Desafinado
Gisela Kozak
Apartó el plato de pasta con salsa de tomate en el que una cucarachita exhibía su vientre y las patas entrelazadas. También solía encontrarlas en las tazas del café mañanero. Había dejado de decirle a su madre que cuidara un poco más la higiene para evitar sus parrafadas angustiosas, propias de esos seres que solo conservan la cordura si se engañan sistemáticamente a sí mismos. Catalina, la única que ganaba dinero en la casa, ayudaba cuando podía con la limpieza pero tenía que trabajar muchísimo, dando clases o haciendo cualquier cosa. No le sobraba tiempo.
Frente a un plato del que apartaba la vista, Catalina sintió que su juventud naufragaba para siempre y que de poco le servía un título universitario que apenas le daba para llevarse algo a la boca.
Tres años antes, Mery, una amante de las postrimerías de sus estudios universitarios, le había presentado a Antonieta. Moría de admiración por el indudable atractivo para mujeres y hombres de su amiga, aplaudía sus aventuras y se solazaba en narrar los detalles de las peripecias desgraciadas de sus relaciones estables. La doña Juana Tenoria llevaba la cuenta de sus compañeras de cama, bien conocida por Mery, aunque la verdad es que se dejó tocar por muy pocas de ellas, fascinada con preservar el control mientras acariciaba cuerpos que se deshacían de placer en sus brazos. Catalina se burlaba de la peculiar sexualidad de la joven; no obstante, la atraía su mundo, aunque le era ajeno y le provocaba una ansiedad muy difícil de definir. La existencia de Antonieta parecía tan real y cargada de riesgo, una vida de mujer al margen del buen decir social.
Se conocieron en un bar que servía cervezas en baldes, oloroso a aceite y muy ruidoso. Con arrogancia de estudiante brillante -el disfraz con el cual Catalina ocultaba su existencia precaria-, Catalina trataba a Antonieta como si la conociera de muchos años, dejando muy claro que sus anécdotas no le causaban la más mínima impresión. Antonieta expresó desazón en lugar de molestia, pero su experiencia con tantas mujeres no había sido en balde. Casi tan joven como Catalina, era infinitamente mayor en cuanto a la experiencia feliz y feroz de la calle y el sexo. En otros encuentros posteriores, Antonieta mostró su capacidad para narrar su existencia cual si fuera una larga hazaña cruzada por el polvo de las estrellas y la clarividencia del entendimiento natural. Catalina empezó a languidecer de deseo y de compasión hacia la desafortunada Antonieta y saboreó el regusto de las películas de cine de autor que veía cuando era estudiante. Antonieta aparecía de sorpresa en su vecindario con una camioneta último modelo o con un vehículo deportivo pequeño, impecablemente maquillada y perfumada. Los hombres al verla abrían los ojos desmesuradamente y algunos lanzaban piropos, indiferentes ante los reclamos de Catalina, feminista convencida. La piropeada les contestaba con la conocida señal con el dedo medio dibujada por unas manos algo maltratadas, dada su afición a la carpintería, mecánica, electricidad y plomería. Esas mismas manos volvieron loca a Catalina entre sábanas revueltas, en medio de fantasías tempestuosas que incluían presencias masculinas de poder, lo cual excitaba a Antonieta y daba pie a la propia fluidez genérica de Catalina. Aunque femenina de apariencia, se gastaba un temperamento burlón y arrogante, el cual cuadraba muy poco con la imagen adecuada de una mujer en un país tan conservador como el suyo.
Dos meses después, deslumbrada por su deseo, Catalina dejó atrás para siempre sus experimentos poliamorosos. La monogamia se convirtió en mandato ineludible de su cuerpo y decidió mudarse con Antonieta, a la sazón arrimada en casa de una de sus exnovias. Consiguieron un rincón que Catalina podía pagar en un barrio popular y lo que antes eran sentimientos patológicos propios de la lógica patriarcal pasaron a la categoría de vida verdaderamente vivida, con lo cual Catalina honró sus vastas lecturas sobre flamígeros romances. Entre sus amigas y ex novias hizo gala, con la indiscreción tan propia de la gente insegura, del deslumbramiento ante la pasión. Surgió, para su sorpresa, una red de enamoradas de Antonieta a las que tuvo que retirar su amistad para tener un poco de paz. No solo se sentía celosa sino también envidiosa del poder infinito de su pareja para seducir a la gente.
Catalina pronto se dio cuenta de que Antonieta simulaba frente a los demás un pasado y un presente algo irreales. Decidió confrontarla. Antonieta, sorprendida sin duda ante la agudeza de Catalina, le aseguró que quería dejar atrás la mentira; en realidad, no contaba con estudios de Derecho, nunca había tenido vehículo propio ni empleos que valieran la pena. A pesar de su buena voluntad, sus sentimientos y acciones respecto a los demás eran desairados y traicionados; de hecho, anteriores parejas la habían engañado descaradamente. Sus padres la abandonaron y solo contó con su abuela paterna, lo cual le causó un sufrimiento solo superado a través de los sueños en voz alta. En realidad, sus embustes se alimentaban de la materia de las aspiraciones incumplidas. Para colmo, había sido violada por un tío que la dejó embarazada a los quince años, aunque el embarazo no llegó a término. En semejantes experiencias estaba la raíz de los raptos de violencia que terminaban en sesiones de boxeo con Catalina, siempre celosa de Antonieta, de sus misterios y frecuentes llamadas telefónicas.
Enamorada y convencida de los poderes de la inteligencia y de los sentimientos, Catalina se declaró salvadora, siguió trabajando como una esclava para sostener la casa y ayudó a Antonieta a seguir su vocación, la protección animal. Catalina la acompañaba, en ocasiones, a sus labores de levantamiento de fondos y, además, alojaban perritos hasta que Antonieta les conseguía un sitio. Tantas criaturas pequeñas encendieron una sed de maternidad en ambas. Por fortuna, el hermano de Alba, una amiga de Antonieta, estaba dispuesto a ser padre y a tratar con la delicadeza del caso a la futura madre traumatizada por la violación, pues ni hablar de sufragar los costos de una fertilización asistida. Catalina prefirió no conocerlo hasta después de que naciera el o la bebé pues la idea del sexo entre él y Antonieta no le gustaba. Un par de fines de semana al mes viajaban cerca de la ciudad para intentarlo, pero el experimento no daba resultado y la atmósfera entre las dos se hacía cada vez más pesada. Antonieta se puso muy triste luego de abandonar el plan, por lo que Catalina la animó a traer a casa por una temporada a Alba y a su sobrina Albita, una preciosa niña de menos de un año, cuidada por la joven mientras sus padres estudiaban y trabajaban.
Para sorpresa de Catalina, un día llegó un depósito a su cuenta bancaria, una herencia proveniente de un pariente lejano de Antonieta. La ropa, los restaurantes especializados en carnes y un carro de segunda mano no se hicieron esperar. Antonieta estaba más cariñosa que nunca, más feliz que nunca y más honesta que nunca; mientras, Catalina caminaba por las nubes. Alba vivía con ellas y ayudaba con los gastos y las tareas domésticas, mientras Albita las visitaba de vez en cuando, una vez que sus padres se encargaron de nuevo de ella.
Una noche, en la que estaba sola y enfurruñada con Antonieta, tocaron el timbre. Un hombre y una mujer se presentaron a exigir una explicación sobre la bebé, a la que conocían como hija, no sobrina, de Alba. Catalina, asombrada, les dijo que no sabía dónde estaba.
-Pagamos dinero para que nos la dieran en adopción. La cuenta bancaria es de una tal Catalina Biaggi.
Su madre remató algunas cosas de su viejo departamento y sus amistades de la universidad, por fortuna de regreso, le prestaron dinero para evitar la cárcel.
Catalina contempló el fondo turbio del agua en una jarra de plástico. Nadie lavaría la jarra por ella; se levantó, fue a la cocina y lo hizo con morosidad y cuidado, después de arrojar la pasta con salsa de tomate intacta a la basura.
¿Seguirán Alba y Antonieta juntas en el rinconcito del barrio que Catalina siempre pagó?
Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak
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Posted: June 21, 2021 at 9:26 pm