Flashback
Adiós, vampiro. Panegírico de Luis Zapata

Adiós, vampiro. Panegírico de Luis Zapata

Alfredo Núñez Lanz

Como dice el refrán, “el que primero llega, ése la calza”. A Luis Zapata (Chilpancingo, 1951 – Cdmx, 2020) se le considera un pionero de la “literatura homosexual” en México –si es que eso existe–. Tanto la crítica como los lectores lo recuerdan por su novela El vampiro de la colonia Roma, publicada en 1978, pues supuso un parteaguas temático: presentó sin pelos en la lengua a un personaje que se asumía y reconocía como homosexual. El inigualable Adonis García, con mucha naturalidad, sin disimulos, le confiesa a un interlocutor anónimo algunos pasajes de su agitada vida como prostituto en siete cintas magnéticas que también marcan los capítulos del libro. La publicación de esta novela coincide con la primera marcha gay en México, o sea, con la primera manifestación pública de la que sigue siendo considerada una minoría sexual. Esta confesión tan divertida y ágil cautivó a tal grado a los lectores que algunos incluso creen que se trató de la primera novela en retratar a un personaje homosexual, cuando ya en 1964 Miguel Barbachano Ponce había inaugurado el tema con El diario de José Toledo y en el terreno cuentístico Juan Vicente Melo había publicado dos años antes “Los amigos”. Lo cierto es que la escasa repercusión de estos y otros antecedentes coloca al vampiro de Zapata como el favorito primer lugar, al menos en el imaginario.

Quizá la frase “a poco pan, coger primero” le habría gustado más al cándido Luis Zapata y también ejemplifique mejor el contexto en el que se publicó su novela. La pudibunda sociedad mexicana “toleró” a un autor como él ya en las postrimerías del siglo; la subcultura homosexual mexicana no dio el grito de guerra, lo dio Zapata con la intrepidez que lo caracterizó. Gran paradoja: llegó muy tarde, pero fue de los primeros.

Aunque tenga su mérito haber llegado antes que nadie, la literatura no es una mera competencia, y en todo caso a este autor le han endilgado tanto la medalla que el resto de su producción ha quedado ensombrecida o incluso etiquetada. Nada más fácil para los impulsos y placeres clasificatorios de la academia y la propia industria editorial que situar una obra en un cajoncito. Desde esas cómodas gavetas se puede estudiar o vender casi sin esfuerzos. Zapata cargó con el peso de la etiqueta “literatura gay”, escrita por un gay y para gays. El ejemplo concreto es el tipo de abordaje crítico al que ha sido sometida una y otra vez: interpretación de género. Es decir, una crítica que suele no ir más allá de la propia temática y sus implicaciones psicosociales.

Uno de los grandes logros de El vampiro de la colonia Roma sin duda es la configuración de la voz de Adonis García, su encanto rítmico, alejado de las poses, sincero y agramatical. El desparpajo del narrador nos seduce con esos espacios que sustituyen las comas y los puntos, yendo en busca de una nueva manera de marcar las pausas, una que tuviera más relación con ese discurso oral donde hasta las muletillas tienen cabida, pero a la vez es tan equilibrado que nunca estorban. Adonis nos incita a seguirlo en sus aventuras y pesquisas de hombres, clientes, diversión, drogas, pero también a comprenderlo; nos interpela mientras vamos leyendo y así forja un lazo emotivo que permanece al cerrar el libro.

La ciudad que Zapata retrata es otra ciudad de México, un espacio donde subrepticiamente se dan encuentros cachondos en los baños del Sanborns, en los cines, las esquinas de la zona Rosa; un submundo vivo y palpitante a pesar de las burlas, insultos, chantajes, golpes o asesinatos que a la luz del día sufrían quienes declaraban abiertamente su sexualidad. Es el genial retrato de una ciudad íntima, a pesar de que obliga a vivir en las sombras y propicia el cinismo como única posibilidad de autoafirmación. La ciudad de este vampiro es una especie de ghetto opresor pero a la vez favorecedor, un trampolín para ascender o simplemente soñar:

en esa época me parecía la ciudad de méxico la más cachonda del mundo la que más se prestaba a coger. O sea a que uno cogiera ¿verdad? […] entons yo decía “no   ps si esta ciudad es cachondísima para muestra basta la torre latinoamericana que es el falo más grande de latinoamérica.

Un auténtico pícaro contemporáneo. Pero la meta de Adonis García va más allá de subir en el escalafón social; la aspiración de este héroe romántico parece no tener lugar ni sentido en la Tierra, como lo demuestra ese maravilloso final que se entreteje de manera perfecta con los sueños que comparte el protagonista en las aperturas de cada capítulo. En un mundo donde se clasifica, rehabilita, restablece o reforma a todos los que se salen de la norma con tal de que puedan reintegrarse al sistema, donde todo se polariza, el antojo de salir de él se vuelve un respiro, una posibilidad. La fantasía como vehículo de huida es quizá tan devastadora y sugerente que vuelve esta novela un clásico de nuestra cultura.

Pero Luis Zapata continuó escribiendo incansablemente. Quizá sus novelas menos comentadas son las que escribió en los últimos treinta años, cuando la etiqueta que le impusieron, tanto críticos como editores, comenzó a desgastarse y se convirtió en un escritor de culto. Sin embargo, en cada una de sus novelas estaba impreso un afán experimental. En sus Siete noches junto al mar –publicada en 1999 en la extinta editorial Colibrí del recién fallecido Sandro Cohen, su “hermano” en la muerte– propone un nuevo Decamerón donde la estructura de Bocaccio funciona en un contexto contemporáneo. Dos parejas de amigos se reúnen en Pie de la Cuesta, Acapulco, para compartir una serie de historias, algunas personales, otras ajenas u otras que parecen mero invento con el afán de divertir. Aquí no hay encuentro fortuito ni peste bubónica, sino falta de televisión, este es el elemento que da pie al desarrollo de las pequeñas anécdotas muy en el estilo de los cuentos de Bocaccio, que van de lo erótico a las bromas, los chismes y las lecciones.

Espero que como su vampiro, Luis Zapata haya llegado a ese salón enorme, con suelo de espejos y bola de disco perenne donde los extraterrestres ofrezcan todas las bondades de la inclusión que acá en la Tierra todavía ni nos imaginamos. Aquí, de cualquier forma, como buen vampiro, ya es inmortal.

En 2014 apareció en Cal y Arena Como sombras y sueños, novela de rasgos autobiográficos donde Zapata abordó un tema que le aquejaba: la depresión. De una manera lúcida, en cada capítulo alterna dos narradores, mismos que le permiten aligerar el ritmo marcado por los vaivenes emocionales de Orlando Barreto, el protagonista. Entre monólogos interiores la confesión avanza, mas no así la historia. Novela refractaria a las nociones tradicionales de trama, Como sombras y sueños no presenta acontecimientos, salvo hacia el final; su propósito es reflejar la terrible intemporalidad de la depresión, la lucha entre el actuar y las propias fuerzas:

Dejo de ir a la escuela, ¿o eso fue después?, ¿o eso fue antes?, ahora me parece, en este momento, en este instante que no es el instante, que sigo yendo a la escuela, pero menos, que sigo estudiando, pero menos, que sigo viendo a mis amigos de la escuela, pero menos, que sigo presentando los exámenes, pero menos […]

El vaivén de las frases, una vez más, es un río continuo, sin puntos cuando habla el propio Orlando, cercano a la prosa poética. Y las etapas de la vida de este personaje se confunden o desvanecen: a veces es el Orlando joven o el maduro dialogando sobre ese marasmo del que no se puede librar.

El 2014 fue muy fructífero para Luis Zapata, pues además de Como sombras y sueños publicó dos libros que desafortunadamente pasaron casi desapercibidos: Escena y farsa es la vida y Autobiografía póstuma. El primero vio la luz en un sello minúsculo, la Ratona cartonera, con encuadernación artesanal y una ilustración pintada a mano de un hombre-sombra que hace malabares con una serie de mundos en forma de pelota, todo en verdes y azules: un objeto coleccionable por su escaso tiraje y que representa esos personajes juguetones y en el fondo melancólicos de Zapata. El libro abre con un epígrafe de Páladas de Alejandría que bien puede enmarcar toda su producción: “Escena y farsa es la vida entera. O aprende a actuar sin tomártela en serio, o soporta los dolores”, una clara insinuación interpretativa de las aventuras del personaje principal: una conferencista y autora de libros de superación personal que ingenuamente busca la felicidad. El segundo, publicado por la Universidad Veracruzana, narra el esplendor y la caída del escritor Zenobio Zamudio, “muerto fresco que suspira aliviado por verse ya libre de las penalidades terrenas y de la autoimpuesta obligación de ser modesto”. En un genial diálogo con Chateaubriand, Zapata también escribe la epopeya de su vida disfrazada de Zamudio:

Siempre fui, pues, de los que nunca aprendieron de sus errores, de los que tropezaron no dos, sino mil veces con la misma piedra. Ingenuo, crédulo, a veces en demasía, fui víctima en muchas ocasiones de la mezquindad ajena. Otras más, no supe defenderme, cuando habría podido hacerlo. Lo único que me redime es mi obra, que sí, sí, sí habría vuelto a escribir de la misma manera.

Cada entrega de Luis Zapata suponía una búsqueda formal, una manera de sacarle brillo al género que más acogió: la novela, aunque también destacó en el cuento, la crónica  el teatro y la traducción. Nunca abandonó ese estilo afincado en la picaresca, ya sea aprovechando la ironía como un recurso siempre refrescante, la parodia, la farsa o las meras cábulas de sus personajes aventureros. Tampoco abandonó la crítica a nuestros extravagantes y confusos tiempos post-postmodernos. A veces en tono de cuento de hadas o de fábula morbosa, sus historias se resisten a quedarse en anécdotas divertidas o hilarantes y despegan hacia cuestionamientos existenciales por vías directas y nunca grandilocuentes ni pomposas. Espero que como su vampiro, Luis Zapata haya llegado a ese salón enorme, con suelo de espejos y bola de disco perenne donde los extraterrestres ofrezcan todas las bondades de la inclusión que acá en la Tierra todavía ni nos imaginamos. Aquí, de cualquier forma, como buen vampiro, ya es inmortal.

 

Alfredo Núñez Lanz. Cofundador de Textofilia Ediciones. Es autor de los libros Soy un dinosaurio (Conaculta, 2013), Veneno de abeja (Secretaría de Cultura, 2016) y El pacto de la hoguera (Ediciones Era, 2017). Becario del Programa Jóvenes Creadores del FONCA 2014 y 2016. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Narrativa Histórica Ignacio Solares para obra publicada por El pacto de la hogueraSu Twiter es @NunezLanz

 

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Posted: November 15, 2020 at 4:30 pm

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