Essay
Democracia e imperio

Democracia e imperio

Mauricio Márquez Murrieta

Desde el surgimiento como nación independiente y, más específicamente, desde su arribo a partir de la Segunda Guerra mundial como la mayor potencia, existe una escisión interna que atraviesa a los Estados Unidos. En efecto, su tentación geohegemónica se ha visto mediada y, hasta ciertopunto, contenida siempre por los principios de respeto a la soberanía, libertad de las naciones y de resolución multilateral de los problemas internacionales. Ciudadanos norteamericanos como Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt, Martin Luther King, entre otros, son hoy en día universalmente considerados símbolos de la democracia, la libertad y la igualdad. Podría afirmarse, incluso, que el primer documento donde estos conceptos se plasman con claridad es la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, en menos de tres años el gobierno estadounidense dislocó salvajemente el suelo sobre el que descansan estos símbolos y principios. Tras la guerra contra Irak los propósitos recónditos surgen a la vista y parecerían los expuestos desde el principio por sus detractores y críticos: frenar la economía de la Unión Europea y recuperar la hegemonía que el país ha venido perdiendo, lenta pero inexorablemente, desde la década de los años 70; fortalecer la posición del grupo de los “halcones” dentro de las elites del poder; controlar estratégicamente el mercado mundial del petróleo para, así, poner freno a la economía europea, dependiente directa del energético proveniente del medio oriente, particularmente de Irak. Lo increíble es que, mientras se desarrollaba el ataque a Irak, el gobierno no dejó pasar la coyuntura para privar al país de algunos de sus logros sociales y políticos más importantes, como la libertad de opinión, censurada al más puro estilo macartista. Sobre la base del ataque a las torres gemelas, se abrió cauce a una práctica gubernamental cimentada en el odio y el miedo al Otro, con los hechos de intolerancia y prepotencia exterior e interna que todos hemos visto. Es cierto, no obstante, que éste no es el primer episodio radicalmente conservador de la Unión Americana, pero sí es tal vez el que ha llevado más lejos una política que decididamente raya en las tentaciones de un imperialismo fundamentalista.

Al respecto, resulta paradójico observar cómo durante las últimas décadas la industria cinematográfica estadounidense ha insistido en el carácter inmoral e ilegítimo de la guerra de Vietnam. Una película tras otra nos ha mostrado la sinrazón de esa guerra y el sufrimiento inútil que inflingió, machacando hasta la saciedad la imagen de la vergüenza que el pueblo norteamericano sintió (y siente) por las atrocidades y crímenes cometidos sobre aquella nación asolada por la pobreza y la violencia colonial. No obstante, los norteamericanos vuelven a presenciar la misma historia: en nombre del país se bombardea brutalmente a civiles inocentes, igual de inocentes que los fallecidos durante el ataque a las torres gemelas; vuelven a observar impávidos cómo algunos de sus principios y derechos son arrebatados por un gobierno llegado después de las elecciones más cuestionadas de su historia.

La pregunta obligada es por qué una nación caracterizada por su tradición y cultura democráticas, así como por la fuerza de sus instituciones republicanas, acostumbrada a limitar el poder de sus gobernantes, está permitiendo que tales cosas sucedan. Para entender parte de todo esto, acaso el pensamiento de Slavoj Zizek nos resulte útil. En su libro El acoso de las fantasías aborda el tema del antagonismo radical existente en las sociedades occidentales y de la fantasía ideológica que tiene la función de ocultarlo, al tiempo que permite al sujeto un mínimo de acceso a la realidad:

el sueño fascista es simplemente tener el capitalismo sin sus “excesos”, sin el antagonismo que causa su desequilibrio estructural. Este es el motivo por el cual tenemos en el fascismo, por un lado, el regreso a la figura del Amo —el líder— que garantiza la estabilidad y el equilibrio de la estructura social, es decir, quien nos protege del desequilibrio estructural de la sociedad; mientras que por el otro lado, la causa de ese desequilibrio se le atribuye a la figura del judío, cuya codicia y acumulación excesivas causan el antagonismo social. Así, puesto que el exceso es introducido desde fuera, es decir: obra de un invasor extraño, su eliminación nos permitirá recuperar un organismo social estable, cuyas partes formen un cuerpo corporativo armonioso, donde a diferencia del desplazamiento social constante del capitalismo, cada uno ocuparía nuevamente su lugar.

Obviamente, Estados Unidos está lejos de ser un país gobernado a la manera del fascismo italiano y su sociedad distante de vivir atemorizada por la “fragmentación” endémica del mundo capitalista. Por el contrario, ella es el producto más acabado y el principal representante del capitalismo liberal. Sin embargo, la política oficial empleada particularmente después del 11 de septiembre sanciona una gran dosis de contenidos y figuras retóricas que pueden ser identificadas con la tipología sugerida en la cita anterior. Por otro lado, ¿acaso no podríamos sustituir también al judío de la imaginería nazi con el árabe fundamentalista del discurso norteamericano? ¿No desplazó el fundamentalismo árabe —desde fines de los años ochenta y principios de los noventa— al comunismo como el enemigomás peligroso del modo de vida americano, la democracia y la libertad Made in USA? ¿No resulta claro que los antagonismossociales que se intenta “suturar” (para emplear el concepto lacaniano utilizado por Zizek) gracias a la construcción fantasmática del Mal en el discurso de la política norteamericana, son los del resquebrajamiento social y económico propiciados por el capitalismo financiero? ¿No se está utilizando al fundamentalismo árabe —dependiendo de las circunstancias, también el wet back mexicano/centroamericano, el coreano, la mafia china, el narcotráfico (siempre de origen colombiano, mexicano, cubano o negro)— como el Otro culpable de los males que aquejan a Norteamérica, convirtiéndolo en aquél que ahora le impide alcanzar la “armónica” sociedad ideal (idéntica a sí misma) a la que estaría “destinada”?

Pero ¿qué pasará cuando no haya nadie fuera a quién culpar? ¿Qué pasará sin ese Otro extraño o sin el alien interno al cual acusar por los males de su espectral mundo? Al respecto, es sorprendente la concepción de la “comunidad” americana a la que esta política aspira, así como las fibras emocionales que despierta. La película de Rob Reiner, Código de Honor (A Few Good Men) con Jack Nicholson, Demi Moore y Tom Cruise, sirve para explicar mejor lo que intentamos sugerir aquí. Se trata de una cinta ordinaria estrenada al inicio de los años noventa cuyo contenido es bastante sugerente, aún en nuestros días: un marine es accidentalmente asesinado por dos de sus compañeros, quienes, siguiendo órdenes superiores, le aplicaron un castigo corporal (que se les fue de lasmanos) por haber roto el código de honor implícito del regimiento. Este código rojo funcionaba al interior del cuerpo de marines como una ley no escrita que apuntaba a mantener la lealtad del grupo y su patriotismo. La anécdota interesa como ejemplo porque resalta la relación entre la ley pública y aquélla no escrita ni abiertamente asumida, una ley obscena. En este contexto preciso, la regla manifiesta con respecto a la cual se rigen las relaciones estaría acompañada por una ley oculta (superyoica, diría Lacan) que constituye su reverso, su indispensable sostén fantasmal. Como afirma Zizek, “lo que mantiene unida a una comunidad en su nivel más profundo no es tanto la identificación con la ley que regula su circuito ‘normal’ cotidiano sino, más bien, la identificación con una forma específica de transgresión de la ley (en términos psicoanalíticos, con una forma de goce específica)”. Cualquier individuo de una comunidad “…sería excomulgado, percibido como ‘no uno denosotros’ en el momento en que abandone la forma particular de trasgresión que caracteriza a esta comunidad”. Como sucede a menudo en las películas norteamericanas, en Código de Honor se presentan dos posiciones éticas, correspondientes a las posturas liberal y conservadora preponderantes en el país: la liberal democrática, representada por Tom Cruise, cuyo personaje arriesga su pro-pia posición de abogado con tal de persistir en la “búsqueda de la verdad”; en tanto que la posición antagónica, magistral-mente caracterizada por Jack Nicholson, está representada por un ilustre general tocado en su orgullo a causa del enjuicia-miento al que se está sometiendo al cuerpo de marines. Para él, el mero cuestionamiento de su ética, fruto de lo que considera una actitud mojigata, es insultante ya que está convenci-do de la absoluta necesidad de la trasgresión cometida en nombre de algo más importante: la integridad y solidez de los valores patrióticos de la nación. Lo destacable es, por decirlo así, la forma pura (destilada hasta el ridículo) de exponer el conflicto en el clímax de la película, un momento escenificado y sintetizado con ese brevísimo diálogo ya famoso: Tom Cruise provoca al general gritándole “I want the truth!”, a lo que éste contesta: “You can’t handle the truth!”.

Indudablemente, la moral que visiblemente triunfa es la liberal democrática: nos sugiere que en el sistema judicial norteamericano nadie está por encima de la ley, ni siquiera aquellos que tienen bajo su responsabilidad la defensa y protección de la nación. Sin embargo, puede existir otra interpretacióntambién válida. El general elevado a figura épica a partir delmomento en que está dispuesto a sacrificarse a sí mismo, a pasar como el trasgresor/culpable, con tal de conservar “a salvo” la sustancia nacional, amenazada en nombre de una justicia liberal vacía. Pese a que el público norteamericano se identifica seguramente con la primera lectura, el punto de identificación fantasmático podría ser el General exaltado al nivel de héroe ético. Sin embargo, debemos cuidarnos de concluir con ello que la película pudo haber tenido el desenlace contrario: que el juez (también militar) secundara al general, lo dejara en libertad, sancionara al fiscal por desacato y condenara a los dos soldados a quienes les había faltado el valor de declararse culpables para salvar el código de honor. Resulta claro que, con el propósito de favorecer una identificación imaginaria eficaz, era necesario sacrificar al general y castigar suconducta. De esta forma se reafirma la ficción, esencial para el discurso nacionalista conservador, sobre la necesidad de la suspensión de la ley/ética legal liberal para mantener a salvo la Cosa Nacional que el Otro amenaza con destruir.


Posted: April 8, 2012 at 9:24 pm