Carta-reseña a Adolfo Castañón sobre Alfonso Reyes
Víctor Díaz Arciniega
• A propósito de Alfonso Reyes: Visión de México. Edición, estudio y notas de Adolfo Castañón (Academia Mexicana de la Lengua, 2017, 2 vols). Carta leída el 1 de marzo de 2018 en la Capilla Alfonsina.
Querido Adolfo Castañón,
Desde hace muchos años nuestra amistad ha sido de cordialidades, reconocimientos y, sobre todo, de estímulos. Entre lo mucho de todo eso que apenas aludo, me detendré en un episodio pertinente para esta ocasión. No podría precisar el momento ni el motivo, pero hace quizás tres décadas y luego de una conversación en aquella oficina compartida en donde lo tuyo se reducía a una mesita junto a la ventana del aquel FCE de avenida Universidad. Ahí salió el tema de si sí o si no Alfonso Reyes. Doy por hecho que referí mis prejuicios, tan extendido entre quienes parecíamos comulgar en una parroquia distinta a la que había fundado y presidido don Alfonso, y de la cual tu ya eras un prosélito.
Concluyó la conversación y te ofreciste a acompañarme a la salida. Con cualquier pretexto entramos a la librería y miramos esto y aquello. No me percaté de algo que luego me desconcertó y me llenó de contradicciones íntimas. Cuando llegué a pagar lo que había elegido, uno de los empleados arrimó al cajero una caja cerrada; entre ellos se intercambiaron recibos y firmas y acotó: –Esto es para Ud. de parte del Sr. Castañón. A pocos centímetros vi tu maliciosa sonrisa y mal escuché lo que me decías. Quise zafarme del embrollo, pero… salí cargado con los XX o XXI volúmenes de Alfonso Reyes. No recuerdo si te lo agradecí en ese momento pero… nunca es tarde para decir gracias.
Aunque hemos coincidido en muchas cosas y ocasiones, aunque compartimos el año de nacimiento y la generación estudiantil en la Prepa 6, todavía te sigo reconociendo como alguien mayor que me ha enseñado mucho, tanto de viva voz, como –sobre todo– en el desempeño profesional, y siempre me ha resultado como un acicate. Hoy no es la excepción porque hoy es un momento excepcional. La antología de la obra de Alfonso Reyes preparada por ti, que nos convoca en este tan emblemático recinto es el resultado de tu amorosa y devota dedicación a la vida y la obra de nuestro máximo polígrafo.
Los dos tomos de tu Visión de México es más que una antología: en los voluminosos volúmenes desplegaste con generosa largueza la versión opuesta de la esbelta Visión de Anáhuac. Don Alfonso, en las vísperas de la Gran Guerra y en el exilio en Francia, usó un imaginario telescopio para mirar desde la otra costa del Atlántico su recordado valle con sus cuatro grupos de ideas e imágenes que le permitían reconstruir lo que para él era esencial de aquél México prehispánico, que tanto admiró a los descubridores de América y a los conquistadores. Con idéntico afán, ahora tú, Adolfo, nos despliegas la detallada cartografía del México que Alfonso Reyes consignó en su extensa actividad literaria.
Durante los muchos años que te llevó la elaboración de Visión de México tuviste la oportunidad de hacer y rehacer y volver a hacer la maqueta o proyecto de la antología que tenías en mente. Sin prisas y sin pausas, fuiste identificando los materiales de construcción y, con ellos, fuiste haciendo los debidos ajustes al proyecto. En las varias ediciones de tu libro Alfonso Reyes: caballero de la voz errante (5ª, 2012) muestras tu paulatino y comprensivo avanzar en esa vida cada vez más parecida a una biografía de gusto inglés y avanzar en esa obra cada vez más parecida a una enciclopedia y archivo de proporciones impensables en un solo hombre. Para navegar dentro de este caudal de información te fue indispensable acudir a una legión de distintos editores y estudiosos, ahora consignados en las notas respectivas de tus dos libros recién citados.
Todo esto subyace en la antología Visión de México. Entre las muchas cualidades y virtudes, comenzaré por la diversidad de materiales literarios que integras con ponderada sensibilidad literaria e inteligencia crítica. Ambas cualidades te permitieron elegir dentro de un muy amplio repertorio de tipos de escritura, que habilidosamente dominó Reyes. Entre las páginas encuentro: notas de divulgación y de diario, correspondencia privada, discursos de circunstancia, informes de varia índole, artículos periodísticos y unas respuestas a una entrevista de prensa, ensayos y estudios, capítulos de libro y libros completos, poemas, piezas narrativas y dramáticas, semblanzas y obituarios muy a la inglesa, reseñas de libros… Todo este repertorio escritural lo elegiste con tino y lo ensamblaste con talento, porque entre la legión de críticos y editores que nos han antecedidos y aún nos acompañan tú, Adolfo, eres el único que ha sabido identificar y comprender el múltiple temperamento humano y literario de don Alfonso, quien gustaba de las exploraciones dado su siempre despierto sentido de la vida, a la que no escatimaba todo tipo de guiños.
La segunda cualidad es la elección de ese fragmento del universo que responde al nombre de México, como eje rector de índole temático, que indirectamente responde a un injusto prejuicio adjudicado a Alfonso Reyes. Por supuesto, a diferencia de la lección del propio Reyes, quien encerró a “México en una nuez”, tú decidiste integrar con múltiples tipos y gran cantidad de mosaicos el enorme poliedro literario que nuestro autor desplegó en torno a México. Con las cuatro grandes partes en que segmentas tu selección con propósitos unitarios se dibuja neto tu proyecto editorial: en cada uno de ellos está la inteligencia analítica, la reflexión estimulante, la sensibilidad creativa y la cordialidad amistosa, todos ellos gestos de la conducta y propósitos de don Alfonso.
Abundaré en esta segunda cualidad en función de lector, para quien elegiste dos grandes bloques, que corresponden a cada uno de los volúmenes. El uno corresponde a la persona Alfonso Reyes, con su historia de familia y sus consideraciones íntimas; con su creación literaria en los géneros de la poesía, la narrativa y el teatro. El volumen dos comprende tres ciclos de la historia de México analizada por Reyes y un amplio segmento con cualidad instrumental, porque ahí reúnes las ideas y propósitos con las que él articulaba sus escritos. Aunque separados, estos dos horizontes tienen como único eje de articulación tu deseo de mostrar al lector la manera como don Alfonso vivía la esencia de eso que llamamos el acto literario: ser en y con la literatura.
Esta tácita propuesta de la selección y orden de los materiales me parece arriesgada; como lector, la celebro y agradezco. La tuya es una apuesta generosa para con la obra y la persona de Alfonso Reyes y para sus lectores, para quienes tienes la cortesía de integrar sea por temas, sea por tratamientos formales o sea por propósitos una obra de suyo variada y por momentos fragmentada y atomizada. Aquí, la sencilla elocuencia de los subtítulos actúa como guía práctica para orientar al lector, a quien conduces por cauces de orden cronológico, temático y formal, y aunque esos cauces los procuras unitarios, no son rígidos. Y no podrían serlo, por la sencilla razón de que la literatura de don Alfonso se fue creando sobre la marcha de las circunstancias, salvo algunas pocas excepciones cuando él se formuló un plan a desarrollar como un libro unitario.
Este es el caso del bloque dedicado a la persona de don Alfonso, cuyo subtítulo es preciso: “Reyes por sí mismo”. Hacia el final de su vida, el propio don Alfonso de afanó en recrear su linaje para la posteridad familiar; ahí, como en tantos otros muchos trabajos, siguió la estrategia de los segmentos concatenados y/o yuxtapuestos: escribía pequeñas notas periodísticas de tres o cuatro cuartillas, que regularmente publicaba con una clara secuencia y luego integraba en volúmenes unitarios. Leerlos de corrido dejan una rara sensación: su vida era la vida de los otros: sus familiares cercanos y amigos, sus lugares y sus momentos; era la vida de familia previa a la que vino a ser la vida pública, ciertamente precoz. Pero el lector no informado se sorprenderá con el abrupto corte ocurrido el 9 de febrero de 1913: la muerte del General Reyes y la cancelación de su fama póstuma. Hasta aquí, la herencia familiar generosamente reconstruida por un Alfonso Reyes agradecido y complaciente.
También con carácter unitario es la Historia personal de mis libros, que es la sutil y discreta autobiografía del hombre de letras que se va construyendo a sí mismo como un esforzado de la escritura, sea para sobrellevar el día a día de la vida doméstica o para vivir en y para la creación literaria que irá marcando sus arriesgadas exploraciones estéticas. Junto a esta reconstrucción del poderoso inicio del hombre de letras, vendrá el sensible y agudísimo registro del declive del hombre, cuyos males irán minando su salud. Leído de corrido, ese minucioso y obsesivo registro del mal que invade y debilita su cuerpo me parece asombroso y conmovedor. ¡Qué lejos de la monumentalidad! Y no obstante, ese forcejeo con el mal del cuerpo cuánto contribuyó a modelar su cualidad humana para su propia posteridad.
En sentido inverso al carácter unitario, es el generoso apartado “Palabra creadora”. Adolfo, tu elección de cada una de las piezas es afortunada. Pero quiero detenerme en un detalle en beneficio del lector: don Alfonso integró un libro con poemas que tituló Cortesía, que el común de la gente no ha sabido apreciar. Ahora, como de contrabando, tienes la discreción de intercalar esa amorosa gestualidad literaria de don Alfonso, a quien gustaba agradecer la amistad. Para mí, encontrar esos poemas de circunstancia conviviendo con los otros poemas, me llena de gusto porque tuviste la sensibilidad para reconocer las cualidades estéticas del depurado y sutil oficio literario de nuestro autor, a quien durante su estancia diplomática en Brasil lo valoraban como el hombre cordial, quizá porque se dejaba guiar por los pulsos de su corazón.
Adolfo, veo que en el segundo volumen asumes otros riesgos, quizás más complicados debido a la manera como Reyes encaraba sus análisis de la realidad histórica en las perspectivas cultural y literaria, casi exclusivamente. Como bien sabemos, a su resorte político lo procuraba amortiguar y así transferir esa fuerza al área de la política en la que llegó a ser experto: la diplomacia. Su fuerte era el giro de la negociación, ese siempre sutil arte de la palabra y esa delicada práctica de la conversación, como ilustran ahora las cartas que rescatas y “trufas” –como te gusta decir– o intercalas con otro tipo de textos que igualmente invitan a la reflexión, que es el eje del tercero de los ciclos que articulas, “La consolidación” del régimen cultural que madura durante la larga administración de Porfirio Díaz y, tras su derrocamiento, se trasmuta y potencia durante los siguientes cuarenta años. En ese conjunto de casi media centena de documentos apenas se adivina el eje que los articula: la vocación ecuménica de las humanidades y la civilidad, de las que don Alfonso fue un denodado prosélito, como ilustra en su dimensión pedagógica su ahora ausente Cartilla moral.
En las secciones correspondientes a El ciclo de las emancipaciones e Ideas e Instrumentos de la memoria, reconozco a Alfonso Reyes por el que siento mayor admiración: ahí está el pensador cabalmente articulado, que de manera superlativa se despliega de Letras de Nueva España, sobre la que volveré más adelante. Ese pensador no improvisa ni se toma a la ligera, pero se expresa con enorme liviandad, ese sutil gesto de la cortesía. Más de una vez he escuchado entre estudiantes y colegas que su pensamiento es muy complicado o que lo expresa como si su dicho careciera de autoridad, porque su lenguaje es diáfano. En parte les doy la razón, pero les hago ver que eso en apariencia conflictivo obedece a una cualidad: el enorme trabajo de síntesis de conocimientos previos que realiza Reyes es para nuestro beneficio, pero nuestra desinformación es tanta que no alcanzamos a percibir ese todo que acomodó dentro de una nuez, como lo hizo con México, ni más ni menos.
Antes de concluir, querido Adolfo, quiero llamar la atención sobre un asunto de perspectiva analítica y editorial. Como bien sabemos, don Alfonso siempre fue un esforzado de las letras; ya cercano a los sesenta y por encargo de una autoridad de gobierno se comprometió a elaborar una síntesis histórica de la literatura; comprendería desde el México prehispánico hasta el preindependiente. Se llamaría Letras de la Nueva España y ahora que lo encontré en tu sección Los ciclos originarios me alarmó tu autoexigencia para sujetar tu selección a la secuencia cronológica; entonces, decidiste “trufar” ese libro compactamente unitario con la intercalación de otros varios ensayos con tema afín. Es decir, sacrificaste un impulso de creación sujetos a una unidad discursiva específica, por la extensión de una dimensión histórica y, pues si bien los estudios y ensayos entrometidos muestran un espíritu escritural parecido, eso no es equivalente. También como llamada de atención, en el apartado Del saber americano percibo una ausencia: “La constelación americana, conversación de tres amigos”, en donde Alfonso Reyes nos muestra de cuerpo entero esas preocupaciones humanísticas que aquejaban a la Inteligencia de América Latina en vísperas de la segunda Guerra Mundial.
No quiero seguir abusando de la paciencia de quienes nos acompañan en esta conversación pública. Como antes hace ya tantos años, otra vez reitero mi agradecimiento a tu generosidad. El impecable trabajo técnico de la edición crítica resulta proverbialmente útil para el lector: son innumerables notas de todo tipo que resuelven dudas y estimulan curiosidades. Los anexos con notas complementarias y bibliografía más tú sintético y elocuente “perfil” de Alfonso Reyes me resultan invaluables, porque son la suma y cifra de tu Alfonso Reyes: caballero de la voz errante. Aprovecho para felicitar a la Academia Mexicana de la Lengua la dignísima inclusión de los dos volúmenes de Alfonso Reyes, Visión de México, en su colección Clásicos de la Lengua Española.
Víctor Díaz Arciniega (Ciudad de México, 1952). Es autor, entre otros títulos, de La memoria crítica. Azuela en El Colegio Nacional (El Colegio Nacional), Las dos historias. La colección editorial de Economía (FCE), Querella por la cultura revolucionaria (FCE, 1989 y 2010), Alejandro Gómez Arias, Memoria personal de un país (Grijalbo, 1990), Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994 (FCE, 1994 y 1996), Mariano Azuela, retrato de viva voz (Conaculta, 2005). Como editor preparó, junto con Juan Villoro, la edición crítica, anotada y comentada de El atentado y Los relámpagos de agosto (Francia, UNESCO, col. Archivos, 2001), y formó parte del equipo de ocho investigadores dirigidos por José Luis Martínez y Alicia Reyes encargados de la edición crítica, anotada y comentada del Diario de Alfonso Reyes (FCE).
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Posted: May 22, 2018 at 10:00 pm