Essay
La voz del país Exilio: Anamari Gomís

La voz del país Exilio: Anamari Gomís

Eduardo Cerdán

Corría 1950. Aquel sábado, el día y la noche debieron durar lo mismo: era el equinoccio de otoño. En la Ciudad de México, a 14 años dos meses de que Francisco Franco arribara al poder sin miedo a manchar el suelo español con sangre de los rojos, una mujer de pelo azafranado dio a luz a una nueva escritora: Anamari Gomís.

Hija de refugiados españoles en México, Ana María Gomís Iniesta nació en un seno familiar nimbado por el desarraigo, por el despojo de la patria, por lo que José Gaos denominó transtierro, neologismo que, a decir de Adolfo Sánchez Vásquez, describe una manera particular de vivir el exilio en un país como México, que tiene tantas condiciones en común con España —la larga lista deberá iniciar por la lengua castellana.

Anamari Gomís admite que, aun con la diáspora y los horrores que conlleva un conflicto como la Guerra Civil Española, los Gomís Iniesta “ganaron México”, territorio que, por cierto, se convirtió en el país del exilio par excellence, pues fue el único que se pronunció en contra del Acuerdo de No Intervención y el que, en 1939, aplicó el derecho de asilo para los exiliados republicanos. En Ya sabes mi paradero (2002), la primera novela de la escritora, los Soler Alcaraz —representación literaria de los Gomís Iniesta— terminan por adaptarse a su nuevo país y el narrador omnisciente de la saga familiar, que durante las primeras partes de la novela escribía Méjico (con J), comienza a escribir México (con X). Así, en la polifonía de Ya sabes mi paradero, donde las tres personas gramaticales conviven en un universo dialógico, el giro de la trama trasciende al plano formal. Quienes mutan, entonces, no son sólo los personajes sino también el texto.

La autora reconoce que de José Gomís, su padre, absorbió el sentimiento del exilio. A partir de las reflexiones que hacía frente a ella cuando niña, asimiló el inconsciente de un transterrado y, aunque nació mexicana, vivió en lo que ha denominado “ese país llamado Exilio” durante mucho tiempo. Para ella, el país Exilio es una suerte de limbo que, en su caso, no es ni España ni México, sino un extraño espacio intermedio en donde impera un “sentimiento de no estar del todo”, como decía Cortázar. Vivir una niñez así debió traerle varias problemáticas en torno a su identidad, amén de que el contacto con su padre la enfrentó, a muy temprana edad, a algo que más tarde —me aventuro— influyó en el desarrollo de la depresión que ha padecido a lo largo de su vida. Me refiero a la conciencia de la muerte.

La escritora narra en su libro ensayístico/testimonial Los demonios de la depresión (2008) que su padre era un sujeto lúgubre con tendencia a la melancolía quien, durante los paseos que hacía junto a ella y sus perros en los parques del otrora DF, hablaba sobre cuestiones mórbidas y escandalosas para una niña hipocondriaca. Decía, por ejemplo, “que la M marcada en las palmas de nuestras manos se ligaba con la S de las plantas de nuestros pies y ambas inscripciones juntas significaban Muerte Segura” (p. 56). ¿A quién no altera esta sentencia?

Ya ha venido a cuento lo que Anamari Gomís metaforizó como una “danza diabólica”, esto es, la depresión. Ella es depresiva crónica y, según se enteró en sus ulteriores sesiones de psicoanálisis, arrastra esta enfermedad desde la adolescencia. Antes, con las lecciones sobre la ciencia y el tempus fugit que le ofrecía su padre —que como un Quevedo discurría “¡Ah de la vida!”—, alimentó poco a poco el sentimiento de desazón frente a la muerte.

Aunque, como dice Eduardo Antonio Parra, el trabajo del narrador es más un ejercicio actoral que uno de desdoblamiento, es evidente que la experiencia vital del autor determina en gran medida sus filias y sus fobias a la hora de escribir; de ahí que, con la famosa frase de Flaubert en mente (“Madame Bovary, c’est moi”), me haya dado a la tarea de buscar en la obra de Anamari Gomís los fantasmas de la depresión que rondan sus ficciones. En su novela sobre el exilio, la autora atribuyó a Julián, el padre de los Soler, algunos rasgos que, si no son depresivos per se, sí pintan al patriarca de la familia como un hombre melancólico quien, al igual que José Gomís, siempre penó por su expatriación. Asimismo, en el libro de cuentos La portada del Sargento Pimienta (1994) —sin duda el medular en su faceta de cuentista—, Anamari Gomís narra algunos pasajes en donde los personajes se enfrentan a estados fóbicos, de pesimismo o desánimo o donde se tratan de manera sutil, como acostumbra la narradora, hechos traumáticos de la vida de los agonistas.

Ahondaré más al respecto. “La pequeña Odisea de Selma Hafidi”, por ejemplo, texto que abre el volumen, narra un periodo de gran tensión en la vida del personaje principal que desde el inicio nos hace saber que su hermano ha desaparecido. Otro texto que reclama nuestra atención es “Dakota’s requiem”, relato en primera persona donde la protagonista —alter ego de Anamari— monologa en el diván de su psicoanalista, a quien le cuenta lo que significó para ella el asesinato de John Lennon y reflexiona: “Nadie sabe del horrible padecer de quien averigua que pronto será un cadáver al que se despojará de la armadura/uniforme” (p. 53).

“A pocos pasos del camino” —título de la primera reunión de cuentos de la autora, publicado en 1984— recupera uno más los demonios de la depresión: la fobia. En este texto el protagonista es un hombre gris que vive en Nueva York y teme viajar en carretera, lo que hará al día siguiente en la narración. Durante las breves vacaciones y luego del temido viaje, se entera de una historia inquietante, abismada e irresuelta dentro del relato, que involucra a un pederasta.

La primera y quizá la más evidente de las características de la cuentista es la complejidad psíquica de sus personajes, la manera en que el entramado mental de quienes interactúan en sus cuentos está tan bien asimilado dentro del texto que uno, como lector, debe esforzarse para hallar las costuras. También es notable la tradición de la que proviene esta escritora. Cuando se leen sus relatos se percibe una clara influencia del canon cuentístico anglosajón, de las short stories –relatos “breves” que, en realidad, no lo son tan cortos.

Gomís se formó en el Centro Mexicano de Escritores donde (a los 22 años) tuvo como tutores a Francisco Monterde, Juan Rulfo y Salvador Elizondo. Monterde la convidó de sus conocimientos sobre gramática y sintaxis mientras que Rulfo y Elizondo llevaban una dinámica de good cop/bad cop, respectivamente. También fue alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde ahora es catedrática, y aunque se graduó como estudiosa de literatura hispánica, su acentuado interés por la de lengua inglesa la llevó a estudiar un posgrado en literatura comparada en la NYU. No sorprende pues que en su obra creativa también se halle esta inclinación.

La música ocupa un papel primordial en la obra literaria de Gomís. Los Beatles, “Ya sabes mi paradero”, “Acuérdate de Acapulco” y “Sealed with a kiss”, por ejemplo, le sirvieron para titular algunas piezas; además, en Sellado con un beso (2005), su última novela publicada (esperamos una nueva este 2016), los nombres de los capítulos son todos títulos de canciones.

Recondita armonia”, uno de sus mejores cuentos, debe su nombre a una ópera y es paradigmática de su interés por la música. En este relato, colmado de referencias al bel canto, una viuda se obsesiona por Plácido Domingo y los personajes hablan con staccatos, en vibratos, y extrañan a los muertos en crescendos insoportables.

He dejado hasta el final el asunto del estilo que es, creo, el mayor mérito de la cuentística y, en general, de toda la narrativa de Anamari Gomís. En ella se encuentra una cualidad poco frecuente en nuestras letras: la que Rafael Pérez Gay, hablando sobre los cuentos de Gomís, llamó “naturalidad estilística”, una técnica narrativa —dice él— que consiste en lograr tensión mediante la claridad y no tanto por el camino de la sorpresa. Pérez Gay concibe la de Anamari como una obra que, a través el cuidado y la depuración, accede a la sencillez –si bien no se trata de una obra sencilla.

Algunos de sus relatos resultan crípticos. Pérez Gay señala en este sentido que la ambigüedad puede ser un arma de doble filo. En efecto, en varios ejemplos de Anamari Gomís, como en el ya mencionado “La pequeña Odisea de Selma Hafidi” o en “Este paraje tan evocador”, que trata sobre un ginecólogo pueblerino quien logra que sus pacientes se embaracen inseminándolas él mismo, la ambigüedad es un acierto; en otros, empero, como “Molly Pérez quiere escribir un cuento”, homenaje a James Joyce, lo ambiguo parece una debilidad.

Ambas facetas narrativas de Anamari Gomís, la de cuentista y novelista, coinciden en dos motivaciones creativas comunes, dos intereses que la autora mantiene como “metáforas obsesivas”. El primero es su interés en la recuperación de la memoria. En su cuento “La portada del Sargento Pimienta”, por ejemplo, la narradora acude al rescate de recuerdos adolescentes durante la década de los setenta, al igual que en “Ya sabes mi paradero” (el cuento, no la novela) y “Bateador emergente”, los protagonistas se sitúan desde la edad adulta y evocan su infancia mediante contrastes con el “presente” de la ficción. Este interés está explorado al máximo en sus dos novelas: Ya sabes mi paradero y Sellado con un beso, universos en donde la vuelta hacia los recuerdos es el móvil de las narraciones.

En las novelas de Anamari Gomís confluyen lo privado y lo público. Narra el modo en que algunos hechos sociales —el exilio español en la novela de 2002; la Guerra Fría en la de 2005— repercuten en círculos como la familia Soler o la escuela donde se desarrolla Sellado con un beso, historia de espionaje en donde Gomís realiza un fresco de la sociedad mexicana clasista, snob e ignorante que vivía en los sesenta bajo la atmósfera de la Guerra Fría. La anécdota se desarrolla en 1962, cuando a propósito de la posible visita de John F. Kennedy a México le piden a una jovencita del colegio Meredith Prose que acompañe a Jackie Kennedy cuando ésta llegue al país. En Gomís, pues, lo universal se vuelve particular con su incidencia en las pequeñas vidas diarias –el proceso también ocurre a la inversa. Se trata de un ejercicio que estimula la memoria histórica y recrea los escenarios de época, la del exilio español, la del furor por los Beatles o la del ambiente de la Guerra Fría en México. “En la escritura fresca y fluida de Anamari Gomís —dice Mónica Lavín— está el espíritu y la escenografía de una época, la educación sentimental de una generación (lo que escuchaba, comía, vestía, veía, pensaba), un pedazo de la historia del mundo.

CerdanEduardo Cerdán (Xalapa, 1995) es narrador y ensayista, estudiante y profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha sido premiado en concursos nacionales de cuento y ha colaborado en las revistas Círculo de Poesía, Revista de la Universidad de México, Punto en línea, Paradigmas y La Palabra y el Hombre. Es columnista en Cuadrivio Semanal y algunos de sus cuentos se tradujeron al francés.

*Imágenes de portada:
-En blanco y negro: Anamari Gomís. Fotografía: Paulina Lavista, 1970.
-En color: Salvador Castañeda


Posted: June 2, 2016 at 11:32 pm

There is 1 comment for this article
  1. Octavio Arzabal at 11:22 am

    Qué prodigio de chavo el que escribió este ensayo. Joven, inteligente, crítico y excelente escritor. Se nota su aliento de narrador además. Y qué bueno que nos presenta a esta escritora tan interesante que al menos yo no conocía.

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