Essay
Fincar sobre tierra firme II
COLUMN/COLUMNA

Fincar sobre tierra firme II

Cristina Rivera Garza

La primera parte de esta columna se publicó aquí. A continuación, ofrecemos la segunda y última parte

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III. Gritan muertas de miedo las muchachas

Habrá que creerle a Arana, y creerle literalmente, cuando asegura, ya entrado en el primer tercio del libro, que “yo no sabía NADA DE BULGARIA/ hasta que decidí escribir un poema/ sobre México”. Ex-céntrico, originado desde una afuera que presupone un recorrido y un contraste, y por lo tanto un diálogo, Arana ubica pronto las coordenadas materiales del libro. Su destino, se entiende, es el presente. Su punto de partida también. Esta ubicación, que es tanto temporal como geográfica, le abre la puerta a la violencia de par en par. Estamos en 2011, sólo unos cinco años después de que el ya presidente Felipe Calderón, en un acto que buscaba legitimar una dudosa victoria electoral, le declaró la guerra al narco. Ahí donde la “Suave Patria” lopezvelardiana celebraba los albores de la modernización revolucionaria, el “Suave Septtembre” de Arana, ayudado sin duda por la riqueza verbal del “Septiembre” de Milev, identifica sus fracasos más trágicos apenas 90 años después: la muerte de, para entonces en 2011, 60,000 mexicanos, de entre los cuales Arana resalta con mayor énfasis la muerte de los hijos y de las mujeres. Esto constituye, sin duda, un desastre insuperable, como califica Jalal Touffic a los desastres que, además de desatar la destrucción de la infraestructura y la muerte y desaparición de miles de personas, provocan la “retirada inmaterial” de los bienes de la cultura. Todos ellos—los libros, las películas, los poemas, las esculturas—pueden estar físicamente ahí, sobrevivientes inaugurales del desastre, pero lo hacen a un alto precio en el contexto dominado por los vencedores: como el mítico vampiro, existen, pero son incapaces de ver su reflejo en el espejo más amplio de la cultura cotidiana. Para resucitarlos, es necesario tocarlos otra vez, re-escribirlos, y aún más: re-escribirlos desapropiadamente, con tal de regresarlos al mundo de los vivos (1). Por eso, en las inmediaciones del desastre insuperable que ha sido la mal llamada Guerra contra el Narco, o peor: la guerra sin nombre que todavía se libra en México, Arana re-escribe la Suave Patria y, al hacerlo, re-escribe también el Septiembre de Milev, actualizando el contenido crítico, punzante, estremecedor de estos dos poemas fundacionales.

Arana conserva la estructura dramática de “Suave patria”, pero incorpora mucha de la dicción, el lenguaje descriptivo, y los ritmos veloces del poema de Milev. Así, el remix libre inicia con un Proemio, al que le siguen dos Actos separados por un Intermedio. La patria que, en 1921, aparecía como “implacable y diamantina”, se revela aquí como “oscuridad y neblina”. La patria a la que poeta se dirige ya no es suave, sino grave. Y, ahí, donde antes se oía “el golpe cadencioso de las hachas/ entre risas y gritos de muchachas”, ahora irrumpe ominosa una “selva hambrienta. Antes de la caída de las hachas/ Gritan muertas de miedo las muchachas”. En el segundo acto, ya cuando Cuauhtémoc, aquel “joven abuelo” derrotado, se ha convertido en Aquiles Andreiev, y la historia de Bulgaria y la de México se persiguen la una a la otra en estrofas cada vez más entrecortadas y referenciales, aparece “una muerta en el desierto./ El ángel pasa y la mira”. Y, ahí, donde antes fulgía aquella “niña que se asoma tras la reja/ con la blusa corrida hasta la oreja/ y la falda bajada hasta el huesito”, ahora aparecen “Los calzones llenos de sangre”. Y, si bien, los dos siguientes versos son una copia fiel de los originales escritos por López Velarde, ahora “La blusa corrida hasta la oreja/ y la falda bajada hasta el huesito” actualizan de manera macabra el presente mexicano.

En el poema original, Ramón López Velarde le encarga al niño Dios la tarea de escriturar un establo, mientras que es al diablo al que le toca hacer lo mismo con los veneros del petróleo. En el remix de Arana, en cambio, el niño Dios no sólo escritura un establo, sino una larga lista de sustantivos milevianos relacionados con el territorio: aldeas, colinas, laderas, huertos, entre muchos otros más. Y el diablo ahora hace lo propio con sólo dos entidades: un mar negro, y los mexicanos. Y es justo aquí donde Arana se extiende, sería más exacto decir: se desborda, describiendo a esos mexicanos pobres, desechos, hambrientos, lisiados, iracundos, hasta llegar a la aterradora conclusión: “en México reina la muerte”.

Si el Intermedio, que originalmente está dedicado a Cuauhtémoc, le sirve a Arana para de nueva cuenta introducir, “colosal”, la figura del poeta Javier Sicilia, creando una comparación que reforzará en las siguientes estrofas, también le sirve para lanzarle al presente una pregunta terrorífica: “¿Qué significa perder un hijo?”. En el Segundo Acto, en cambio, el “Suave Septtembre” vira hacia el pasado, desplegándose con mayor claridad las raíces indígenas de México, y luego entones del poema, específicamente alrededor de la derrota de los Aztecas en 1521, y en especial el papel de Cuauhtémoc, a quien los españoles le quemaron los pies, en los últimos días del imperio. Aquí una buena parte del texto se muda hacia la parte inferior de la página, ocupando el espacio subterráneo con largas citas escritas en itálicas, desde donde Arana re-escribe, con ayuda de las crónicas de la época, sobre todo las de Días del Castillo y López de Gómara, la historia de Cuauhtémoc como el último héroe rebelde antes de la caída de Tenochtitlán. Ahí también aparece la razón para su suplicio—los españoles le untaron aceite en los pies y luego los pusieron al fuego esperando obtener información sobre el lugar donde se escondía del oro que tanto anhelaban.

Mientras tanto, en la parte superior de la página, en la superficie del texto, emergen como icebergs algunas de las descripciones que López Velarde le dedicó a Cuauhtémoc: “Joven abuelo de México/ Único héroe a la altura del arte”, rodeado del “azoro de tus crías” y “los ídolos a nado”. Pero hay más: Cuauhtémoc se ha transformado ya en Aquiles, y luego en Aquiles Andreiv. Y, pronto, la voz lírica hará recuento de los dioses de tantas religiones “Zeus/ Huichilopoztli/ Indra/ Thor/ Jehová/ Queztalcóatl/ Sebaoth” y los sintetizará en dos: “Señor Jesús de los Balcanes/ Rey de México y de Bulgaria”, para reclamarles tanta muerte, tanta violencia, con un “Hasta cuándo” que no lleva signos de interrogación. El reclamo, que es espiritual, toma aquí el cauce de la religión, como si la dimensión del mal precisara de una revisión moral del territorio.

Bulgaria Mexicalli se yergue después, nominal y literalmente, para declararle la guerra a Dios: “En línea recta/ desde el último gran edificio// ¡Abajo Dios!// Bomba al corazón/ asalto al cielo// ¡Abajo Dios!”. El terror de los femicidios actualizan y trastocan por completo el contenido del Segundo Acto original, mientras los reclamos aumentan: “Ven Dios a sufrir con nosotros./ La pira está ardiendo.”  Y las arengas también: “¡Sin Dios!/ ¡Sin Señor!/”, “Septiembre será mayo”. Las consignas viajan sin problemas desde la transhistoricidad religiosa hasta el presente, en el que vocablo “mayo” no puede ser separado del mayo francés y, por asociación, de los movimientos de protesta juveniles que irrumpieron en 1968.

Finalmente, todavía en un movimiento vertical, Bulgaria Mexicalli va “arriba hacia arriba/ Bulgaria Mexicalli/ Arriba hacia Arriba/ la tierra será paraíso,”. Primero con minúscula y, después con mayúscula, el arriba pasa de ser una mera ubicación en el espacio para ser un sitio a la vez onírico y moral. Pero en lugar de cerrarse con un punto y aparte, este poema se resquebraja y se abre, en todo caso, se interrumpe, con una ominosa coma al final del último verso. Será cierto que en ese arriba del Arriba, ¿la tierra será paraíso? Si “USA 94”, el poema que aparece inmediatamente después de “Suave Septtembre” y que es el último del libro, constituye alguna señal, la respuesta sería un no resonante y fatal. Se trata de un partido de futbol. De un partido de fútbol que se llevó a cabo en el Mundial de Estados Unidos. Un 5 de julio, en el Estadio de Nueva York, se enfrentaron los equipos de Bulgaria y de México, ofreciendo un espectáculo mediocre que terminó en un empate del que hubo que salir a base de penalties. El resultado: “Desgracia para México,/ que fracasó estrepitosamente/ en esa fatídica tanda”. El Arriba, que bien puede ser ese norte de más al norte de México, no es un paraíso, pero es un partido. Un juego: otra forma de comunidad.

IV. Re-escrituras contra el desastre insuperable

Hay que escarbar para leer a Gerardo Arana. Hay que ir hacia abajo, des-sedimentando. Hay que levantar capa a capa las tradiciones, las voces, las citas, las cifras. A diferencia de la escritura apropiativa que oculta sus fuentes y sus textos de origen, otorgándole al autor el papel de generador solitario de textos, Arana expone y se expone desde el inicio y, al hacerlo, problematiza tanto el lugar de la enunciación como las historias y tradiciones que habita. Por eso, en lugar de absorbernos, el texto nos expulsa, nos sobresalta, nos extrañiza, regresándonos una y otra vez al presente, que es el momento de la lectura, pero también al momento de la acción. Este proceso, que demanda nuestra implicación intelectual y emotiva, no es una opción interpretativa, sino un dictum del texto. No importa si hemos leído o no a López Velarde o a Milev o Díaz del Castillo o López de Gómara, pero sí importa, y mucho, saber que, a medida que avanzamos, vamos posando nuestros pies sobre las huellas de otros, esas huellas habitadas que tan bien describiera José Revueltas. Por eso es relevante que el libro no cierre con una bibliografía, como lo hizo Sara Uribe en su Antígona González, si no con dos breves biografías narrativas de los poetas referidos. Aquí, Ramón López Velarde no sólo son sus libros y sus escaños, sino también ese hombre que, según José Luis Martínez, murió de asfixia después de un paseo nocturno en una ciudad que le fascinaba a la que temía por igual. Y Geo Milev, quien desapareció por 30 años después de un interrogatorio policiaco, es ese poeta estrangulado y enterrado en una fosa común, cuyo esqueleto pudo ser identificado gracias al monóculo siempre portaba. Biografía como bibliografía, y viceversa.

Leer, aquí, es des-enterrar. Leer, aquí, es resucitar, como lo argumentaba Jalal Touffic, esas tradiciones que se vieron obligadas a emprender una “retirada material” después de un desastre insuperable. Gerardo Arana se aproxima a la guerra que desató Felipe Calderón en el 2006 a través de uno de los poemas fundacionales de la modernidad mexicana: Suave Patria, del poeta católico Ramón López Velarde, que la han sobrevivido pero que, por estar como han estado en manos de los vencedores, han perdido su saña crítica. Al reactivarlo, al llenarlo de nueva vida con re-escrituras que involucran tradiciones literarias propias y ajenas, Arana lo arranca del alcance de la hegemonía dominante, y lo coloca otra vez, vivo, entre nosotros, conminándonos a participar en un proceso de des-sedimentación que involucra a nuestro presente hoy, Este mayo del 2019. Y si eso no es una poesía política, entonces, ¿qué es?

Notas

1) Jalal Touffic, The Withdrawal of Tradition Past a Surpassing Disaster (Forthcoming Books, 2009). Se puede consultar el texto complete aquí: http://www.jalaltoufic.com/downloads/Jalal_Toufic,_The_Withdrawal_of_Tradition_Past_a_Surpassing_Disaster.pdf

Cristina-Rivera-Garza-presentacion-Rigo_MILIMA20131201_0498_8Cristina Rivera Garza es la autora de Nadie me verá llorar (México/Barcelona: Tusquets, 1999), La cresta de Ilión(México/Barcelona: Tusquets, 2002), La muerte me da (México/Barcelona: Tusquets, 2007), Dolerse. Textos desde un país herido (Mexico: Sur+, 2011) entre otros. Su título más reciente es Había mucha neblina o humo o no sé qué (México: Literatura Random House, 2016).  Es columnista en Literal Magazine. Su Twitter es @criveragarza

 

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Posted: June 3, 2019 at 10:04 pm

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