Essay
Las ciudades invisibles

Las ciudades invisibles

Alejandro Badillo

Los viajes en los tiempos modernos han acortado nuestra visión del mundo. Uno puede –si tiene suficiente dinero– ir hasta cualquier desierto, explorar cualquier selva o bucear en aguas de alguna isla remota. Cada vez más personas pueden replicar a su gusto las aventuras que, antaño, estaban reservadas sólo para los más valientes. El problema es cuando se pierden los límites: el periodista estadunidense Jon Krakauer en su espléndido libro Mal de altura relata una trágica expedición al Everest realizada en 1996 en la que murieron varias personas. ¿La razón? El mal clima, decisiones desafortunadas pero también la industria turística de Nepal que, con tal de ingresar cada vez más dólares a sus arcas, ofrece colocar en la cima del mundo a cualquiera que compre un paquete sin importar que no tenga experiencia en el montañismo o que, incluso, sea de avanzada edad para el esfuerzo que implica el ascenso. En el caso que relata Krakauer los sherpas asignados a la expedición no pudieron evitar el desastre y varios de ellos murieron también.

En tiempos pasados esto no era así. El mundo era un lugar amplio, con muchas zonas ocultas y, por lo tanto, fértiles a la imaginación. En la Edad Media se popularizaron mapas que incluían bestias fantásticas, monstruos marinos, mujeres guerreras, hombres sin cabeza o con un solo pie. Marco Polo fue, en aquel entonces, uno de los aventureros más famosos; sus crónicas publicadas en El libro de las maravillas se tradujeron a varios idiomas e impulsaron a varias generaciones de aventureros que acercaron Oriente y Occidente. El comerciante veneciano aprovechó la famosa Ruta de la Seda para contemplar muchas culturas de las que apenas se tenía noticia en Europa. A pesar de no ser un erudito o un hombre culto (en aquella época la mayor parte de la población era analfabeta y el conocimiento estaba concentrado en los monasterios o en las clases nobles) tuvo la cualidad de ser un buen observador. Muchos mencionan la poca exactitud en los relatos de Marco Polo, sin embargo, él no ha sido el único en “deformar” los hechos motivado, quizás, por la magnitud de la experiencia y por cierto afán literario que buscaba imprimir en sus textos. Herodoto, el clásico historiador griego, aumentaba el número de combatientes para dar realce a las batallas que contaba. Cronistas más cercanos a nosotros, como el polaco Ryszard Kapuscinski, a menudo se toman algunas libertades en sus reportajes para hacerlos más impactantes. En el terreno puramente imaginativo tenemos al escritor Italo Calvino que, en Las ciudades invisibles, inventa relatos que Marco Polo cuenta al rey mongol Kublai Kan. Según la historia, ambos personajes se conocieron y entablaron una larga relación. Fiel al curioso espíritu mongol, habituado a convivir con las culturas que conquistaban, Kublai Kan escuchaba lo que Marco Polo contaba de las lejanas tierras occidentales e, incluso, mandaba regalos a los reyes europeos cuando el veneciano iba de regreso. En Las ciudades invisibles se reinventan las pláticas que ocurrieron en el palacio de los mongoles: cada ciudad contada por el viajero tiene nombre de mujer y cada una de ellas tiene una cualidad que la distingue. Hay ciudades abstractas, ciudades confusas en su extensión o aquellas cuyas calles despiertan el deseo; algunas sólo viven en la memoria de sus habitantes y se extinguen con el último recuerdo. A pesar de la libertad imaginativa de Calvino, hay coherencia con lo que pudo haber pensado Marco Polo o cualquier otro viajero cuando se internaron por tierras ignotas: la fabulación es necesaria cuando las incidencias del viaje son un gran signo de interrogación. Sin mapas exactos los viajeros se aferran a los viejos mitos. El temor es más un acicate que un impedimento. En ambos casos –histórico y literario– la realidad gana con textos imprescindibles para entender el devenir humano.

Hace algunos años escribí un texto breve en el que trataba de convencer a la gente que no viajara a los paraísos turísticos convencionales para evitar la versión pasteurizada, de postal fotográfica, de los paquetes turísticos. Ya casi no hay paraísos vírgenes o ciudades inexploradas por extranjeros como en los tiempos de Marco Polo. En lugar del clásico tour proponía permanecer en nuestras urbes para explorar nuevos escondites, recovecos por los que pasamos a diario pero cuyo potencial pasa desapercibido en la bruma de la cotidianidad o por la prisa de llegar al trabajo. El guitarrista de los Talking Heads, David Byrne, habla en su libro Diarios de bicicleta de aquellos lugares ocultos bajo los grandes desarrollos viales de las ciudades modernas; pequeñas islas que sobreviven entre grandes moles de cemento sólo disponibles para el peatón que devanea o para el paseante en bicicleta. Quizá nosotros podamos rescatar la amplitud del mundo, aquella que parecía inexpugnable para los viajeros medievales, redescubriendo los sitios olvidados por la modernidad. Tal vez existe un territorio distinto a escasos metros de nosotros y que late con cada paso que damos o con cada mirada que recorre una calle. Sin embargo, son pocos los que advierten esta dimensión opacada por cláxones, barullo y anuncios luminosos que inundan las horas del día. A diferencia de antaño, estos mundos por revelar están a escasa distancia de nosotros y sólo basta una mirada diferente, un pestañeo más lento, para encontrarlos y explorar un territorio casi infinito, como el que recorrió Marco Polo.

alejandro_badilloAlejandro Badillo es narrador y reseñista. Ha publicado los libros de cuentosElla sigue dormida (Tierra adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP),Tolvaneras (Cuadrivio) y la novela La mujer de los macacos(Libros Magenta). Colaborador de la revista Crítica y exbecario del Fonca en la disciplina de cuento. Ganó en 2015 el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela 2015 por su libro El clan de los estetas y en 2016 el Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo por su obra Por una cabeza.

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Posted: March 20, 2017 at 9:56 pm

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