Ciudadano Musk
Alberto Chimal
Estas últimas semanas, la noticia ha llegado a los medios de todo el mundo y se ha reproducido en abundancia. Cada antecedente, cada reacción, cada avance de la trama, cada sorpresa, han engendrado cientos de noticias aledañas, artículos de opinión, comentarios de todo tipo, listas y carruseles de fotos y copypastas. Elon Musk, el empresario famoso, el hombre más rico del mundo, va a comprar la red social Twitter por unos 44,000 millones de dólares. Será toda suya: no cotizará en bolsas de valores y podrá manejarla a su antojo. ¿Por qué la compra? ¿Qué hará con la red? ¿Le agregará tales o cuales funciones? ¿Le pondrá cuotas, le quitará anuncios? ¿Dejará entrar otra vez a extremistas, trolls y presidentes expulsados de la plataforma?
El asunto no es únicamente un nuevo golpe mediático en la carrera ascendente de Musk, un multimillonario que se promueve como una especie de self-made man y genio inigualable de la especie humana (“el Da Vinci del siglo XXI”, se le ha llamado, al parecer en serio) y es cuando menos un gran representante del capitalismo plutocrático de nuestro tiempo y un maestro de la autopromoción, capaz de crear un culto alrededor de su personalidad y una reputación de fundador o de pionero –un héroe de película de ciencia ficción, un Tony Stark de la vida real– con negocios que, pese a sus logros innegables, no siempre fueron fundados por él y usan tecnología que no es del todo, ni únicamente, idea suya.
Musk, que también es una famosa personalidad de Twitter y tiene un ejército de fans que lo defienden y atacan a sus detractores, ha declarado que no le interesa tanto ganar dinero con la plataforma como convertirla en una defensora “absoluta”, igual que él, de la libertad de expresión. Esas palabras, y el resto de los planes anunciados y más bien vagos de Musk, sugieren más emociones que ideas concretas…, lo cual es una estratagema muy típica de él pero, sobre todo, muy de esta época, en la que la especie humana parece cada vez más alejada de la discusión racional y acostumbrada al tribalismo y las reacciones irreflexivas que fomentan las redes. Y también sugieren una falta de conciencia, un punto ciego, en la gran mayoría de sus comentaristas. Me parece tan obvio que, no lo dudo, habrá otros textos que lo estén diciendo ahora mismo, pero no los encuentro entre todos los artículos basura que han aparecido tan sólo en los últimos días.
Buena parte de la cobertura reciente acepta de forma acrítica, sin examen ni matiz, una idea que se deriva de las palabras de Musk: que las redes sociales (y en especial Twitter) limitan sistemáticamente las posibilidades de publicación de ciertos usuarios, y cualquiera puede estar sujeto, en cualquier momento, a una constricción tiránica e injustificada. En las máquinas de descontento que son las redes es fácil indignarse por algo así, ligarlo con otras injusticias reales o inventadas, y extraer de ello un agradable rato de enojo, un tuit ofendido o –si se está en una posición más aventajada que el promedio– la oportunidad de una ganancia política. Así pasó en los primeros días tras el anuncio de la compra de Twitter, por ejemplo, cuando se difundió la noticia falsa de que la cuenta de Donald Trump –expulsado de la red por incitar a la violencia durante el asalto al Capitolio estadounidense por sus partidarios el 6 de enero de 2021– acababa de ser “restaurada” por Elon Musk en persona, vindicando al expresidente como un mártir de la libertad o algo parecido.
Así pasó también cuando José Ramón López Beltrán, hijo del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, tuiteó pidiendo a Musk que empezara a realizar cambios su nueva empresa “por @TwitterMexico” y borrara “los bots tendenciosos y ofensivos controlados por políticos corruptos”. No hay nada malo ni mucho menos ilegal en el tuit en sí mismo, pero es un ejemplo de cómo una causa tan difusa como la de Musk se puede agregar a casi cualquier otro tema de interés o enfado. (Aunque Musk sí se ha referido a “spambots” como un mal de Twitter, éstos no son los bots mencionados por López Beltrán.)
Además, es muy fácil constatar que Elon Musk nunca pensó en México al hablar de los cambios que quiere hacer en Twitter. En realidad, sólo ha pensado y sigue pensando en el país que aloja sus negocios y a cuyas leyes está (más o menos) sujeto: los Estados Unidos.
Hay numerosas razones por las cuales una persona puede ver suspendido o cancelado su servicio de una red social determinada por parte de la propia red, incluyendo violaciones de los proverbiales términos de servicio de cada una de estas empresas y, desde luego, también la aplicación desigual o interesada de esos mismos términos. (Hay numerosos casos documentados, igual que la constancia de varias ocasiones en que, durante los años de su mandato, Trump violó las reglas de Twitter y no fue castigado, incluyendo la vez que amenazó por tuit con iniciar una guerra nuclear con Corea del Norte.) Sin embargo, examinando los tuits de Musk y las declaraciones que contienen, la mayoría puede restringirse a una “teoría” conspiratoria recurrente en la derecha republicana: que las redes sociales están todas en contra del discurso conservador y lo “censuran” porque sus dueños son parte de una “élite de izquierda”, especie de cofradía siniestra cada vez más radical y empeñada en toda clase de acciones inmorales y destructivas.
Todo lo anterior resulta ridículo si uno dedica unas pocas horas a examinar desde afuera la política de aquel país, desde lo poquísimo de izquierda que tiene realmente el Partido Demócrata (o lo mucho de elitista que tiene la plutocracia republicana) hasta la curiosa disonancia cognitiva de sus medios de comunicación, que insisten en minimizar el daño que causan la discriminación y la desigualdad y en igualar protestas pacíficas con crímenes de odio extremista. Pero el mito, además de emparentarse con otros más antiguos utilizados para fomentar el odio en sociedades de occidente –como los clichés antisemitas y los dog whistles, términos en clave utilizados para enmascarar discursos de odio–, es políticamente conveniente para la derecha estadounidense y se repite de modo incesante entre un público que, en general, es profundamente ignorante de la realidad más allá de sus fronteras. Musk no es un extremista, hasta donde se sabe, pero sus simpatías están del lado de su derecha porque se alinean con sus intereses. Además de aprovechar las numerosas ventajas que su sistema político y fiscal da a los muy ricos, la ideología del propio Musk está más cerca de la tradición contraria, individualista y anti-institucional conocida como libertarian (o libertaria, una traducción imprecisa pero frecuente al castellano) que allá representa uno de los extremos del espectro político. De ella se deriva incluso la imagen de Musk como un individuo superdotado que, solo y sin ayuda, podría hacer más por el mundo que cualquier estado nación, o bien como el más grande prepper (obseso de los preparativos para el fin del mundo), “reduciendo” la contaminación mediante sus coches eléctricos o preparándose para dejar la Tierra y buscando el modo de asentarse en Marte si hay una catástrofe climática irreversible, de modo que al menos parte de la humanidad (él y sus elegidos) sobreviva.
No hay que subestimar las implicaciones de que un empresario que es, en los hechos, líder mundial –más influyente, próspero y poderoso que muchos estados: una especie de nuevo señor feudal supranacional, al estilo de Jeff Bezos o Mark Zuckerberg–, no piense en el mundo a la hora de actuar, sino en una parte pequeñísima de su realidad inmediata. Esos son reyes en torres de marfil.
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Tampoco debo ser la primera persona a la que se le ha ocurrido esta idea: que la trayectoria de vida de Elon Musk podría compararse con la de Charles Foster Kane, el oligarca y magnate de la prensa amarilla que protagoniza la película Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles. El millonario de la película, dueño de numerosos negocios, vidas y haciendas, también “es siempre noticia” y se promueve como un individuo que ha hecho todo sin ayuda y simpatiza con los “olvidados” (“amigo de los trabajadores”, se hace nombrar). De igual forma, pronto se evidencian las contradicciones de su imagen pública y su verdadera lealtad, que es al poder y al dinero. Y hasta vive en su propia burbuja: aun antes de recluirse en su finca enorme de Xanadu, ya se dedica a leer solamente sus propios periódicos, mientras su esposa, con la que está peleado, lee los de un editor rival.
Personajes así se deben a una obsesión constante de las artes humanas con los individuos poderosos, que pueden ascender o desplomarse pero siempre se destacan por encima del resto; que con frecuencia abusan de su poder, o bien se dejan llevar por intenciones aparentemente buenas hacia consecuencias terribles.
Las diferencias entre el personaje del siglo XX y el ser humano de hoy comienzan cuando se considera el tamaño de los medios a su alcance. William Randolph Hearst, el millonario de la vida real en el que el guionista Herman Mankiewicz y el mismo Welles basaron la figura de Kane, fue dueño de un imperio mediático que pudo causar daño irreversible las carreras de Mankiewciz y Welles en Hollywood y casi enterrar la película en el proceso, pero en la actualidad está casi olvidado e, irónicamente, parcialmente fundido con Kane en la memoria histórica. Pero, aun si no es la red social con mayor número de afiliados en el mundo, Twitter es mucho más poderosa actualmente que la prensa escrita. Marca tendencias que siguen gobiernos, poblaciones y otros medios; representa una fuente de poder igualmente supranacional y, además, de uso adictivo. Incluso si no se consideran las posibles repercusiones de que una sola persona tenga a su alcance casi dos décadas de información acumulada por cientos de millones de personas, Elon Musk podría convertirse en el amo de las comunicaciones más importante del mundo.
- Imagen de Daniel Oberhaus (2018)
Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego, Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal
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Posted: May 3, 2022 at 8:24 pm