Dron
Carla Faesler
Translated by Tanya Huntington
I.
My mother was a riot cop,
a character in a comic strip,
stunned alter ego of a video game You
activated by a colossal joystick.
Magical remote control
of our great stalker,
who in lieu of ignoring our existence
amid astral mystery,
penetrates us and spills into our center,
trapdoors us among its barbs,
laps us with its subsidies,
chews us up for a living.
Despite such tenacious stealth,
its flight is a dead giveaway. Here comes
flag –our great stalker –
and here comes its drone
ready to acid and sniff us out
to rapid scan and dissolve us spinning.
Every afternoon the TV set,
our great stalker,
stuck us with its antenna,
burying it in the lime pits of our foreheads,
all-possessing us,
its screen, its sun, yes, yes, its heaven,
forming a dazzling plot of land.
Those afternoons before the luminous abyss,
my mother with her sanctified commercial halo,
her lipstick and nightstick
laid out on crocheted plastic doilies,
as if all that would mean swallowings
to the bellies of four, three
–if we were even that–
phosphorescent children,
eager to gouge out the door’s eyes
or strip the pages from beauty salon magazines,
crinkled hairdos and ties,
pretty, beautiful, terse
radiating the unfathomable
in our efforts, our desire:
cleansing ourselves with scandals and stars
that licked our shit with their pretties.
II.
My mother was a riot cop,
an indifferent mist, a blind step,
a density with no center, no clog
a dumpsite of bone-weary
that would swell up
into an unbearable lump,
then burst.
Those lightbulb nights
of orderly sinister shadows,
reflections on a screen: shards of colors painted us
as if blue man, yellow girl,
or green spread onto walls by dead man’s hand.
The moss sniffed us out with fingers
made of concrete and earth,
its green becoming the Martian who never came,
the most beautiful gelatin glass in this world,
its green transparency, little gumdrops for the tasting.
And to the south, to the south, she was
the riot cop who settled down
and remained there in the three-day jar.
A fermented fungus.
It is we,
It is I who cannot see me.
The only mirror I’ve ever known
is the visor on the helmet of her gear.
Carla Faesler is a writer and experimental poet. Author of the novel Formol (Tusquets, 2014), considered the best book of the year by La Tempestad magazine, and the books of poetry DRON (My mother was a riot cop), (Impronta Casa Editora, 2020), Catábasis, exvoto (Editorial Bonobos, 2011), Anábasis maqueta (Editorial Diamantina y Difocur, 2004 – Gilberto Owen National Poetry Prize, 2002), No tú sino la piedra (Ediciones El Tucán de Virginia, 1999) and De ríos sagrados que la herejía navega (Ediciones Mixcóatl, 1996).
Dos poemas de Dron (mi madre era granadero)
(Impronta Casa Editora, 2020)
I.
Mi madre era granadero,
un monito de cómic,
el alter aturdido de un tú de videojuego
activado por un joystick colosal.
El mágico control
del gran que nos acosa,
que en lugar de ignorarnos
con misterios astrales,
penetra y se derrama en nuestro centro,
nos trampa entre sus púas,
nos lame de subsidios
y nos masca de empleo.
Muy en tenaz sigilio,
su vuelo lo delata. Por ahí viene
bandera –el gran que nos hostiga–
por ahí viene su dron
que nos ácido y huele
que brusca y nos disuelve de girar.
En las tardes la tele,
el gran que nos persigue
nos clavaba su antena,
la enterraba en los predios de cal de nuestras frentes,
nos todo poesía,
su pantalla, su sol, sí, sí, su cielo,
y formaba una parcela deslumbrante.
Esas tardes de pozo iluminado,
mi madre con aureola de santa comerciales,
su lipstick y el garrote
sobre unos mantelitos de plástico croché,
como si aquello pudiera ser tragancia
en los vientres de cuatro, tres
–si acaso fuimos–
niños fosforescentes,
ansiosos de sacarle los ojos a la puerta
o deshojar revistas de salón de belleza,
arrugar cabelleras y corbatas,
bonitos, bellas, tersos
radiando lo insondable
de nuestro afán las ganas:
limpiarnos con escándalos y estrellas,
que laman con sus lindas nuestra mierda.
II.
Mi madre era granadero,
un vaho indiferente, un palo ciego,
un compacto sin centro, sin tupido,
un basurero de harto
que se hincha
en bulto insoportable,
y se revienta.
En las noches de foco,
de sombras bien portadas de siniestras,
el reflejo pantalla: esquirlas de colores nos pintaban
como si un hombre azul, niña amarilla
o el verde en las paredes con su mano de muerto.
El musgo nos husmeaba con sus dedos
de tierra y hormigón,
su verde hecho marciano que no llega,
el vidrio gelatina más bello de este mundo,
su verde transparencia, gomitas a lamer.
Y al sur, al sur, la granadero,
era lo que se asienta abajo
y se queda en la jarra de tres días.
Un hongo se fermenta.
Somos nosotros,
soy yo sin poder verme.
El único espejo que conozco
es el visor del casco de su equipo antimotín.
Carla Faesler es escritora y poeta experimental. Es autora de la novela Formol, (Tusquets, 2014), considerado el mejor libro publicado ese año por la revista La Tempestad y de los libros de poesía: DRON (Mi madre era granadero) (Impronta Casa Editora, 2020), Catábasis exvoto (Editorial Bonobos, 2011), Anábasis maqueta (Editorial Diamantina y Difocur, 2004- Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2002), No tú sino la piedra (Ediciones El Tucán de Virginia, 1999) y de Ríos sagrados que la herejía navega (Ediciones Mixcóatl, 1996).