¿Dónde quedó el México que amamos?
Sandra Lorenzano
No puedo dejar de mirar esta foto: la angustia, el miedo, las lágrimas. Miro a estas dos mujeres, adulta y niña, madre e hija quizás, y siento vergüenza. Vergüenza por ellas, por el maltrato a los más de cuatro mil migrantes hondureños que esperan pasar por nuestro país para llegar a Estados Unidos. Vergüenza por los gases lacrimógenos que tira la policía, por las condiciones infrahumanas en que tienen que esperar el permiso para entrar, por la falta de agua y de alimentos, por los mensajes xenófobos que aparecen en las redes.
Siento vergüenza y me pregunto cuándo dejamos de ser un país generoso, un país de puertas abiertas, un país que permite trabajar, educar, construir, imaginar, a quienes llegan huyendo de la miseria y de la violencia. ¿Cuándo se volvió imposible cruzar nuestro territorio en paz? ¿Cuándo nos volvimos un infierno para los que vienen buscando refugio? México es hoy una gran fosa común, y muchos de los 200 mil muertos con los que convivimos en esta Comala sangrienta son centroamericanos. Como los que intentan cruzar el río Suchiate.
Hablo siempre con agradecimiento profundo del México que nos recibió, a mi familia y a mí, con una abrazo cálido y esperanzador cuando la dictadura argentina nos obligó al exilio. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Qué ha pasado con este país que se ha nutrido de migrantes desde aquellos que fundaron un sueño allí donde encontraron un águila devorando una serpiente?
Soy hija y nieta de migrantes. Mis abuelos y bisabuelos, a principios del siglo XX, dejaron su hogar con unas pocas cosas en las maletas y llegaron a la Argentina; venían de Italia y de Rusia, del hambre y los pogroms, de la pobreza y el miedo.
Siete décadas más tarde, también mis padres dejaron su hogar –nuestro hogar– con unas pocas cosas en las maletas y sus cuatro hijos. Venían de la represión y la violencia, de la tortura y el miedo. Siempre el miedo.
Mis abuelos encontraron un país que les permitió vivir en paz, tener trabajo, educar a sus hijos e imaginar que algún día allí serían enterrados. El miedo había quedado atrás, al otro lado del océano, al sur de todos los sures.
Mis abuelas, mi madre, yo misma: todas migrantes que pudimos dejar el miedo atrás. Ni esa madre de la foto, ni esa niña, ni otros miles y miles de migrantes que llegan a nuestro país pueden desprenderse del miedo. El miedo los acompaña a toda hora, a lo largo del territorio.
¿Dónde quedaron el cuidado, el respeto, la solidaridad, la empatía, los abrazos, la hospitalidad? ¿Dónde quedó el México que amamos?
Es hora de volver a conjugar juntos:
Yo soy migrante
Tú eres migrante
Él es migrante / Ella es migrante
Nosotros somos migrantes
Ustedes.
Ellos.
Todas y todos.
Bienvenidos.
*Imagen de portada de Boitchy.
Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.
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Posted: October 22, 2018 at 9:13 pm
Como siempre, un texto bellísimo para mostrar el dolor y la injusticia, Sandra. No solo México, casi todo el mundo se ha vuelto individualista y se ha llenado de egoísmo. Cada vez más son los que no toleran al diferente. Ignoran que nadie se salva solo.
Por suerte, los que miran la realidad tal como debía ser están gritando cada vez más fuerte. Un abrazo. Marta
Yo tambien soy inmigrante mexicano en E.U.
Debemos ser solidarios, el primer paso es
comprender por que dejamos nuestros paises.
Se nos acabo el corazón porque nos obaron la sangre que lo poblaba.
Se nos acabaron los ojos porque olvidamos las lagrimas que los embellecian.
Se acabo lo mejor de nosotros cuando aceptamos que los peores nos engañaran y los creímos los mejores.
Ahora ellos nis llevan de la mano y nos hacen seguirlos en la oscuridad que ellos mismis crearon.
El egoísmo se volvió virtud gracias a los que envidiaban la generosidad y la despreciaba por inalcanzable.