Tucídides II, 16 y el concepto de “écosis” también podría ser trasladado como “Oikesis” con el sentido de “habitar”, como me dice desde Francia el joven David Noria.
Este haz de experiencias recordadas por León Portilla en relación con la mudanza del “habitar” o del “hábitat” le permite a Muñiz Huberman trazar un paralelo entre el éxodo de los sefarditas fuera de España a partir de 1492 —portadores errantes del esplendor de las letras hispanohebreas cuya herencia resguardaban—, el destierro y exilio español republicano y el de los mexicanos y naturales americanos que, por arte, arquitectura y violento artificio de misioneros y colonizadores, se transformaron, de un día para otro, en “peregrinos en su patria”, es decir, en aprendices y pronto ladinos doctorandos del saber amargo impuesto por la migración.
El valor de Culturas en peligro de Miguel León-Portilla, libro publicado cuando tenía 50 años, estriba en que no sólo trata de las experiencias de la aculturación de los chichimecas en Xólotl en los siglo XIII y XIV, la conquista espiritual emprendida —y diría yo todavía en proceso de realización— por los afanes de los misioneros, el “Trauma cultural, mestizaje e indigenismo en Mesoamérica” sino que se asoma fuera de la culturas del Centro de México hacia las del Noroeste mexicano y la muy poco conocida de experiencia de transculturación de los indios navajos, cuya raíz originaria supo reconocer el clarividente historiador, prefigurando la idea de que México no es solo un territorio sino, por así decir, una irradiación transversal, un rayo. A ese llamado no ha sido insensible Angelina en su discurso al hablar de las otras variedades del español que, desde México, irradian hacia el Norte.
Otros “peregrinos en su patria” —nos viene a recordar Muñiz Huberman la tarde de este jueves— fueron “los criptojudíos, que no abandonaron sus orígenes y que siguieron practicando su religión en sus casas, aunque saliendo de ellas fueran a la iglesia a cumplir con los nuevos ritos impuestos. Antecedente de lo que habría de suceder con las antiguas religiones prehispánicas y el método de conversión que dio lugar al nepantlismo, según Miguel León-Portilla”.
La cita de León-Portilla remite a Fray Diego de Durán y a Bernardino de Sahagún, y, en términos más domésticos —hablando de la casa que es la Academia—, a su vez nos recuerda el discurso de ingreso “Acerca de Nepantla” de doña Elsa Cecilia Frost que el 11 de noviembre de 2004 abordó precisamente este motivo que forma parte de lo que cabría llamar la tabla periódica de la identidad cultural mexicana: tarde o temprano, al hablar de nuestras letras, se termina o empieza hablando de ese intersticio de ese limbo o entre. Es en ese entre —para citar una voz de Octavio Paz— donde florece y arraiga el jardín de la memoria dos veces soterrada. Ese entre del que se va y regresa y no puede regresar y dice:
Volveré a la ciudad que yo más quiero
después de tanta desventura; pero
ya seré en mi ciudad un extranjero.
como escribió en “Elegía del retorno” el poeta y académico mexicano Luis G. Urbina, muerto en Madrid precisamente un 18 de noviembre, pero de 1934, cuando faltaban dos años para que naciera Angelina y su padre el escritor y dramaturgo Alfredo Muñiz visitaba a Pio Baroja, como cuenta ella en la introducción a Días de horca y cuchillo. Diario, 16 de febrero-15 de julio de 1936 (editorial Espuela de Plata Sevilla. MMIX. p. 21).
Cuento de dos jardines enterrados o cuento de un jardín dos veces enterrado, pues que en ella se abren las heridas de dos desarraigos o trastierros para evocar a José Gaos: el centenario de los expatriados marranos y sefarditas que fueron a sembrar por Europa occidental el esplendor perdido de la España del Al-Andalus en que convivían árabes, judíos y cristianos, con el menos alejado de la España del siglo XIX y del siglo XX en donde les tocó vivir a los padres de Angelina Muñiz y que ella ya no pudo conocer, aunque sí le ha tocado formar parte del tesoro de la España peregrina en su segunda generación, la de los “Niños de la Guerra” como la llama Eduardo Mateo Gambarte, de la que forman parte, además de Angelina: Federico Patán, Tomás Segovia, Jomi Garcia Ascot, Luis Rius, José Pascual Buxó, Francisca Perujo, entre otros mencionados por ella. No se puede olvidar en este contexto que Francisco de la Maza llamó a los niños refugiados que llegarían a ser escritores “Generación Nepantla”.
Para Angelina, no es modo alguno ajena la experiencia del desarraigo, casi forma parte de su infancia, de su edén:
Doce años —dice en un texto de Arritimias, “Padre, madre (ausente) e hija”— y ya contaba con un amplio pasado para recordar. Lo conformaban todo tipo de exilio. Para empezar, no era del lugar donde vivía., lo que la hacía imaginar cómo hubiera sido su vida en otra parte. Por ejemplo, en Madrid, si no hubiera estallado la Guerra Civil. En Francia, en 1939, si no hubiera estallado la Segunda Guerra Mundial. Y si sí hubieran estallado las dos guerras, en Cuba, en 1940. Aunque Cuba fue una realidad como lo fue después México, hubieran o no estallado las susodichas guerras. Pero la realidad real no era real, sino la otra. Su motor imaginativo arrancaba de guerra en guerra sin haber participado en ellas […] no estuvo en las guerras, pero tuvo la fortuna, ¿fortuna? de conocer niños que estuvieron y los interrogó. También conoció a niños sobrevivientes de los campos de concentración. Y no los interrogó, pero los escuchó. Sus historias fueron suficientes para que sintiera lo mismo que ellos. ¿Es eso posible? En su caso, sí. Tenía la habilidad de revivir otras vidas. De incorporárselas y de apropiárselas. Así que todo lo que le contaron no es que fuera como si le pasara, sino que le pasó, de verdad, a ella. Como la marca de un número en su antebrazo que empezaba a dibujarse cada vez más intensamente. (Arritmias, p. 69-70.)
Ese doble jardín o huerto cerrado y a la vez abierto que Angelina conoce tanto y tan bien desde el exilio, los destierros, trastierros, y entre las guerras de anteayer y las de ayer, impone un horizonte intelectual por así decir bifocal, un doble calendario que es como la llave maestra que le abre las puertas de la memoria inmediata y remota y que la sostiene y circunda. El doble desarraigo ha sido ciertamente doloroso pero también ha sido la inspiración, el juego de espuelas para acicatear la historia literaria remota y personal en su propia biografía escrita y transcrita, traducida y a veces inventada como en esa novela de reciente aparición Los Esperandos, apenas ayer traducida o devuelta al portugués. O bien en ese arcón encantado de recuerdo que es Arritmias, editado por Bonilla y Artigas en México en 2015, que hemos entreabierto líneas arriba.
De esta suerte, no es exagerado decir que, al dar la bienvenida a Angelina Muñiz Huberman, a esta Academia, resultamos ser los huéspedes y herederos afortunados de un caudaloso tesoro literario compuesto por —no es una exageración—una cordillera de obras:
Vilano al viento, 1982; El libro de Miriam, 1990; El ojo de la creación, 1992; La memoria del aire, 1995; El trazo y el vuelo, 1995; La sal en el rostro, 1998; Connato de extranjería, 1999; La tregua de la inocencia, 2003; Cantos treinta de otoño, 2005; La pausa figurada, 2006; Rompeolas, poesía reunida, 2012; Cosas veredes, 2016; Morada interior, 1992; Tierra adentro, 1977; La guerra del unicornio, 1983; Dulcinea encantada, 1992; Las confidentes, 1997; El mercader de Tudela, 1998; Areusa en los conciertos, 2002; El sefardí romántico, La azarosa vida de Mateo Alemán II, 2005; La burladora de Toledo, 2008; El terrorista tartamudo en colaboración con Ilán Stavans, Los esperandos, Piratas judeoportugueses y yo, 2017; El ultimo faro, 2020; narraciones, seudomemorias: Castillos en la tierra, 1995; Molinos sin viento, 2001; Hacia Malinalco, 2014; cuentos: Huerto cerrado, huerto sellado, 1985; De magias y prodigios, 1987; Serpientes y escaleras, 1991; Trotsky en Coyoacán; Arritmias, 2015; ensayos: El canto del peregrino, Hacia una poética del exilio, 1999; El siglo del desencanto, 2002, La sombra que cobija, 2007; Las vueltas a la noria, 2013; traducciones y antologías, las más conocidas son: La lengua florida. Antología sefardí, 1989; En el jardín de la cábala, 2008 y Las raíces y las ramas. Fuentes y derivaciones de la cábala hispanohebrea, 1994; El Atanor encendido. Antología de cábala, alquimia y gnosticismo; autobiografía: El juego de escribir, 1991, además de obras libros de poemas, obras de teatro y guiones escritos o traducidos en colaboración con su feliz mancuerna el Dr. Alberto Huberman, como Aviva-no de Shimon Adaf, Yo la amo y que el mundo arda de Ronny Someck, La banalidad del amor de Savyon Liebricht, para no hablar de los capítulos en libros y de su obra en proceso, en prensa o inédita.
Todo esto trae entre manos Angelina, ésa que lleva estampado, como ella misma ha dicho, el número 7. Llega a la silla # 7, su hoja de vida o currículo tiene por el momento 217 páginas. Reside en el séptimo piso de un edificio —a cuya terraza, me consta, llegan a saludarla al atardecer parejas de colibrís a quienes no espanta la caudalosa biblioteca compuesta por los libros escritos o editados con su nombre, arriba citados—; la misma que, como el invitado que no se apersona con las manos vacías, trae en prenda de su doble imán, el caudal mencionado. Al recibirla, le agradecemos su regalo y le damos la bienvenida con las mismas letras con que concluyó su discurso:
A ti lingua santa,
a ti te adoro,
más ke toda plata,
más ke todo oro.
• Texto leído el 18 de noviembre de 2021
NOTA
[1] Harm den Boer, La literatura sefardí en Ámsterdam, Instituto Internacional de Estudios Sefardíes y Andalusíes, 1996.
Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa
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Posted: December 12, 2021 at 8:25 pm